Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por los que lo temen; porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro. Sal 102

Salmo Sal 102, 1b-2. 8-9. 13-14. 17-18a

Bendice, alma mía, al Señor


Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.
No está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo. R/.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por los que lo temen;
porque él conoce nuestra masa,
se acuerda de que somos barro. R/.
La misericordia del Señor
dura desde siempre y por siempre,
para aquellos que lo temen;
su justicia pasa de hijos a nietos:
para los que guardan la alianza. R/.

Las iglesias como hospitales de campaña

La mayoría de nosotros estamos familiarizados con el comentario del papa Francisco de que hoy la iglesia necesita ser un hospital de campaña. ¿Qué implica esto?
Primero, que ahora mismo la iglesia no es un hospital de campaña o, al menos, no mucho. Demasiadas iglesias de todas denominaciones ven el mundo más como un oponente que debe ser combatido que como un campo de batalla sembrado de personas heridas a las que se llama a atender. Las iglesias hoy, en palabras del papa Francisco, han cambiado con frecuencia una imagen del Libro del Apocalipsis, donde Jesús está fuera de la puerta llamando, tratando de entrar, por una situación  donde Jesús está llamando en la puerta desde dentro de la iglesia, tratando de salir.
Así, ¿cómo podrían nuestras iglesias, nuestras comunidades eclesiales, llegar a ser hospitales de campaña?
En un artículo maravillosamente provocativo de un reciente número de America Magazine, el escritor espiritual checo Tomas Halik sugiere que para que nuestras comunidades eclesiales lleguen a ser “hospitales de campaña” necesitan asumir tres papeles: Uno diagnóstico, donde identifiquen los signos de los tiempos; uno preventivo, donde creen un sistema inmune en un mundo en el que los virus malignos del temor, odio, populismo y nacionalismo estén deshaciendo comunidades; y uno convaleciente, donde ayuden al mundo a superar los traumas del pasado a través del perdón.
Concretamente, ¿cómo podría ser imaginado cada uno de ellos?
Nuestras iglesias necesitan ser diagnósticas; necesitan llamar al momento presente de una manera profética. Pero eso exige un coraje que, ahora mismo, parece ausente, descarrilado por el temor y la ideología. Los liberales y los conservadores diagnostican el momento presente de modos radicalmente diferentes, no porque los hechos no sean los mismos para ambos, sino porque cada uno de ellos ve cosas a través de su propia ideología. También, al final del día, ambos campos parecen demasiado espantados para mirar de lleno los problemas difíciles, ambos temerosos  de lo que podrían ver.
Para nombrar un solo problema al que ambos parecen temerosos de mirar con ojos fijos: nuestras iglesias que se vacían rápidamente y el hecho de que tantos de nuestros niños ya no van a la iglesia ni se identifican con una iglesia. Los conservadores condenan simplistamente el secularismo, sin  querer en realidad debatir abiertamente las variadas críticas de las iglesias que vienen de casi todas partes de la sociedad. Los liberales, por su parte, tienden a condenar simplistamente la rigidez de los conservadores sin estar en realidad abiertos a mirar animosamente a algunos de los lugares en secularidad donde la fe en un Dios trascendente y un Cristo encarnado corren antitéticos a algunas de las características culturales e ideologías en secularidad. Ambos bandos, como es evidente de su exagerada postura defensiva, parecen temerosos de mirar a todos los problemas.
¿Qué debemos hacer preventivamente para que nuestras iglesias vuelvan a ser hospitales de campaña? La imagen que Halik propone aquí es rica, pero es inteligible sólo en una comprensión del Cuerpo de Cristo y una aceptación de la profunda conexión que tenemos unos con otros dentro  de la familia de la humanidad. Todos somos uno, un organismo viviente, partes de un único cuerpo, de modo que, como con cualquier cuerpo viviente, lo que una parte hace, por enfermedad o por salud, afecta a toda la otra parte. Y la salud de un cuerpo es contingente sobre su sistema inmune, sobre esos enzimas que andan vagando por todo el cuerpo y exterminan las células cancerosas. Hoy nuestro mundo está acosado con las células cancerosas de la amargura, el odio, la mentira, el temor autoprotector y el tribalismo de todo género. Nuestro mundo está mortalmente enfermo, sufriendo de un cáncer que está destruyendo la comunidad.
De aquí que nuestras comunidades eclesiales deben llegar a ser lugares que generen los enzimas de salud que sean necesarios para exterminar esas células de cáncer. Debemos crear un sistema inmune suficientemente robusto para hacer esto. Y para que suceda eso, nosotros, nosotros mismos, debemos primero dejar de ser parte del cáncer del odio, la mentira, el temor, la oposición y el tribalismo. Demasiado a menudo, nosotros, nosotros mismos, somos las células cancerosas. El mayor desafío religioso individual que nos está haciendo frente como comunidades eclesiales hoy es la de crear un sistema inmune que sea lo suficientemente sano y vigoroso para ayudar a exterminar las células cancerosas del odio, el temor, la mentira y el tribalismo que circulan libremente por el mundo.
Finalmente, nuestro papel convaleciente: Nuestras comunidades eclesiales  necesitan ayudar al mundo a llegar a una reconciliación más profunda frente a los traumas del pasado. Felizmente, esta es una de nuestras fuerzas. Nuestras iglesias son santuarios de perdón. En palabras del cardenal Francis George: “En la sociedad, todo es permitido, pero nada es perdonado; en la iglesia, mucho es prohibido, pero todo es perdonado”. Y donde necesitamos estar más proactivos hoy como santuarios de perdón  es en relación a un número de notables “traumas del pasado”. En resumen, un perdón, una curación y una reparación más profundas necesitan aún tener lugar apropiado a la historia del mundo con la colonización, la esclavitud, el puesto de las mujeres, la tortura y la desaparición de pueblos, el maltrato de los refugiados, el incesante apoyo de regímenes injustos y la reparación debida a la misma madre tierra. Nuestras iglesias deben guiar este esfuerzo.
Nuestras comunidades como hospitales de campaña pueden ser la Galilea de hoy. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - Lunes, 27 de abril de 2020. Ciudad Redonda.org

Homenaje a las víctimas del coronavirus, en la plaza de América, frente a nuestra parroquia

Homenaje a las víctimas del coronavirus en pleno centro de Oviedo.
Sirenas seguidas de un respetuoso silencio, en el segundo tributo de la ciudad a los fallecidos.
Efectivos de la Policía Local, Bomberos y Protección Civil participaron en un acto que emocionó a los vecinos de la zona. Efectivos de la Policía Local, Protección Civil y Bomberos realizaron este mediodía un homenaje a las víctimas del coronavirus en la plaza de América. El sonido de las sirenas, primero, y, después, el silencio respetuoso homenaje de las plantillas del área de Seguridad Ciudadana embargó a los vecinos de la zona, especialmente cuando se desplegaron banderas de España con crespones negros. Texto





El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?

SalmoSal 26,1.4.13-14

R/. Una cosa pido al Señor: habitar en su casa

El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar? R/.

Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo. R/.

Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor. R/.

No es más testigo del evangelio quien más lo cita, sino quien con su vida lo hace real.


No son más verdad los versos
por estar grabados en roca
soñando con perdurar.

No son más reales los abrazos,
si enmascaran abismos
de los que nunca hablamos.

No son mejores noticias
las que se dicen con una sonrisa,
sino las que hacen plena la vida.

No son más ciertas las declaraciones de amor
por gritarse a los cuatro vientos.
Lo son cuando uno se convierte en hogar.

No son tus discípulos los que exigen,
cargados de argumentos y sentencias,
sino los que aprendieron de ti a servir.

No es más testigo del evangelio
quien más lo cita,
sino quien con su vida
lo hace real.
(José María R. Olaizola, sj) Fuente

Piedras enormes y puertas cerradas

Soren Kierkegaard escribió una vez que el texto del Evangelio con el que se identificaba vivamente era el relato de los discípulos, después de la muerte de Jesús, en que se encerraban por miedo en la habitación superior de una casa; y  luego, experimentaban que Jesús entraba, con las puertas cerradas, para infundir sobre ellos la paz. Kierkegaard quería que Jesús hiciera eso por él: atravesar sus puertas cerradas -su resistencia- e infundirle la paz.
Esa imagen de puertas cerradas es una de las dos imágenes particularmente interesantes en la historia de la primera Pascua. La otra es la imagen de la “enorme piedra” que sepultó al Jesús enterrado. Estas imágenes nos recuerdan lo que con frecuencia nos separa de la gracia de la resurrección. A veces, para que esta gracia nos encuentre, alguien tiene que “correr la piedra” que nos sepulta y, en ocasiones, la resurrección tiene que venir a nosotros “estando las puertas cerradas”.
Primero, a propósito de la “piedra”:
Los Evangelios nos dicen que, a primera hora de la mañana de Pascua, tres mujeres iban camino de la tumba de Jesús con intención de embalsamar  su cuerpo con aromas, pero estaban preocupadas por cómo correrían la pesada piedra que cerraba la entrada de su tumba. Se preguntaban entre sí: “¿Quién nos correrá la piedra?”
Bueno, como sabemos, la piedra ya había sido corrida. ¿Cómo? No lo sabemos. La resurrección de Jesús sucedió sin que hubiera nadie allí. Ninguno sabe exactamente cómo fue corrida esa piedra. Pero lo que la  Escritura aclara es esto: Jesús no se resucitó a sí mismo. Dios lo levantó. Jesús no corrió la piedra, aunque eso es lo que generalmente asumimos. Sin embargo, y por buena razón, tanto la Escritura como la tradición cristiana afirman vivamente que Jesús no se levantó a sí mismo de entre los muertos; su Padre lo levantó. Esto podría parecer como un detalle innecesario que subrayar; después de todo, ¿qué diferencia marca?
Marca una gran diferencia. Jesús no se resucitó a sí mismo de entre los muertos, ni nosotros podemos hacerlo. Esa es la cuestión. Para que el poder de la resurrección nos entre, algo proveniente de más allá de nosotros tiene que rodar la enorme e inamovible roca de nuestra resistencia. Esto no es negar que nosotros, nosotros mismos, tengamos buena voluntad y fortaleza personal; pero estas, aunque importantes, son más una condición previa para recibir la gracia de la resurrección que el poder de la resurrección misma, que siempre nos viene de más allá. ¡Nunca correremos la piedra nosotros mismos!
¿Quién puede correr la piedra? Quizá no sea esa una cuestión de la que  estemos particularmente ansiosos, pero deberíamos estar. Jesús estaba sepultado e imposibilitado de resucitarse a sí mismo; tanto más nosotros. Como las mujeres en esa primera Pascua, necesitamos estar ansiosos: “¿Quién nos correrá la piedra?” Nosotros no podemos abrir nuestras propias tumbas.
Segundo, nuestras “puertas cerradas”:
Es interesante ver cómo los creyentes tuvieron en esa primera Pascua la experiencia del Cristo resucitado en sus vidas. Los Evangelios nos dicen que estaban ocultos y llenos de temor y paranoia tras las puertas cerradas, queriendo sólo protegerse, cuando Cristo se presentó estando sus puertas cerradas -las puertas de su miedo y autoprotección- e infundió la paz en ellos. Su ocultamiento con temor no era por malicia ni mala fe. En sus corazones deseaban sinceramente no tener miedo, pero esa buena voluntad de ninguna manera abría sus puertas. Cristo entró e infundió la paz en ellos a pesar de su resistencia, su temor y sus puertas cerradas.
Las cosas no han cambiado mucho en dos mil años. Como comunidad cristiana y como individuos aún estamos mayormente ocultos con temor, ansiosos por nosotros mismos, desconfiados, sin paz, con nuestras puertas cerradas, aun cuando nuestros corazones deseen la paz y la confianza. Quizás, como Kierkegaard, podría ser que quisiéramos privilegiar ese pasaje de la escritura donde el Cristo resucitado se presenta estando cerradas las  puertas de nuestra resistencia humana y exhala la paz.
Además, este año, se da este extraordinario tiempo en que el coronavirus, Covid-19, tiene nuestras ciudades y comunidades bloqueadas y estamos confinados en nuestras casas particulares, tratando de las variadas combinaciones de frustración: impaciencia, temor, pánico y hastío que nos acomete ahí. Ahora mismo, necesitamos algo un poco extra para experimentar la resurrección, una piedra necesita ser corrida de modo que la vida de resurrección pueda venir teniendo las puertas cerradas e infundir la paz en nosotros.
Al fin del día, estas dos imágenes -“la piedra que necesita ser corrida” y las  “cerradas puertas de nuestro temor”- contienen en nosotros mismos quizá la verdad más consoladora de toda religión, porque revelan esto sobre la gracia de Dios: Cuando no podemos ayudarnos a nosotros mismos, aún podemos ser ayudados; y cuando somos incapaces de alcanzar, la gracia aún puede venir a través de las paredes de nuestra resistencia e infundir la paz en nosotros. Necesitamos adherirnos a esto siempre que experimentamos una rotura irreparable en nuestras vidas, cuando nos sentimos desamparados en nuestras heridas y temores, cuando nos vemos ineptos espiritualmente y cuando nos afligimos por nuestros seres queridos malogrados por las adicciones o el suicidio. El Cristo resucitado puede venir estando cerradas las puertas y correr cualquier piedra que nos sepulte, sin importar lo desesperada que sea nuestra tarea para nosotros. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - Lunes, 20 de abril de 2020. Fuente: Ciudad Redonda.org

JESÚS VIVE Y ES LA LUZ. Vídeo de la catequesis parroquial


Los niños de catequesis de la parroquia, acompañados de sus catequistas y papás, han
encendido virtualmente la Luz de Jesús Resucitado del Cirio Pascual de la Parroquia
y han llenado de su Luz sus familias. ¡QUÉ ALEGRÍA! ¡ALELUYA!

Coro virtual de República Dominicana canta espectacular Ave María

¿Te atreves a soñar? Con resistir no basta. Artículo de Juan L.Selma, sacerdote

Cuando se tiene la suerte de tener fe, de saber que el destino del mundo no está en manos de una loca ruleta, cuando se tiene la certeza de que todo es para bien, hay que resistir y soñar. Resistir es poco. ¿Nos atrevemos a soñar? Soñar es peligroso porque los sueños pueden ser simplemente sueños, y "los sueños, sueños son", o proyectos, ilusiones, planes, deseos, ideas…y esto compromete porque hay que bajar al taller y sudar.
Hasta ahora las posguerras y post catástrofes han sido tiempos duros, tiempos de hambre y de privaciones, pero hitos necesarios para crecer, crecer en ingenio, en solidaridad; para descubrir la gran potencialidad del ser humano. En cambio, el aburguesamiento, la vida fácil y cómoda, la seguridad atontan y degradan. Decía san Juan Pablo II que occidente ha dejado la libertad por la seguridad; preferimos estar tranquilos, no tener muchos sobresaltos, una vida fácil, aunque haya que renunciar a la libertad. Hay regímenes que venden esta idea: déjame a mí, no te esfuerces en pensar y tomar decisiones, yo te cuidaré.
¿Qué vendrá después de esta pandemia? Muchos coinciden en decir que ya nada será igual. Los pesimistas, los acomodados, creen que se hundirá la economía, que esto será mucho peor que lo del 2008. Y están pensando en los privilegios perdidos, en tantas comodidades que volarán… Los soñadores ven renacer un nuevo mundo, no quieren desaprovechar la ocasión para hacer borrón y cuenta nueva. ¿Te atreves a soñar? ¿Tienes capacidad de soñar? ¿Crees que los tuyos se merecen un mundo mejor?
Algunos están por promover sus ideologías. Piensan que es el momento de los nuevos paraísos caribeños: Todos cortados por el mismo patrón, la sociedad igualitaria. Pensar poco y vivir con poco, pero sin esfuerzos. Otros ya están manos a la obra. Sueñan con trabajar, luchar, moverse, aunque no saldrán en la foto. Soñar es pensar, arriesgar, vivir en la inseguridad, la que tiene el labrador cuando siembra a mano llena y esparce el poco grano que le falta para vivir, pero con la esperanza de poder recoger una gran cosecha. Soñar es ser aventurero, emprender nuevas conquistas. Creer en algo: en el hombre, en la familia, en la vida, en la fraternidad, en un mundo sano, en la igualdad de oportunidades, en el respeto de la libertad, en la verdad.
Estos días hemos aprendido a disfrutar del hogar; el confinamiento y la continua convivencia nos han mostrado que no somos tan buenos como pensábamos, que nos cuesta callar, tener detalles de servicio, no agobiar. Hemos visto que los problemas no se resuelven con la huida, porque no tenemos dónde ir; que se puede aguantar más. La dificultad ayuda a sacar lo mejor de uno, y enseña que somos capaces de mucho más. También que muchas necesidades que nos habíamos creado no lo son tanto. Muchos profesionales de la salud nos han enseñado que su trabajo es un servicio, una vocación que lleva a entregar la vida. Servir sin intereses económicos o narcisistas.
Ahora tenemos tiempo para los nuestros, para charlar con la mujer o con el marido; para hacer las tareas con los hijos. Me comentaba una madre que los hijos se pelean para tirar la basura. Otro padre, que sus niños han sacado los juguetes del cesto y están encantados. Una señora, que había leído una novela preciosa. También se está despertando el sentir religioso, muchos hogares rezan el rosario en familia, hacen un rato de oración. Estamos más cerca de los nuestros. Somos más solidarios con los enfermos, ancianos y necesitados. ¡Esto no lo queremos perder!
Soñar con dar al trabajo su verdadero sentido: "El trabajo, todo trabajo es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad en la que se vive, y al progreso de toda la Humanidad" decía san Josemaría. La dignidad de los hombres exige que puedan ser útiles con un buen trabajo, no que vivan de subvenciones; habrá que saber crear empleo. Una labor de cooperación, no solo de competencia que busca servir a la sociedad y así tener la justa recompensa. Un trabajo compatible con la vida familiar y con la dimensión espiritual del hombre.
Soñar con la libertad, formar personas libres, que saben pensar, que no se mueven por eslóganes. Cultos, que conocen su historia y así pueden aprender de los aciertos y errores de sus ancestros. No manipulados por la desinformación o adictos a tanta droga: sexo, ideologías, sectarismos, consumismo…Ciudadanos que saben de su grandeza, que son mucho más que un montón de carne, que están diseñados para amar, para hacer felices a los suyos.

"Amar significa recomenzar cada día a servir, con obras de cariño" comentaba el santo citado. Soñar en personas enamoradas, en familias unidas, en las que cabe el perdón; que son fuentes de vida y de ciudadanos ejemplares. Donde se cuida y protege a los mayores y enfermos. Donde aprenden los jóvenes a ser fuertes, leales y trabajadores; libres y llenos de amor. ¡Cuántos sueños! ¿Te atreves a soñar? Con resistir no basta. Fuente: El diario de Córdoba

El significado de la muerte de Jesús

La muerte de Jesús purifica todo, incluso nuestra ignorancia y pecado. Ese es el claro mensaje del relato de Lucas sobre su muerte.
Como sabemos, tenemos cuatro Evangelios, cada uno con su propia noción sobre la pasión y muerte de Jesús. Como sabemos también, estos relatos del Evangelio no son reportajes periodísticos de lo que sucedió el Viernes Santo, sino más propiamente interpretaciones teológicas de lo que sucedió entonces. Son cuadros de la muerte de Jesús más que reportajes sobre ella; y, como el buen arte, se toman la libertad de destacar ciertas formas de manera que saquen a luz la esencia. Cada evangelista tiene su propia interpretación de lo que sucedió en el Calvario.
Para Lucas, lo que sucedió en la muerte de Jesús es la revelación más clara, siempre, del increíble alcance de la comprensión, perdón y sanación de Dios. Para él, la muerte de Jesús purifica todo a través de una comprensión, perdón y sanación que desmiente toda opinión que sugiere algo en contra. Para aclarar esto, Lucas destaca algunos elementos en su narrativa.
Primero, en su relato de la detención de Jesús en el Huerto de Getsemaní, nos dice que, inmediatamente después de que uno de sus discípulos hirió al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja, Jesús tocó la oreja de aquel hombre y lo curó. La curación de Dios, insinúa Lucas, alcanza todas las situaciones, incluso situaciones de amargura, traición y violencia. La gracia de Dios sanará al fin aun lo que está envuelto en odio.
Luego, después de que Pedro lo negó tres veces y Jesús está siendo conducido después de su interrogatorio por el Sanedrín, Lucas nos dice que Jesús se volvió y miró fijamente a Pedro con una mirada que hizo a Pedro llorar amargamente. Todo lo que hay en este texto y todo lo que viene después sugiere que la mirada de Jesús que causó el amargo llanto de Pedro no fue de desencanto ni acusación, una mirada que habría causado que Pedro llorara de vergüenza. No, fue más bien una mirada de tal comprensión y empatía como nunca antes había visto Pedro, causándole el llanto en  desagravio, sabiendo que él y todo lo demás estaba bien.
Y cuando Lucas relata el juicio de Jesús ante Pilato, refiere algo que no está indicado en los otros relatos evangélicos del juicio de Jesús, a saber: Pilato enviando a Jesús a la jurisdicción de Herodes y cómo los dos (este y Pilato), irreconciliables enemigos hasta entonces, “se hicieron amigos ese mismo día”. Como Ray Brown, haciendo un comentario sobre este texto, dice, “Jesús tiene un efecto sanador incluso sobre aquellos que lo maltratan”.
Finalmente, en la narrativa de Lucas, llegamos al lugar donde Jesús es crucificado; y, mientras están crucificándolo, pronuncia las famosas palabras: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. Esas palabras, que los cristianos han tomado después para siempre como último criterio  de cómo deberíamos tratar a nuestros enemigos y a aquellos que nos hacen mal, encierran la profunda revelación contenida en la muerte de Jesús. Dichas en ese contexto cuando Dios está a punto de ser crucificado por los seres humanos, estas palabras revelan cómo Dios ve y entiende incluso nuestras peores acciones: No como rencor, no como algo que al fin nos vuelve contra Dios o a Dios contra nosotros, sino como ignorancia: simple,  no culpable, invencible, comprensible, perdonable, semejante a las acciones autodestructivas de un niño inocente.
En ese contexto también, Lucas narra el perdón que Jesús da al “buen ladrón”. Lucas quiere destacar aquí, más allá de lo obvio, varias cosas: Primero, que el hombre es perdonado no porque no pecó, sino a pesar de su pecado; segundo, que se le da infinitamente más que de lo que en realidad pide a Jesús; y finalmente, que Jesús morirá sin ningún asunto pendiente; antes de nada, el pecado de este hombre debe ser borrado.
Finalmente, en la narrativa de Lucas, a diferencia de las narrativas de Marcos y Lucas, Jesús no muere expresando abandono, sino más bien muere expresando completa confianza: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.” Lucas quiere que veamos en estas palabras un patrón para el modo como podemos afrontar nuestras propias muertes, dada nuestra debilidad. ¿Qué lección? Leon Bloy escribió una vez que sólo hay una verdadera tristeza en la vida: la de no ser santo. Al final de la jornada, cuando todos nosotros afrontemos nuestra propia muerte, esto será nuestro más grande pesar: que no somos santos. Pero, como Jesús muestra en su muerte, podemos morir (aun en debilidad) al saber que estamos muriendo en manos seguras.
El relato de la pasión y muerte de Jesús según Lucas, a diferencia de gran parte de la tradición cristiana, no se enfoca en el valor expiatorio de la muerte de Jesús. Lo que enfatiza, en vez de eso, es: La muerte de Jesús purifica todo, a cada uno de nosotros y al mundo entero. Sana todo,  comprende todo y perdona todo, a pesar de toda ignorancia, debilidad, infidelidad y traición por nuestra parte. En la narrativa de la pasión según Juan, el cuerpo muerto de Jesús es atravesado con una lanza y al punto sale “sangre y agua” (vida y purificación). En el relato según Lucas, el cuerpo de Jesús no es atravesado. No lo necesita. Para cuando da el último aliento, ya ha perdonado a todos, y todo ha sido purificado. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - Lunes, 13 de abril de 2020. @CiudadRedonda.org / Cristo de la Sonrisa. Casa natal de San Francisco Javier

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