Conversión.Sigue curvado sobre mí, Señor, remodelándome, aunque yo me resista....

Sigue curvado sobre mí, Señor,
remodelándome,
aunque yo me resista.
¡Qué atrevido pensar
que tengo yo mi llave!
¡Si no sé de mí mismo!
Si nadie como Tú puede decirme
lo que llevo en mi dentro.
Ni nadie hacer que vuelva
de mis caminos
que no son como los tuyos.
Sigue curvado sobre mí,
tallándome,
aunque a veces de dolor te grite.
Soy pura debilidad, Tú bien lo
sabes.
Tanta, que, a ratos,
hasta me duelen tus caricias.
Lábrame los ojos y las manos,
la mente y la memoria,
y el corazón, que es mi sagrado,
al que no Te dejo entrar
cuando me llamas.
Entra, Señor, sin llamar,
sin mi permiso.
Tú tienes otra llave,
además de la mía,
que en mi día primero Tú me diste,
y que empleo, pueril, para
cerrarme.
Que sienta sobre mí tu ‘conversión’
y se encienda la mía
del fuego de la Tuya,
que arde siempre,
allá en mi dentro.
Y empiece a ser hermano,
a ser humano,
a ser persona.
¡Qué paciencia, Señor,
sobre Tu mundo,
que nosotros tratamos,
mal-tratamos,
como si fuera nuestro,
del primero que llegue,
el más astuto,
o el más ladino,
o de aquel o de aquella,
a quien no duele
pisar a los demás,
como se pisa
la uva en el lagar,
o una hormiga, o un escarabajo.
Sigue vuelto, Señor
con Tu sol y Tu lluvia
para todos,
para buenos y malos,
pacientes y violentos,
víctimas y verdugos,
lloviendo y calentando
esta tierra que somos.
Sigue haciendo germinar
en todos
la semilla que eres
¡Que la hagamos crecer,
sin desmayarnos,
entre tanta cizaña!
Y que dé de comer a mucha gente
pan Tuyo y pan nuestro
el que de Ti hemos aprendido a ser
 multiplicándonos. 

Ignacio Iglesias, sj

Santoral del mes de octubre


7: La Virgen del Rosario - NUEVO COMENTARIO

"Voy, señor." Pero no fue


26º Domingo Tiempo Ordinario


Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Viernes, 29 de septiembre de 2017


Lectura de la profecía de Daniel (7,9-10.13-14):

Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

Palabra de Dios
Sal 137,1-2a.2b-3.4-5.7c-8

R/.
 Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor

Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario. R/.

Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama;
cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R/.

Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (1,47-51):

En aquel tiempo, vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.»
Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?»
Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.»
Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.»
Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.» Y le añadió: «Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»

Comentario

Queridos hermanos:
Lo de los ángeles está muy de moda actualmente. Forman parte de esa religiosidad difusa, de esa espiritualidad que se expande por nuestro mundo invitando a las personas a vivir todo desde su interioridad y que cree en una especie de energía que invade el universo y con la que nos conectamos cuando hacemos silencio. Es como recargar el depósito del coche. Después de eso, vamos por la vida sintiendo aquí y allá esa fuerza positiva que nos anima a seguir haciendo lo mismo que hacíamos y a asumir lo negativo de nuestras vidas.
Pero esa espiritualidad tiene poco que ver con el Evangelio. El Evangelio no va de energías ni de lucecitas en la oscuridad. No va de imágenes acarameladas de angelitos en tonos pastel. Va de un hombre que salió a los caminos y se enfrentó a las autoridades de su tiempo. Va de un hombre que tomó la vida por los cuernos, que fue sincero consigo mismo, que no temió al qué dirán, que arriesgo por todo por aquello que para él era el centro de su vida: su profunda experiencia de Dios y su Reino.
El Dios de Jesús no tenía ningún parecido con una aspirina que calma nuestros dolores. Ni siquiera su objetivo era darnos la paz. El Reino es de los arriesgados, dijo. Y el Abbá de Jesús es el Dios liberador de todas las opresiones. Su voluntad es transformar este mundo para que todos sus hijos e hijas puedan vivir en libertad y justicia. Por eso Jesús entregó su vida. Por eso nos invita a nosotros a entregarla.
Los ángeles no son lucecitas ni energías positivas. Los ángeles no son comparsas inmóviles de la corte celestial –¡como si a Dios le hiciese falta una corte de aduladores!–. Los ángeles son una forma de hablar de la voluntad de Dios que no se queda en el cielo sino que baja a la tierra. Porque Dios no habita en esa nube difusa de espiritualidad y paz interior sino en el barro de esta tierra, en sus luchas y en sus compromisos por extender la fraternidad y el reino.  Ahí podemos comenzar a hablar de los ángeles.
Fuente

Nuestra lucha con las riquezas

Hace algunos años asistí a un funeral. El hombre al que estábamos despidiendo había gozado de una vida plena y rica. Había llegado a la edad de 90 años y era respetado por haber sido a la vez dichoso y honrado. Pero había sido siempre un hombre fuerte, un líder natural, un hombre que se había hecho cargo de las cosas. Había tenido un buen matrimonio, formado una gran familia, logrado éxito en los negocios y mantenido papeles de liderazgo en varias organizaciones cívicas y eclesiales. Era un hombre que infundía respeto, aunque a veces era temido por su fuerza.
Su hijo, sacerdote, estaba presidiendo su funeral. Empezó su homilía de esta manera: “La Escritura nos dice que setenta es la suma de los años de un hombre, y ochenta la suma de los más robustos. Ahora bien, nuestro padre vivió noventa. ¿Por qué esos diez años de más? Bueno, de hecho, eso no es un misterio. ¡Dios le concedió esos diez años adicionales para madurarlo! ¡Era demasiado fuerte e inquieto para morir a los ochenta! Pero durante los últimos diez años de su vida sufrió una serie de masivos empeoramientos. Murió su esposa; nunca superó eso. Tuvo un ataque repentino; nunca lo superó. Tuvo que ser llevado a un centro de vida asistida; nunca lo superó. Todos estos condicionamientos hicieron su trabajo. Para cuando murió, pudo tomar tu mano y decir: ‘Ayúdame’. No pudo decir eso desde el momento en que pudo atar los cordones de sus propios zapatos hasta esos últimos años. Estuvo por fin dispuesto para el cielo. Ahora bien, cuando se encontró con san Pedro a las puertas del cielo, pudo decir: ‘¡Ayúdame!’, más bien que decir a san Pedro cómo podría organizar las cosas mejor”.
Esta historia nos puede ayudar a entender la enseñanza de Jesús de que los ricos encuentran difícil entrar en el reino de los cielos, mientras los niños pequeños entran con tanta naturalidad. Tendemos a comprender mal ambas cosas: por qué los ricos encuentran difícil entrar en el reino y por qué los niños pequeños entran más fácilmente.
¿Por qué los niños pequeños entran en el reino tan naturalmente? Al responder a esto, tendemos a idealizar la inocencia de los niños pequeños, que puede verdaderamente estar golpeándonos. Pero eso no es lo que Jesús está apoyando como un ideal aquí, un ideal de inocencia que para nosotros, adultos, es imposible en cualquier caso. No es la inocencia de los niños lo que Jesús alaba; más bien es el hecho de que los niños no tienen la menor pretensión de autosuficiencia. Los niños no tienen otra opción que conocer su dependencia. No son autosuficientes, y saben que no pueden tomar medidas en vez de otros. Si nadie los alimenta, van hambrientos. Necesitan decir, y decirlo con frecuencia: “¡Ayúdame!”.
Generalmente, para los adultos es lo contrario, especialmente si somos fuertes, talentosos y bendecidos con suficiente riqueza. Fácilmente alimentamos la ilusión de la autosuficiencia. En nuestra fortaleza, olvidamos más naturalmente que necesitamos a otros, que no somos autosuficientes.
La lección que vemos aquí no es que las riquezas sean malas. Las riquezas, como el dinero, el talento, la inteligencia, la salud, el buen aspecto, la habilidad para el liderazgo o la fuerza plana, son dones recibidos de Dios. Y son buenos. No son las riquezas lo que nos impide entrar en el reino. Más bien es el peligro de que, poseyéndolas, tendremos también más fácilmente la ilusión de que somos autosuficientes. Y no lo somos. Como Tomás de Aquino señala de la misma manera que define a Dios (como Esse Subsistens - Ser Suficiente en sí mismo), sólo Dios no necesita de alguien o algo más. Todos los demás tenemos esa necesidad, y los niños pequeños captan esto mejor que los adultos, especialmente los adultos fuertes y talentosos.
Además, la ilusión de la autosuficiencia genera otro peligro. Las riquezas y el confort que traen, como vemos en la parábola del rico que tiene un mendigo a su puerta, nos puede hacer ciegos a la situación y hambre de los pobres. Ese es uno de los peligros de no pasar hambre nosotros. En nuestro confort, tendemos a no ver a los pobres.
Y así, no son las riquezas en sí mismas las que son malas. El peligro moral de ser rico es más bien la ilusión de autosuficiencia que parece acompañar por siempre a las riquezas. Los niños pequeños no sufren esta ilusión, sino los fuertes. Ese es el peligro de ser rico, rico en dinero u rico en otras cosas.
¿Cómo minimizamos ese peligro? Siendo generosos con nuestras riquezas. El Evangelio de Lucas, aun siendo el Evangelio más duro para con los ricos, es también el Evangelio que más claramente muestra que las riquezas no son malas en sí mismas. Dios es rico. Pero Dios es enormemente generoso con esa riqueza. La generosidad de Dios, como aprendemos de las parábolas de Jesús, es tan excesiva que resulta escandalosa. Da un vuelco a nuestro medido sentido de equidad. Las riquezas son buenas, pero sólo si son compartidas. En el Evangelio de Lucas, Jesús alaba al rico generoso pero avisa al rico que acapara. La generosidad es propia de Dios; el acaparamiento es antitético al cielo.
Y así, desde que aprendemos a atarnos los lazos de nuestro propio calzado hasta que los varios debilitamientos de la vida empiezan a despojarnos de la ilusión de autosuficiencia, las riquezas de todo tipo constituyen un peligro. Nunca debemos olvidar la petición: “¡Ayúdame!”
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes, 25 de septiembre de 2017

"Id también vosotros a mi viña y os daré lo que sea justo."


25º Domingo Tiempo Ordinario


San Pío de Pietrelcina (Padre Pío). 23 Septiembre.

Todo sobre el padre Pío

Anécdotas del Padre Pío

El Padre Pío nació en el seno de una humilde y religiosa familia de agricultores, el 25 de mayo de 1887, en una pequeña aldea del Sur de Italia, llamada Pietrelcina. Recibió su primera instrucción de un maestro privado y a la edad de 15 años hizo su ingreso en el Noviciado de los Padres Capuchinos en la Ciudad de Morcone.

De débil salud, pero de excepcional fuerza de voluntad, pudo completar sus estudios y gracias a una continua asistencia divina tuvo la ansiada ordenación sacerdotal. El 20 de Septiembre de 1918, aparecieron visiblemente las llagas de Nuestro Señor en sus manos, pies y costado izquierdo del pecho, haciendo del P. Pío el primer sacerdote estigmatizado en la historia de la Iglesia (recuerden que San Francisco no era sacerdote).   Grandes multitudes, de todas las nacionalidades pasaron por su confesionario. Las conversiones fueron innumerables.

Diariamente recibía centenares de cartas de fieles, que pedían su consejo iluminado y su dirección espiritual, la cual ha siempre significado un retorno a la serenidad, a la paz espiritual y al coloquio con Dios.    Toda su vida no ha sido otra cosa que una continua oración y penitencia, lo cual no impedía que sembrase a su alrededor felicidad y gran alegría entre aquellos que escuchaban sus palabras, que eran llenas de sabiduría o de un extraordinario sentido del humor.   El Papa Juan Pablo II lo conoció personalmente en 1947, poco después de su ordenación sacerdotal. El Padre Pío profetizó que aquel joven sacerdote sería un día Papa.   El Señor lo llamó a recibir el premio celestial el 23 de Septiembre de 1968. Tenía 81 años.

Durante 4 días su cuerpo fue expuesto ante millares de personas que formaban una enorme columna que no conoció interrupción hasta el momento del funeral, al cual asistieron más de cien mil personas.   Millones visitan su tumba en el pueblo de San Giovanni Rotondo, Italia. Entre ellos el Papa Juan Pablo II. El P. Pío está sepultado en la cripta del Santuario de Nuestra Señora de las Gracias, San Giovanni Rotondo.

Los preliminares de su Causa de Beatificación y Canonización se iniciaron en noviembre de 1969.  Declarado Venerable el 18 de diciembre de 1997 y Beato, el 2 de mayo de 1999. Declarado Santo el 16 de junio de 2002, en la Plaza de San Pedro en Roma, por S.S. Juan Pablo II.     Fechas importante en la vida de San Pío Pietrelcina  25 de mayo, 1887. Nace en Pietrelcina, Benevento, en el sur de Italia. Sus padres, Grazio "Orazio" Mario Forgione  (1860-1946), granjero, y María Giuseppa de Nunzio Forgione (1859-1929).  26 de mayo, 1887. Bautizado en la Iglesia de Santa María de los   Ángeles. Recibe el nombre de Francesco Forgione.     27 de mayo, 1899. Recibe el Sacramento de la Confirmación.  6 y 22 de enero, 1903.

A los dieciséis años entra al noviciado de Marcone. El 22 de enero es investido con el hábito de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos. Toma el nombre de Fra Pío (Fra por Fratello/Hermano).    22 de enero, 1904. Terminado el año de noviciado hace la Primera Profesión (profesión temporal) de los Consejos Evangélicos de Pobreza, Castidad y Obediencia.  Entra al convento de la provincia monástica y estudia para ordenarse sacerdote. 1907.

Al cumplirse los tres años de los votos temporales hace su  profesión perpetua o votos solemnes..     10 de agosto, 1910. Con férrea voluntad se sobrepone a graves problemas de salud, es ordenando sacerdote en la capilla del Arzobispo de Beneveto, pero los problemas de salud le obligan a residir con su familia, por largos períodos, hasta el 1916.   Septiembre, 1910. Recibe los estigmas visiblemente por primera vez, pero por poco tiempo y de forma intermitente.

 Ruega a Dios se los quite. Confía el acontecimiento únicamente a su Director Espiritual.   Noviembre, 1911. El suceso sobrenatural llega a la atención de sus superiores cuando es observado un día en éxtasis.   28 de julio, 1916. Llega al Convento de San Giovanni Rotondo y permanece allí hasta su muerte.    5 a 7 de agosto, 1918. Transverberación del corazón,  le causan heridas visibles en su costado. (La Transverberación del corazón es una experiencia mística de ser traspasado en el corazón, que indica la unión de amor con Dios.)  20 de septiembre, 1918. Mientras reza, luego de la Misa, en el área del coro de la antigua Iglesia de Nuestra Señora de las Gracias, aparecen los estigmas de forma visible y permanen- te.  El fenómeno perdurará por los próximos 50 años.    1919.

Comienzan a circular rumores en el pueblo del posible traslado del ¨santo¨ de San Giovanni Rotondo, lo que agita grandemente a la población.     2 de junio, 1922. El Santo Oficio (hoy Congregación para la Doctrina de la Fe) prohíbe apariciones públicas y el acceso del público a Padre Pió.  1924-1931. En varias ocasiones la Santa Sede rechaza que el fenómeno sea de origen sobrenatural.   9 de junio, 1931. (Solemnidad de Corpus Christi). La Santa Sede ordena al Padre Pío desistir de toda actividad salvo la celebración de la Santa Misa, la cual sólo podrá celebrar en privado. 

Principios de 1933. El Santo Padre Pío XI ordena al Santo Oficio que de marcha atrás y deje sin efecto la  prohibición que pesaba sobre el Padre Pío de celebrar públicamente.  Su Santidad Pío XI comenta al respecto: "Nunca sentí mala disposición hacia el Padre Pío, pero sí fui malamente informado."     1934. Las facultades del Padre Pío son restauradas poco a poco. Se le permite confesar primero a hombres (25 de marzo, 1934) y luego confesar a mujeres (12 de mayo, 1934).    23 de septiembre de 1968. Fallece serenamente en su celda a las 2:30 de la madrugada. Murió saludable y sin los estigmas, así como había profetizado en cierta ocasión. Sus últimas palabras: "Gesú e Maria" (Jesús y María).   26 de septiembre, 1968.

El cuerpo del Padre Pío se entierra en una cripta en la Iglesia de Nuestra Señora de las Gracias. Asisten al funeral más de 100,000 personas.

Fuentes: http://webcatolicodejavier.org/ y http://evangeliodeldia.org/

El mandato de Dios de matar a los cananeos

En su autobiografía, Eric Clapton, el afamado artista de rock y blues, nos habla muy ingenuamente sobre su larga lucha con una adicción al alcohol. En un momento de su vida, admitió su adicción y entró en una clínica de rehabilitación, pero no tomó su problema tan seriamente como se aseguró. Volviendo a Inglaterra después de su estancia en la clínica, decidió que aún podía tomar bebidas alcohólicas ligeras, cerveza y vino, pero renunciaría al licor duro. Podéis adivinar el resultado. No mucho después estaba de nuevo esclavizado en su adicción. Volvió a la clínica para aplacar a sus amigos, pero persuadido de que aún estaba lo bastante fuerte para tratar su problema por su cuenta.
Pero intervino la gracia. Justo antes de que su segunda rehabilitación acabara, tuvo la poderosa experiencia en la que fue sacudido hasta su misma alma al reconocer su propia debilidad y el peligro mortal que arrostró desde su adicción. Sobre la base de esa gracia, se entregó al programa con todo su corazón, aceptando que ya no podía dedicarse más al alcohol. Se ha mantenido abstemio desde entonces.
Su historia puede ayudar a entender el significado de ciertos textos de la escritura que, cuando se leen literalmente, nos pueden dar la impresión de que Dios es arbitrario, cruel y sanguinario.
Vemos tales textos, por ejemplo, en el libro del Éxodo y en el libro de Josué, donde, antes de entrar en la Tierra Prometida, Dios manda a Israel matar a toda la gente y a todos los animales que en ese momento habitan esa tierra. ¿Por qué tal mandato de exterminar a otros simplemente porque estaban viviendo en cierto lugar?
Obviamente, necesitamos preguntarnos: ¿Es esto, de hecho, la palabra de Dios? ¿Qué clase de Dios daría este tipo de mandato? ¿Y qué decir de la gente que es ejecutada: no es también pueblo de Dios? ¿Dios juega con los favoritos? ¿Qué hay de los cananeos, cuyo exterminio se le pide a Josué: no cuentan? ¿Qué puede haber detrás de esta suerte de mandato?
Estos textos, aunque inspirados por Dios y ricos en significado, claramente no deberían ser tomados literalmente. Este mandato, si bien no exactamente metafórico, es arquetípico, queriendo decir que no se debe tomar literalmente como un mandato de matar lo que es ajeno a nosotros, sino más bien como un consejo que enseña que, cuando estamos tratando de entrar en una nueva forma de vida, debemos tomar todas las medidas necesarias para asegurar que podemos entrar correctamente en esa vida y mantenerla. Metafóricamente, necesitamos “eliminar” todo elemento de dentro y alrededor de nosotros que, dejado sin orientar, podría al fin comprometer y ahogar la nueva vida que estamos tratando de vivir. Jesús, de hecho, nos da idéntico mandato, aunque emplea una metáfora más suave: No pongáis vino nuevo en odres viejos.
La gente que está en programas de rehabilitación tales como Alcohólicos Anónimos tienden a comprender más rápidamente lo que se nos pide en estos textos. Como Eric Clapton, ellos han aprendido de la experiencia que entrar en la tierra prometida de la sobriedad demanda que uno elimine a todos “los cananeos”, esto es, acepte que ningún medio ineficaz funcionará; se tienen que hacer algunas renuncias salvajes, crudas y amargas.
Esta imagen bíblica, el mandato de Dios de matar a los cananeos, nos puede servir bien igualmente en otras áreas de nuestras vidas, particularmente -creo yo- en nuestra lucha por hacer compromisos y ser fieles a ellos.
Por ejemplo, considerad a alguien iniciando un matrimonio. Como Israel, los contrayentes entran en la tierra prometida, pero para que ellos constituyan esta nueva vida y permanezcan fieles a ella necesitan eliminar un buen número de cosas, a saber, anteriores amoríos, viejos hábitos relacionales de promiscuidad e infidelidad, la tendencia al coqueteo con tentaciones atractivas, la creencia de que uno puede tener el pastel de cualquiera e incluso comérselo, y el muy duradero hábito de poner primero las propias necesidades de uno y preocuparse principalmente de cuidar de sí mismo.
Toda elección supone una serie de renuncias. Tener un matrimonio vivificante significa renunciar a un montón de viejos hábitos; de otra manera estos viejos hábitos sabotearán el matrimonio. Hay cosas que uno tiene que hacer antes de iniciar un matrimonio o cualquier compromiso serio.
Pero, ¿qué decir sobre esos “cananeos” que ya habitan la tierra en la que entramos? ¿Cuáles podrían ser hoy?
En términos de amenazar con contaminar un matrimonio, yo señalaría que lo que tiene que ser eliminado hoy con el fin de tener un matrimonio de por vida y vivificante es nuestra actual forma cultural de vida sobre el sexo, a saber, la creencia de que el sexo necesita no ser limitado a la monogamia, al compromiso permanente y al matrimonio. Si no eliminamos esa forma de vida cuando iniciamos un matrimonio, no nos mantendremos a lo largo de la vida en esa Tierra Prometida.
Ancla Vivir vidas de sobriedad, compromiso y fidelidad demanda algo más que remedios ineficaces. Un alcohólico en rehabilitación sabe que no puede tenerla de ambos modos. Lo mismo vale a propósito de mantenernos en un compromiso vivificante. El vino nuevo debe ser puesto en odres nuevos, y esto demanda algunas renuncias amargas.
Los mandatos de Dios, entendidos correctamente, no son severos ni arbitrarios. Son inteligentes y universales.
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes, 18 de septiembre de 2017

El amor verdadero


Un hombre de edad avanzada vino a la clínica donde yo trabajo para hacerse curar una herida en la mano.
Tenía bastante prisa, y mientras se curaba le pregunté qué era eso tan urgente que tenía que hacer. Me dijo que tenía que ir a una residencia de ancianos para desayunar con su mujer que vivía allí.
Me contó que llevaba algún tiempo en ese lugar y que tenía un Alzheimer muy avanzado. Mientras acababa de vendar la herida, le pregunté si ella se alarmaría en caso de que él llegara tarde esa mañana.
No, me dijo. Ella ya no sabe quién soy. Hace ya casi cinco años que no me reconoce.
Entonces le pregunté extrañado:
Y si ya no sabe quién es usted, ¿por qué esa necesidad de estar con ella todas las mañanas? Me sonrió y dándome una palmadita en la mano me dijo: "Ella no sabe quién soy yo, pero yo todavía sé muy bien quién es ella".
Tuve que contenerme las lágrimas mientras salía y pensé:
"El verdadero amor no se reduce a lo físico ni a lo romántico. El verdadero amor es la aceptación de todo lo que el otro es, de lo que ha sido, de lo que será y de lo que ya no es".
El próximo día 21 de septiembre se celebra el Día Mundial del Alzheimer.


Logro frente a fecundidad

Hay una verdadera diferencia entre nuestros logros y nuestra fecundidad, entre nuestros éxitos y el verdadero bien que traemos al mundo.
Lo que logramos nos depara éxito, nos da una sensación de orgullo, hace que nuestras familias y amigos estén orgullosos de nosotros, y nos da un sentimiento de dignidad, singularidad e importancia. Hemos hecho algo. Hemos dejado una marca. Hemos sido reconocidos. Y junto con esas recompensas, trofeos, grados académicos, certificados de distinción, cosas que hemos obrado y artefactos que hemos dejado atrás, viene el público reconocimiento y respeto. Lo hemos hecho nosotros. Somos reconocidos. Además, por lo general, aquello que logramos produce y deja atrás algo que es útil a otros. Podemos, y deberíamos, sentirnos bien a causa de nuestros legítimos logros.
Sin embargo, como nos recuerda frecuentemente Henri Nouwen, logro no es lo mismo que fecundidad. Nuestros logros son cosas que hemos realizado. Nuestra fecundidad es el efecto positivo y a largo plazo que estos logros tienen en otros. Logro no significa automáticamente fecundidad. El logro nos ayuda a resistir, la fecundidad trae la bendición a las vidas de otras personas.
De aquí que necesitemos hacer esta pregunta: ¿Cómo han favorecido positivamente mis logros, mis éxitos, las cosas de las que estoy orgulloso a los que están a mi alrededor? ¿Cómo han ayudado a poner gozo en las vidas de otros? ¿Cómo han ayudado a hacer del mundo un lugar mejor y más apacible? Cómo algunos de los trofeos que he ganado o las distinciones que me han otorgado han hecho a los que están a mi alrededor más pacíficos en vez de más inquietos?  
Esto es diferente que preguntar: ¿Cómo me han hecho sentir mis logros? ¿Cómo me han dado un sentido de autoestima? ¿Cómo mis logros han sido testigos de mi singularidad?
No es ningún secreto que nuestros logros, aunque honrados y legítimos, producen frecuentemente celos e inquitud en otros, más bien que inspiración y sosiego. Vemos esto en cómo envidiamos con tanta frecuencia y odiamos secretamente a la gente de considerable éxito. Sus logros generalmente hacen poco para mejorar nuestras propias vidas; y, en cambio, dispara en nosotros una inquietud que nos pone los nervios de punta. El éxito de otros, en efecto, actúa frecuentemente como un espejo en el que vemos, sin sosiego y a veces amargamente, nuestra propia falta de logro. ¿Por qué?
Generalmente hay culpa por ambos lados. Por una parte,  nuestros logros son impulsados con frecuencia desde una egocéntrica necesidad de apartarnos de otros, de sobresalir, de ser singulares, de ser reconocidos y admirados, más bien que desde un genuino deseo de ayudar verdaderamente a otros. En la medida en que esto es cierto, nuestros éxitos se limitan a disparar la envidia. Sin embargo, por otra parte, nuestra envidia de otros es con frecuencia el auto-infligido castigo revelado en la parábola de Jesús sobre los talentos, donde aquel que esconde su talento recibe un castigo por no negociar con él.
Y así, la verdad es que podemos lograr grandes cosas sin ser realmente fructíferos, como también podemos ser muy fructíferos aun cuando logremos poco en términos de éxito y reconocimiento mundano. Nuestra fecundidad es con frecuencia el resultado no tanto de las grandes cosas que realizamos sino de la dulzura, generosidad y amabilidad que traemos al mundo. Desgraciadamente, nuestro mundo raramente estima estas cosas como un logro, una realización, un éxito. No llegamos a ser famosos por ser bondadosos. Aun así, cuando morimos, aunque quizás seamos elogiados por nuestros logros, seremos amados y recordados más por la bondad de nuestros corazones que por nuestros distinguidos logros. Nuestra verdadera fecundidad manará de algo más allá del legado de nuestras realizaciones.
Será la calidad de nuestros corazones, más que nuestros logros, lo que determinará qué ilusionante o asfixiante sea el espíritu que dejemos atrás cuando nos marchemos.
Henri Nouwen señala también que cuando distingamos entre nuestros logros y nuestra fecundidad veremos que, a pesar de que la muerte quizá sea el fin de nuestro éxito, productividad y consideración, no es necesariamente el fin de nuestra fecundidad. En verdad, nuestra verdadera fecundidad acontece con frecuencia sólo después de nuestra muerte, cuando nuestro espíritu finalmente puede fluir fuera más puramente. Vemos que esto fue cierto también para Jesús. Nosotros pudimos ser plenamente alimentados por su espíritu sólo después de que él estuviera muerto. Jesús enseña esto explícitamente en su discurso de despedida, en el Evangelio de Juan, cuando nos dice repetidamente que es mejor para nosotros que él se vaya, porque  sólo cuando él se vaya, nosotros podremos recibir de verdad su espíritu, su total fecundidad. Lo mismo vale para nosotros. Nuestra total fecundidad sólo se manifestará después de que hayamos muerto.
Los grandes logros no hacen necesariamente sean fecundidos. El gran logro puede hacernos sentir bien y puede hacer a nuestras familias y seres queridos se sientan orgullosos de nosotros. Pero esos sentimientos de realización y orgullo no son un fruto duradero ni profundamente nutritivo. Verdaderamente las buenas sensaciones que esa realización nos dan es con frecuencia una droga, una adicción, que demanda siempre más de nosotros y deja fácil envidia e inquietud en otros, así como subraya nuestra separación.
El fruto que alimenta el amor y la comunidad tiende a proceder de nuestra vulnerabilidad compartida y no de esos logros que nos distinguen.      
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes, 11 de septiembre de 2017