El que no está contra nosotros está a favor nuestro


Domingo XXVI  del tiempo ordinario 




Gracias a: Rezando Voy

Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael

Lectura de la profecía de Daniel (7,9-10.13-14):
Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin. Palabra de Dios

Salmo  (Sal 137,1-2a.2b-3.4-5.7c-8)
R/. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor
   Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario. R/.
   Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama;
cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R/.
   Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es grande. R/.


Lectura del santo evangelio según san Juan (1,47-51):
En aquel tiempo, vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.»
Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?»
Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.»
Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.»
Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.» Y le añadió: «Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.» Palabra del Señor

Comentario (CR)
 Está difícil esto de hablar de los ángeles. ¿Seres míticos o seres reales? ¿Andan por ahí, poblando el cielo y jugando con nosotros? Podemos perder el tiempo pensando y reflexionando en la esencia de los ángeles, en sus categorías y clases. No hacemos más que poner en el cielo la idea que tenemos de la corte de un señor de nuestro mundo. Como nuestros presidentes y reyes tienen cortes y gobiernos con muchos secretarios y asesores, también nos imaginamos que Dios, el todopoderoso por excelencia, tiene miríadas de secretarios, asesores y ayudantes de todo tipo.
Y de tanto mirar al cielo, nos puede salir tortícolis. Se nos olvida que el centro de nuestra fe está precisamente en la encarnación. Dios mismo se hizo hombre. Se vino a estar con nosotros. Desde aquel momento la salvación no se juega en las alturas sino en la bajuras de nuestra vida diaria y cotidiana, en la relación con los demás, en el trabajo, en la familia, en el esfuerzo por hacernos libres y responsables como corresponde a lo que somos: hijos e hijas de Dios, amados y queridos por él. En Jesús Dios se nos mostró cercano. Para llegar a él no nos hacen falta intermediarios. No es como aquellos emperadores a los que había que acercarse de rodillas y no se podía levantar la vista para mirarlos. Tampoco es como los presidentes de hoy que tienen tantos filtros entre ellos y el mundo de la calle que se nos hacen inalcanzables. Jesús puso a Dios a nuestro lado, en nuestras calles, en nuestras tiendas, en nuestras salas de televisión. Y vino para quedarse porque es de la familia. Es nuestra auténtica familia.
Por eso los ángeles nos tienen que hablar sobre todo de un Dios que quiere nuestro bien, que se preocupa por nosotros. Si tuviéramos que buscar una figura en nuestro mundo para pensar a Dios, tendríamos que pensar mucho más en el Defensor del Pueblo que en el presidente del Tribunal Supremo. Lo suyo es escuchar, atender, sentir con los dolores y alegrías de nuestros corazones. La Fuerza de Dios (Gabriel), la Medicina de Dios (Rafael) nos hablan de un Dios que está con nosotros y por nosotros, que quiere nuestra vida, nuestra felicidad, nuestro bienestar. ¿Qué Dios hay como éste? O como dijo Miguel: “¿Quién como Dios?” Fuente: Ciudad Redonda

Cerrando un abismo insalvable

"Además de todo esto, entre tú y nosotros se ha abierto un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a ti no pueden hacerlo, y nadie puede cruzar de allí a nosotros."
Abraham dice estas palabras a un alma que está en el infierno en la famosa parábola del rico y Lázaro (Lucas 16, 19-21) y generalmente se entiende como que entre el cielo y el infierno existe un abismo que es imposible salvar. Nadie pasa del infierno al cielo. El infierno es para siempre y ninguna cantidad de lamento o arrepentimiento te llevará al cielo. De hecho, una vez en el infierno, nadie en el cielo puede ayudarte tampoco, ¡la brecha entre los dos es eternamente definitiva!
Pero eso no es lo que enseña esta parábola.
Hace algunos años, Jean Vanier pronunció las prestigiosas conferencias de Massey y retomó esta parábola. El punto en el que hizo énfasis es que el "abismo insalvable" al que aquí se hace referencia no es la brecha entre el cielo y el infierno, tal como se entiende en la mente popular. Más bien, para Vanier, la brecha insalvable ya existe en este mundo en términos de la brecha entre ricos y pobres, una brecha que siempre hemos sido incapaces de salvar. Además, es una brecha con más dimensiones de las que imaginamos en un principio.
¿Qué es lo que separa a los ricos de los pobres tan definitivamente con un abismo que, al parecer, es imposible salvar? ¿Qué podría cerrar esa brecha?
El profeta Isaías nos ofrece una imagen útil (Isaías 65, 25). Basándose en un sueño mesiánico, nos dice cómo se cerrará finalmente esa brecha. En la era mesiánica, cuando estemos en el cielo, porque es allí, en una época en la que la gracia de Dios es finalmente capaz de afectar la reconciliación universal, donde el "lobo y el cordero se apacentarán juntos" (o, como se lee comúnmente, "el león y el cordero se acostarán juntos").
El león y el cordero se acostarán juntos. ¡Pero los leones matan corderos!  ¿Cómo puede cambiar esto? Bueno, esa es la brecha insalvable entre el cielo y el infierno. Esa es la brecha entre la víctima y el asesino, el impotente y el poderoso, el acosado y el acosador, el despreciado y el intolerante, el oprimido y el opresor, la víctima y el racista, el odiado y el que odia, el hermano mayor y su hermano pródigo, el pobre y el rico. Esa es la brecha entre el cielo y el infierno.
Si esto es lo que Isaías intuye, y creo que lo es, entonces esta imagen contiene un poderoso desafío que va en ambos sentidos: No es sólo el león el que necesita convertirse y volverse sensible, lo suficientemente comprensivo y no violento como para acostarse con el cordero; el cordero también necesita convertirse y moverse a niveles más profundos de comprensión, perdón y confianza para poder acostarse con el león. Irónicamente, esto puede ser un reto mayor para el cordero que para el león. Una vez heridos, una vez victimizados, una vez odiados, una vez escupidos, una vez violados, una vez golpeados por un matón, una vez discriminados por razones de género, raza, religión u orientación sexual, y se vuelve muy difícil, casi imposible existencialmente, perdonar verdaderamente, olvidar y avanzar con confianza hacia el que nos hirió.
Este es un dicho difícil, pero la vida puede ser tremendamente injusta a veces y quizás la mayor injusticia de todas no sea la injusticia de ser victimizados, violados, violados o asesinados, sino que, después de todo lo que se nos ha hecho, se espera que perdonemos a quien nos lo hizo y que al mismo tiempo sepamos que a quien nos lastimó probablemente le resulte más fácil dejar el incidente y avanzar hacia la reconciliación. Esa es quizás la mayor injusticia de todas. El cordero tiene que perdonar al león que lo mató.
Y sin embargo, esta es la invitación a todos los que hemos sido víctimas.  Parker Palmer sugiere que la violencia es lo que sucede cuando alguien no sabe qué más hacer con su sufrimiento y que el abuso doméstico, el racismo, el sexismo, la homofobia y el desprecio por los pobres son todos resultados crueles de esto. Lo que necesitamos, sugiere, es una mayor "imaginación moral".
Creo que tiene razón en ambos aspectos: la violencia es lo que ocurre cuando la gente no sabe qué hacer con sus sufrimientos y necesitamos una mayor imaginación moral.  Pero entender que nuestro abusador está en un dolor profundo, que el abusador mismo fue intimidado primero, generalmente no hace mucho para aliviar nuestro propio dolor y humillación. También, imaginarnos cuán idealmente debemos responder como cristianos es útil, pero no nos da por sí mismo la fuerza para perdonar. Se necesita algo más, es decir, una fuerza que actualmente nos supera.
Esta es una enseñanza difícil, una que no debe ser presentada con claridad. ¿Cómo perdonas a alguien que te violó? En esta vida, en su mayor parte, es imposible; pero recuerde que Isaías está hablando del tiempo mesiánico, un tiempo en el que, finalmente, con la ayuda de Dios, seremos capaces de salvar ese abismo insalvable.
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Miércoles

Los santos incorruptos

Dios tiene muchas formas de manifestar su Omnipotencia, de forma sensible, frente a todos nosotros. Una de las más admirables es la que se refiere a los Santos Cuerpos Incorruptos.
Hace unos años se procedió en el Vaticano a la apertura de la tumba del Beato Juan XXIII, cuya obra más significativa fue la realización del Concilio Vaticano II. Para sorpresa de quienes realizaron la ceremonia, y pese a las décadas que transcurrieron desde su muerte, su cuerpo se encontraba totalmente incorrupto. Sus restos, de tal modo, están ahora expuestos en la Basílica de San Pedro en una urna de cristal, para admiración de quienes lo visitan.
Pero no es la primera vez que esto ocurre, ya que son muchos los casos de Santos que pese a las décadas o siglos de su muerte, tienen sus cuerpos en estado de incorruptibilidad. El caso de Santa Bernadette de Soubirous, la vidente de la aparición de Lourdes, es uno de los más admirables y conocidos. Su rostro muestra aún hoy una paz y alegría que reflejan la felicidad que ella sintió en el momento en que alcanzó las puertas de la Patria Celestial.
También el cuerpo del Santo Cura de Ars, Juan María Bautista Vianney, está incorrupto. Él vivió una vida de proezas místicas, de lucha contra el demonio, de incansable trabajo en el confesionario, de hechos místicos resaltables como la bilocación de su cuerpo (estar en varios sitios al mismo tiempo) y de perfume de santidad, entre muchos otros.
Jacinta Marto, la niña que junto a su hermano Francisco y su prima Lucía Dos Santos recibieron la visita de la Mujer vestida del sol en Fátima, mostró su rostro de niña angelical totalmente incorrupto cuando varios años después de su muerte se mudaron sus restos en Portugal.
El corazón de San Vicente de Paúl, fundador de la orden de los Vicentinos, se encuentra también incorrupto. Y así se puede nombrar a Santa Clara de Asís, Santa Imelda, Santa Margarita, Santa Rita de Casia, San Juan Bosco, Santa Catalina de Labouré, Santa Ángela de la Cruz, la Venerable Madre Ana de San Agustín, el argentino Fray Mamerto Esquiú, San Peregrino Laziosi y tantos otros Santos que dan testimonio de la Presencia viva de Jesús obrando hoy entre nosotros.
Mucha gente vive con la convicción de que los milagros obrados por Dios son cosa del pasado, o que las manifestaciones celestiales culminaron con la Ascensión de Jesús o a lo sumo durante los primeros siglos de la Iglesia. Sin embargo Dios nos sigue mostrando que Su mano sigue obrando a nuestro alrededor para llamar nuestra atención hacia la necesidad de reconocer la existencia del mundo sobrenatural entre nosotros, en pleno siglo XXI.
Pero, ¿cuál es el sentido y el mensaje del Cielo al mantener los cuerpos de estas almas en un estado que desafía las leyes naturales?. Sin duda que el principal significado es el de indicarnos a las claras Su predilección por aquellos que se santificaron, que vivieron una existencia de búsqueda de la entrega total a la Voluntad de Dios. Jesús nos marca con Su Presencia Mística a aquellos que debemos mirar como ejemplos del camino a seguir.
Mientras tanto, el mundo nos llama con sus inconsistentes mensajes orientados al materialismo, a la negación de la Presencia de Dios en cada pequeña cosa que vivimos, a la vida vacía de contenido espiritual. Dios, con sus mensajes de Presencia y desafiando las leyes de Su Creación, nos enseña que Él todo lo puede, sobremanera cuando se está en la presencia de almas santificadas.
Levantemos nuestros ojos a lo alto, veamos la magnífica manifestación de Dios actuando frente a todos nosotros en el testimonio de los milagros más sorprendentes. No dejemos que las cosas del mundo obstaculicen nuestra visión y nuestro entendimiento. Si Dios nos llama de tan diversas maneras, ¿qué sentido tiene seguir viviendo apegados al frenesí de luchar por cosas que no tienen sentido alguno para la trascendente misión de nuestra propia salvación?.  Fuente

El que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.


Domingo XXV  del tiempo ordinario 




Gracias a: Rezando Voy

A toda la tierra alcanza su pregón



El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra.

Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.


Salmo 18,2-3.4-5

Imagen de 360º del interior de nuestra iglesia del Corazón de María





La santidad no es algo con lo que se nace sino algo que se va haciendo poco a poco...

Hace ta algunos años escuchaba un programa de televisión con motivo de la beatificación de Escrivá de Balaguer. Como siempre en esos programas de debate, los responsables habían intentado que entre los participantes hubiese unos que estuviesen a favor y otros en contra. El programa se desarrollaba según lo previsto. Hasta que uno de los que estaban en contra comenzó a sacar algunas historias de juventud de Escrivá de Balaguer. Intentaba desautorizar así la beatificación. Si había hecho aquellas cosas, no merecía semejante premio.
Lo curioso fue que entonces intervino un teólogo, llamado allí precisamente por ser de los de en contra. Dijo, con muy buen tino, que lo que hubiese hecho Escrivá de Balaguer en su juventud tenía relativamente poca importancia, que la santidad no es algo con lo que se nace sino algo que se va haciendo poco a poco, a base de entrega, de encuentro con Jesús, de asimilar la buena nueva del Evangelio en la propia vida. Por eso decía aquel teólogo que era relativamente poco importante lo que hubiese hecho en su juventud Escrivá, que lo importante era ver el proceso y cómo había terminado.
Lo dicho se puede aplicar perfectamente a Mateo, el apóstol y evangelista que hoy celebramos. Era un publicano cuando Jesús se lo encontró. Para entendernos, uno que había hecho el juego a los romanos invasores y colaboraba con ellos en la recaudación de impuestos. Hoy cualquiera diría que los funcionarios de Hacienda no son necesariamente malos, que tienen una profesión que es un servicio a la sociedad. Un servicio necesario. Pero no era así en aquella época. Los romanos subcontrataban el cobro de los impuestos a los publicanos. Y no se preocupaban más. Estos abusaban del pueblo porque del mismo cobro de impuestos sacaban su beneficio. Mateo era uno de estos. Uno de los explotadores que se aprovechaban de la situación para hacerse ricos a costa de los demás. Pero Jesús vino a llamar a los pecadores. Cuando Mateo se encontró con Jesús, se le abrió la puerta a una vida nueva. Escuchó el “sígueme” de Jesús y lo siguió. ¿Y nosotros? ¿Estamos dispuestos a cambiar de vida? ¿O vamos a dejar que Jesús pasé de largo sin escucharle?
Reflexión del Evangelio - Homilía de hoy viernes, 21 de septiembre de 2018. CR. Fuente: Ciudad Redonda

Castidad y amor


¡Ay de la castidad que no se practica por amor, pero ay del amor que excluye la castidad!
Estas son las palabras de Benoit Standaert, un monje benedictino, y creo que se pueden ser provechosas para nuestra cultura de hoy, donde, en detrimento de todos, los sexualmente activos y los comprometidos con el voto de celibato por igual, la sexualidad y la castidad son generalmente vistas como opuestas entre sí, como enemigas.
Lamentablemente, esta oposición no se comprende muy bien hoy en día, ni en nuestra cultura ni en nuestras iglesias. En nuestra cultura actual, la castidad se ve principalmente como una ingenuidad, una falta de sofisticación crítica, una cualidad que se honra y se protege únicamente en los niños. De hecho, dentro de la cultura popular actual, la castidad es frecuentemente despreciada y vista como una rigidez moral basada en el miedo. Irónicamente, en nuestras iglesias, muchos de nosotros que tratamos de defender la castidad no parecemos más saludables. Nunca vinculamos la castidad que defendemos con una espiritualidad lo suficientemente sana como para poder celebrar la sexualidad como un hermoso regalo de Dios que está destinado a ser vinculado a la exuberancia, la espiritualidad y el deleite.
La sexualidad y la castidad no son enemigos, como nuestra cultura e iglesias lo hacen parecer. Son diferentes caras de la misma moneda. Se necesitan lo uno a lo otro. La sexualidad sin castidad se queda sin alma y no es respetuosa. Por el contrario, la castidad que se ve a sí misma como algo superior o divorciada del sexo terminará invariablemente en esterilidad, juicio e ira. ¡Ay de cualquiera de los dos, si no se toma en serio al otro!
Desafortunadamente, con pocas excepciones, nuestras iglesias nunca han captado bien la sexualidad; así como nuestra cultura, con aún menos excepciones, nunca ha captado bien la castidad. Uno busca, sobre todo en vano, una espiritualidad cristiana de la sexualidad que sea verdaderamente sana y que honre adecuadamente el maravilloso regalo que Dios nos dio en nuestra sexualidad. Asimismo, se busca, en su mayoría en vano, una voz secular que capte la importancia de la castidad. Cuando Moisés estaba de pie frente a la zarza ardiente y Dios le dijo: "Quítate los zapatos porque el suelo sobre el que estás parado es santo, Dios estaba hablando preeminentemente de cómo nosotros, como humanos, estamos de pie frente a los demás dentro del misterio del amor y la sexualidad. El sexo es vivificante sólo si se da y se recibe con el debido respeto.
La sexualidad, como sabemos, es más que el sexo. Cuando Dios creó a los primeros seres humanos, Dios los miró y dijo: "¡No es bueno para una persona estar sola!" Esto no sólo era cierto para Adán y Eva, sino para todos los seres humanos, todos los seres vivos y todas las moléculas y átomos del universo. No es bueno estar solos y la sexualidad es el fuego dentro de nosotros que en cada nivel de nuestro ser, consciente e inconsciente, cuerpo y alma, nos lleva más allá de nuestra soledad, hacia la familia, la comunidad, la amistad, la compañía, la procreación, la co-creación, la celebración, el deleite y la consumación.  La sexualidad está ligada a nuestro instinto de seguir respirando y no puede separarse de lo sagrado que sentimos dentro de nosotros como criaturas hechas a imagen y semejanza de Dios. Y, como energía, la sexualidad es sagrada, para nunca ser denigrada en nombre de algo superior o reducida a lo casual.
La castidad, como no siempre sabemos, no es ni siquiera un concepto sexual. Se trata de mucho más. La castidad es el respeto apropiado y la paciencia apropiada, no sólo por la forma en que estamos ante el sexo, sino por la forma en que estamos ante toda la vida.  La castidad no es celibato, mucho menos frigidez. Uno puede ser célibe, pero no casto; así como uno puede ser sexualmente activo y casto.  La castidad, bien entendida, no es antisexual; se esfuerza por proteger la sexualidad de su propio poder excesivo rodeándola de los filtros, la paciencia y el respeto necesarios, permitiendo así que la otra persona sea plenamente ella misma, permitiéndonos ser plenamente nosotros mismos, y permitiendo que el sexo sea lo que estaba destinado a ser, un don sagrado y vivificante.
Annie Dillard en Holy the Firm ofrece una interesante imagen de castidad. Ella describe cómo, un día, al ver a una mariposa luchar para salir de su capullo, cedió a la impaciencia. El proceso fue fascinante pero interminablemente lento; en un momento dado, ella tomó una vela y agregó un poco de calor al capullo. La mariposa entonces emergió más rápidamente, pero, debido a que el proceso no había tenido el tiempo y la libertad necesarios para desarrollarse en sus propios términos, la mariposa emergió con las alas dañadas.
No se había dado al orden natural de las cosas su debido valor, una falta de castidad, una impaciencia desacertada, una prematuridad que causa cojera en la naturaleza.
La sexualidad y la castidad se necesitan mutuamente. La sexualidad trae la energía, el anhelo, el fuego y la urgencia que nos mantienen conscientes, consciente e inconscientemente, de que no es bueno estar solos. Si lo apagamos, nos volvemos estériles y nos enfadamos. La castidad, por otra parte, nos dice que, en ese proceso de buscar la unión con todo lo que está más allá de nosotros, debemos tener suficiente paciencia y respeto para dejar que el otro sea plenamente otro y que nosotros mismos seamos plenamente nosotros mismos.
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lun

El perdón al enemigo es la prueba de fuego del amor del cristiano

Amar al enemigo: Mientras se predique en la Iglesia este Evangelio, el mensaje de Jesús estará a salvo, aunque sus seguidores nademos en la mediocridad. Si el amor es el centro del Evangelio, estas exigencias son la guinda del amor. Aquí  todo es revolucionario y subversivo. Y una revolución muy especial; porque, de entrada, no intenta cambiar una sociedad, unas minorías, unos empobrecidos; ni derriba impedimentos de estructuras o personas fuera de uno mismo. Es el discípulo de Jesús el que ha de cambiar; es a él a quien le hiere esa “revolución”: amar al enemigo es terrible.
Como en un texto escolar, podemos señalar estas partes en el evangelio de hoy. a) Exhortación solemne: Amad, bendecid, orad. Con un objeto difícil: a vuestros enemigos, a los que os odian, a los que os maldicen. b) Lo expresa con unas imágenes expresivas: Si te dan en una mejilla, le pones la otra; al que te quite la capa le dejas la túnica. c) Apunta las razones: Lo contrario también lo hacen los pecadores. d) Ofrece las promesas de Dios: tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados.
El perdón al enemigo es la prueba de fuego del amor del cristiano. Aquí no cabe que se cuele el egoísmo, el buscar algo a cambio o algún otro deseo menos puro. El amor ha de ser sin límites ni condiciones, es decir, todo “por gracia”, como de Dios lo hemos recibido, como nos enseñó el Señor, “Como yo os he amado”. Ya sé que estamos tocando fondo… como que es tocar el corazón de Dios.
Que lejos está este mensaje de Jesús de la ley del Talión (el ojo por ojo), agazapada todavía en la voz de algunos cristianos, aunque les dé vergüenza  formularla así. Puede ser que  nos cueste identificarnos con las palabras de Jesús: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Pero, por lo menos, que se vea que este es nuestro ideal y nuestra norma de vida. Sólo haciendo las cosas “por gracia”, y no sólo por mera justicia como la entienden los hombres, se romperá la espiral o el eslabón de la violencia y nos acercaremos a la reconciliación. No hay que esperar a que el otro pida perdón para otorgar nuestro perdón. “Dios es bueno con los malvados y desagradecidos”. ¿Más claro?

Oda a la iglesia

Carlo Carreto fue un monje italiano que murió en 1988. Durante muchos años, vivió como eremita en el desierto del Sahara, tradujo las Escrituras a la lengua tuareg y, desde la soledad del desierto, escribió algunos extraordinarios libros espirituales. Sus escritos y su fe fueron especiales  porque tenían una rara capacidad para combinar una casi infantil piedad con (cuando era necesaria) una iconoclasia arrasadora. Amaba profundamente a la iglesia, pero no cerraba los ojos a sus faltas y negligencias, y no tenía miedo de señalar esos defectos.
Siendo de edad avanzada, cuando su salud le obligó a abandonar el desierto, se retiró a una comunidad religiosa en su nativa Italia. Estando allí, a edad avanzada, leyó un libro escrito por un ateo que le pedía cuentas  a Jesús acerca de una frase del Sermón de la Montaña, donde éste dice: “Buscad y hallaréis”, queriendo decir, por supuesto, que, si buscas a Dios con un corazón honrado, lo encontrarás. El ateo había titulado el libro “Busqué y no encontré “, arguyendo desde su propia experiencia que un corazón honrado puede buscar a Dios y volver de vacío.
Carreto le replicó con un libro titulado: “Busqué y encontré”. Para él, el consejo de Jesús resultaba verdadero. En su propia búsqueda, a pesar de observar muchas cosas que podían indicar la ausencia de Dios, él encontró a Dios. Pero admite las dificultades, y una de esas dificultades es, a veces, la iglesia. La iglesia puede -y a veces lo hace, por su pecado- hacer difícil a algunos creer en Dios. Carreto lo admite con desarmada honradez, pero arguye que esto no es el cuadro completo.
De aquí que su libro combine su profundo amor por su fe y su iglesia con su negativa a no cerrar los ojos a las muy verdaderas faltas de los cristianos y las iglesias. En un lugar del libro, da voz a algo que podría ser descrito como una Oda a la Iglesia. Está escrita así:
¡Cuánto debo criticarte, iglesia mía; y aun así, cuánto te amo!
Cuánto me has hecho sufrir; y aun así, cuanto te debo.
Me gustaría verte destruida; y aun así, necesito tu presencia.
Tú me has dado mucho escándalo; y aun así, tú sola me has hecho entender la santidad.
Nunca en este mundo he visto nada más oscurantista, más comprometido, más falso; y aun así, nunca en este mundo he tocado nada más puro, más generoso y más bello.
Muchas veces he sentido como cerrarse de golpe la puerta de mi alma en tu rostro; y aun así, ¡cuántas veces he rogado que yo pudiera morir en tus seguros brazos!
No, no puedo estar libre de ti, porque soy uno contigo, aun cuando no completamente tú.
Entonces, pues, ¿a dónde iría? ¿A construir otra iglesia?
Pero no puedo construir otra sin los mismos defectos, porque son mis  propias derrotas las que llevo conmigo.
Y de nuevo, si construyo una, será mi Iglesia, ya no la de Cristo.
No, soy suficientemente viejo para saber que no soy mejor que otros.
No abandonaré esta Iglesia, edificada sobre tan frágil roca, porque estaría edificando otra sobre una roca aún más frágil: sobre mí mismo.
Y entonces, ¿qué hacen al caso las rocas?
Lo que importa es la promesa de Cristo, lo que importa es la argamasa que une las rocas en una sola: el Espíritu Santo. Sólo el Espíritu Santo puede construir la Iglesia con piedras tan defectuosamente talladas como somos nosotros.
Esta es una expresión de una fe madura, una fe que no sea tan romántica e idealista que necesite ser defendida del lado más oscuro de las cosas, una que sea suficientemente real como para no ser tan cínica que se ciegue a la evidente bondad que también emana de la iglesia. Verdaderamente, la iglesia es a la vez horriblemente comprometida y admirablemente llena de gracia. Unos ojos honrados son capaces de ver las dos. Un corazón maduro es capaz de aceptar las dos. Los niños y novatos necesitan estar defendidos del lado oscuro de las cosas; los adultos escandalizados necesitan tener sus ojos abiertos a la evidente bondad que está también ahí.
Muchos han abandonado la iglesia porque ésta los ha escandalizado por sus habituales pecados, ciegas deshonras, defensas, naturaleza auto-interesada y arrogancia. Las recientes revelaciones (nuevamente) de abusos sexuales cometidos por sacerdotes y encubiertos por las autoridades de la iglesia han dejado a mucha gente preguntándose si pueden volver alguna vez a confiar en la estructura de la iglesia, los  ministros y las autoridades. Para muchos, este escándalo parece demasiado fuerte de digerir.
La oda de Carlo Carretto -creo yo- puede ayudarnos a todos nosotros, tanto escandalizados como piadosos. A los piadosos les puede mostrar cómo uno puede aceptar a la iglesia a pesar de su pecado y cómo la negación de ese pecado no es lo que el amor y la lealtad reclaman. A los escandalizados les puede ser un desafío para que los árboles no les impidan ver el bosque, para no dejar de ver que, en la iglesia, la flaqueza y el pecado, aunque reales, trágicos y escandalosos, nunca eclipsan la sobreabundante gracia de Dios, que vivifica.
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lun

Los jóvenes del África – El Video del Papa – Septiembre 2018

Alegrémonos todos celebrando el nacimiento de la Virgen María. Hoy es su día. El día de su cumpleaños.

Celebramos el nacimiento de la Virgen María
Alegrémonos todos celebrando el nacimiento de la Virgen María. Hoy es su día. El día de su cumpleaños. Una nueva vida que nace siempre es motivo de exultante alegría. Cuánto más si nace la Madre de nuestro Salvador. Hasta en un tono popular y filial, podemos entonar el ¡Cumpleaños feliz!
Los Padres de la Iglesia, y a la liturgia le gusta, recurren a la imagen bellísima:

El nacimiento de María es la Aurora que anuncia el nacimiento del Sol de justicia, Cristo el Señor. En efecto, nace María, y florece la carne que luego será morada y arca de la carne de Jesús. En esta criatura se formará “la criatura que viene del Espíritu Santo y salvará a su pueblo de sus pecados”. En el seno de esta niña que nace acampará el Verbo de Dios hecho carne.

Con esto estamos diciendo que a María, para envolverla en su luz propia, hemos de colocarla siempre en el misterio de la Redención de Cristo. Ella es, ante todo, la Madre del Redentor.
En el Evangelio de hoy, María aparece la última de una lista de mujeres; algunas de ellas procedentes de la paganía y del pecado, como Tamar, Rajab, Rut, Betsabé. Al final, como la luz sobre la tiniebla, María “de la cual nació Jesús”, la llena de gracia. Brilla, a la vez, el misterio de la encarnación en todo su realismo junto a la victoria sobre el mal.
En esta genealogía caprichosa de San Mateo podemos vernos alineados nosotros. Por una parte, nos sentimos hijos de María. Por otra parte, los bautizados en Cristo, nacidos del agua y del Espíritu, por la fe alargamos la descendencia, prolongamos la encarnación que se dio en María.
No podemos acabar sin un guiño elemental en todo cumpleaños. El regalo. ¿Qué nos pide la Virgen en este día? Pensémoslo, y no seamos ruines sino filialmente generosos. Que es su día.

...Gocémonos en la novedad del vino nuevo que nos trae Jesús. Es el Espíritu que hace nuevas todas las cosas.

Jesús es el novio:
No sé si lleva cierto tono provocativo afirmar que es una insidia. Son insidiosos los que aseguran que  poner en segundo plano ciertos modos de ascesis, ayunos, penitencias, disciplinas y mortificaciones significa rebajar las exigencias cristianas, es traicionar la petición de Jesús de tomar su cruz, es olvidar que seguimos al Crucificado.
Es insidia porque no es verdad. Seguimos al Crucificado, y hemos de estar dispuestos a morir y entregar la vida como él. Pero seguimos, también, el Resucitado. Desde luego, no seguimos a un filósofo estoico; ni siquiera a Juan el Bautista.
Pero es que nos lo dice el mismo Maestro. Seguimos al Novio. Y Jesús es el novio en el banquete de bodas de la Nueva Alianza. El Reino de Dios es comparado por Jesús con un banquete de bodas.  Y aquí no caben ayunos ni tristezas. Somos los invitados al convite. Es tiempo y lugar de celebrarlo, de fiesta, de alegría, de festejos.
Además, queremos sorprender la “gran novedad” de la que nos habla Jesús. El vino nuevo, el odre nuevo, el vestido nuevo. Los fariseos, los miembros de ciertas sectas, los mismos discípulos de Juan seguirán embarcados en sus ritos ascéticos. Los seguidores de Jesús se sientan al banquete para alegrarse con el novio, para beber el vino nuevo de la Alianza nueva. La tristeza, para la ausencia del novio, para el pecado; sólo entonces.
Hermanos de Ciudad Redonda: Alegraos, que tenemos entre nosotros al mejor de los novios. Os digo como los primeros cristianos, refiriéndose al domingo: “Celebramos el Día del Señor como un día de alegría (Pedro de Alejandría). “Peca quien en este día está triste” (Didascalia). No temáis a las rebajas de las que hablan voces sombrías. En este banquete de bodas celebramos la Alianza Nueva, lograda con la sangre derramada en la Cruz para la salvación de todos. Con esta sangre no caben frivolidades ni mezquindades.
En fin, gocémonos en la novedad del vino nuevo que nos trae Jesús. Es el Espíritu que hace nuevas todas las cosas.
Comentario al Evangelio de hoy viernes, 7 de septiembre de 2018. Fuente: Ciudad Redonda.
Imagen: Cristo de la Sonrisa. Javier

Catequesis de comunión, postcomunión y confirmación



 J Inscripciones:
de lunes a viernes y
de 5 a 7 de la tarde
   (del 17 al 29 de septiembre)

 J Comienzo:  
         Viernes, día 5 de octubre,
F a las 18,00 h., comunión-postcomunión-
  confirmación (de 6. E.P a 3º ESO).
F a las 20,30, confirmación (de 3º ESO a  1º Bachiller).



Cómo responder

A veces, todo lo que puedes hacer es poner tu boca en el polvo y esperar. Es un consejo del Libro de las Lamentaciones; y, aun cuando tal vez no sea la mejor respuesta a las recientes revelaciones de abuso sexual del clero y su encubrimiento en la Iglesia Católica Romana, parece la única respuesta útil disponible hoy para mí como sacerdote católico romano. Más allá de la oración, he estado dudando si responder de otra manera a esta situación actual, por tres razones.
Mi primera duda tiene que ver con la aparente futilidad de otra nueva disculpa y golpe de pecho. Desde que la información sobre abusos sexuales y encubrimiento del clero se publicó en Pennsylvania hace unas pocas semanas, ha habido disculpas emitidas por virtualmente todas diócesis, todas parroquias y todos sacerdotes de América, incluso una del papa mismo. Aunque estas disculpas han sido casi universalmente sinceras, no defensivas y acertadamente centradas en las víctimas, con todo no han sido bien recibidas por la mayoría. Más generalmente, la respuesta ha sido: “¡Qué bien resulta eso ahora! ¿Dónde os encontrabais cuando estaba sucediendo todo esto?” Las disculpas se han recibido con más cinismo e ira que aceptación. Y aun así, es importante que se hagan, aunque no estoy seguro de que lo que yo añada le sea útil a algún otro.
Mi segunda duda proviene del hecho de que, en este preciso momento, hay tanta indignación y disgusto acerca de este suceso, que las palabras, incluso las que son razonables, generalmente no llegan a ser convincentes, semejante a decir a alguien recientemente afligido por la muerte de un ser querido: “Ahora está en mejor lugar”. Las palabras son sinceras, pero el momento es demasiado crudo como para que las palabras sean oídas. Sólo vienen a ser efectivas después. Y esa es la situación actual; estamos en un momento de cruda indignación y oscura pena. Estas son de hecho la misma emoción (sólo que una es dura y la otra suave), y así para mucha gente  que habla actualmente de las revelaciones de los abusos sexuales del clero y su encubrimiento, las disculpas, aunque necesarias, no están siendo oídas. El momento es demasiado duro.
Y una última duda: Como sacerdote con voto de celibato, soy dolorosamente consciente de que justamente ahora estoy en una comprensible  desventaja para tratar sobre esto. Las víctimas hablan desde una posición de privilegio moral; justamente así, sus voces son portadoras de una autoridad extra; pero esos que permanecen simbólicamente conectados a los perpetradores -y ese es mi caso- son comprensiblemente oídos con sospecha. Yo acepto eso. ¿Cómo podría ser de otra manera? En este momento particularmente cargado, ¿qué autoridad moral puede llevar mi voz en este suceso? ¿Qué añade mi disculpa?
Pero, por lo que vale la pena,  incluso dadas estas advertencias, sí ofrezco una disculpa: Como sacerdote católico romano, quiero decir públicamente que lo que ha sucedido en la iglesia como abuso sexual cometido por el clero y encubierto por la jerarquía es inexcusable, profundamente pecaminoso, ha dañado irrevocablemente miles de vidas y necesita  enmienda radical en términos de llegar a las víctimas y promover un cambio estructural en la iglesia para asegurar que esto nunca volverá a suceder.
Permitidme añadir algo más: Primero, como sacerdote católico, yo no me aparto de esto separándome moralmente de los que han hecho mal, y declarando: “¡Ellos son culpables, yo no!” La cruz de Jesús no permite tal escapatoria. Jesús fue crucificado entre dos ladrones. Él era inocente, ellos no. Pero él no declaró su inocencia, y los que miraban las tres cruces ese día no distingueron entre el que era inocente y el que era culpable. Las cruces estaban todas pintadas con la misma brocha. Hay momentos en que uno no declara su inocencia. Parte de la misión de Jesús, como nuestra liturgia indica, fue “venir a ser pecado por nosotros”, arriesgar teniendo su inocencia mezclada con la culpa y ser percibido como pecado, de modo que ayudase a cargar la tiniebla y el pecado por otros.
Más allá de nuestras disculpas,  todos nosotros, clérigos y laicos igualmente, somos invitados a hacer algo por la iglesia precisamente ahora, a saber, ayudar a llevar este escándalo como Jesús hizo. Separarnos, moralmente indignados, de este pecado no es el camino de Jesús ni de la cruz.
Como María, que permaneció junto a la cruz, nosotros no debemos  reproducir la ira y la tiniebla del momento como para devolverlas del mismo modo. Por lo contrario, como ella, debemos hacer lo único que a veces es posible cuando estamos bajo las consecuencias del pecado, esto es, que nuestra postura, como la de María, hable profundamente a través de una voz que, a diferencia de la amargura o el fracaso, diga: “Hoy yo no puedo parar esta tiniebla, nadie puede. A veces, las tinieblas tienen su hora. Pero sí que puedo parar algo del pecado y la amargura del momento al asimilarlos, no distanciándome de ellos y no devolviéndolos del mismo modo”. A veces, la tiniebla tiene su momento, y puede ser que nosotros, seguidores de Jesús, no nos distanciemos del pecado auto-interesadamente sino que necesitemos ayudar a asimilarlo.
A veces todo lo que nosotros podemos hacer es poner nuestras bocas en el polvo… y orar… y esperar. Sabiendo que, en algún momento futuro, la piedra rodará de nuevo lejos de la tumba.
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lun

Vigilia de oración en Covadonga



                                                                     ·    OPCIÓN 1: VIGILIA DE ORACIÓN
ü  Día 7, a las 22 h.
ü  Autobuses:
-       salida de Consejerías, 18,30 h.
-       salida de Covadonga, 23,30 h.
ü  Precio, 10 €
ü Llevad bocata.
                                                                     ·    OPCIÓN 2:  RUTA MONTAÑA, CONVIVENCIA y VIGILIA
ü  Autobús:  ida, día 7 mañana, vuelta, día 8, tarde
ü  Ruta: Corao a Covadonga pasando por Priena.
ü  Precio, 24 €.
                                                                ·     INSCRIPCIONES:  P. Sotillo, hasta el miércoles, día 5.