Encuentro de Familias y Rito de Admisión a la Eucaristía.


El sábado, día 28 de enero tuvo lugar el 2º encuentro de familias del Corazón de María de este curso 22-23.

El encuentro tuvo tres momentos: la oración familiar, el diálogo/reflexión compartido y un pequeño ágape final. Mientras los padres reflexionaban sobre la Educación de sus hijos, en este caso sobre el uso de la PANTALLA (móvil y otros utensilios digitales), los hijos se entretenían con un taller.

El próximo encuentro mensual está programado para el domingo, día 5 de marzo.

En el desarrollo del programa de 3º de catequesis y de preparación a la Primera Comunión, el domingo, día 29, en la MISA DE LA FAMILIA, se celebró el RITO DE ADMISIÓN a la Eucaristía a los niños que al final del curso harán su Primera Comunión. 

Tanto los padres como los hijos rezaron en familia y se comprometieron, unos y otros, a prepararse para celebrar dignamente al Comunión de los niños.


Conmemoración de Santo Tomás de Aquino. 28 de enero.

Nació en el seno de la noble familia de Aquino en torno a 1225 y pasó los primeros años de su formación religiosa junto a los benedictinos de Montecassino. Siendo estudiante en la Universidad de Nápoles, entró en contacto con los dominicos, que acababan de ser fundados hacía pocos años. Fascinado por el estilo de éstos en Nápoles, quiso abrazar este tipo de vida, pero tuvo que hacer frente a resistencias familiares.

En Colonia fue alumno predilecto de san Alberto Magno. Cuando apenas contaba treinta años se le concedió el grado de maestro en Teología por la Universidad de París. Su actividad de profesor, predicador, consultor de obispos y papas y defensor de la fe fue enorme. Escribió muchas obras comentando la Sagrada Escritura, obras de teología -las más famosas son la Summa teológica y la Summa contra  gentiles- y obras comentando los principales escritos de Aristóteles y de otros grandes estudiosos del pensamiento filosófico. Estas obras, maravillosa síntesis de armonía entre las conquistas más arduas del pensamiento humano basadas en la filosofía de Aristóteles y de la tradición genuina de la fe católica, continúan orientando todavía hoy el estudio de la teología. Murió el 7 de marzo de 1274 en la abadía de Fossanova mientras iba de viaje para el Concilio de Lyon, en el que iba a tomar parte junto con san Buenaventura, de quien era muy amigo. Fue canonizado el 18 de julio de 1323 por Juan XXII. San Pío V lo proclamó "doctor de la Iglesia» en 1567, y León XIII, patrono de las escuelas católicas en 1879. Oración: Oh Dios, que hiciste de santo Tomás de Aquino un varón preclaro por su anhelo de santidad y por su dedicación a las ciencias sagradas, concédenos entender lo que él enseñó e imitar el ejemplo que nos dejó en su vida. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. Fuente: santaclaradeestella.es

En profundidad (Dominicos.org)

¡Oh, Santísimo Jesús, que aquí sois verdaderamente Dios escondido, concededme desear ardientemente, buscar prudentemente, conocer verdaderamente y cumplir perfectamente en alabanza y gloria de vuestro nombre todo lo que os agrada.
Ordenad, ¡oh Dios mío!, el estado de mi vida; Concededme que conozca lo que de mí queréis y que lo cumpla como es menester y conviene a mi alma. Concededme, oh Señor Dios mío, que no desfallezca entre las prosperidades y adversidades, para que ni en aquéllas me ensalce, ni en éstas me abata.
De ninguna cosa tenga gozo ni pena, sino de lo que lleva a vos o aparta de vos.
A nadie desee agradar o tema desagradar, sino a vos.
Séanme viles, Señor, todas las cosas transitorias y preciosas todas las eternas.
Disgústeme, Señor, todo gozo sin vos, y no ambicione cosa ninguna fuera de vos. Séame deleitoso, Señor, cualquier trabajo por vos y enojoso el descanso sin vos.
Concededme, oh Dios mío, levantar a vos mi corazón frecuente y fervorosamente, hacerlo todo con amor, tener por muerto lo que no pertenece a vuestro servicio, hacer mis obras no por rutina, sino refiriéndolas a vos con devoción.
Hacedme, oh Jesús, amor mío y mi vida, obediente sin contradicción, pobre sin rebajamiento, casto sin corrupción, paciente sin disipación, maduro sin pesadumbre, diligente sin inconstancia, temeroso de vos sin desesperación, veraz sin doblez; haced que practique el bien sin presunción, que corrija al prójimo sin soberbia, que le edifique con palabras y obras sin fingimientos.
Dadme, oh Señor Dios mío, un corazón vigilante que por ningún pensamiento curioso se aparte de vos; dadme un corazón noble que por ninguna intención siniestra se desvíe; dadme un corazón firme que por ninguna tribulación se quebrante; dadme un corazón libre al que ninguna pasión violenta le domine.
Otorgadme, oh Señor Dios mío, entendimiento que os conozca, diligencia que os busque, sabiduría que os halle, comportamiento que os agrade, perseverancia que confiadamente os espere, y esperanza que, finalmente, os abrace.
Concededme que me aflija con vuestras penas aquí por la penitencia, que en el camino de mi vida use de vuestros beneficios por la gracia y que en la patria goce de vuestras alegrías por la gloria. Señor, que vivís y reináis, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén. (Oración al Santísimo Sacramento de santo Tomas de Aquino)
 
Es claro que no todos pueden dedicarse a la ciencia con esfuerzo, y por eso Cristo ha dado una ley sencilla que todos puedan conocer y nadie pueda excusarse por ignorancia de su cumplimiento. Ésta es la ley del amor divino: porque pronta y perfectamente cumplirá el Señor su palabra sobre la tierra (Rom 9,28; Is 10,23).
Esta ley debe ser la regla de todos los actos humanos. Del mismo modo que sucede en las cosas artificiales, donde una cosa se dice buena y recta cuando se adecúa a la regla, de la misma manera, pues, cualquier acción del hombre se llama recta y virtuosa cuando concuerda con la regla divina del amor, mientras que cuando está en desacuerdo con ella no es ni recta, ni buena, ni perfecta. Esta ley, la del amor divino, realiza en el hombre cuatro cosas muy deseables.
En primer lugar, es causa en él de la vida espiritual; es claro que ya en el orden natural el que ama está en el amado, y, del mismo modo, también el que ama a Dios lo tiene al mismo dentro de sí: Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él (1 Jn 4,16). Es propio también naturalmente en el amor que el que ama se transforme en el amado; así, si amamos a Dios nos hacemos divinos: El que se une al Señor es un espíritu con él (1 Cor 6,15). Y como afirma san Agustín, "como el alma es la vida del cuerpo, así Dios es la vida del alma». Paralelamente, el alma obrará virtuosamente y perfectamente sólo cuando actúe por la caridad, mediante la cual Dios habita en ella; en cambio, sin caridad, no podrá actuar: El que no ama permanece en la muerte (1 Jn 3,14). Si alguien tuviera todos los dones del Espíritu Santo, pero no la caridad, no tiene la vida. Sea el don de lenguas, sea la gracia de la fe o cualquier otro, como el don de profecía, si no hay caridad, no dan la vida (1 Cor 3). Aunque al cuerpo muerto se lo revista de oro y piedras preciosas, no obstante siempre estará muerto.
En segundo lugar, es causa del cumplimiento de los mandamientos divinos. Dice san Gregorio que la caridad no es ociosa: si se da, actuará cosas grandes, pero si no se actúa es que no hay allí caridad. Comprobamos cómo el que ama es capaz de hacer cosas grandes y difíciles por el amado, por ello dice el Señor: El que me ama guardará mi palabra (Jn 4,23). El que guarda el mandamiento y ley del amor divino cumple toda la ley.
Lo que hace la caridad en tercer lugar es ser una defensa en la adversidad. Al que posee la caridad ninguna cosa adversa le dañará; es más, se convertirá en utilidad: A los que aman a Dios todo les sirve para el bien (Rom 8,28); aún más, incluso al que ama le parecen suaves las cosas adversas y difíciles, como entre nosotros mismos vemos tan manifiestamente.
En cuarto lugar, la caridad lleva a la felicidad; únicamente a los que tienen caridad se les promete efectivamente la bienaventuranza. Todas las demás cosas, si no van acompañadas de la caridad, son insuficientes. Además, es de saber que la diferencia de bienaventuranza se deberá únicamente a la diferencia de caridad y no en comparación con otras virtudes ("De los opúsculos teológicos de santo Tomás de Aquino, presbítero [In dúo praecenta...», Ed. J. P. Torrel, en Revue des Se. Phil. El Théol. 69, 1985, pp. 26-29]). 
  

Puesto que me preguntaste, Juan carísimo en Cristo, de qué modo debes aplicarte para adquirir el tesoro de la ciencia, éste es el consejo:

1º que por los riachuelos y no de golpe al mar procures introducirte, ya que conviene ir a las cosas difíciles a través de las más fáciles;

2º por tanto, este es mi consejo y tu instrucción. Sé tardo para hablar e incorpórate tarde a los coloquios;

3° depura tu conciencia;

4º no abandones el tiempo dedicado a orar;

5º ama permanecer en tu celda, si quieres ser introducido donde está el vino añejo;

6º muéstrate amable con todos;

7º no pretendas conocer con todo detalle las acciones de los demás;

8º con nadie te muestres muy familiar, porque las familiaridades originan desprecios y suministran materia para sustraerse al estudio;

9º en lo que dicen o hacen los mundanos no te impliques de ninguna manera;

10º apártate del discurso que pretende explicarlo todo;

11º no dejes de imitar los ejemplos de los santos y hombres buenos;

12º encomienda a la memoria lo que se diga de bueno, sin importarte a quién oigas;

13º esfuérzate en entender lo que leas y oigas;

14º cerciórate acerca de los asuntos dudosos;

15º y preocúpate de guardar cuanto puedas en el cofre de la mente, como quien ansia llenar un recipiente;

16º no pretendas lo que es más alto que tú.

Siguiendo esas indicaciones, echarás ramas y darás frutos útiles en la viña del Señor Altísimo mientras vivas. Si sigues estos consejos, podrás alcanzar aquello a lo que aspiras (santo Tomás de Aquino, Consejos para estudiar bien y plantear rectamente la vida. Fuente: santaclaradeestella.es

¿Qué grado de seriedad tiene la risa? Artículo.

En una homilía, Karl Rahner comentó una vez que, en las Bienaventuranzas del Evangelio de Lucas, Jesús realiza una declaración más bien sorprendente. Dice: ‘Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis’. Rahner sugiere que Jesús está enseñando que nuestro estado final de felicidad en el cielo no sólo nos liberará de nuestra tristeza y secará nuestras lágrimas, sino que estallaremos en risa, en una “borrachera de alegría”. La risa es algo integrante del éxtasis final.

Más aún, si la risa constituye la felicidad final del cielo, entonces debería seguirse que, siempre que nos reímosestamos en buenas relaciones con la realidad. La risa -afirma Rahner- es parte de la alabanza eterna a Dios al final de los tiempos.

Con todo, esto puede ser simplista y engañoso. No toda risa alaba a Dios, ni toda risa sugiere que estamos en buenas relaciones con la realidad. La risa puede resultar también barata, simple e inoportuna. La alegría final del cielo no siempre se encuentra en ese lugar donde la gente se desternilla de risa.

Hay muchas clases de risa, y no todas son sanas ni piadosas. Existe la risa de la embriaguez, de amortiguar tus sentidos y tirar por la borda tu brújula moral y tu sensibilidad normal. Esa clase de risa no será oída en ningún rinconcito ruidoso del cielo. Después está la risa del sarcasmo, risa que desprecia a los demás, que se goza en los problemas de los otros y se ve como superior. Esa tampoco será oída en el cielo. Luego está la risa que consiste en ser insensible y ciego al dolor de los demás, que puede deleitarse aun cuando Lázaro está muriendo de hambre junto a la puerta. Los evangelios son claros al indicar adónde nos conduce esa risa amable. También existe la risa de pura superficialidad, risa que viene fácil porque de hecho no hay nada que le importe. Semejante risa, aun siendo inofensiva, no expresa nada.

En cambio hay otras clases de risa que hablan de salud y de Dios. Existe la risa de la energía espontánea pura, vista lo más claramente en el gozoso  bullir natural del principio de vida que hay en el interior de una persona joven,  como el encanto que ves en un niño que hace pinitos y se deleita en sus primeros pasos. Esta es la risa del deleite puro, la que dice: ¡Resulta fenomenal estar vivo! Cuando reímos de esta manera, estamos honrando a Dios y dándole gracias por el don de la vida y la energía, dado que la mejor forma de agradecer a quien nos hace un regalo es disfrutarlo enteramente y deleitarnos en él.

Esta clase de risa es la más espontánea en nosotros cuando somos jóvenes y, tristemente, por lo general nos viene a ser más difícil en cuanto las heridas, los fracasos, las cargas y las ansiedades empiezan a deprimir  nuestras energías espontáneas. Aún reímos, pero cuando dejamos de  sentir el espontáneo encanto en nuestras vidas, cuando la risa sana se seca, tendemos a volver hacia formas malsanas de risa para intentar levantarnos de nuestra depresión. De ahí que la risa ruidosa, llamativa,         estrepitosa que oímos en nuestras fiestas suele ser, en realidad, sólo nuestro intento de mantener acorralada la depresión. ¡Mira qué feliz soy!

Peter Berger escribió una vez que la risa es una de las pruebas de la existencia de Dios, dado que nuestra capacidad de reír muestra en  cualquier situación que, en el fondo, somos conscientes de que ninguna situación nos ata en definitiva. Nuestra capacidad de reír en cualquier situación, sin importar lo grave y amenazadora que sea, muestra que, a cierto nivel, somos conscientes de que trascendemos esa situación. Por eso, podría ser que un prisionero que es conducido a su ejecución aún bromeara con su ejecutor, y por eso también podría ser que una persona moribunda aún gozara de un poco de ironía. La risa saludable no es sólo piadosa. Manifiesta trascendencia en nosotros.

Pero no toda risa nace igual. Existe una risa que simplemente demuestra superficialidad, frivolidad forzada, insensibilidad, embriaguez o intento apenas encubierto de mantener a raya la depresión. Esa no es la risa del cielo. Con todo, hay otra clase de risa, mencionada por Jesús en las Bienaventuranzas, una risa que simplemente se recrea en el gozo de estar vivo y (en este deleite) intuye su propia trascendencia. Tal clase de risa es un componente clave en el amor y la santidad. Será una de las “intoxicaciones de alegría” que sentiremos en el cielo.

Si esto es verdad, entonces la persona más santa que conozcas no es la persona carente de humor, inflexible, fácil de ofenderse, superpiadosa, a la que consideras seria, profunda y espiritual, y a quien no deseas necesariamente como compañero de mesa. La persona más santa que conoces es probablemente la persona a quien más deseas junto a ti en la mesa.

Cuando yo era novicio en la vida religiosa, nuestro asistente del maestro de novicios, un hombre superserio y severo, nos prevenía frecuentemente contra la frivolidad y el humor, diciéndonos que no hay un solo episodio registrado en los evangelios que muestre a Jesús riéndose. Ahora, ya fallecido, supongo que el buen hombre está en el cielo. Y supongo también que, desde esa ventajosa posición, se olvidaría de semejante advertencia. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, CMF) - 

El uno y los muchos: Relaciones ecuménicas e interreligiosas. Artículo.

Uno de los problemas más antiguos de la filosofía es la cuestión de “el uno  y los muchos”, si la realidad es en definitiva una unidad o una pluralidad, y cómo se interrelacionan estas. Podríamos realizar la misma pregunta en cuanto a la pluralidad de las creencias religiosas, iglesias y formas de culto de nuestro mundo. ¿Hay alguna unidad inherente ahí o es todo ello pluralidad sin nada que nos una en alguna clase de comunidad que trascienda nuestras diferencias? Aun a riesgo de ser malentendido, he aquí mi punto de vista: Todos los habitantes del mundo que tenemos una sincera creencia compartimos una fe común porque en definitiva compartimos a un Dios común. Además, ya que compartimos a un Dios común, compartimos también un problema común, a saber, luchamos igualmente por tratar de conceptualizar a este no conceptualizable Dios. El primer dogma sobre Dios en todas religiones válidas establece que Dios es santo e inefable, lo que significa que Dios nunca puede ser circunscripto ni abarcado en un concepto. Por definición, es imposible captar la infinitud en un concepto (como tratar de  tener un concepto del número más alto hasta el que es posible contar). Ya que Dios es infinito, todos los intentos de conceptualizar a Dios se quedan cortos.

Todas las legítimas religiones tienen este problema en común, y esto nos debería mantener humildes en nuestro lenguaje religioso. Más aún, por encima de nuestra común lucha por tener un concepto de Dios, todos luchamos también por entender a Dios amando en realidad de manera universal e incondicional. Todas las religiones y todas las denominaciones luchan por no hacer a Dios tribal, parcial ni carente de total amor y entendimiento. En el Cristianismo, el Judaísmo y el Islamismo, por ejemplo, donde todos creemos en el mismo Dios, todos tendemos también a conceptualizar a ese Dios como varón, célibe y frunciendo el entrecejo casi siempre; no exactamente el inefable, el Dios incondicionalmente amoroso de la revelación. 

 Así, pues, ¿cuál es nuestra tarea? Nuestra tarea como creyentes es profundizar hacia una empatía siempre creciente entre unos y otros, por medio de todas las maneras denominacionales y religiosas de pensar. Ese es el auténtico itinerario para el diálogo ecuménico e interreligioso. A riesgo de sonar herético o desleal a mi propia tradición de fe, digo esto. Nuestra tarea no es emprender el logro de convertidos, tratar de persuadir a otros a que se unan a nuestra propia iglesia. Nuestra tarea es entrar siempre más profunda, fiel y amorosamente en nuestra propia iglesia y denominación, aun cuando nos empeñemos en estar en una empatía más profunda con todos los otros que adoran a Dios diferentemente a como lo hacemos nosotros. 

 El renombrado eclesiólogo Avery Dulles enseñó que el camino hacia el ecumenismo cristiano y el diálogo interreligioso no es el camino de la conversión, de intentar conseguir que otros se conviertan a nuestra iglesia particular. El camino que seguir (en palabras suyas) es el camino  del  “gradualismo progresivo”, esto es, el de cada uno de nosotros siendo siempre más fiel a Dios dentro de nuestra tradición, de modo que mientras cada uno de nosotros crezca más cerca de Dios (y para los cristianos, de Cristo) creceremos más cerca unos de otros y de todas las personas de sincera fe. La unidad que buscamos no se halla en una única  iglesia o comunidad de fe que al fin convierta a todos los otros a unirse a ella, sino en que cada uno de sincera fe venga a ser progresivamente más fiel a Dios, de modo que la unidad que deseamos pueda tener lugar algún día en el futuro, dependiendo de nuestra propia fidelidad más profunda dentro de nuestra propia tradición de fe. 

 Nuestra tarea en tal caso no es la de tratar de convertir a otros para que se unan a nuestra propia iglesia, sino la de profundizar más en nuestra propia iglesia, aun cuando hagamos lo imposible por estar en una empatía siempre más profunda con otras iglesias y otras creencias. Necesitamos ser hermanos y hermanas mutuamente, reconociendo que ya tenemos un Dios compartido, una humanidad compartida y unas angustias compartidas. 

 Trabajo en un programa de doctorado en espiritualidad que reúne a estudiantes procedentes de muchas denominaciones cristianas diferentes.  Durante los cinco años de su programa, estos estudiantes estudian juntos, socializan juntos, se compadecen juntos y oran juntos (aunque sólo ocasionalmente en un servicio formal de iglesia), Curiosamente, durante los diez años que hemos tenido el programa, no hemos tenido ni una sola conversión de una persona a otra denominación. Más bien, cada uno de nuestros graduados ha abandonado el programa con un amor y una comprensión más profundos de su propia tradición… y un amor y una comprensión más profundos de las demás tradiciones de fe. 

 Esto no implica que todas las religiones sean iguales, sino que más bien ninguno de nosotros está viviendo la verdad plena y que el camino que seguir se funda en una conversión personal más profunda dentro de nuestra propia fe y una relación más empática hacia otras creencias. 

Os dejo con un poema, mío propio:
El uno y los muchos
Diferentes pueblos, única tierra
Diferentes creencias, único Dios
Diferentes lenguas, único corazón
Diferentes maneras de caer, única ley de gravedad
Diferentes energías, único Espíritu
Diferentes escrituras, única Palabra
Diferentes formas de culto, único deseo
Diferentes historias, único destino
Diferentes fuerzas, única fragilidad
Diferentes disciplinas, único designio
Diferentes accesos, único camino
Diferentes credos, único Padre, única Madre, única tierra, único cielo, único comienzo, único fin.
Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

La función antropológica del chisme. Artículo


En su novela Oscar and Lucinda (Óscar y Lucinda), Peter Carey ofrece esta pintoresca imagen del chisme. El escenario es una pequeña población en  la que hay rumores acerca del sacerdote y una determinada joven. He aquí su metáfora:

“Entonces el vicario de Woolahra la llevó de compras; y la sociedad, siempre sintiendo que las compras eran la actividad más íntima, se alegró  de sentir que la presión del vapor se elevaba en sí misma mientras se preparaba para escandalizarse oportunamente; sus tubos gemían y se ensanchaban, y se podían oír los ruidos en sus paredes y sótanos. Los paisanos se imaginaban que él pagaba las galas de ella. Cuando oyeron que no era así, que la chica tenía soberanos en su cartera -suficientes, según se corrió la voz, para comprar al sacerdote un par de gemelos de diamante de ónice- la presión no decayó sino que se mantuvo constante, así que a la vez que no alcanzó el escenario donde la afrenta estaba burlándose a través de las válvulas abiertas, mantuvo un buen estruendo, una nota más baja que sonaba como un gruñido en la garganta de un perro pequeñito”.

¡Qué imagen más idónea! El chisme se parece al silbido de vapor de un radiador o al gruñido de un perrito, y aun así es importante. Durante casi todas nuestras vidas componemos una comunidad en torno a él. ¿Cómo así?

Imaginaos saliendo a cenar con un grupo de compañeros. Aun cuando no haya abierta hostilidad entre vosotros, existen claras diferencias y tensiones. No elegiríais naturalmente salir a cenar juntos, pero la circunstancia os ha juntado y estáis aprovechándola al máximo.

Tenéis la cena juntos y las cosas corren bastante amenas. Hay armonía, bromas y humor en la mesa. ¿Cómo os las arregláis para llevaros tan bien  a pesar y más allá de las diferencias? Hablando de algún otro. Casi todo el tiempo se emplea hablando de los demás, en cuyos defectos, excentricidades y neglicencias estamos de acuerdo. Alternativamente, hablamos de enfados compartidos. Acabamos disfrutando de un tiempo armonioso juntos porque conversamos sobre alguien o algo más, cuya diferencia de nosotros es superior a nuestras diferencias mutuas. ¡Por supuesto que no te atreves a abandonar la mesa, porque ya sospechas de quién se pondrán a hablar entonces! Tu temor está bien fundado.

Hasta que logramos un cierto nivel de madurez, mayormente formamos la  comunidad en torno a un chivo expiatorio, esto es, salvamos nuestras dificultades y tensiones fijándonos en alguien o algo con el que o lo que compartimos un común alejamiento, indignación, ridiculez, ira o celotipia. Esa es la función antropológica del chisme; y es muy importante. Superamos nuestras diferencias y tensiones usando como chivo expiatorio a alguien o algo. Por eso es más fácil formar comunidad contra algo que alrededor de algo, y por eso  es más fácil definirnos más por aquello con lo que estamos en contra que por aquello con lo que estamos a favor.

Las culturas antiguas sabían esto y diseñaron ciertos rituales para sacar la tensión fuera de la comunidad al convertirlos en chivos expiatorios. Por ejemplo, en el tiempo de Jesús, en la comunidad judía existía un ritual que funcionaba esencialmente de este modo: A intervalos regulares, la comunidad tomaba una cabra y la adornaba simbólicamente con las tensiones y divisiones de la comunidad. Entre otras cosas, la cubría con ropaje color púrpura para simbolizar que los representaba simbólicamente, y clavaban una corona de espinas en su cabeza para hacerle sentir el dolor de sus tensiones comunitarias. (Observad cómo Jesús es vestido con estos precisos símbolos cuando Pilatos lo muestra a la multitud antes de la crucifixión: He aquí al hombre… ¡Mirad a vuestro chivo expiatorio!) La cabra era ahuyentada para que muriera en el desierto. Salir de la comunidad era entendido como quitar el pecado y la tensión de esta, dejarla libre de tensión por la expulsión del animal.

Jesús es nuestro chivo expiatorio. Quita nuestro pecado y división, aunque no por expulsión de la comunidad. Quita nuestros pecados al asumirlos, cargándolos y transformándolos como para no devolverlos del mismo modo. Jesús quita el pecado de la misma manera que un filtro de agua purifica, al retener las impurezas en sí mismo y devolver solamente lo que es puro.

Cuando decimos que Jesús murió por nuestros pecados, necesitamos entenderlo de este modo: Él tomó en sí odio y devolvió amor; tomó en sí maldiciones y devolvió bendiciones; tomó en sí amargura y devolvió dulzura; tomó en sí celotipia y devolvió aseveración; tomó en sí asesinato y devolvió perdón. Al asumir nuestro pecado, diferencias y celotipias, hizo en favor nuestro lo que nosotros, menos madura y efectivamente, intentamos hacer cuando nos crucificamos mutuamente por medio del chisme.

Y esa es la invitación que Jesús nos hace: Como adultos, estamos invitados a subir un peldaño y hacer lo que hizo Jesús, esto es, asumir las diferencias y celotipias que nos cercan, retenerlas y transformarlas para no devolverlas del mismo modo. Entonces ya no necesitaremos chivos expiatorios, y los tubos de vapor del chisme cesarán de silbar, y el leve gruñido de ese perro pequeñito que hay en nosotros quedará finalmente   en silencio. Ron Roheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

Benedicto XVI: Mi testamento espiritual.

Si en esta hora tardía de mi vida miro hacia atrás, hacia las décadas que he vivido, veo en primer lugar cuántas razones tengo para dar gracias. Ante todo, doy gracias a Dios mismo, dador de todo bien, que me ha dado la vida y me ha guiado en diversos momentos de confusión; siempre me ha levantado cuando empezaba a resbalar y siempre me ha devuelto la luz de su semblante. En retrospectiva, veo y comprendo que incluso los tramos oscuros y agotadores de este camino fueron para mi salvación y que fue en ellos donde Él me guió bien.
Doy las gracias a mis padres, que me dieron la vida en una época difícil y que, a costa de grandes sacrificios, con su amor prepararon para mí un magnífico hogar que, como una luz clara, ilumina todos mis días hasta el día de hoy. La clara fe de mi padre nos enseñó a nosotros los hijos a creer, y como señal siempre se ha mantenido firme en medio de todos mis logros científicos; la profunda devoción y la gran bondad de mi madre son un legado que nunca podré agradecerle lo suficiente. Mi hermana me ha asistido durante décadas desinteresadamente y con afectuoso cuidado; mi hermano, con la claridad de su juicio, su vigorosa resolución y la serenidad de su corazón, me ha allanado siempre el camino; sin su constante precederme y acompañarme, no habría podido encontrar la senda correcta.

De corazón doy gracias a Dios por los muchos amigos, hombres y mujeres, que siempre ha puesto a mi lado; por los colaboradores en todas las etapas de mi camino; por los profesores y alumnos que me ha dado. Con gratitud los encomiendo todos a Su bondad. Y quiero dar gracias al Señor por mi hermosa patria en los Prealpes bávaros, en la que siempre he visto brillar el esplendor del Creador mismo. Doy las gracias al pueblo de mi patria porque en él he experimentado una y otra vez la belleza de la fe. Rezo para que nuestra tierra siga siendo una tierra de fe y les ruego, queridos compatriotas: no se dejen apartar de la fe. Y, por último, doy gracias a Dios por toda la belleza que he podido experimentar en todas las etapas de mi viaje, pero especialmente en Roma y en Italia, que se ha convertido en mi segunda patria.

A todos aquellos a los que he agraviado de alguna manera, les pido perdón de todo corazón.

Lo que antes dije a mis compatriotas, lo digo ahora a todos los que en la Iglesia han sido confiados a mi servicio: ¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir! A menudo parece como si la ciencia -las ciencias naturales, por un lado, y la investigación histórica (especialmente la exégesis de la Sagrada Escritura), por otro- fuera capaz de ofrecer resultados irrefutables en desacuerdo con la fe católica. He vivido las transformaciones de las ciencias naturales desde hace mucho tiempo, y he visto cómo, por el contrario, las aparentes certezas contra la fe se han desvanecido, demostrando no ser ciencia, sino interpretaciones filosóficas que sólo parecen ser competencia de la ciencia. Desde hace sesenta años acompaño el camino de la teología, especialmente de las ciencias bíblicas, y con la sucesión de las diferentes generaciones, he visto derrumbarse tesis que parecían inamovibles y resultar meras hipótesis: la generación liberal (Harnack, Jülicher, etc.), la generación existencialista (Bultmann, etc.), la generación marxista. He visto y veo cómo de la confusión de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe. Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo.

Por último, pido humildemente: recen por mí, para que el Señor, a pesar de todos mis pecados y defectos, me reciba en la morada eterna. A todos los que me han sido confiados, van mis oraciones de todo corazón, día a día. 

Memoria agradecida de Benedicto XVI (Rezando Voy)

Documento redactado por el Papa emérito el 29 de agosto de 2006. Fuente: Vatican News