Sobre estar celoso de la generosidad de Dios. Artículo.

“El gallo cantará al romper tu propio ego; ¡hay mil maneras de despertar!”

John Shea me confió esas palabras y las entendí un poco mejor recientemente mientras esperaba mi turno en un aeropuerto: me había inscrito para un vuelo, me acerqué a seguridad, vi una enorme fila y asumí el hecho de que me llevaría al menos 40 minutos pasar.

Estuve bien en la larga espera y me moví pacientemente en la fila; hasta que, justo cuando vino a ser mi turno, llegó otro equipo de seguridad, abrió una segunda máquina de escanear y una enorme fila de gente que estaba detrás de mí y no había esperado los cuarenta minutos recibió su turno casi inmediatamente. Yo aún obtuve mi turno como lo habría obtenido antes, pero algo dentro de mí se sintió tenido en menos y airado. ¿Esto no era justo! ¡Yo había estado esperando durante cuarenta minutos, y ellos lograron su turno al mismo tiempo que yo! Yo había aceptado esperar mientras que aquellos que llegaron más tarde no tuvieron que esperar en absoluto. Yo no había sido tratado injustamente, pero algunos otros habían sido más afortunados que yo.

Esa experiencia me enseñó algo, más allá del hecho de que mi corazón no siempre es comprensivo y generoso. Me ayudó a entender algo sobre la parábola de Jesús relativa a los trabajadores que llegaron a la hora undécima y recibieron el mismo salario que aquellos que habían trabajado todo el día, y lo que se da a entender por el desafío que se ofrece a los que se quejaron de la injusticia de esto: “¿Estás envidioso porque soy generoso?”

¿Estamos envidiosos porque Dios es generoso? ¿Nos molesta cuando a otros se les da regalos y perdón inmerecidos?

¡Vaya que sí! Al fin y al cabo, esa sensación de injusticia, de envidia de que algún otro cogiera al vuelo una oportunidad es un enorme obstáculo para nuestra felicidad. ¿Por qué? Porque algo en nosotros reacciona negativamente cuando parece que la vida no está haciendo a otros pagar las mismas deudas que nosotros estamos pagando.

En los Evangelios vemos un incidente al ir Jesús a la sinagoga un sábado; se dispone a leer y cita un texto de Isaías, aunque no lo cita completamente sino que omite una parte. El texto (Isaías 61, 1-2) les sería bien familiar a sus oyentes y describe la visión de Isaías de lo que será la señal de que Dios finalmente ha irrumpido en el mundo y cambiado irrevocablemente las cosas. ¿Y qué será eso?

Para Isaías, la señal de que Dios está ahora rigiendo la tierra será buena noticia para los pobres, consuelo para los de corazón quebrantado, libertad para los cautivos, gracia abundante para todos y venganza sobre los malvados. Notad, sin embargo, que cuando Jesús cita esto, excluye la parte que habla sobre la venganza. A diferencia de Isaías, no dice que parte de nuestro gozo será ver castigados a los malvados.

En el cielo nos darán lo que nos deben y aun más (don inmerecido, perdón del que no somos dignos, gozo más allá de lo imaginable) pero, según parece, no nos darán esa catarsis que tanto deseamos aquí en la tierra, el gozo de ver castigados a los malvados.

Los gozos del cielo no incluirán ver sufrir a Hitler. En verdad, la natural comezón que tenemos por la estricta justicia (“Ojo por ojo”) es exactamente eso, una comezón natural, algo que los Evangelios nos invitan a olvidar. El deseo de estricta justicia bloquea nuestra capacidad de perdón, y así nos previene de entrar en el cielo donde Dios, como el Padre del Hijo Pródigo, abraza y perdona sin demandar una libra de carne por una libra de pecado.

Sabemos que necesitamos la misericordia de Dios, pero si la gracia es una realidad para nosotros, debe ser una realidad para todos; y si Dios no venga nuestros pecados, tampoco debe vengar los pecados de los demás. Así es la lógica de la gracia y así es el amor de Dios con el que debemos identificarnos.

La felicidad no es cuestión de venganza sino de perdón; no de vindicación sino de abrazo inmerecido; y no de pena capital sino de vivir incluso más allá del homicidio.

No resulta sorprendente que, en algunos de los grandes santos, vemos una teología que raya el universalismo, a saber, la creencia de que al fin Dios salvará a todos, aun a los Hitler. Creían eso no porque no creyeran en el infierno o la posibilidad de excluirnos para siempre de Dios, sino porque creían que el amor de Dios es tan universal, tan poderoso y tan seductor que, al fin y al cabo, aun aquellos que estén en el infierno verán el error de sus caminos, se retractarán de su orgullo y se rendirán al amor. El triunfo final de Dios -sintieron ellos- será cuando el diablo mismo se convierta y el infierno se quede vacío.

Quizás nunca suceda eso. Dios nos deja libres. No obstante, cuando yo, o cualquier otro, se sienta contrariado en el aeropuerto al oír el régimen de libertad provisional o en cualquier otro lugar donde alguien obtenga algo que no pensamos se merezca, tenemos que aceptar que estamos a distancia de entender y aceptar el reino de Dios. Ron Rolheriser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado.

Celebración diocesana de la 108
Jornada del migrante y refugiado.

Domingo 25 de septiembre a las 18:00 horas

Parroquia del Corazón de María

Oviedo. Plaza de América



Parroquia del Corazón de María. Curso 22-23
Comunión - Participación - Misión.


Nuestros verdaderos demonios. Artículo.

¿Qué hay en una imagen? Una imagen puede grabarse de forma indeleble en nuestra conciencia, de modo que no podemos imaginar una cosa si no es de una forma determinada. Tomemos, por ejemplo, el famoso cuadro de la Última Cena de Leonardo da Vinci. Hoy en día, si cierras los ojos e intentas imaginarte la Última Cena, esa imagen te vendrá espontáneamente a la mente, aunque los estudiosos nos aseguran que no es así como Jesús y sus discípulos habrían estado sentados en esa comida. Así es el poder del arte.

Desgraciadamente, lo mismo ocurre con la imagen espontánea de los demonios y los exorcismos. Las películas sobre la posesión del demonio, como El bebé de Rosemary, han impreso ciertas imágenes en nuestro interior, de modo que imaginamos a alguien poseído por un demonio como una persona con un rostro salvaje, contorsionado y lleno de odio, flotando hacia el techo, escupiendo un líquido enfermo de color mostaza por la boca, en una habitación que huele a gases venenosos. Nuestra imagen de un exorcismo es entonces la de un sacerdote de aspecto muy ascético, vestido de negro, con una estola al cuello, gritando el nombre de Jesús mientras rocía agua bendita, con el demonio chillando en voz alta mientras se retira. Esa es nuestra imagen de la posesión demoníaca y el exorcismo. Así es el poder del arte.

Pero, normalmente, la posesión demoníaca y el exorcismo no son en absoluto así. De hecho, imaginarse al demonio y un exorcismo de esa manera es más perjudicial que útil porque los demonios son más sutiles y los exorcismos son más exigentes de lo que esa imagen nos hace creer.

¿Qué aspecto tienen los demonios que hay dentro de nosotros? Bueno, la imagen de una cara contorsionada que escupe fluidos venenosos y grita odio puede servirnos. Como metáfora, funciona. Sin embargo, en la vida real esa cara contorsionada y llena de odio es con demasiada frecuencia nuestra propia cara, y el veneno que sale de nosotros es realmente la palabras llenas de negatividad que nos lanzamos unos a otros cuando nos insultamos por encima de las líneas ideológicas, políticas, morales y religiosas. Además, el exorcismo requerido no es la literal aspersión de agua bendita, sino la aspersión del Espíritu Santo.

¿Qué apariencia tienen hoy los demonios?

Hay uno muy poderoso llamado paranoia que trae consigo una serie de otros demonios: la desconfianza, la sospecha, la conducta de autoprotección y el miedo. Cuando la paranoia nos posee, nos volvemos suspicaces y desconfiados. Todo el mundo empieza a parecer una amenaza, un enemigo, y todos nuestros instintos naturales empiezan a presionarnos hacia la ponernos a la defensiva, y eso empieza a distorsionar nuestra cara y empezamos a arrojar desconfianza. Este puede ser el demonio más difícil de exorcizar porque está muy arraigado en nuestro interior. No es casualidad que la palabra metanoia (que resume el llamamiento de Jesús) sea la antítesis de la paranoia.

También hay un demonio llamado orgullo, que nos mantiene siempre conscientes de nuestra propia particularidad, un demonio que quiere que prefiramos ser especiales antes que felices. Este demonio trae invariablemente consigo un compañero muy desagradable llamado envidia, un demonio que paraliza nuestra capacidad de admirar a los demás, de bendecirlos y de no sentirnos amenazados por sus éxitos.

Luego vienen los demonios de la gula y la avaricia. En la mayoría de los casos, éstos ya no nos tientan a excedernos en la comida o la bebida y a acumular más y más posesiones. En cambio, estos demonios nos infectan con una avidez de experiencias, con una obsesión por beber en todo, con una obsesión por estar en red socialmente las veinticuatro horas del día. Además, traen consigo el demonio de la lujuria; uno que nos hace convertir a los demás en objeto de nuestros deseos eróticos y que, de otras muchas maneras, nos hace no respetarlos del todo.

Estos son los verdaderos demonios que desfiguran nuestros rostros y, aunque ninguno de ellos nos haga parecer a la niña de "El bebé de Rosemary", todos ellos nos hacen desprender desconfianza y rechazo en lugar de confianza y comprensión.

¿Cómo se exorcizan? Bueno, no son de los que normalmente responden a una descarga de agua bendita. Estos deben ser expulsados por el Espíritu Santo.

La Escritura nos dice que el Espíritu Santo "escudriña todo". También nos dice que el Espíritu Santo no es una fuerza abstracta que no podemos conocer. San Pablo, en su carta a los Gálatas, nos dice precisamente quién y qué es el Espíritu Santo. Comienza con la vía negativa, diciéndonos lo que el Espíritu Santo no es y con lo que el Espíritu Santo nunca debe ser confundido, es decir, con esos demonios que acabamos de nombrar: la paranoia, la desconfianza, la sospecha, la autoprotección, el miedo, el orgullo, la envidia, la codicia, la gula y la lujuria. El Espíritu Santo es la antítesis de todos ellos. Por el contrario, el Espíritu Santo es el espíritu de la caridad, de la alegría, de la paz, de la paciencia, de la bondad, de la tolerancia, de la fidelidad, de la mansedumbre y de la continencia.

Dos contrarios no pueden coexistir dentro del mismo sujeto y por eso un exorcismo real funciona así. Cuanto más abrazamos la caridad, la alegría, la paz, la paciencia, la bondad, la tolerancia, la fidelidad, la dulzura y la continencia, más exorcizamos la paranoia, la desconfianza, el miedo, el orgullo, la envidia, la codicia, la gula y la lujuria, y menos odio demoníaco sale de nuestra boca. Ron Rolheiser - 

Catequesis parroquial curso 22-23

¡NINGÚN NIÑO, ADOLESCENTE O JOVEN SIN CATEQUESIS!

Catequesis de comunión-postcomunión confirmación

Inscripciones: de lunes a viernes y de 17 a 20h (hasta 2 de octubre)

Comienzo: Viernes, día 7 de octubre.

18,00 h., comunión-postcomunión- confirmación (6. E.P a 3º ESO). 

20,15 h., confirmación (de 3º ESO a 1º Bachiller). 

Catequesis de confirmación
1º) Puedes comenzar en  3º de ESO  (14 años) y la Confirmación: inicio de 2º bachillerato
2º) con  Postcomunión  (al menos desde 6º E.P. ) y la Confirmación: inicio de 4º ESO
3º) a partir de los 18 años: CATEQUESIS de ADULTOS
HORARIO:  a partir de 3º ESO:  viernes, de 20,15 a 21,15
                    con Postcomunión/preadolescentes: viernes, de 18,00 a 19,15 h.
                    a partir de 18 años y adultos:  ¡Infórmate!
Inscripciones: de lunes a viernes y de 17 a 20h (hasta 2 de octubre)

Niños: Comunión: 1º,2º y 3º de E.P. Postcomunión-preconfirmación: 4º, 5º y 6º de E.P  /  Horario: viernes, de 6 - 7,15
Grupos y actividades infantiles (“Amigos Claret”, Coro, Adoración), ¡infórmate!

Adolescentes: Confirmación: 6º, 1º, 2º y 3º ESO / Confirmación: inicio 4º ESO
Horario: viernes, de 6 - 7,15

Jóvenes: Confirmación: a partir de 3º de la ESO  
Confirmación:  inicio 2º bachillerato. Horario: viernes, de 8,15-9,15

Mayores de 18 años:  CATEQUESIS de ADULTOS.

Grupos y actividades juveniles: catequista, solidaridad, coro, misiones, oración...

Padres/familias/adultos: Familias Corazón de María y Formación de Adultos

Para inscribirse y para cualquier inquietud e información: P. Sotillo, de 17 a 20h. (o tfnos. 985230496-661173472)  hasta  al 2 de octubre. Comenzaremos el viernes, 7 de octubre, menos 1º Confirmación que se avisará.

Parroquia del Corazón de María. Curso 22-23
Comunión - Participación - Misión.

Exaltación de la Santa Cruz y en Oviedo del 14 al 21 de septiembre "Perdonanza" o Jubileo de la Santa Cruz de los Ángeles 2022

El Jubileo de la Santa Cruz, o Perdonanza, comenzará en la Catedral de Oviedo el día 14 de septiembre, día de la Exaltación de la Santa Cruz.
Este año con la mirada puesta en el Año Santo Compostelano, por lo que en esta ocasión la Santa Misa Jubilar estará presidida por párrocos de pueblos que se encuentran en el Camino de Santiago: Grado, Salas, Tineo, Pola de Allande, Grandas de Salime.
El Santo Sudario se mostrará en los días tradicionales, al finalizar las eucaristías del día 14 y del 21.

Al finalizar la eucaristía del día 21, se procederá al reparto del agua bendita de la hidria.

Todos los días en el Altar Mayor presidirá la Cruz de los Ángeles, ya que a ella se hace referencia en las bulas de concesión del Jubileo por parte de la Santa Sede. 
Las banderas rojas volverán también, como antiguamente, a ondear en lo alto de la torre, señalando la celebración del Jubileo.

Entre los días 14 y 20 se celebrará la Eucaristía jubilar a las 18:30h.

  • El miércoles 14 de septiembre presidirá la Misa el Sr. D. Reinerio García, Párroco de San Pedro de Grado.
  • El jueves 15 de septiembre presidirá la Misa el Sr. D. Alejandro Sanzo, Párroco de Santa María de Salas.
  • El viernes 16 de septiembre presidirá la Misa el Sr. D. Alfredo de Diego, Párroco de San Pedro de Tineo.
  • El sábado 17 de septiembre presidirá la Misa el Sr. D. Jorge Juan Fernández, Vicario General.
  • El domingo 18 de septiembre presidirá la Misa el Sr. D. Javier Suárez, Delegado Episcopal de Peregrinaciones.
  • El lunes 19 de septiembre presidirá la Misa el Sr. D. César Gustavo Acuña, Párroco de San Andrés de Allande.
  • El martes 20 de septiembre presidirá la Misa el Sr. D. Allan Eduardo Cerdas, Párroco de Grandas de Salime.

El miércoles 21 de septiembre la Eucaristía solemne será a las 12:00h y estará presidida por Monseñor Jesús Sanz Montes, Arzobispo de Oviedo. Esta celebración pondrá fin al Jubileo de la Santa Cruz de 2021.

Para ganar la Perdonanza es necesario cumplir las siguientes condiciones:

 Visita piadosa a la Santa Iglesia Catedral de Oviedo y rezo del Padrenuestro y Credo.
 Confesión sacramental. (Todos los días, a partir de las 18:00 habrá confesores en la Catedral)
 Comunión eucarística.
 Oración por las intenciones del Sumo Pontífice: Padrenuestro y Ave María, u otra piadosa oración).

Las condiciones 2ª, 3ª y 4ª pueden practicarse varios días antes o después de la visita a la Catedral. Fuente.

Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

Para la Iglesia es una fiesta del Señor, en la que celebramos el misterio de la cruz, la obra realizada por Cristo en ella. La imagen predominante es la de Jesús elevado en la cruz, que marca profundamente la vida y espiritualidad de los cristianos. Según la tradición, hoy es el aniversario del hallazgo de la santa Cruz (14 de septiembre del 320, por Santa Elena, madre del emperador Constantino) y de la dedicación de la basílica constantiniana levantada en el mismo lugar de la crucifixión del Señor. Cada año se celebraban en Jerusalén solemnes ceremonias que culminaban con la elevación del sagrado leño para que lo contemplase y adorase la multitud de fieles que se congregaba. En mayo del 614, Cosroas, rey de los persas, saqueó Jerusalén y se llevó la cruz a su país. Pero el emperador Heraclio derrotó a los persas, recuperó la cruz y la entregó solemnemente al patriarca de Jerusalén el 3 de mayo del 630. Esta recuperación llenó de entusiasmo a la Iglesia y particularmente a los latinos, que no tardaron en celebrar la fiesta de la santa Cruz en esta última fecha.- Oración: Señor, Dios nuestro, que has querido realizar la salvación de todos los hombres por medio de tu Hijo, muerto en la cruz, concédenos, te rogamos, a quienes hemos conocido en la tierra este misterio, alcanzar en el cielo los premios de la redención. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

El primer signo que la Iglesia traza sobre el recién nacido y el último con el que conforta y bendice al moribundo es siempre el santo signo de la cruz. No se trata de un gesto simbólico, sino de una gran realidad.

 La vida cristiana nace de la cruz de su Señor, el cristiano es engendrado por el Crucificado, y sólo adhiriéndose a la cruz de su Señor, confiando en los méritos de su pasión, puede salvarse.

Ahora bien, la fe en Cristo crucificado debe hacernos dar otro paso. El cristiano, redimido por la cruz, debe convencerse de que su misma vida debe estar marcada - y no sólo de una manera simbólica- por la cruz del Señor, o sea, que debe llevar su impronta viva. Si Jesús ha llevado la cruz y en ella se inmoló, quien quiera ser discípulo suyo no puede elegir otro camino: es el único que conduce a la salvación porque es el único que nos configura con Cristo muerto y resucitado.

 La consideración de la cruz nunca debe ser separada de la consideración de la resurrección, que es su consecuencia y su epílogo supremo. El cristiano no ha sido redimido por un muerto, sino por un Resucitado de la muerte en la cruz; por eso, el hecho de que Jesús llevara la cruz debe ser confortado siempre con el pensamiento del Cristo crucificado y por el del Cristo resucitado. Fuente

Una fórmula bíblica para el perdón. Artículo.

Nada es tan importante como el perdón. Es la clave de la felicidad y el imperativo espiritual más importante de nuestra vida. Necesitamos perdonar, hacer las paces con las heridas e injusticias que hemos sufrido para no morir enfadados y amargados. Antes de morir, necesitamos perdonar, a los demás, a nosotros mismos y a Dios, por lo que nos ha pasado en esta vida.

Pero, eso no es fácil de hacer; es más, a veces es imposible de hacer. Es necesario decirlo porque hoy en día hay mucha literatura bien intencionada, en todo tipo de círculos, que da la impresión de que el perdón es simplemente una cuestión de quererlo y seguir adelante. Dejarlo pasar y seguir adelante.

No funciona así, como todos sabemos. Las heridas del alma tardan tiempo, mucho tiempo, en sanar, y el proceso es insoportablemente lento, algo que no puede apresurarse. De hecho, el trauma de una herida emocional suele afectar a nuestra salud física. La curación requiere tiempo.

Al examinar la cuestión de la curación y el perdón, podemos sacar una valiosa y por mucho tiempo olvidada comprensión de la espiritualidad judía y cristiana del sábado. La santidad del sábado no se limita a honrar un determinado día de la semana, sino que también es una fórmula de perdón. Así es como funciona.

La teología y la espiritualidad del sábado nos enseñan que Dios creó el mundo en seis días y luego descansó en el séptimo día, el sábado. Además, Dios no sólo descansó en el sábado, sino que declaró este día de descanso para todos para siempre, y con ello Dios estableció un cierto ritmo para nuestras vidas. Ese ritmo se supone que funciona así:

  •     Trabajamos durante seis días, luego descansamos un día.
  •     Trabajamos durante siete veces siete años, cuarenta y nueve años, y luego tenemos un jubileo en el que el mundo mismo se toma un año sabático.
  •     Trabajamos durante siete años, luego descansamos un año (un sabático).
  •     Trabajamos durante toda la vida, y luego disfrutamos de una eternidad de sabático.

Ahora bien, ese ritmo también sirve para que avancemos hacia el perdón:

Podemos guardar un mini-rencor de siete días, pero luego tenemos que desistir.

Podemos guardar un rencor mayor durante siete años, pero luego tenemos que dejarlo. (El "estatuto de limitaciones" se basa en esto).

Podemos mantener una gran herida en el alma durante cuarenta y nueve años, pero luego tenemos que renunciar a ella.

Podemos mantener una herida profunda que nos desgarre el alma hasta nuestro lecho de muerte, pero entonces tenemos que renunciar a ella.

Esto pone de relieve algo que con demasiada frecuencia está ausente en los ámbitos terapéuticos y espirituales de hoy en día, a saber, que necesitamos tiempo para poder perdonar, y que el tiempo necesario depende de la profundidad de la herida. Así, por ejemplo:

Cuando un colega nos desautoriza en una reunión, necesitamos un poco de tiempo para enfadarnos por esa injusticia, pero normalmente unos días pueden ayudar a relativizarla y permitirnos dejarla pasar.

Cuando un empleador injusto nos despide fríamente de un trabajo, siete días o siete semanas no suelen ser suficientes para ponerlo en perspectiva, dejarlo pasar y perdonar. Siete años es un plazo más realista. (Nótese que el "estatuto de limitaciones" frente a esta visión bíblica).

Hay traumas que sufrimos que dejan heridas mucho más profundas que las que deja un empleador que nos trató injustamente. Hay heridas que sufrimos por abuso, negligencia y años de injusticia que necesitan más de siete años para procesarse. Puede que tardemos cuarenta y nueve años, medio siglo, en hacer las paces con el hecho de que nos acosaron de niños o de que sufrimos abusos emocionales o sexuales en nuestra juventud. 

Hay heridas tan profundas y traumáticas que sólo en nuestro lecho de muerte podemos hacer las paces con el hecho de que nos han ocurrido, dejarlas ir y perdonar a la persona o personas responsables de ellas.

Por último, puede haber heridas demasiado profundas, demasiado destructivas y demasiado dolorosas para procesarlas en esta vida. Para ellas, afortunadamente, tenemos el misericordioso abrazo sanador de Dios después de la muerte.

La capacidad de perdonar depende más de la gracia que de la fuerza de voluntad. Errar es humano, pero perdonar es divino. Este pequeño eslogan encierra una verdad más profunda de lo que es inmediatamente evidente. Lo que hace que el perdón sea tan difícil, existencialmente imposible a veces, no es principalmente que nuestros egos estén magullados y heridos. Más bien, la verdadera dificultad es que una herida en el alma funciona igual que una herida en el cuerpo; nos despoja de nuestra fuerza.

Esto es especialmente cierto en el caso de los traumas que desgarran y destrozan el alma y que tardan cuarenta y nueve años o toda una vida en curarse, o a veces nunca pueden curarse en esta vida. Las heridas de este tipo nos restan energía de forma radical, sobre todo hacia la persona que nos hizo esto, lo que hace que nos resulte muy difícil perdonar.

Necesitamos una espiritualidad del sábado para ayudarnos. Ron Rolheiser - 

El Magnificat. Artículo.

Un viejo y sabio sacerdote agustino compartió una vez esto en clase. Hay días en mi vida en los que todo, desde las presiones de mi trabajo, hasta el cansancio, la depresión, la distracción o la pereza, me dificultan la oración. Pero, pase lo que pase, siempre intento rezar al menos un Padre Nuestro sincero y concentrado cada día.

En los Evangelios, Jesús nos deja el Padre Nuestro. Es la más preciosa de las oraciones cristianas. Sin embargo, los Evangelios también nos dejan otra preciosa oración cristiana, que no es tan conocida ni practicada como el Padre Nuestro. Se trata de la oración que los Evangelios ponen en boca de María, la Madre de Jesús. Conocida como el Magnificat es, para mí, la oración cristiana más preciosa que tenemos después del Padre Nuestro.

El Evangelio de Lucas pinta la escena. María, embarazada de Jesús, va a visitar a su prima Isabel, que está embarazada de Juan el Bautista. Tradicionalmente llamamos a esto "La visitación" y lo que ocurre entre estas dos mujeres es mucho más de lo que parece a primera vista. No se trata de una simple fiesta de revelación de género. Escrita más de ochenta años después de que se produjera el acontecimiento, es una reflexión posterior a la resurrección sobre el significado de lo que cada una de estas mujeres llevaba en su vientre, que cambia el mundo. Además, las palabras que se dirigen unas a otras también hablan de una realidad posterior a la resurrección. En este contexto, los Evangelios hacen que María pronuncie las palabras del Magnificat. ¿Qué son esas palabras?

Son palabras que agradecen y alaban a Dios por haberse puesto del lado de los pobres, los humildes, los hambrientos y los oprimidos de este mundo, por haberlos levantado y haberles dado la victoria, incluso cuando derribó a los poderosos de sus tronos y los humilló. Sin embargo, su oración pone todo esto en tiempo pasado, como si ya fuera un hecho consumado, ya una realidad en nuestro mundo.

Sin embargo, como el personaje de los dibujos animados, Ziggy, recordó una vez a Dios en una oración: "¡Los pobres siguen siendo apaleados aquí abajo!". En gran parte, esto parece ser así. Si observamos nuestro mundo, vemos que la brecha entre ricos y pobres es cada vez mayor, cientos de millones de personas se acuestan con hambre cada noche, la corrupción y el crimen están por todas partes, y los poderosos aparentemente pueden simplemente tomar lo que quieran sin repercusiones. Tenemos casi cien millones de refugiados en nuestras fronteras en todo el mundo, y las mujeres y los niños siguen siendo víctimas de todo tipo de violencia en todas partes. Y lo que es peor, parece que las cosas van a peor, no a mejor. Entonces, ¿dónde vemos que Dios ha derribado a los poderosos de sus tronos, ha levantado a los humildes, ha colmado de bienes a los hambrientos y ha despedido a los ricos con las manos vacías?

Lo vemos en la resurrección de Jesús y en la visión de esperanza que nos da esa realidad. Lo que María afirma en el Magnificat es una verdad profunda que sólo podemos captar en la fe y la esperanza, a saber, que aunque en el presente parezcan reinar la injusticia, la corrupción y la explotación de los pobres, habrá un último día en el que esa piedra opresora rodará de la tumba y los poderosos se derrumbarán. El Magnificat es la última oración de esperanza, y la última oración por los pobres.

Tal vez sea mi edad, tal vez sea el desánimo que siento la mayoría de las tardes al ver las noticias, o tal vez sean ambas cosas, pero, a medida que envejezco, hay dos oraciones (aparte de la Eucaristía) que me resultan muy valiosas: el Padre Nuestro y el Magnificat. Al igual que mi viejo mentor agustino, ahora me aseguro de que no pase ningún día en el que la presión, el cansancio, la distracción o la pereza me impidan rezar al menos dos oraciones con concentración y atención, el Padrenuestro y el Magnificat.

No siempre ha sido así. Durante años, miraba el Magnificat y veía allí sólo la exultación de la María de la piedad, todas las letanías y alabanzas de María agrupadas en una sola. No es que haya nada de malo en ello, ya que la María de la piedad es alguien a quien millones y millones, sobre todo los pobres, acuden en busca de la guía, el consuelo y la simpatía de una madre. Pocos discutirían la bondad de esto, ya que constituye una rica mística de los pobres, y de los pobres de espíritu.

Sin embargo, el Magnificat no trata tanto de la exaltación personal de María como de la exaltación de los pobres. En esta oración, ella da voz a cómo Dios responde en última instancia a la impotencia y la opresión de los pobres. Henri Nouwen escribió una vez que ver las noticias de la noche y ver el sufrimiento en nuestro mundo puede dejarnos deprimidos e impotentes. Deprimidos por la injusticia que vemos, impotentes porque parece que no hay nada que podamos hacer al respecto.

¿Qué podemos hacer? Podemos rezar el Magnificat cada día dando voz a cómo Dios responde en última instancia a la impotencia de los pobres. Ron Rolheiser, OMI-