Queremos informarles que, debido a la situación que estamos viviendo con el COVID-19, nos vemos obligados a aplazar el periodo previsto de inscripciones a partir del 15 de Abril. Este aplazamiento se realiza sin fecha fija a expensas de los acontecimientos que se vayan sucediendo, ya que ahora mismo es muy difícil predecir nada. Esperamos que sepan entender la situación . Desde Doney pedimos a Dios y les deseamos salud, fuerza y esperanza ante esta difícil situación. Un saludo. El coordinador y los monitores de Doney.
El Padre Sotillo, desde la parroquia del Corazón de María de Oviedo, organiza diversos turnos de campamentos de verano enDoney de la Requejada, en la Alta Sanabria, cerca de el Lago de Sanabria, Zamora.
Según se puede leer en los documentos adjuntos, pueden ir niños desde 3º de primaria hasta jóvenes de 2º bachillerato.
El campamento consta de una zona de acampada, donde se levantan las tiendas de lona, con rejillas de madera y colchonetas, que
es donde duermen los niños, y de un amplio albergue para zona de
comedor-usos múltiples, baños-duchas de chicos y chicas, etc.
También se dispone en el entorno de albergue de amplias zonas cimentadas para juegos y actividades.
Se encuentra ubicado al lado del río Negro, para darse algunos chapuzones. Todo el entorno es precioso: montañas, bosques, valles, etc.
Para informase e
inscribirse desde Asturias: Padre. Sotillo, Plaza. de América, nº 12,
parroquia del Corazón de María, tfnos. 985230496 y 661173472
Aun
con las mejores intenciones, aun sin malicia en nosotros, aun cuando
seamos fieles, a veces no podemos dejar de hacernos daño mutuamente. En
ocasiones, nuestra situación humana es simplemente demasiado compleja
para que no nos lastimemos unos a otros.
Un ejemplo: Soren Kierkegaard, que pasó toda su vida intentando ser
escrupulosamente fiel a lo que Dios le estaba pidiendo, le hizo una vez
un daño muy notable a una mujer. De joven, se había enamorado de una
mujer, Regine, la cual, a su vez, le amó hondamente. Pero, según se
acercaba la fecha de su matrimonio, Kierkegaard se vio afectado por una
crisis interna, psicológica y moral, en la que percibió que su
matrimonio iba a ser, a largo plazo, la causa de una profunda desgracia
para ambos, y canceló el compromiso. Esa decisión produjo a Regina una
herida profunda y permanente. Ella nunca le perdonó; y él, por su parte,
se obsesionó para el resto de su vida por el hecho de que la había
herido de tan mala manera. Inicialmente, él le escribió algunas cartas
tratando de explicar su decisión y excusándose por haberle hecho daño,
confiando en su comprensión y perdón. Al fin, él desistió, a pesar de
que escribió página tras página en sus diarios privados cuestionándose a
sí mismo, castigándose, y luego, a la inversa, tratando de justificarse
una y otra vez en su decisión de no casarse con ella.
Cerca de diez años después de esa fatal decisión, con Regina casada
entonces con otro, pasó semanas intentando dirigirle la carta adecuada:
pidiéndole perdón, dándole nuevas explicaciones por lo que había hecho y
solicitando una nueva oportunidad de hablar con ella. Se esforzó por
encontrar las palabras adecuadas, algo que pudiera generar una
comprensión. Finalmente lo concretó en esta carta: Fui cruel, es verdad. ¿Por qué? Verdaderamente, no lo sabes. He estado callado, es cierto. Sólo Dios sabe lo que he sufrido.
¡Dios conceda que, aun ahora, no hable demasiado pronto, después de
todo! Yo no podría casarme. Aunque tú fueras aún libre, yo no podría. Sin embargo, tú me has amado, como yo te he amado. Yo te debo mucho;
y ahora tú estás casada. Bien, te ofrezco por segunda vez lo que puedo y
me atrevo y debería ofrecerte: la reconciliación. Hago esto al escribir con el fin de no sorprenderte ni confundirte.
Quizás mi personalidad hizo una vez tener demasiado fuerte un efecto;
eso no debe suceder de nuevo. Pero por amor de Dios que está en el
cielo, por favor, considera seriamente si te atreves a volver a estar
envuelta en esto; y, si estás, si prefieres hablar conmigo cuanto antes o
más bien cruzaríamos algunas cartas primero. Si la respuesta es ‘NO’, por favor, entonces recordarás, por el bien de un mundo mejor, que yo di este paso también. En cualquier caso, como al principio así hasta ahora, sincera, completa devotamente, tu S. K. (Clare Carlisle, The heart of a Philosopher, Penguin Book, c2019, 215)
Bueno, la respuesta fue “no”. Él había incluido su carta en otra carta
que envió al esposo de ella, rogándole que decidiera si entregarla o no a
su esposa. Fue devuelta sin ser abierta, pero acompañada por una
furiosa nota; su oferta de reconciliación fue amargamente rechazada.
¿Qué moraleja hay aquí? Simplemente esta: Nos hacemos daño unos a otros;
a veces por egoísmo, a veces por descuido, a veces por infidelidad, a
veces por intención cruel; pero, otras veces, también cuando no hay
egoísmo, ni descuido, ni traición, ni intención cruel sino sólo crueldad
de la circunstancia, inadecuación y limitación humana. En ocasiones,
nos hacemos daño unos a otros tan profundamente por ser fieles como por
ser infieles, aunque de diferente manera. Pero al margen de si hay falta
moral, traición o una crueldad intencionada, hay siempre profundo daño,
a veces tan profundo que, en este mundo, no tendrá lugar ninguna
sanación.
Ojalá fuera de otra manera. Ojalá Kierkegaard pudiera haberse explicado
tan enteramente que Regine le hubiese entendido y perdonado; ojalá todos
nosotros pudiéramos explicarnos tan enteramente que siempre fuésemos
comprendidos y perdonados; y ojalá todas nuestras vidas pudieran acabar
como una conmovedora película donde, antes de los créditos de cierre,
todo queda entendido y reconciliado.
Pero ese no siempre es el modo de acabar; en realidad, ni siquiera es el
modo como acabó para Jesús. Murió siendo considerado un criminal, como
un blasfemo religioso, como alguien que se había equivocado. Su oferta
de reconciliación fue también devuelta sin abrir, acompañada por una
amarga nota.
Una vez, visité a un joven que estaba muriendo de cáncer a la edad de 56
años. Ya postrado en cama y cuidado en un hospital para terminales pero
con su mente aún clara, me comunicó esto: “Me estoy muriendo con este
consuelo: Si tengo un enemigo en este mundo, no sé quién es. No puedo
pensar en una sola persona con la que necesite reconciliarme”.
Pocos de nosotros somos tan afortunados. Casi todos estamos aún mirando sobres que han sido devueltos sin ser abiertos. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -
¿Dónde está Dios?... Se ve, o no se ve. Ahí está Dios, en ti; pero tienes que verle tú. De nada vale quién te le señale, quien te diga que está en la ermita, de nada. Huye de las manos del que reza, y no ama; del que va a misa, y no enciende a los pobres una vela de esperanza. Suele estar en el suburbio a altas horas de la madrugada, en el Hospital, y en la casa enrejada. Dios está en eso tan sin nombre que te sucede cuando algo te encanta. Pero, de nada vale que te diga que Dios está en cada ser que pasa. Si te angustia ese hombre que se compra alpargatas, si te inquieta la vida del que sube y no baja, si te olvidas de ti y de aquéllos, y te empeñas en nada, si sin porqué una angustia se te enquista en la entraña, si amaneces un día silbando a la mañana y sonríes a todos y a todos das las gracias, Dios está en ti, debajo mismo de tu corbata. (Gloria Fuertes. Fragmentos “Un hombre pregunta” - de Antología, incluida en Obras completas, editorial Cátedra, 1984) Publicado por dominicos.org
Casi
todos nosotros hemos oído hablar de santa Teresa de Lisieux, una
mística francesa que murió a la edad de 24 años en 1897 y que es quizás
la santa más popular de los dos últimos siglos. Es famosa por muchas
cosas, y no lo menos por una espiritualidad que ella denominó su
“caminito”. ¿Qué es su “caminito”?
La opinión popular ha envuelto frecuentemente a Teresa y su “caminito”
con una simple piedad que no hace justicia a la profundidad de su
persona o su espiritualidad. Con demasiada frecuencia su “caminito” es
entendido simplemente para dar a entender que hacemos pequeños, ocultos,
humildes actos de caridad en favor de otros en nombre de Jesús, sin
esperar nada a cambio. En esta interpretación popular, lavamos la ropa,
pelamos patatas y sonreímos a la gente antipática para agradar a Jesús.
De alguna manera, por supuesto, esto es verdad; sin embargo su
“caminito” merece un conocimiento más profundo.
Sí, eso nos pide hacer trabajos humildes y ser amables unos con otros en
nombre de Jesús, pero hay dimensiones más profundas. Su “caminito” es
un itinerario a la santidad basado en tres cosas: Pequeñez, anonimato y una motivación particular. Pequeñez : Para Teresa, la “pequeñez” no se refiere ante todo a
la pequeñez del acto que estamos haciendo, como las humildes tareas de
lavar la ropa, pelar patatas o simplemente sonreír a alguien que es
antipático. Se refiere a nuestra propia pequeñez, a nuestra propia
pobreza radical ante Dios. Delante de Dios, somos pequeños. Aceptar y
actuar fuera de eso constituye la humildad. Nos movemos hacia Dios y los
otros en su “caminito” cuando hacemos pequeños actos de caridad en
favor de los demás, no más allá de nuestra fuerza y la virtud que
sentimos en ese momento, sino más bien por encima de una pobreza,
impotencia y vaciedad que permita a la gracia de Dios actuar a través de
nosotros, de modo que, al hacer lo que estamos haciendo, estemos
atrayendo a los otros a Dios y no a nosotros mismos.
También, nuestra pequeñez nos hace conscientes de que, en su mayor
parte, no podemos hacer las grandes cosas que determina la historia del
mundo. Pero podemos cambiar el mundo más humildemente, sembrando una
semilla oculta, siendo un oculto antibiótico de salud en el alma de la
humanidad y descomponiendo el átomo del amor en nosotros mismos. Y, sí,
también, el “caminito” trata de hacer cosas pequeñas, humildes, ocultas. Anonimato . El “caminito” de Teresa se refiere a lo que está oculto, a lo que se hace en secreto, de modo que lo que el Padre vea en lo secreto será recompensado en secreto.
Y lo que está oculto no es nuestro acto de caridad, sino nosotros,
nosotros mismos, que estamos haciendo el acto. En el “caminito” de
Teresa, nuestros pequeños actos de caridad pasarán en su mayor parte
inadvertidos, no tendrán al parecer ningún verdadero impacto en la
historia del mundo y no nos traerán ningún reconocimiento. Permanecerán
ocultos e inadvertidos; pero, en el Cuerpo de Cristo, lo que está
oculto, desinteresado, inadvertido, modesto y aparentemente
insignificante y sin importancia es el vehículo más vital de todos para
la gracia a un nivel más profundo. Como Jesús no nos salvó por medio de
milagros sensacionales ni obras dignas de titulares sino por la
desinteresada obediencia a su Padre y silencioso martirio, así también
nuestras obras pueden permanecer ocultas de modo que nuestras muertes y
el espíritu que dejamos atrás puedan llegar a ser nuestra verdadera
riqueza.
Finalmente, su “caminito” se apoya en una motivación particular.
Somos invitados a actuar más allá de nuestra pequeñez y anonimato, y
hacer pequeños actos de amor y servicio a otros por una particular
razón, esto es, enjugar -metafóricamente- el rostro de Cristo doliente.
¿Cómo?
Teresa de Lisieux fue una persona extremadamente bendecida y agraciada. A
pesar de mucha tragedia en su temprana vida, fue amada (por su propio
reconocimiento y testimonio de otros) de una manera que fue tan pura,
tan profunda y tan admirablemente afectuosa que deja a la mayoría de la
gente con envidia. Fue también una chica muy atractiva y estuvo rodeada
de amor y seguridad en el seno de una numerosa familia en la que todas
sus sonrisas y lágrimas eran advertidas, honradas (y con frecuencia
fotografiadas). Pero cuando creció en madurez no tardó en observar que
lo que era verdad en su vida no era verdad en muchos de los otros. Sus
sonrisas y lágrimas pasaban generalmente inadvertidas y no eran
honradas. Su “caminito” se apoya, por tanto, en esta motivación
particular. En sus propias palabras:
“ Un Domingo, mirando un cuadro de Nuestro Señor en la Cruz, quedé
impresionada por la sangre que fluía de una de sus divinas manos. Sentí
una angustia de gran dolor mientras pensaba que esta sangre estaba
cayendo en el suelo sin que nadie se apresurara a recogerla. Decidí
permanecer en espíritu al pie de la Cruz y recibir su rocío. Oh, no
quiero que esta preciosa sangre se pierda. Emplearé mi vida recogiéndola
para el bien de las almas. Vivir de amor es secar tu rostro”.
Vivir su “caminito” es observar y honrar las inadvertidas lágrimas que caen de los dolientes rostros de los demás. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -
En la fiesta de la Epifanía o de los Reyes Magos, la misa de las 8 de la tarde de nuestra parroquia, tuvimos la presencia del Belén Viviente y de los Reyes Magos, acompañados de angelitos y pastores. Todos estos papeles estuvieron interpretados por los niños de la catequesis parroquial. Un precioso coro de jóvenes animó esta fiesta. Fue una celebración muy concurrida y muy alegre. Damos gracias a todos los colaboradores y pedimos a Jesús que se siga "manifestando" en nuestra parroquia. Ver álbum
El
matrimonio es un proyecto de amor entre un hombre y una mujer; es
aventura de amor. Como tal, se vive en un proceso de desarrollo y de
crecimiento. El amor va pasando de la posesión a la donación. Es un
largo itinerario biográfico. Ese proceso no se improvisa; tampoco es un
destino. Está hecho a base de pasión y de decisión. El amor conyugal
requiere verbalizar lo que se siente y sentir lo que se verbaliza desde
el fondo del alma. Marca un hito el día en que solemnemente se dicen: te
quiero a ti como esposo/a. La relación conyugal incluye un profundo
nivel de comunicación personal. Para ello es preciso tener en cuenta:
1. Saberse a sí mismo
Para una buena comunicación es requisito previo el conocimiento de sí
mismo. Se requiere dejar la ignorancia y la autocomplacencia narcisista.
Si uno no está reconciliado y en contacto con su propia realidad, si no
está conectado consigo mismo, mirará al otro como rival, como amenaza.
Comunicarse requiere relacionarse de adulto a adulto. La posición de
padre crítico suscitará el niño rebelde o sumiso. Y a la inversa.
Comunicarse es dar pasos para salir de la autosuficiencia individualista
para encontrarse con el otro. En lugar de autoprotegerse, uno se hace
vulnerable. 2. Saber dar y recibir
La comunión es expresión de la identidad humana; estamos hechos para el
encuentro y la relación. Existir es un proceso de dar y recibir.
Nuestros padres nos han dado la vida. La hemos recibido. Nos han
enseñado a vivir. Es así desde los estratos más materiales de nuestra
vida como el comer, beber, hasta los estratos más afectivos y
espirituales: dar y recibir amor. Se aprende a ser persona bajo la
mirada amorosa del otro. La sexualidad humana es relacional. Cada
cónyuge ha aprendido a dar y recibir la ternura desde la infancia. 3. Saber hablar
Una buena comunicación comienza por una buena emisión de los mensajes,
sean estos meramente rituales, informaciones, opiniones, sentimientos.
Consiste en hablar sin censurar, sin juzgar ni culpabilizar. Requiere
poner entre paréntesis los propios prejuicios. El emisor tiene que
mantenerse en el mensaje yo; reconocer la alteridad del otro y mostrarse
auténtico y congruente. Necesita discernir la oportunidad, el cuándo y
el cómo de la comunicación que va a hacer. La comunicación fracasa si el
mensaje no es claro y diáfano. 4. Saber callar
Callar cuando el otro habla. Es la forma de prestarle toda la atención.
No cortar ni interrumpir. En la comunicación no es solo importante el
mensaje explícitamente codificado en palabras; forma parte de la ella,
también la comunicación no-verbal, es decir, los gestos, las miradas,
las distancias, los tonos de voz. Así mismo, los silencios constituyen
un elemento importante en el proceso de la comunicación. De suyo no son
enemigos de la comunicación, sino que sirven para prestar atención a las
palabras y a las personas. 5. Saber oír
Es un elemento primario de la buena comunicación. Se trata de oír bien
el mensaje en su contenido real. Ya sabemos que no se da la pura
objetividad; que la comunicación sucede en un proceso de interpretación y
de proyección. Para contralar estas trampas de la buena comunicación es
menester el esfuerzo de oír los mensajes en su materialidad. Ello
requiere favorables condiciones externas de lugar, de cercanía física,
de tiempo sosegado. El cónyuge es diferente, tiene experiencias e ideas
diferentes. Oír y comprender lleva a enriquecer la parte de verdad que
ya sabía. 6. Saber escuchar
Escuchar es mucho más que oír; se escucha con la mente y, sobre todo,
con el corazón. La buena escucha evita las interrupciones, los juicios y
los prejuicios. No trata de consolar ni de educar al otro dándole
consejos y soluciones. Escuchar es diferente, es permitir que la persona
que se comunica se sienta libre e invitada a expresarse a un nivel
profundo de su vida. Una buena escucha evita los bloqueos; no se pone a
la defensiva. No confunde su verdad con la verdad. Expresa el interés
por el otro incluso en las posturas, el porte, los gestos. Una buena
escucha no consiste en dar la razón al cónyuge, ni en hacer lo que el
hijo adolescente se empeña en hacer. Una buena escucha consiste en
acoger a la persona en la situación en que se encuentra. 7. Saber confiar
Es un momento esencial de la buena escucha y comunicación. Confiar es
creer que tu cónyuge te ama. Cuando realmente confiamos, no fijamos al
otro según nuestros prejuicios o las etiquetas que la persona llega
consigo. Dicho negativamente: no confiar en el otro es reducirlo a
objeto; es decirle: tú eres así; tú no puedes cambiar. Tú no tienes
futuro. Por el contrario, confiar implica amar al otro. Y eso le da la
posibilidad de crecer, de madurar la propia existencia. Aquí tenemos
grandes posibilidades en nuestras manos para acompañar al cónyuge en su
crecimiento. Para darle estímulo y motivación. 8. Saber sentir (empatía)
El objeto del diálogo no es ni convencer ni dejarse convencer. No
consiste en una lucha por ver quién tiene la razón. Los pensamientos son
importantes. Pero los sentimientos representan la fibra y vibración de
cada persona. Dialogar es hacerse transparente. Es ver la realidad a
través de los ojos del otro. En la comunicación lo más importante no es
lo que se dice, sino el hecho de que las personas hablen y se expresen. 9. Saber cambiar
El proceso de comunicación no deja a la persona en la misma situación;
no la deja en actitud de espera, mano sobre mano. La manera de hacer que
el otro no cambie es pretender obligarle a cambiar. Supone acoger las
diferencias; superar miedos y agresividad personales. La empatía es
imprescindible para que la persona se sienta escuchada. Excluye las
órdenes y los mandatos. 10. Saber celebrar
Tener la oportunidad de compartir la intimidad del cónyuge produce
unidad y gozo. Genera momentos memorables. Hace resonar las palabras
bíblicas: serán “dos en una sola carne”. Además, la comunicación
matrimonial tiene otra fuente de gozo. Se trata de la Gracia. La fe
cristiana sana el amor humano que había quedado herido por la
inclinación al egoísmo. Lo redime y lo libera. Lo expande. Le confiere
significación sacramental en el pueblo de Dios. Lo convierte en grito de
resurrección y vida para siempre. Anticipa la fiesta definitiva del
gran encuentro. Bonifacio Fernández, cmf -