En las nuevas fronteras

Una historia evangélica particularmente poderosa narra el encuentro de Jesús con una mujer sirofenicia. En el centro de esa historia está el lugar donde tienen lugar sus encuentros. Tiene lugar en las fronteras de Samaria. Para Jesús, Samaria era un territorio extranjero, tanto en términos de etnia como de religión. En su encuentro con esta mujer, él se sitúa en el borde, en la frontera, de cómo él se entendía a si mismo religiosamente.
Creo que aquí es donde nos encontramos hoy como cristianos, ante nuevas fronteras en términos de relación con otras religiones, sobre todo con nuestros hermanos y hermanas del islam. El punto más importante del orden del día de nuestras iglesias para los próximos cincuenta años será la cuestión de la relación con otras religiones, el islamismo, el hinduismo, el budismo, el taoísmo, las religiones indígenas de América y África, y diversas formas, antiguas y nuevas, del paganismo y la Nueva Era. En pocas palabras, si toda la violencia que proviene del extremismo religioso no nos ha despertado todavía, entonces estamos peligrosamente dormidos.  No tenemos otra opción. El mundo se ha convertido en una aldea, una comunidad, una familia, y a menos que empecemos a comprendernos y aceptarnos más profundamente, nunca seremos un mundo en paz.
Además, para nosotros, como cristianos, la amenaza del odio y la violencia provenientes de otras religiones no es la razón principal por la que estamos llamados a entender a los creyentes no cristianos más compasivamente. La razón más profunda es que el Dios que adoramos nos llama a hacer eso. Nuestro Dios nos llama a reconocer y acoger a todos los creyentes sinceros en nuestros corazones como hermanos y hermanas en la fe. Jesús hace esto con mucha claridad en casi todas partes en su mensaje, y a veces lo hace de manera incómodamente explícita: ¿Quiénes son mis hermanos y hermanas? Son los que escuchan la palabra de Dios y la guardan. ... No son necesariamente los que dicen Señor, Señor, los que entran en el Reino de los Cielos, sino los que hacen la voluntad de Dios en la tierra. ¿Quién puede negar que muchos no cristianos hacen la voluntad de Dios aquí en la tierra?
Pero ¿qué pasa con el extremismo, la violencia y las expresiones perversas de la religión que vemos con frecuencia en otras religiones? ¿Podemos realmente considerar que estas religiones son verdaderas, dadas las cosas horribles que se hacen en su nombre?
Todas las religiones deben ser juzgadas, como sostiene Huston Smith, por sus expresiones más elevadas y sus santos, no por sus perversiones. Esto también es cierto para el cristianismo. Esperamos que otros nos juzguen no por nuestros momentos más oscuros o por los peores actos jamás hechos por los cristianos en nombre de la religión, sino por todo lo que los buenos cristianos han hecho en la historia y por nuestros santos. Debemos dar ese mismo entendimiento a otras religiones, y todas ellas en su esencia y en sus mejores expresiones nos llaman a lo que es uno, bueno, verdadero y hermoso - y todas ellas han producido grandes santos.
¿Pero qué hay de la singularidad de Cristo? ¿Qué hay de la afirmación de Cristo de que él es el (único) camino, la verdad y la vida y que nadie puede venir a Dios excepto a través de él?
A lo largo de sus 2000 años de historia, la teología cristiana nunca se ha apartado de la verdad y la exclusividad de esa afirmación, salvo en el caso de algunos teólogos cuyas opiniones no han sido aceptadas por las iglesias.  Entonces, ¿cómo podemos ver la verdad de otras religiones a la luz de la afirmación de Cristo de que él es el único camino hacia el Padre?
La teología cristiana (ciertamente esto es cierto para la teología católica romana) siempre ha aceptado y enseñado proactivamente que el Misterio de Cristo es mucho más grande que lo que se puede observar en la envoltura visible e histórica del cristianismo y de las iglesias cristianas en la historia. Cristo es más grande que nuestras iglesias y opera también fuera de nuestras iglesias. Él aún le está diciendo a la iglesia lo que le dijo una vez a su madre: "Debo ocuparme de los asuntos de mi padre."
Antiguamente lo expresábamos afirmando que el Cuerpo de Cristo, el cuerpo entero de los creyentes tiene un elemento visible y otro invisible. En los creyentes bautizados explícitamente vemos el Cuerpo visible de Cristo. Sin embargo, al mismo tiempo, reconocemos que hay incontables otros que por toda clase de razones no culpables no han sido explícitamente bautizados y no profesan una fe explícita en Cristo, sino que por la bondad de sus corazones y acciones deben ser considerados parientes nuestros en la fe.
Esto puede sorprender a algunos, pero, de hecho, la enseñanza dogmática de la Iglesia Católica Romana es que las personas sinceras de otras religiones pueden salvarse sin llegar a ser cristianos, y enseñar lo contrario es herejía. Esto se basa en una manera de entender al Dios a quien adoramos como cristianos.  El Dios que Jesús encarnó quiere la salvación de todas las personas y no es indiferente a la fe sincera de miles de millones de personas a lo largo de miles de años. Deshonramos nuestra fe cuando enseñamos algo diferente. Todos nosotros somos hijos de Dios.
Al final hay un solo Dios y ese Dios es el Padre de todos nosotros - y eso significa todos nosotros, independientemente de la religión.

Existe una sola tristeza, la de no ser santos

No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. 

No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. 

La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia. 

En el fondo, como decía León Bloy, en la vida «existe una sola tristeza, la de no ser santos». 
(G. Ex, Papa Francisco)

No os dejéis robar la esperanza que nos da Jesús

…Nunca os dejéis vencer por el desánimo.
 Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús; que está entre nosotros; nace del saber que, con él, nunca estamos solos, incluso en los momentos difíciles y ¡hay muchos!. 
Por favor, no os dejéis robar la esperanza, esa que nos da Jesús. 
(Papa Francisco)

RELACIONES Y APRENDIZAJE

Las relaciones interpersonales, en todos sus niveles –de vecindad, de parentesco, de amistad, de pareja–, pueden ser fuente de gozo o bien constituir un campo minado de dificultades.
Un elemento fundamental que genera sufrimiento en las relaciones es el “guion” con el que el ego se maneja. Según él, los otros están ahí para complacerme. En consecuencia, resulta inevitable que, cada vez que tal expectativa no se cumple, aparezca la frustración y, con ella, el enfado, la ira o el abatimiento.
Solo podremos salir del sufrimiento abandonando aquella expectativa o creencia errónea, gracias a la comprensión, la cual nos ofrece dos claves decisivas en toda esta cuestión:
Los otros no están para complacerme, sino para ayudarme a aprender.
Los otros –como yo– hacen siempre lo mejor que saben y pueden, por lo que carece de sentido la culpabilización.
¿Qué es lo que necesito aprender a partir de lo vivido en las relaciones?
Tal vez, tres cuestiones básicas:
1º Conocerme y aceptarme tal como soy, integrando la sombra que había reprimido, ocultado o negado. En las relaciones se me hace patente que todo aquello que me altera de los otros se encuentra en mí sin aceptar y, con frecuencia, sin ni siquiera conocerlo.
2º Crecer en amor incondicional hacia mí. Todos mis enfados y frustraciones que nacen en el campo relacional son, en realidad, expresión de un grito que pide amor. Sin ser consciente de ello, estoy pidiendo a los otros el amor –aprecio, reconocimiento, comprensión…– que yo mismo soy incapaz de darme. El hecho de no recibir lo que espero puede constituir una oportunidad preciosa para desarrollar en mí aquel amor incondicional que reclamo de los otros y que, aun sin darme cuenta de ello, me hace vivir mendigando afecto.
3º Crecer en comprensión de mi verdadera identidad. De un modo u otro, todo aprendizaje culmina en este, que me permite contestar adecuadamente a la pregunta primera: ¿quién soy yo? Porque no hallaré luz ni paz hasta que no encuentre, por experiencia propia, la respuesta adecuada: soy no-separado de los otros. Más allá de las formas diferentes –o “disfraces” en que se expresa– todos compartimos la misma y única identidad; la nuestra es una identidad compartida, Eso que sostiene todas las formas y que en todas se expresa. Enrique Martínez Lozano. 8-JULIO-2018

Dios es bondad, misericordia, AMOR...

Queridos hermanos: Los creyentes descubrimos en los profetas a personas capaces de leer los acontecimientos históricos con los ojos de Dios. Ellos miran el mundo, ponen nombre a cada cosa, se fijan en lo grandioso y especialmente en lo que pasa desapercibido, denuncian injusticias concretas, defienden al débil, ... y al final, abren la puerta a la esperanza, con una fe ciega en que el mal no tiene la última palabra en nuestra historia. En medio de la injusticia mayor sienten que no están solos, que Dios sigue acompañando al mundo, empeñado en que su proyecto siga adelante. De esto último nos habla hoy Miqueas, cuando hace su confesión de fe: ¿Qué Dios hay como tú, que se complace en ser bueno?
Por desgracia, nuestra sociedad y nuestras comunidades cristianas necesitan seguir oyendo este mensaje y convencerse de que éste es nuestro Dios. Muchas veces, al hablar de la fe cristiana, se han cargado las tintas en los preceptos. Se ha predicado mucho más lo que no hay que hacer que lo que estamos llamados a hacer; ¡y mira que hay tema para hablar! De este modo se ha hecho de la fe cristiana un cajón cerrado de cumplimientos. Justo lo contrario a lo que es nuestro Dios: bondad, misericordia, AMOR.
Vivir para cumplir la norma nos hace dudar de todo lo que hacemos (¿estaré haciendo bien?, ¿es esto lo correcto?) y al final nos paraliza. Vivir desde el amor abre horizontes: invita a buscar soluciones a los problemas, porque quien ama cree en las personas y no guarda rencor. Vivir desde el amor invita a entregarse sin medida porque el amor no lleva cuentas; invita a caminar, a crecer, a llevar a plenitud el proyecto del Padre.
En el Evangelio de hoy encontramos una llamada a vivir desde ese Amor: El que cumple la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre. ¿Cuál fue la reacción de los familiares de Jesús al escuchar estas palabras tan rotundas? Nos las tendremos que imaginar porque ninguno de los tres evangelistas nos la cuentan. La que sí podemos percibir es nuestra reacción: al escuchar estas palabras de Jesús, ¿nos sentimos verdaderamente sus hermanos?, ¿podemos decir que vivimos cumpliendo la voluntad del Padre? Os invito a que a lo largo del día escribáis vuestro final a este pasaje del Evangelio. Reflexión del Evangelio - Homilía de hoy martes, 24 de julio de 2018. CR

Un insulto que hiere profundamente

¡Es un perdedor! ¡Eres un perdedor!  Entre todos los insultos hirientes que pronunciamos sin pensar, este en particular es quizás el más hiriente y dañino. Debe ser prohibido en nuestro discurso público y suprimido de nuestro vocabulario.
Hemos recorrido un largo camino al prohibir cierto lenguaje en nuestro discurso público. La mayoría de los términos que prohibimos tienen que ver con frases peyorativas que se refieren a la raza, género o discapacidad de alguien.  Prohibirlos categóricamente en nuestra lengua hace tiempo que debería haberse hecho y no puede descartarse como una simple corrección política. Es una cuestión de corrección, simple y llanamente, de justicia, de caridad, de decencia humana fundamental. El lenguaje es una economía que a menudo también es injusta. Afirma injustamente a unos y calumnia indebidamente a otros. Tenemos que tener cuidado con él. El lenguaje puede dejar una profunda cicatriz en los demás, incluso cuando nos mantiene inconscientemente encerrados dentro de estereotipos negativos que dejan nuestras mentes y nuestros corazones teñidos por el racismo, la intolerancia y la misoginia.
Pero los insultos raciales, de género y de discapacidad no son los únicos insultos que cortan, hieren y marcan a otros. Por terribles que sean, los insultados por ellos tienen el consuelo de saber que el insulto se dirige a colectivos de millones (o, en el caso del género, a miles de millones) de individuos. ¡Hay consuelo en los números! Ser insultado junto con millones o miles de millones de individuos también duele, pero estás acompañado.
Sin embargo, hay calumnias, insultos, que son más brutalmente singulares y cruelmente personales, que pretenden avergonzar las insuficiencias privadas de uno. Con tal calumnia ya no estás acompañado, ahora eres solo uno. El término "perdedor" es un insulto. Su objetivo es avergonzar a una persona de una manera muy singular e hiriente. Cuando te llaman "perdedor", no se te señala y avergüenza porque perteneces a un cierto grupo, raza, género o tipo de personas. Se te avergüenza porque tú - solo tú, singularmente, personalmente - eres juzgado como quien no está a la altura, como indigno de respeto, y de plena aceptación. Se te juzga como inferior con una inferioridad de la que no se puede culpar a nadie excepto a ti mismo. ¡Eres considerado un perdedor! ¡Y estás solo en eso!
Este tipo de vergüenza no es nuevo. Siempre ha sido así. Ciertas personas siempre han sido rechazadas, avergonzadas y condenadas al ostracismo. Tenemos este curioso defecto humano que nos hace creer que para ser felices no basta con sentirse aceptados, sino además alguien tiene que ser excluido.
En los tiempos bíblicos, las personas que tenían lepra eran excluidas de la sociedad, y condenadas a vivir en regiones fuera de la vida normal, y a gritar "impuras" cada vez que alguien se les acercaba. Pero tenían razones legítimas para poner a estas personas fuera del círculo de la vida normal. La lepra contenía el peligro del contagio. Hoy, sin ningún tipo de legitimidad, seguimos calificando a ciertas personas de "leprosos", de incapaces de vivir en los círculos de la vida normal. Los clasificamos como "perdedores" y los condenamos a la periferia. Son los nuevos leprosos.
Abundan los ejemplos de esto, pero tal vez lo vemos más claramente en nuestras escuelas secundarias donde siempre hay un grupo que es popular, un grupo "in" que dicta el ethos, decide lo que es aceptable, y se constituye en el centro de la comunidad, aunque no sean mayoría. La mayoría de los estudiantes están fuera de ese círculo más exclusivo de popularidad, al borde de él, tratando de lograr una aceptación total, no totalmente "dentro" y no completamente "fuera". Pero siempre hay otro conjunto, los que son vistos como "perdedores", los que no están a la altura de las circunstancias, no merecedores de pleno estatus y reconocimiento. A este grupo no se le da permiso para pertenecer plenamente. Todo círculo humano tiene esa categoría de personas.
Hay una miríada de razones complejas, muchas de ellas relacionadas con la salud mental, que pueden ayudar a explicar por qué, a veces, trágicamente, un muchacho de escuela secundaria toma un arma, entra a su escuela y dispara a sus compañeros de clase. Pero es difícil no darse cuenta de que, casi siempre, es un joven que ha sido considerado un "solitario", un perdedor. No podemos culpar a sus compañeros inmediatos y a sus compañeros de clase por considerarlo así, sin importar cuán consciente o inconscientemente se haga esto. Sus compañeros de clase son víctimas, no sólo de la enfermedad y la rabia de este joven, sino también de una sociedad que ayuda ciegamente a producir este tipo de enfermedad y rabia.
No soy padre, pero si lo fuera, trataría con toda la autoridad moral que poseo como padre de que mis hijos purguen su vocabulario de insultos raciales, de género y de discapacidad.  Pero yo también usaría todo era autoridad y persuasión que tuviera para que eliminaran de su vocabulario de palabras peyorativas que hieren a otras personas en su singularidad. La palabra "perdedor" estaría prohibida en mi casa.
Tanto la sociedad como la iglesia son casas. Gracias a Dios, en las últimas décadas hemos prohibido el uso de palabras que menosprecian a otra persona por su raza, género o discapacidad.  ¡Es hora de que prohibamos otros insultos dentro de casa!

Dios sabe lo mejor para ti...

ojos


Mary era una linda niña de 3 años de edad. Vivía en algún lugar de los Estados Unidos, frente al mar. Su familia era cristiana. Ellos iban todos los domingos a la iglesia. ¡Mary era muy feliz! Amaba a su familia y admiraba los ojos azules de su padre, su madre y sus hermanos... Todos en la casa de Mary tenían ojos azules... ¡Todos... excepto Mary! El sueño de Mary era tener los ojos azules como el mar... ¡Ah! ¡Cómo deseaba eso Mary!
Un día, en la escuela dominical, oyó a la "señorita" decir: "Dios responde a todas las oraciones".
Mary pasó todo el día pensando en eso... A la noche, a la hora de dormir, se arrodilló al lado de su cama y oró: "Papá del Cielo, muchas gracias porque creaste el mar que es tan hermoso! Muchas gracias por mi familia. Muchas gracias por mi vida! Me gusta mucho todas las cosas que hiciste y haces! Pero... me gustaría pedir...por favor... que cuando me despierte mañana, tenga los ojos azules como los de mamá! En el nombre de Jesús, amén."
Ella tuvo fe. La fe pura y verdadera de un niño. Y, al despertar, al día siguiente, corrió al espejo. Miró...y ¿cuál era el color de sus ojos?... ¡CONTINUABAN CASTAÑOS ! ¿Por qué Dios no escuchó a Mary ? ¿Por qué no atendió a su pedido? Eso habría fortalecido su fe.
Bueno...aquel día, Mary aprendió que un NO también era respuesta! La niñita agradeció a Dios del mismo modo... pero...no entendía...sólo confiaba.
Años después, Mary se fue como misionera a la India. Ella "compraba niños para Dios" (los niños eran vendidos por sus familias - que pasaban hambre - para ser sacrificados en el templo, y Mary los "compraba" para libertarlos de ese sacrificio). Pero, para poder entrar en los "templos" de India, sin ser reconocida como extranjera, necesitó disfrazarse como una mujer de la India:
Pasó café en polvo por su piel, cubrió los cabellos, se vistió como las mujeres del lugar y entraba libremente en los locales de venta de niños. Mary podía caminar tranquila en todo "mercado infantil", pues aparentaba ser una mujer hindú.
Un día, una amiga misionera la miró disfrazada y dijo: "Guau, Mary ! Menos mal que tienes los ojos castaños y no claros como los de tu familia. !A qué Dios más inteligente servimos... Él te dio ojos oscuros, pues sabía que eso sería esencial para la misión que te confiaría después !!!"
Esa amiga no sabía cuánto Mary había llorado en la infancia por no tener ojos azules... Pero Mary pudo finalmente entender el por qué de aquel NO de Dios hacía tantos años!
Bueno... ¿Cuál es la moraleja de esta historia? ¡¡¡QUE DIOS SABE LO QUE MEJOR TE CONVIENE!!!
Él conoce cada lágrima que ya rodó desde tus ojos... Él sabe que, tal vez, quisieses "ojos de otro color"... Él oye, sí, TODAS las oraciones... ¡Pero Él las responde de manera sabia! No necesitas llorar si tus ojos siguen siendo castaños... o si aún no has sido complacida como te gustaría. ¡¡¡DIOS SABE LO QUE MEJOR TE CONVIENE!!! Ten siempre esta seguridad en tu corazón. Fuente

No tengas miedo de la santidad...

No tengas miedo de la santidad. 
No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó y serás fiel a tu propio ser. 
Depender de él nos libera de las esclavitudes y nos lleva a reconocer nuestra propia dignidad...
En la medida en que se santifica, cada cristiano se vuelve más fecundo para el mundo…
No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. 
No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. 
La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia.  ( Gaudete et exultate, Papa Francisco)

Jorge Luis Borges se declaró agnóstico en varias ocasiones de su vida, pero el día de su muerte pidio ver a un sacerdote católico...

Jorge Luis Borges y su madre

Jorge Luis Borges y su madreSe cuenta del famoso escritor argentino Jorge Luis Borges Acevedo (1899-1986), que se llevaba bien con todo el mundo y era delicioso cuando los periodistas lo entrevistaban en cualquier momento. Siempre los asombraba con frases propias de una personalidad magnética, brillante y contradictoria.
- ¿Y qué puede decirnos Jorge Luis Borges sobre las drogas? ¿Probó alguna sustancia prohibida?, le preguntaban. Y él respondía sin reparos: - Yo no bebo, no fumo, no escucho la radio, no me drogo, como poco. Yo diría que mis únicos vicios son "El Quijote", "La Divina Comedia" y no incurrir en la lectura de Enrique Larreta ni de Benavente. Y en cuanto a la fe siempre ofrecía la misma duda: la transcendencia del hombre. - No afirmo ni niego, pero espero que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno. Y se quedaba tan campante.
En algún momento, este genial escritor de la lengua castellana del siglo XX se percató de que algunas de sus afirmaciones referentes a la fe hacían sufrir a la persona que más amó en este mundo: su madre, una mujer creyente y piadosa. Doña Leonor Acevedo era una dama dotada de un ingenio y una picardía - de la buena- que heredó y cultivó con entusiasmo su hijo. Él veneraba a su madre y sufría lo indecible cuando algo o alguien molestaba la tranquilidad de doña Leonor. Eran años de cobardes bombas y amenazas perturbadoras.
El teléfono sonó a horas angustiantes: - Te vamos a matar y a tu hijo, dijo la voz. Doña Leonor, ya acostada, respondió con toda tranquilidad: - Vea señor, tengo más de 90 años y si no se apura en cumplir su amenaza, por ahí me muero antes. Y se quedó en paz. Sin embargo, hubo una vez que el espíritu de doña Leonor se inquietó. Aunque lo sabía, escuchar de los labios de su hijo que se declaraba agnóstico hizo que su corazón le advirtiera de una amenaza mucho más letal que una bomba. La salvación eterna de su hijo la perturbaba. Tenía que hacer algo. Y lo hizo.
La estrategia de doña Leonor y el final feliz del genial escritor fueron revelados por un anciano sacerdote a su amigo Pablo Caruso, con el encargo expreso de que lo publicara. He aquí su testimonio:
«A veces, muy de vez en cuando, en el lugar y tiempo menos pensado, el escriba se encuentra una "estrella en el aljibe", como decía un maestro de periodistas. No sé yo si éste es el caso, pero quiero contarlo. El que esto escribe fue a visitar a su anciano amigo sacerdote, cuyo corazón ya está muy gastado: apenas le quedan unos latidos y los utiliza para seguir rezando a fin de terminar el "buen combate".
"No estoy retirado", me aclaró. Un sacerdote nunca se retira, sino que está junto con otros hermanos sacerdotes, en una casa muy acogedora, esperando impaciente ver el rostro de su Señor. La sombra relajante del frondoso tilo hizo más fácil la deliciosa conversación o monólogo - en mi beneficio, claro está- de este hombre de Dios. Tampoco sabría yo precisar por qué derivó la conversación hacia la madre del mundialmente celebrado escritor argentino.
- "¿Sabes?, me dijo mi amigo, me gustaría que lo contaras… Hazlo con delicadeza, pero cuéntalo".
Ella, doña Leonor, amaba a ese hijo y su primera preocupación era su alma, por tanto, rezó mucho por este asunto. Un día decidió sacar el tema. - "Hijo, ¿qué es eso que he oído por ahí, que eres agnóstico? ¿De verdad dudas de la existencia de Dios?". La directa pregunta de doña Leonor logró hacer tartamudear más de lo habitual al escritor, eterno candidato al premio Nobel de Literatura.
- "Lo que pasa, madre, es que el infierno y el paraíso me parecen desproporcionados. Los actos de los hombres no merecen tanto", respondió el autor de El Aleph.
Entonces, doña Leonor le tomó la mano y le susurró: - "Prométeme que recitarás un Ave María todas las noches. Te pido que lo hagas cuando te retires a dormir. Hazlo, aunque yo no esté físicamente a tu lado, como si me dieras a mí el beso de las buenas noches". - "Sabes, madre, yo creo que es mejor pensar que Dios no acepta sobornos".
Doña Leonor se quedó un rato en silencio. - "Entonces, tengo que admitir que me has sobornado muchas veces. Lo has hecho cuando me dabas un beso antes de pedirme algo que querías". Borges sonrió.
Tiempo después, el escritor admitió a un amigo suyo que, por amor a su madre,  nunca se había olvidado de recitar todas las noches esa sencilla oración mariana.
Jorge Luis Borges murió en Ginebra el 14 de junio de 1986, a los 87 años. Ante la sorpresa de las pocas personas que le rodeaban en su lecho de muerte, pidió ver a un sacerdote católico. Así se hizo. Esto que hoy cuento ocurrió hace algunos años. Mi anciano amigo sacerdote nunca me dijo cuándo lo debía contar. Quiero hacerlo hoy y no sé por qué.»
Así se expresa Pablo Caruso, el amigo de aquel anciano sacerdote, en un artículo publicado en "La Gaceta" (5-II-2008).Y añade: «Voces y caras extrañas vendrán seguramente a desmentirme… ¿Y qué?» Texto de la revista Ave María, nº 787, marzo de 2013. Fuente

Ayuda de la Iglesia Católica conmueve a refugiados musulmanes y genera conversiones

Ayuda de la Iglesia Católica conmueve a refugiados musulmanes y genera conversiones: Un fraile franciscano que reside en las islas griegas narró cómo el testimonio de caridad de la Iglesia Católica conmueve a los refugiados musulmanes provenientes de Medio Oriente y que incluso motiva a muchos a bautizarse.

El celibato consagrado – Una apología

Huston Smith, el renombrado comentarista de las religiones en el mundo, opina que no se debería juzgar a una religión por sus peores expresiones, sino por las mejores, sus santos. Eso también es verdad para cuando juzgamos los méritos del celibato comprometido por voto y consagración. Debería ser juzgado por sus mejor ejemplos, no los pervertidos, como es verdad también para la institución del matrimonio.
Escribo esta apología porque hoy el celibato consagrado está cercado por los críticos en casi todos los círculos. El celibato ya no es entendido y considerado realista por una cultura que básicamente rehúsa aceptar cualesquiera restricciones en el área de la sexualidad; y, en efecto, ve todo celibato, vivido por cualquier razón, como frigidez, ingenuidad o una desgracia circunstancial. Nuestra cultura constituye una conspiración virtual contra el celibato.
Más crítico aún es cómo el celibato consagrado está siendo juzgado a partir del escándalo por abuso sexual de clérigos. Más y más, hay una concepción popular en los círculos sociales y eclesiales de que el abuso sexual en general y la pedofilia en particular es más prevalente entre sacerdotes y religiosos que en la población en general, y que hay algo inherente en el celibato consagrado mismo que hace a los sacerdotes y los religiosos consagrados más propensos al desorden sexual y a la salud emocional enferma. ¿Qué hay de cierto en esto? ¿Son los célibes más propensos al desorden sexual que sus contemporáneos no-célibes? ¿Van a ser los célibes probablemente menos sanos y felices en general que aquellos que están casados o que son sexualmente activos fuera del matrimonio?
Esto debe ser juzgado -creo yo- mirando los fines más profundos del sexo mismo; y, de ahí, señalando dónde las personas casadas y los célibes tienden a acabar en su mayor parte. ¿Cuál es el último fin del sexo?  ¿Qué es lo debe hacer esta poderosa energía arquetípica en nosotros? Genéricamente, la respuesta es clara: El sexo debe guiarnos fuera de nosotros mismos, fuera de nuestra soledad, fuera de nuestro egoísmo, al altruismo, a la familia, a la comunidad, a la generatividad, a la ternura de corazón, al deleite, a la felicidad y por fin (quizás no siempre a este lado de la eternidad) al éxtasis.
Visto a través del prisma de este criterio, ¿cómo comparar matrimonio y celibato consagrado? Mayormente, vemos paralelos: La gente se casa; algunos se vuelven sanamente generosos y generativos, permanecen fieles a sus cónyuges y envejecen siendo personas saludables, felices y comprensivas. Otros escriben una crónica diferente. Se casan (o son sexualmente activos fuera del matrimonio) pero no se vuelven más generosos y generativos, no permanecen fieles a sus compromisos de amor y, por el contrario, envejecen con mal humor, amargura e infelicidad.
Lo mismo vale para los célibes consagrados: Algunos hacen voto y se vuelven sanamente generosos y generativos, permanecen fieles al voto y envejecen siendo personas saludables, felices y comprensivas. Para algunos  otros, casi todo en sus vidas desmiente la transparencia y fecundidad que tendría que derivarse de su celibato, y no se vuelven más generosos, generativos, apacibles ni felices. En vez de eso, como algunos de sus contemporáneos activos sexualmente, también crecen hoscos, amargos e infelices. A veces, esto es el resultado de romper su voto; y otras, el resultado de una sexualidad reprimida insanamente. En su caso, su voto no es fructífero, y generalmente lleva a malsanas conductas compensatorias.
Se admite que el celibato viene lleno de peligros extra, porque el matrimonio y el sexo son el camino normal que Dios proyectó para nosotros. Como Merton indicó una vez, en el celibato vivimos en una soledad que Dios mismo ha condenado: ¡No es bueno que el hombre esté solo! El sexo y el matrimonio son la norma, y el celibato se desvía de eso. Pero eso no significa que el celibato no pueda ser altamente generativo, significativo y sano, y contribuya al bienestar y la felicidad. Algunas de las personas más generativas y saludables que conozco son célibes consagrados que envejecen en una envidiable madurez y paz. Tristemente, lo contrario vale también para algunos célibes. Por supuesto, todo esto vale igualmente, por ambos lados, para la gente casada que conozco.
Por sus frutos los conoceréis. Jesús nos ofrece esto como un criterio para juzgar. Pero al juzgar el celibato y el matrimonio (sólo al juzgar religiones) podríamos añadir el consejo de Huston Smith de que deberíamos juzgar a todos por sus mejores expresiones, por sus santos, y no por sus expresiones malsanas. Mirando al matrimonio y al celibato, podemos ver en cada uno de ellos sanas y malsanas manifestaciones; y no parece que uno de los dos lados aventaje al otro a la hora de manifestar santidad o disfunción. Eso no es sorprendente, ya que, al final, ambas opciones demandan la misma cosa, a saber, una buena voluntad para sacrificarse y sudar sangre por la causa del amor y la fidelidad.
Algunos célibes son infieles, y algunos son pedófilos; pero algunos llegan a ser Madre Teresa. Es digno de mencionar también que Jesús fue célibe. Algunas personas casadas son infieles, algunas son abusivas y algunas asesinan a sus cónyuges; pero algunas dan tangible, encarnada y santa expresión al amor incondicional de Dios por el mundo y al inquebrantable vínculo de Cristo con su iglesia.
La sexualidad es una realidad que se puede vivir hasta el fin en diferentes modalidades; y tanto el matrimonio como el celibato son opciones santas que, tristemente, pueden resultar mal.      
Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

El Evangelio de hoy nos invita a repasar todo lo que tenemos: nuestras relaciones humanas, propiedades materiales, y mirarlo todo de otra manera.

Queridos amigos: “Tengo un problema: vivo en mi casa, con mi mujer; no he dejado a mis padres, porque los veo todas las semanas; tampoco he dejado mi tierra, porque vivo en la misma ciudad donde nací. Una de dos: o esta lectura no es para mí, o no tengo derecho a eso de la vida eterna.”

El razonamiento es aplastante, si se toma al pie de la letra lo de “dejar casa, hermanos o hermanas,…”. Pero Jesús, independientemente del significado exacto de los términos griegos, no dice “dejar”, sino “dejar por mí”. O sea, que no se trata de “abandonar”, sino de trasladar el centro de atención, de modificar la consideración de nuestra relación con la familia, con nuestra tierra. Se trata de verlo todo desde Jesús, con Él en medio, filtrándolo todo a través de su voluntad, de su mandato del amor.
Jesús no nos dice que “no queramos” a la familia, sino que la queramos de verdad, como Él la quiere, con su cariño. No nos dice que vendamos todo lo que tenemos, sino que lo pongamos al servicio de su plan de salvación: para algunos significará dejar, vender, pero para otros significará utilizar de otra manera…
El Evangelio, como el ejemplo de San Benito y tantos otros santos, nos invita a repasar todo lo que tenemos: nuestras relaciones humanas, nuestras propiedades materiales, y mirarlo todo de otra manera. Conviene, de vez en cuando, hacer inventario de nuestros bienes (espirituales y materiales) y dar gracias a Dios por ellos, poniéndolos a su disposición. Y, eso sí, luego “escudriñar” qué quiere Él de nosotros, cómo quiere que utilicemos lo que tenemos, lo que nos da…
Venderlo todo es más fácil, sólo hay que hacerlo una vez. Repensar cada día nuestras relaciones personales, el uso que damos a nuestros bienes, evitar “apropiarnos” del cariño de los demás o utilizarlo para nuestra propia satisfacción, renunciar al consumismo injustificado,.. es tarea de cada día, y es muy difícil. Es vivir el “dejar por mí” poniendo el acento en el “por mí”, en lugar de en el “dejar”. Y eso nos toca a todos.

Comentario al Evangelio - Homilía de hoy, miércoles, 11 de julio de 2018. ciudadredonda.org

Milagros verdaderos

Ralph Waldo Emerson llama a las estrellas del cielo nocturno “mensajeras de belleza, que iluminan el universo con su asombrosa sonrisa” y opina que, si aparecieran durante una sola noche cada mil años, estaríamos de rodillas en adoración y alimentaríamos el recuerdo durante el resto de nuestras vidas. Pero, dado que se presentan cada noche, el milagro pasa mayormente inadvertido. Vemos la televisión en vez de eso.
Pero, no obstante su belleza, las deslumbrantes estrellas no son el milagro más sobresaliente que pasa inadvertido. Los milagros más grandes tienen que ver con la gratuidad, con el amor, con descongelar un alma, con el perdón. Nuestra gran pobreza es que éstos pasan mayormente inadvertidos. Hay cosas mucho más asombrosas que las estrellas por las que arrodillarnos en gratitud, y hay cosas más profundas y dignas de alimentar en el recuerdo que una noche iluminada por las estrellas.
El escritor belga de espiritualidad Benoit Standaert sugiere que el mayor milagro es “que lo libremente dado existe, que hay amor que hace un todo y que abraza lo que se ha perdido, que elige lo que había sido desechado, que perdona lo que ha sido encontrado culpable más allá de la apelación, que une lo que al parecer había sido desgarrado para siempre”.
El milagro más grande es que hay redención para todo aquello que  hacemos mal. Hay redención de todo lo que hemos dejado de cumplir a causa de nuestra insuficiencia. Hay redención de nuestras heridas, de todo lo que nos ha dejado física, emocional y espiritualmente claudicantes y fríos. Hay redención de la injusticia, de la deslealtad que sufrimos y del daño que infligimos a otros a sabiendas o sin saber.  Hay redención de nuestros errores, nuestros fallos morales, nuestras infidelidades, nuestros pecados. Hay redención de nuestras relaciones que se han hecho agrias, de nuestros matrimonios, familias y parientes que han sido apartados por la incomprensión, el odio, el egoísmo y la violencia. Hay redención del suicidio y el asesinato. Nada cae fuera del alcance del poder de Dios para perdonar, para resucitar y volver a hacerlo nuevo, fresco, inocente y gozoso.
Todas nuestras vidas, en mayor o menor grado, acaban incompletas, rotas, injustamente arrebatadas de nosotros y causantes de daño a otros por nuestra debilidad, infidelidades, pecado y malicia; y, no obstante, al fin, todo puede volver a estar limpio. Hay redención, nueva vida después de todos los caminos que hemos errado en este mundo. Y esa redención viene a través del perdón.
El perdón es el milagro mayor, el último milagro de todos, que, juntamente con la vida eterna, es el verdadero sentido de la resurrección de Jesús. Nada hay más divino, ni milagroso, que un momento de reconciliación, un momento de perdón.
Por esta razón, cuando los Evangelios relatan la resurrección de Jesús, su énfasis, una y otra vez, está en el perdón. De hecho, el Evangelio de Lucas no distingue el anuncio de la resurrección del anuncio del perdón de los pecados. Perdón y resurrección están intricadamente enlazados. Del mismo modo, en el Evangelio de Juan, en la primera aparición de la resurrección de Jesús a la comunidad reunida (con todos ellos escondidos dentro con las puertas cerradas con llave por miedo a los judíos) les da el poder de perdonar los pecados. El mensaje de la resurrección es que un cuerpo muerto puede ser levantado nuevamente de la tumba. Pero esto no sólo vale para nuestros cuerpos físicos, que mueren, sino vale también, especialmente, para los corazones que están helados y muertos por el desánimo, la amargura, la ira, la separación y el odio. El milagro de la resurrección consiste tanto en que se levanten a nueva vida las almas adormecidas, como en que se levanten a nueva vida los cuerpos muertos.
A pesar de estar casi abrumados por nuevos inventos, máquinas y artilugios de hoy día que hacen todo, incluso hablarnos, en verdad, vemos muy poco que eso sea genuinamente nuevo, que eso no sea la norma. Ciertamente,  vemos que cada día nos  vienen nuevas innovaciones tan rápidamente que tenemos dificultad de competir con los cambios que están trayendo. Pero, al fin,  estas innovaciones no nos sorprenden realmente, al menos no a un nivel profundo, al nivel del alma, moralmente. Son simplemente más de lo que ya tenemos, extensiones de la vida ordinaria, nada sorprendente de  verdad.
Pero cuando ves a una mujer perdonar a otra persona que de verdad le ha causado daño, estás viendo algo que no es normal, que es sorprendente. Estás viendo algo que no es simplemente otro ejemplo de cómo las cosas se despliegan naturalmente. Del mismo modo, cuando ves que la cercanía y el amor abren camino a un hombre que ha estado largo tiempo esclavo de un corazón amargo y airado, estás viendo algo que no es precisamente otro ejemplo de vida normal, de apertura ordinaria. Estás viendo novedad, redención, resurrección, perdón. El perdón es la única cosa nueva sobre  nuestro planeta; todo lo demás es sólo más de lo mismo.
Y así, en las palabras de Benoit Standaert: “Toda vez que nos esforzamos en traer un poco más de paz por medio de la justicia aquí en la tierra y, de cualquier forma, cambiamos la tristeza en felicidad, sanamos corazones rotos o atendemos a los enfermos y los débiles, llegamos directamente a Dios, el Dios de la resurrección”.
El perdón es el milagro más asombroso que veremos o experimentaremos en la vida a este lado de la eternidad. Él, solo, contribuye a que sea posible el cielo… y la felicidad.

Campamento Doney 2018

El Padre Sotillo, desde la parroquia del Corazón de María de Oviedo, organiza diversos turnos de campamentos de verano en Doney de la Requejada, en la Alta Sanabria, cerca de el Lago de Sanabria, Zamora. 

Desde allí nos hace llegar estas imágenes del 1er turno del Campamento.