Santoral del mes de marzo


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Evita mandar, imponerte. Escucha con ternura,



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Día 15º de cuaresma #odresnuevos #CalendarioCuaresma2018

El celibato, revisitado

Escribir en primera persona siempre resulta un riesgo, pero el tema de esta columna es mejor hacerlo -siento yo- a través del testimonio personal. En un mundo donde la castidad y el celibato son vistos como ingenuos y dignos de compasión, y donde existe un general escepticismo de que alguien los viva realmente, el testimonio personal es quizás la protesta más efectiva.
¿Qué hay que decir en favor del celibato y la castidad, tanto si se viven en contexto de votos religiosos como si son simplemente la  situación dada de alguien que vive la vida en celibato? Aquí está mi historia:
A la edad de diecisiete años, decidí hacerme sacerdote y entrar en una orden religiosa, los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. Esa decisión me supuso comprometerme al celibato de por vida. Aunque esto pueda sonar extraño, ya que sólo tenía diecisiete años, no tomé esa decisión ingenuamente ni por un deseo pasajero. Intuí bastante correctamente el coste, tanto que virtualmente todo dentro de mí resistió fuertemente la llamada. ¡Cualquier cosa menos eso! Mientras me atraía el ministerio, el voto de celibato que me acompañaba era una pesada piedra de tropiezo. Yo no quería vivir como célibe. ¿Quién lo quiere? En verdad, nadie lo debería querer. Pero la llamada interior era tan fuerte que, a pesar de su inconveniente, cuando acabé la escuela secundaria, di un reacio pero sólido asentimiento y entré en una congregación religiosa. Ahora, recordándolo más de cincuenta años después, aún lo veo como la decisión más pura y generosa que jamás he hecho.
He estado ya en la vida religiosa durante más de cincuenta años y he servido como sacerdote durante más de cuarenta y cinco de esos años; y -dicho todo- el celibato me ha ido bien, como también puedo decir honradamente que lo he servido en esencial fidelidad. El celibato tiene sus ventajas: Más allá del trabajo interior al que me obligó en términos de mi relación con Dios, con otros y conmigo mismo (frecuentemente doloroso trabajo hecho en inquietud y oración, y de vez en cuando con la ayuda de un consejero), el celibato me proporcionó una privilegiada disponibilidad para el ministerio. Si te mueves por esta vida como sacerdote y misionero, el celibato puede ser un amigo.
Pero no siempre es un amigo. Para mí, el celibato ha sido siempre la batalla más dura en la vida religiosa y el ministerio, una habitual  crucifixión emocional, como debería ser. Ha habido ocasiones - días, semanas, meses y a veces muchos meses- en que casi todo dentro de mí gritaba contra él, cuando por enamorarme, o lidiar con unas obsesión, o tratar con la energía de un solo lado en una congregación de varones, o cuando me rendí al hecho de que nunca tendría hijos, o cuando el simple y crudo poder físico y emocional de la sexualidad me dejó tan inquieto y frustrado que el hombre que había dentro de mí quería desdecir lo que el sacerdote que también había dentro de mí había prometido en voto una vez. El celibato te tendrá a veces sudando sangre en el Huerto de Getsemaní. Eso va contra algunos de los instintos y energías más profundos, innatos y dados por Dios que hay en ti, y así no se permite tratarlo con ligereza.
 A pesar de decir eso, algo más se necesita decir también, algo  demasiado poco entendido hoy: el celibato puede ser también muy generativo porque la sexualidad incluye más que tener sexo. Justo antes de crear los sexos, dijo Dios: ¡No es bueno que el hombre esté solo! Eso es verdad para toda persona que alguna vez pise esta tierra. La sexualidad nos es dada para llevarnos más allá de nuestra soledad; pero muchas cosas nos hacen eso, y la total intimidad sexual es sólo una de ellas.
Quizás la simple y más grande equivocación sobre el sexo sea hoy la creencia de que la amistad profunda, la compañía cercana, la comunidad de fe y las formas no-genitales de intimidad son sólo  un sustituto, alguna segunda mejor compensación para el sexo, más bien que una modalidad rica y generativa del sexo mismo. Estas cosas no son un premio de consolación por perder lo real. Son, exactamente como lo es tener sexo, un rico aspecto de esa realidad.
Recientemente, telefoneé a un sacerdote en el 60º aniversario de su ordenación. Con ochenta y cinco años ahora, dijo esto: “Hubo tiempos agitados, todos mis compañeros de clase abandonaron el ministerio y yo tuve mis tentaciones también. Pero me mantuve, y ahora, mirando atrás, estoy bastante feliz del modo como se realizó mi vida”.
Mirando atrás en mi vida y mi compromiso con el celibato, puedo decir algo parecido. El celibato ha contribuido a algunas  temporadas agitadas, y persiste, como Thomas Merton dijo una vez,  la profunda angustia en la castidad. Pero el celibato me ha proporcionado también una vida rica en amistad, rica en comunidad, rica en compañía, rica en familia de toda clase y rica en oportunidad de hacerme presente a otros. Moriré sin hijos; mi vida, como la de todos, será una sinfonía incompleta y nunca totalmente consumada. Pero, mirando todo lo pasado, estoy bastante feliz con la manera como se realizó. El celibato puede ser una forma muy vivificadora de ser sexual, de crear familia y de ser feliz. 

Sé coherente, no pretendas ser lo que no eres, no digas lo que no piensas



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Día 14º de cuaresma #odresnuevos #CalendarioCuaresma2018

Celebración del Día del Pensamiento Scout en Oviedo

"El MCS o Movimiento Católico Scout de Asturias, ha celebrado este sábado, día 24 de febrero, el Día del Pensamiento Scout en Oviedo. El grupo de la parroquia Corazón de María, Picos de Europa, organizó el acto, y especialmente la Eucaristía en la parroquia a las 16:30. Con el templo abarrotado de scouts con todos los grupos de Asturias,
La Eucaristía, basada en Ley Scout y los valores y virtudes scouts, con la base de la liturgia de este 2º Domingo de Cuaresma, se pusieron en camino pasa subir al monte Moria y el Monte Tabor para encontrarse con Jesús y allí,, en el altar, montar un tienda de campaña, Jesús y el MCS. ¡Scouts, siempre alerta! 




SAL de tu comodidad para acercarte a tus hermanos



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Día 12º de cuaresma #odresnuevos #CalendarioCuaresma2018

Nuestro pecado más común

Clásicamente, el Cristianismo ha catalogado siete pecados como “mortales”, significando que casi todo lo demás no virtuoso que hacemos toma su raíz, de alguna manera, en una de estas congénitas tendencias. Estos son los odiosos siete pecados: orgullo, codicia, lujuria,  envidia, gula, ira y pereza.
En la literatura espiritual, los tres primeros -orgullo, codicia y lujuria- se llevan la mayor parte de la tinta y la atención. El orgullo es presentado como la raíz de todo pecado, el primordial desafío que Lucifer hace a Dios, como repetido por siempre en nuestras propias vidas: ¡No serviré! La codicia  es vista como la base para nuestro egoísmo y nuestra ceguera hacia otros; y a la lujuria se le ha dado frecuentemente suma notoriedad, como si el sexto mandamiento fuera el único.
No niego la importancia de estos, pero sospecho que el pecado que más comúnmente nos  aflige y no es muy mencionado en la literatura espiritual es la ira, esto es, la cólera y el odio.  Me aventuro a decir que la mayoría de nosotros obramos, aunque inconscientemente, por ira, y esto se muestra en nuestro constante criticismo de otros, en nuestro cinismo, en nuestros celos de otros, en nuestra amargura y en nuestra incapacidad de alabar a otros. Y a diferencia de la mayoría de nuestros otros pecados, la ira es fácil camuflarla y racionalizarla como virtud.
A cierto nivel, la ira se racionaliza frecuentemente como indignación justificada sobre las flaquezas, la estupidez, la egolatría, la codicia y las faltas de otros: ¡Cómo no voy a estar furioso con lo que veo todos días! Aquí la ira se muestra en nuestra contante irritación y en nuestra rapidez en corregir, criticar y hacer una cínica advertencia. Por lo contrario, somos muy remisos en alabar y afirmar. Entonces la perfección viene a ser el enemigo de lo bueno; y, ya que nada ni nadie es perfecto, estamos siempre en actitud crítica y vemos esto como una virtud más bien que como lo que de hecho es, a saber, una incipiente ira e infelicidad dentro de nosotros mismos.
Pero nuestro infeliz cinismo no es aquí el problema más gordo. Más seriamente, con demasiada frecuencia se hace gala de la ira como virtud divina, como rectitud, como profecía, como una sana y divinamente inspirada militancia por la verdad, por la causa, por la virtud, por Dios. Y así, nos definimos como “santos guerreros” y “vigilantes defensores de la verdad”, tomando justificación en la popular (aunque falsa) opinión de que los profetas son gente airada, en apasionado fuego por Dios.
Sin embargo, hay una distancia casi infinita entre la verdadera ira  profética y la ira de que hoy comúnmente se hace gala como profecía. Daniel Berrigan, en sus criterios con relación a la profecía, expone (y acertadamente) que un profeta es alguien que hace un voto de amor, no de alienación. La profecía se caracteriza por el doliente amor que busca reconexión, no por la agresiva ira que causa separación.
Y el amor no es generalmente lo que más caracteriza a la así llamada ira profética en nuestro mundo de hoy, especialmente por lo que pertenece a Dios, a la religión y la defensa de la verdad. Veis esto en sus peores formas en el extremismo islámico, en el que, en nombre de Dios, se pone el manto de Alá a toda clase de  odio, violencia y asesinato al azar. Blaise Pascal capta bien esto en  su Pensees, donde escribe: “Los hombres nunca hacen el mal  tan completa y alegremente como cuando lo hacen por convicción religiosa”. Se equivoca en una cosa: la mayoría no lo hacemos alegremente, sino airadamente. Uno sólo tiene que leer en  nuestros periódicos las cartas al director, escuchar la mayoría de nuestras cadenas de radio o escuchar cualquier debate sobre política, religión o moralidad, para ver que el odio feroz y la ira se justifican en terrenos morales y divinos.
Se da algo así como una sana ira profética, una ardiente respuesta cuando los pobres de Dios, la palabra de Dios o la verdad de Dios es difamada, abusada o descuidada. Hay importantes causas y fronteras que defender. Pero la ira profética es una ira que emana del amor y la empatía, y siempre, sin hacer caso del odio que encuentra, aún muestra amor y empatía, como una amorosa madre ante un hijo beligerante. Jesús, en su debido tiempo, muestra esta clase de ira, pero su ira es antitética a casi todo lo que hoy se disfraza como ira profética, donde el amor y la empatía están tan claramente ausentes.
Alguien dijo una vez que pasamos la primera mitad de la vida luchando con el sexto mandamiento y luego pasamos la segunda mitad de la vida luchando con el quinto mandamiento: ¡No matarás! Vemos esto ilustrado en la famosa parábola del Hijo Pródigo, su hermano mayor y su pródigo padre. El hijo pequeño está fuera de la casa de su padre con todas consecuencias, luchando por entero con las seductoras energías de la juventud. El hermano mayor está también fuera de la casa de su padre con todas consecuencias, no por pecado, sino por luchar con ira.
De niño, fui catequizado para confesar los “malos pensamientos” como pecaminosos, pero entonces los malos pensamientos eran  definidos como pensamientos sexuales. Mientras envejecemos -sugiero yo- podríamos continuar confesando “malos pensamientos”, pero ahora esos “malos pensamientos” tienen que ver con la ira.
Un cínico -se dice- es alguien que se ha rendido, ¡pero no se ha callado! Es también alguien que ha confundido uno de los siete pecados mortales, la ira, con la virtud.

Reza el Padre Nuestro con la confianza de un niño...



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Día 7º de cuaresma #odresnuevos #CalendarioCuaresma2018