Hace
algunos años, en una conferencia religiosa, un hombre se acercó al
micrófono y, después de pedir disculpas por lo que sentía que sería una
pregunta inapropiada, preguntó: “Quiero a mi perro. Cuando él muera,
¿irá al cielo? ¿Tienen los animales vida eterna?”
La respuesta a eso podría pillar de sorpresa a muchos de nosotros, pero
mirado con ojos de fe cristiana, sí, su perro puede ir al cielo. Es uno
de los significados de la Navidad. Dios entró en el mundo para salvar al
mundo, no sólo a la gente que vive en él. La encarnación tiene
significado para la humanidad, pero también para el cosmos mismo. No
sabemos exactamente lo que eso significa, y nuestras imaginaciones no
son capaces de concebirlo; pero, a causa de la encarnación, los perros
también pueden ir al cielo. ¿Es esto una fantasía? No, es enseñanza
bíblica.
En Navidad se celebra el nacimiento de Jesús y vemos en su nacimiento el
comienzo del misterio de la encarnación desplegándose en la historia,
el misterio de Dios que se hace humano en carne física para salvar al
mundo. Sin embargo, con lo que tenemos tendencia a luchar es con la
manera como entendemos lo que se significa que Cristo salva al mundo. La
mayoría de nosotros tomamos eso para significar que Cristo entró en el
mundo para salvar a la gente, a aquellos de nosotros con autoconciencia y
alma eterna.
Eso es verdad, pero nuestra fe también nos pide creer que la actividad
salvífica de Dios en Cristo se extiende más allá de los seres humanos y
más allá incluso de los animales y otras cosas vivientes. La actividad
salvífica de Dios en Cristo llega tan profunda que salva la creación
misma: los océanos, las montañas, la tierra que produce nuestra comida,
las arenas del desierto y la tierra misma. Cristo vino a salvar todas
esas cosas también, no sólo a nosotros, los humanos.
¿Dónde -podríais preguntar- enseña eso la escritura? Lo enseña en casi
todas partes de manera implícita, aunque lo enseña bastante
explícitamente en diferentes lugares. Por ejemplo, en la carta a los
Romanos (8, 19-22) san Pablo escribe: Considero que nuestros actuales
sufrimientos no son dignos de ser comparados con la gloria que se nos
revelará. Porque la creación aguarda en ansiosa expectación la
manifestación de los hijos de Dios. Ya que la creación fue sometida a la
frustración, no por su propia elección, sino por la voluntad de uno que
la sometió, con la esperanza de que la creación misma sería liberada de
su esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad y gloria de
los hijos de Dios. Sabemos que la creación entera ha estado gimiendo
como en los dolores de parto hasta el momento presente.
Esto nos puede venir de sorpresa, dado que, hasta hace poco, nuestra
predicación y catequesis no han hecho con frecuencia esto explícito. Sin
embargo, lo que san Pablo dice aquí es que la creación física misma (el
mundo cósmico) será transformada, al final de los tiempos, de alguna
manera gloriosa y entrará en el cielo, exactamente como hacen los seres
humanos. Igualmente dice que, como nosotros, ella también siente de
alguna manera que su mortalidad y sus gemidos serán liberados de sus
limitaciones presentes.
¿Necesitamos hacernos esta pregunta? ¿Qué creemos que le sucederá a la
creación física al final de los tiempos? ¿Será destruida, consumida,
aniquilada? O bien, ¿será simplemente abandonada y dejada vacía y
desierta, como un escenario después de que una representación ha
acabado, mientras continuamos la vida en otra parte? La escritura nos
informa de otro modo, a saber, nos dice que la creación física misma
(nuestro planeta tierra) también será transformada (“liberada de su
esclavitud de la corrupción”) y entrará en el cielo con nosotros. ¿Cómo
sucederá esto? No podemos imaginarlo, exactamente como no podemos
imaginar nuestro propio estado transformado. Pero la escritura nos
asegura que sucederá, porque, como nosotros mismos, nuestro mundo (la
creación física) está también destinado a morir; y, como nosotros,
intuye su mortalidad y gime bajo esa sentencia, padeciendo por ser
liberado de sus limitaciones y llegar a ser inmortal.
La ciencia está de acuerdo. Nos dice que la creación física es mortal,
que el sol está quemándose, que la energía está decreciendo
siempre-muy-lentamente y que la tierra, como sabemos, algún día morirá.
La tierra es tan mortal como lo somos nosotros; y así, si está para
tener un futuro, necesita ser salvada por Algo o Alguien de fuera. Ese
Algo y Alguien están revelados en el misterio de la encarnación en el
que Dios acepta la carne física en Cristo con el fin de salvar al mundo:
y lo que vino a salvar no fue sólo la persona, la gente que vive en
esta tierra, sino más bien, “el mundo”, el planeta mismo, y todo lo que
hay en él.
Jesús nos aseguró que al fin nada en absoluto se perderá. Ni un cabello
cae de la cabeza de uno, ni un gorrión cae del espacio y desaparece para
siempre, como si nunca hubiera existido. Dios creó, ama, cuida y al fin
resucita todo trocito de creación para toda la eternidad… incluso un
querido perro. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -