Una derrota honrosa

En 1970, la afamada escritora británica Iris Murdoch escribió una novela titulada A Fairly Honorable Defeat (Una derrota bastante honrosa). La novela tenía numerosos personajes, buenos y malos, pero al fin tomó su título de las peripecias de uno de ellos, Tallis Browne, que representa todo lo que es decente, altruista y moral entre los diferentes personajes. A pesar de ser traicionado por la mayoría, él mantiene el rumbo sin traicionar nunca la confianza. Pero la historia no acaba bien para él.
Sobre la base de su aparente derrota, Murdoch plantea la pregunta: ¿Dónde está la justicia? ¿Dónde está la equidad? ¿No debería triunfar la bondad? Murdoch, una agnóstica, sugiere que, en la realidad, una vida buena no siempre contribuye al triunfo de la bondad. Sin embargo, si la bondad se mantiene y no se traiciona a sí misma, su derrota será honrosa.
Así, para ella, lo que tú deseas evitar es una derrota deshonrosa, o sea, la derrota a la que te enfrentarás, a pesar de tu bondad. A veces no puedes salvar el mundo o incluso la situación. Pero puedes salvar tu propia integridad y traer ese componente moral al mundo y a la situación; y al  hacer eso, preservas tu propia dignidad. Fuiste derrotado, pero con honor. Entonces la bondad no habrá sufrido una derrota deshonrosa.
Eso es un bello estoicismo; y, si tú no eres creyente, es un consejo tan sabio como el que hay: ¡Sé sincero contigo mismo! No traiciones al que y lo que eres, aun cuando te encuentres como unanimidad-menos-uno. Sin embargo, el Cristianismo, aun respetando esta clase de estoicismo, sitúa la cuestión de la victoria y la derrota en una perspectiva muy diferente.
En nuestra fe cristiana, la derrota y la victoria están radicalmente redefinidas. Hablamos, por ejemplo, de la victoria de la cruz, del día en que Jesús murió como Viernes “Bueno” (“Santo”), del poder transformador de la humillación y de cómo ganamos nuestras vidas al perderlas. La derrota terrena, para nosotros, aún puede ser victoria, justo como la victoria  terrena puede ser una triste derrota. Verdaderamente, en una perspectiva cristiana, aun sin considerar la otra vida, a veces nuestras derrotas y humillaciones son lo que permite que fluyan en nosotros la profundidad y  la vida más rica, y a veces nuestras victorias nos privan de las verdaderas cosas que nos traen comunidad, intimidad y felicidad. El misterio pascual redefine radicalmente tanto la derrota como la victoria.
Pero esta comprensión no viene fácilmente. Es la antítesis de la sabiduría cultural. Verdaderamente, ni siquiera a los contemporáneos de Jesús les resultó fácil. Después de que Jesús murió de la manera más humillante que una persona podía sufrir en ese tiempo, al ser crucificado, la primera generación de cristianos tuvo una masiva lucha no sólo con el hecho de que murió, sino particularmente con la manera en que murió. Primero, para ellos, si Jesús era el Mesías largamente esperado, de ninguna manera se suponía que iba a morir. Dios está por encima de la muerte y ciertamente más allá de ser matado por los humanos. Además, como doctrina de fe, ellos creían que la muerte era la consecuencia del pecado; y así, si alguien no pecaba, se suponía que no moría. Pero Jesús había muerto. Finalmente, lo más desconcertante de todo respecto de la fe fue la manera humillante de su muerte. La crucifixión era señalada por los romanos no sólo como pena capital sino como una manera de muerte que humillaba total y  públicamente el cuerpo de la persona. Jesús tuvo una muerte lo más humillante posible. Nadie llamó al Viernes Santo “bueno”  durante los primeros días y años que siguieron a su muerte. En cambio, dada su resurrección, ellos intuyeron, sin comprenderlo explícitamente, que la derrota de Jesús en la crucifixión era el triunfo culminante, y que las categorías que contribuyeron a la victoria y derrota eran ahora diferentes para siempre.
Inicialmente, carecieron de las palabras para expresar esto. Durante varios años después de la resurrección, los cristianos fueron reacios a mencionar la manera como murió Jesús. Era un derrota a los ojos del mundo y no estaban para contarlo. Así que permanecieron en su mayor parte callados sobre eso. La conversión de san Pablo y sus posteriores puntos de vista cambiaron esto. Como alguien educado en la fe judía, Pablo también luchó para explicar cómo una derrota humillante en este mundo podía ser de hecho una victoria. Sin embargo, después de su conversión al Cristianismo, por fin entendió cómo la bondad podía asumir el pecado e incluso “venir a ser pecado él mismo” por nuestra causa. Eso transformó radicalmente nuestros conceptos de derrota y victoria. La cruz fue vista a partir de entonces como la victoria suma; y, en vez de la humillación de la cruz siendo causa de vergüenza, vino a ser la joya de la corona: “Yo no predico más que la cruz de Cristo”. Eso nos dio los relatos de la pasión.
Vivimos en un mundo en el que, mayoritariamente, aún se define la derrota y la victoria como quien consigue estar en lo más alto en términos de éxito, adulación, fama, influencia, reputación, dinero, confort, placer y seguridad en esta vida. Habrá muchas derrotas en nuestras vidas; y, si carecemos de una perspectiva cristiana, entonces lo mejor que podemos hacer es tomar en serio el consejo de Iris Murdoch: Siendo realistas, la bondad no triunfará; así que trata de evitar una derrota deshonrosa.
Nuestra fe cristiana, mientras honra esa verdad, nos desafía a algo más.
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes

Celibato – Una apología personal

Como célibe religioso con votos, soy muy consciente de que hoy el celibato, tanto vivido en un compromiso religioso como en otras circunstancias, es sospechoso, atacado y ofrece demasiado poco a sus críticos a modo de útil apología.
¿Creo en el valor del celibato consagrado? La única respuesta verdadera que puedo dar debe venir de mi propia vida. ¿Cuál es mi respuesta a una cultura que, en su mayoría, cree que el celibato es una ingenuidad y un dualismo que va contra la bondad de la sexualidad, hace a sus partidarios no del todo humanos, y se halla en la raíz de la crisis del abuso sexual de los clérigos de la iglesia católica romana? ¿Qué podría decir yo en su defensa?
Primero, ¿que el celibato no es una base para la pedofilia? Virtualmente todos estudios empíricos indican que la pedofilia es una diagnosis no ligada al celibato. Pero a continuación dejadme reconocer su inconveniente: El celibato no es el normal estado para nadie. Cuando Dios hizo al primer hombre y mujer, dijo: “No es bueno que el ser humano esté solo”. Eso no es únicamente una declaración sobre el lugar constitutivo de la comunidad en nuestras vidas (aunque sí es); es una clara referencia a la sexualidad, su bondad fundamental y su lugar proyectado por Dios en nuestras vidas. De eso se deduce que ser célibe, particularmente elegir serlo, viene cargado de verdaderos peligros. El celibato puede llevar, y a veces lleva, a un enfermizo sentido del yo sexual y relacional de uno y a una frialdad que es con frecuencia crítica. Puede también, comprensiblemente, llevar a una malsana preocupación sexual en el célibe, y ello proporciona el acceso a ciertas formas de intimidad en las que puede ocurrir un peligroso abuso de confianza. Menos reconocido, pero un gran peligro, es que ello puede ser algo que me lleve al egoísmo. Simplemente dicho, sin las inherentes demandas  que vienen con el matrimonio y la crianza de los hijos, existe el siempre presente peligro de que un célibe puede, inconscientemente, comprometer demasiado su vida para satisfacer sus propias necesidades.
Así, el celibato no es para todos; ni siquiera para la mayoría. Contiene una anomalía inherente. El celibato consagrado no es sin más un estilo de vida diferente. Es anómalo, en términos del único sacrificio que pide de ti, en el que, como Abrahán subiendo a la montaña para sacrificar a Isaac, a ti se te pide sacrificar lo que te es más preciado. Como Thomas Merton, hablando de su propio celibato, dijo una vez: La ausencia de la mujer es una carencia en mi castidad. Pero, tanto para el célibe como para Abrahán, eso puede tener un rico proyecto y contiene su propio potencial para la generatividad.
Igualmente, yo creo que el celibato consagrado, como la música o la religión, necesita ser juzgado por sus mejores expresiones y no por sus aberraciones. El celibato no debería ser juzgado por los que no le han dado una expresión saludable sino por los muchos hombres y mujeres   admirables, santos del pasado y del presente que le han dado una expresión saludable y generativa. Uno podría nombrar a numerosos santos del pasado o personas maravillosamente saludables y generativas de nuestra propia generación como ejemplos en los que el celibato consagrado ha contribuido a una vida sana y feliz que inspira a otros: Madre Teresa, Jean Vanier, Óscar Romero, Raymond E. Brown y Helen Prejean, para nombrar sólo a unos pocos. Personalmente, yo conozco a muchos célibes con votos que son muy generativos, cuya integridad envidio y que hacen el celibato creíble… y atractivo.
Como el matrimonio, aunque de diferente manera, el celibato ofrece un rico potencial para la intimidad y generatividad. Como célibe con votos, doy gracias por una vocación que me ha introducido íntimamente en el mundo de tanta gente. Cuando abandoné el hogar a una edad temprana para entrar en los Misioneros Oblatos de María Inmaculada -lo confieso- yo no quería el celibato. Nadie debería quererlo. Yo quería ser misionero y sacerdote, y el celibato se presentaba como el escollo. Pero una vez dentro de la vida religiosa, casi inmediatamente, me gustó la vida, aunque no la parte del celibato. Dos veces pospuse la profesión de votos perpetuos, inseguro del celibato. Al fin, tomé la  decisión, un duro salto de confianza, e hice los votos de por vida. Descubrimiento total, el celibato ha sido para mí singularmente la parte más dura de mis más de cincuenta años de vida religiosa… pero, pero, al mismo tiempo, ha ayudado a crear una especial forma  de entrada en el mundo y en las vidas de otros que ha enriquecido maravillosamente mi ministerio.
El natural deseo dado por Dios para la intimidad sexual, para la exclusividad en el afecto, para el lecho conyugal, para los hijos, para los nietos, no te abandona, y no debería hacerlo. Pero el celibato ha ayudado a traer a mi vida una rica, consistente y profunda intimidad. Reflexionando sobre mi vocación de célibe, todo lo que puedo sentir legítimamente es gratitud.
El celibato no es para todos.  Te excluye de lo normal; parece brutalmente injusto a veces; está lleno de peligros que se alinean desde la seria traición de la confianza hasta vivir una vida egoísta; y es una carencia en tu misma castidad. Pero si vives hasta el fin en fidelidad, puede ser maravillosamente generativo y no te excluye ni de la verdadera intimidad ni de la verdadera felicidad.
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes

No hay santo sin pasado, ni pecador sin futuro


No hay santo sin pasado, ni pecador sin futuro

Frases y curiosidades de Santos y de la Iglesia #48

Recopilación de frases, curiosidades, lemas, dichos y pequeñas inspiraciones espirituales.
Parroquia del Corazón de María de Oviedo.

Ecumenismo: el camino que seguir

Durante mi formación teológica, fui bendecido con el privilegio de recibir clases de dos eruditos católicos muy renombrados: Avery Dulles y Raymond E. Brown. El primero fue un eclesiologista cuyos libros llegaron a ser con frecuencia libros de texto que nos mandaron estudiar en seminarios y facultades teológicas. El último fue un erudito escriturista cuyo reconocimiento persiste, casi extraordinariamente, todavía 30 años después de su muerte. Nadie cuestiona la erudición, la integridad personal ni el compromiso de fe de estos hombres.
Estuvieron en diferentes disciplinas teológicas, pero lo que compartieron, más allá del alto respeto de los discípulos y personas de iglesia en todas partes, fue una pasión por el ecumenismo y una capacidad de labrar profunda amistad e invitar al diálogo cercano a través de toda clase de perfil confesional e interreligioso. Sus libros son estudiados no sólo en los círculos católicos romanos, sino también en las facultades teológicas y seminarios protestantes, evangélicos, mormones y judíos. Ambos fueron profundamente respetados por su apertura, amistad y afabilidad hacia los que mantenían opiniones religiosas diferentes a las suyas propias. Por cierto que Raymond Brown empleó sus años más productivos enseñando en el Seminario Teológico de la Unión en New York, aun cuando él, sacerdote sulpiciano, apreciara su identidad católica romana y sacerdocio más que ninguna otra cosa. Después de perder a sus propios padre y madre, habló de la iglesia católica romana y su comunidad sulpiciana como “la familia que aún permanece para mí”.
Y lo que estos dos compartieron en su visión sobre el ecumenismo fue esto: El camino hacia la unidad cristiana, la ruta que al fin traerá a todos los cristianos sinceros juntos a una sola comunidad, en torno a un altar, no es la manera de ganar como se pueda la voluntad del otro para nuestra propia confesión particular, de lograr que otros admitan que ellos están equivocados y que nosotros estamos en lo cierto, y que ellos vuelvan al verdadero rebaño, a saber, a nuestra propia confesión. En su opinión, esa no es la ruta que seguir, ni práctica ni teológicamente. El camino que seguir necesita ser, como Avery Dulles propone, el camino de la “progresiva convergencia”. ¿Cuál es este camino?
Empieza con la honrada admisión por parte de todos de que ninguno de nosotros, ninguna confesión, posee toda la verdad, ni encarna la total expresión de la iglesia ni es totalmente fiel al Evangelio. Todos nosotros somos deficientes de alguna manera y todos nosotros de algún modo somos selectivos sobre qué partes de los Evangelios valoramos y encarnamos, y de qué partes hacemos caso omiso. Y así, el camino que seguir es el camino de la conversión, personal y eclesial, de admitir nuestro error de que somos selectivos, de reconocer y valorar lo que otras iglesias han encarnado, de leer la escritura más profundamente buscando aquello de lo que hemos hecho caso omiso y de lo que nos hemos abstenido, y de intentar individual y colectivamente vivir las vidas que son más leales a Jesucristo. Al hacer esto, viviendo cada uno de nosotros y cada iglesia el Evangelio más profundamente, “convergeremos progresivamente”, esto es, mientras crecemos más cerca de Cristo creceremos más cerca unos de otros, y así “convergeremos progresivamente” alrededor de Cristo; y, si hacemos eso, nos encontraremos al fin en torno a un altar común y nos veremos unos a otros como parte de la misma comunidad.
Entonces, el camino a la unidad consiste no en convertirnos unos a otros, sino en que cada uno de nosotros viva el Evangelio más fielmente de modo que crezcamos más cerca unos de otros en Cristo. Esto no quiere decir que no tomemos nuestras divisiones en serio, que afirmemos simplistamente que todas las confesiones son iguales, ni que justifiquemos nuestras divisiones hoy al señalar las divisiones que ya existieron en las iglesias del Nuevo Testamento. Más bien todos debemos empezar por cada uno de nosotros admitiendo que no poseemos la verdad completa y que, de hecho, estamos lejos de ser totalmente fieles.
Dado este punto de partida, Raymond E. Brown ofrece entonces este desafío a todas las iglesias: “El reconocimiento del rango de la diversidad eclesiológica del Nuevo Testamento hace mucho más compleja la  afirmación de cualquier iglesia de ser absolutamente fiel a las escrituras. Somos fieles, pero a nuestra propia manera específica; y los estudios ecuménicos y bíblicos deberían hacernos conscientes de que hay otros modos de ser fieles, a lo que no hacemos justicia… En resumen, un sincero estudio de las eclesiologías del Nuevo Testamento debería convencer a todas comunidades cristianas de que están descuidando parte del testimonio del Nuevo testamento… Afirmo que en un Cristianismo dividido, en vez de leer la Biblia para asegurarnos de que estamos en lo cierto, haríamos mejor en leerla para descubrir dónde no hemos estado escuchando. Mientras nosotros, cristianos de diferentes iglesias, intentamos escuchar las voces previamente silenciadas, nuestras visiones de la iglesia crecerán más; y nos acercaremos más a compartir puntos de vista comunes. Entonces la Biblia estará haciéndonos lo que Jesús hizo en su tiempo, a saber, convencer, a los que tienen oídos para oír, que todo no está correcto, porque Dios está pidiendo de ellos más de lo que ellos pensaron”.
Verdaderamente: Dios está pidiendo más de lo que nosotros pensamos.       
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes

Nuestra Señora de Lourdes 11 de febrero. El caso de dos médicos que recibieron el milagro de Lourdes

Siendo estudiante de Preparatoria en 1918, sufrí una laringitis que me produjo una afonía molestísima, principalmente porque me hacía emitir un tono de voz agudo, femenino, desagradable, discordante, que me hacía reprimirme de hablar, lo que interfería en mis estudios. Ello no obstante los continué y pasé a la escuela de Medicina donde terminé mi carrera.
En México me trataron durante años varios médicos especialistas sin lograr ninguna mejoría.
Ya recibido de Médico, fui a Europa en viaje de estudio -por su extraordinaria valía obtuvo una beca-, y estando en París en otoño de 1930, consulté a un especialista notable cuyo diagnóstico fue muy desfavorable, pues temía que la hipertrofia de las cuerdas vocales y de la laringe, me ocasionara una asfixia, máxime dado el clima de París. Por lo que su opinión era que regresara a México cuanto antes.
Él me recomendó, sin embargo, que viera a otro especialista que residía en Viena. Hice el viaje allá para consultarlo y opinó que mi caso era incurable.
De regreso a París me recomendaron un gran especialista, residente en Londres, de religión judía, el Dr. Stern, y fui allá a consultarle.
Después de auscultarme con gran cuidado, me dijo que mi mal era incurable, que sólo podría curarme un milagro. -¿Usted es católico?, me preguntó cuando vio pendiente de mi cuello una medalla de la Virgen Santísima. -Sí, le contesté. -Entonces pida usted un milagro, que, si usted se cura, yo me convierto a su religión católica.
Hacía mucho tiempo que tenía yo el deseo de visitar Lourdes, y pensé inmediatamente ir allá a pedir a la Virgen Santísima mi curación.
Eran los últimos días del mes de enero de 1931. Estuve en Lourdes precisamente a tiempo de pasar ahí el 11 de febrero, día de Nuestra Señora de Lourdes. Ni qué decir el estado de angustia con que llegué a la Gruta de Massabielle. Toda mi vida, desde que estaba enfermo, había pedido a la Virgen Santísima mi curación, con fervor verdadero y especialmente se lo había pedido a la Virgen de Lourdes. Ahora estaba ahí, de rodillas en la explanada, mientras pasaba la procesión con el Santísimo Sacramento después de que se había dado la bendición con su Divina Majestad a cada uno de los enfermos. Me sentía más enfermo que nunca; casi no podía hablar. Cuantos me veían notaban mi angustia.
Estando de rodillas se acercó un grupo de españoles que venía en la procesión entonando el Ave María de Lourdes... sentí un impulso incontenible de cantar con ellos y haciendo un esfuerzo canté sin darme cuenta y luego me quedé sorprendido de oírme a mí mismo. Mi voz era la misma que había perdido hacía tantos años. ¡Estaba curado!
Inmediatamente pensé en regresar a Londres para ver al doctor Stern. Así lo hice. El doctor me auscultó de nuevo encontrándome enteramente, curado y ofreció hacer cuanto antes un viaje a Lourdes para bautizarse allí como católico.
Dice el Dr. Camelo Camacho que él pensó si ya en el espíritu del Doctor Stern habría inquietudes respecto a la verdad del Catolicismo, si ya tendría alguna inclinación espiritual que su curación vino a afirmar y que le animó definitivamente a convertirse. 
Regresé a México y poco después recibí la noticia que el doctor Stern me daba las gracias por haberse bautizado, precisamente en Lourdes. Después no he vuelto a tener noticias suyas. Vino la guerra y he perdido todo contacto con él.
El doctor Manuel Camelo Camacho se ha convertido en un gran propagandista de la devoción a Virgen Inmaculada aparecida en Lourdes. Y ha tenido la alegría de ver la construcción —alentada por él- de un templo dedicado a Nuestra Señora de Lourdes, en Monterrey. Texto de la revista AVE MARÍA • Núm. 756 •

Espiritualidad y espiritualidades

¿Qué es la espiritualidad y qué contribuye a las diferentes espiritualidades?
La palabra “espiritualidad” es relativamente nueva en el mundo angloparlante, al menos tal como se usa hoy. Antes de la década de 1960, habríais encontrado muy pocos libros en inglés con la palabra “espiritualidad” en su título, aunque eso no era aplicable al mundo francoparlante. Hace medio siglo, los escritores espirituales del Catolicismo Romano escribieron sobre espiritualidad, pero en su mayor parte con títulos tales como “La vida espiritual” y “Teología ascética”, o a modo de tratados devocionales. Los Protestantes y los Evangélicos, en su mayor parte, identificaron la espiritualidad con las devociones Católicas Romanas y se alejaron de la palabra.
¿Qué es espiritualidad, como se entiende generalmente en los círculos eclesiales hoy? Abundan definiciones en los escritos espirituales de toda suerte, cada una de las cuales define la espiritualidad con un particular objetivo final en mente. Muchas de estas definiciones son útiles en discusiones académicas, pero son de menor utilidad fuera de esos círculos. Así pues, dejadme arriesgar simplificando las cosas con una definición que sea suficientemente amplia, interreligiosa, ecuménica y confiadamente simple como para ser útil.
Espiritualidad es el intento, por parte de un individuo o de un grupo, de encontrar y experimentar la presencia de Dios, otras personas y el mundo cósmico de manera que entre en una comunidad de vida y celebración con ellos. Las disciplinas y hábitos genéricos y específicos que se desarrollan a partir de esto vienen a ser la base para las diferentes espiritualidades.
Privada de su raíz, se puede hablar de espiritualidad como una “disciplina” a la que se somete alguien. Por ejemplo, en el Cristianismo nos llamamos “discípulos” de Jesucristo. La palabra “discipulado” toma su raíz de la palabra “disciplina”. Un discípulo es alguien que se pone bajo una disciplina. El Hinduismo y el Budismo llaman a esto “yoga”. Para ser Hindú o Budista practicante necesitáis estar practicando una cierta “disciplina” espiritual, que llaman yoga. Y eso es lo que constituye cualquier práctica religiosa.
Toda práctica religiosa pide a uno ponerse bajo una cierta “disciplina” (que te hace un “discípulo”). Pero podemos distinguir entre diversas “disciplinas” religiosas. Aristóteles nos dio una distinción que puede ser útil aquí. Distinguió entre “género” y “especie”; por ejemplo, “pájaro” es género, “petirrojo” es especie. Así, mirando a diferentes espiritualidades podemos distinguir entre disciplinas “genéricas” y disciplinas “específicas”: Cristianismo, Judaísmo, Hinduismo, Budismo, Islamismo, Taoísmo y diferentes Religiones Nativas son espiritualidades “genéricas”. Pero en cada una de ellas encontrarás entonces una amplia serie de espiritualidades “específicas”. Por ejemplo, en la amplia categoría del Cristianismo encontrarás Católicos Romanos, Anglicanos, Episcopalianos, Protestantes, Evangélicos, Mormones y Congregacionalistas. Cada uno de estos es una especie.
Después podemos distinguir aún más: en cada uno de esos encontrarás una amplia serie de “sub-especies”, esto es, “disciplinas” cristianas particulares. Por ejemplo, en el Catolicismo Romano, podemos hablar de personas que tienen una espiritualidad Carismática o una espiritualidad Jesuita, Franciscana, Carmelita o Salesiana, por ofrecer sólo unos pocos ejemplos. Observad el ejemplo aquí: de género a especie y a sub-especie. Como espiritualidad, el Cristianismo es un género, el Catolicismo Romano es una especie, y ser Jesuita o Franciscano (o, en mi caso, Oblato de María Inmaculada) es una sub-especie.
Pido disculpas si esto parece un poco irreverente, esto es, hablar tan clínicamente de género, especie y sub-especies en referencia a las apreciadas tradiciones de fe en donde la sangre de los mártires ha sido derramada. Pero se espera que esto nos pueda ayudar a entender más claramente un tema complejo y sus raíces.
Nadie sirve a su Dios completamente, como tampoco vive del todo la dignidad dada por su Dios. Necesitamos guía. Necesitamos modelos de conducta y disciplina confiados y bendecidos por Dios que al fin vengan de la divina revelación misma. A éstos llamamos religiones. Luego, en estas religiones podemos ser ayudados más aún por modelos de conducta vividos por ciertos santos y figuras de sabiduría. Así, en el Cristianismo, tenemos el bien probado ejemplo y sabiduría de 2000 años por parte de mujeres y hombres de fe que han esculpido diferentes “disciplinas” que nos pueden ser útiles para vivir mejor nuestro propio discipulado. Jesuita, Franciscano, Carmelita, Salesiano, Mazenodiano, Carismático, Opus Dei, Focolar, Obrero Católico, San Egidio, Cursillo, Hechos-Misiones, Acercamiento Cristiano, entre otros, son espiritualidades; y exactamente como el ejercicio y los regímenes dietéticos de salud de los expertos pueden ayudarnos a mantener nuestros cuerpos más sanos, así también las prácticas de discipulado de santos particulares, gigantes espirituales y figuras de sabiduría pueden ayudar a hacer nuestro seguimiento de Jesús más fiel y generativo.
¿Cuál de estas espiritualidades es la mejor para vosotros? Eso depende de vuestro temperamento individual, vuestra particular vocación y llamada, y vuestra circunstancia en la vida. Una sola talla no se ajusta a todos. Del mismo modo, como cada copo de nieve es diferente de todos los otros copos, así también nosotros. Dios nos da diferentes dones y diferentes llamadas, y la vida nos pone en diferentes situaciones.
Dicen que el libro que necesitas leer te encuentra, y te encuentra en el preciso momento en que necesitas leerlo. Eso es verdad también para las espiritualidades. La que necesitas te encontrará, y te encontrará en el preciso momento en que la necesites.
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes

Cursillos de Cristiandad

El Cursillo de Cristiandad es un movimiento que, mediante un método propio, intenta —y por la gracia de Dios, trata de conseguir— que las realidades esenciales de lo cristiano, se hagan vida en la singularidad, en la originalidad y en la creatividad de la persona, para que descubriendo sus potencialidades y aceptando sus limitaciones, vaya tomando interés en emplear su libertad para hacerlas convicción, voluntad para hacerlas decisión y firmeza para realizarlas con constancia en su cotidiano vivir personal y comunitario.
Un movimiento de Iglesia con carisma propio en el campo de la evangelización y del acercamiento al mundo no creyente del Evangelio que posibilita la vivencia y convivencia de los contenido esenciales de la fe cristiana. Con un estilo vivencial, sencillo y cordial, buscando propiciar en quienes asisten a un Cursillo una conversión inicial, animando a desarrollarla y profundizarla insertándose después en algún grupo, comunidad o servicio eclesial, de modo que contribuya a tomar conciencia responsable de la dimensión humanizadora y salvadora de la fe que será siempre compromiso en la vida concreta.  
¿Para quien es ? 
  • Para TI, que eres una persona adulta.
  • Para TI, que deseas encontrar la solución a TODOS tus problemas.
  • Para TI, que quieres dar sentido a tu vida.
  • Para TI, que buscas una experiencia nueva.
  • No importa de dónde seas, ni cuál sea tu formación, ni tu ideología, ni si tienes FE o no la tienes.
ContactoWeb / decolores.asturias@gmail.com / 649299682 (José María)
MCC - ASTURIAS (ESPAÑA) Antonio Maura, 33 – Bajo 33012 OVIEDO  Apartado de Correos 312

«El Cursillo de Cristiandad es un instrumento suscitado por Dios para el anuncio del Evangelio en nuestro tiempo» Juan Pablo II

CENA DEL HAMBRE MANOS UNIDAS 2019



PARROQUIA CORAZÓN DE MARÍA.
VIERNES 8 de febrero: 8:30
Salón de actos.



INICIAMOS LA CAMPAÑA CONTRA EL HAMBRE





SABADO 2 DE FEBRERO: a las 6:30 de la tarde se celebrara la Eucaristía en la catedral.

MIÉRCOLES 6 DE FEBRERO, a las 7 de la tarde en el Club de Prensa de la Nueva España: “La
Mujer en el tercer mundo.”



En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo


Domingo 4º del tiempo ordinario




Fiesta de la Presentación del Señor. 2 de febrero

Esta fiesta, que cierra las solemnidades de la Encarnación, conmemora la Presentación del Señor, el encuentro con Simeón y Ana, (encuentro del Señor con su pueblo) y la purificación ritual de la Virgen María.


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