Nuestro profundo fracaso en la caridad

San Eugenio de Mazenod, fundador de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, la Congregación Religiosa a la que pertenezco, nos dejó con estas últimas palabras mientras estaba muriendo: Entre vosotros, caridad, caridad, caridad. No siempre vivo eso, aunque ojalá pudiera, especialmente hoy.

Estamos en un tiempo amargo. Por todas partes hay ira, condenación de los demás y amarga discordia; tanto que hoy somos sencillamente incapaces  de  tener una discusión razonable sobre cualquier sensible acontecimiento  político, moral o doctrinal. Nos demonizamos unos a otros hasta el punto de que cualquier intento de razonar unos con otros (sin hablar de llegar a un acuerdo ni compromiso) generalmente sólo ahonda la hostilidad. Si dudáis de esto, sólo necesitáis mirar los noticiarios cualquier noche, leer cualquier periódico o seguir la discusión sobre la mayor parte de las cuestiones morales y religiosas.

Lo primero que resulta evidente es el radical odio en nuestra energía y cómo tendemos a justificarlo por motivos morales y religiosos. Esta es nuestra protesta: Estamos luchando por la verdad, la decencia, la justicia, Dios, la familia, la iglesia, el dogma genuino, la práctica honrada, Cristo mismo, de modo que nuestra ira y odio están justificados. La ira está  justificada, pero el odio es un infalible signo de que estamos actuando de una manera contraria a la verdad, la decencia, la justicia, Dios, la familia, la iglesia, el dogma genuino, la práctica honrada y Cristo. Sería duro argüir que esta clase de energía surge del espíritu de Dios y no de alguna otra parte.

Mirando a Jesús vemos que todas sus energías estaban dirigidas hacia la unidad. Jesús nunca predicó el odio, como se ve claro por el Sermón de la Montaña, como se comprueba en su gran oración sacerdotal en favor de la unidad en el Evangelio de Juan, y como es evidente  en los frecuentes avisos que nos da de ser pacientes unos con otros, no juzgarnos unos a otros y perdonarnos unos a otros.

Pero uno podría objetar: ¿Qué hay sobre los propios (aparentemente) amargos juicios de Jesús? ¿Qué sobre él hablando severamente de otros? ¿Qué sobre él perdiendo su calma y usando látigos para expulsar del templo a los cambistas? Por cierto, ¿qué hay sobre su afirmación: He venido a traer fuego a esta tierra?

Estas afirmaciones son malinterpretadas constantemente y usadas  falsamente para buscar excusa a nuestra falta de genuino amor cristiano. Cuando Jesús dice que ha venido a traer fuego a esta tierra y desea que esté ya ardiendo, el fuego al que se está refiriendo no es el fuego de la división sino el fuego del amor. Jesús hizo un voto de amor, no de alienación. Su mensaje provocó odiosa oposición, pero no se autodefinió como un guerrero cultural ni eclesial. Predicó y encarnó sólo amor, y eso encendió a veces su oposición. (Y todavía la incendia). En ocasiones, desencadenó odio en la gente, pero él nunca odió a cambio. Por el contrario, lloró en empatía, entendiendo que a veces el mensaje de amor y amistad desencadena odio dentro de los que por cualquier razón en ese momento no pueden soportar plenamente la palabra amor. También, el incidente expulsando del templo a los cambistas, siempre citado falsamente para  justificar nuestra ira y juicio hacia los demás, tiene un énfasis y significado diferente. Su acción mientras el templo es purificado de la gente que estaba (legítimamente) cambiando moneda judía por dinero extranjero con el fin de permitir a los extranjeros comprar lo que necesitaban para ofrecer sacrificios, tiene que ver con él despejando un obstáculo en el camino de acceso universal a Dios, no con la ira a algunas personas en particular.

Frecuentemente hacemos caso omiso del Evangelio. El faccionalismo, el tribalismo, el racismo, el autointerés económico, la diferencia histórica, el privilegio histórico y el temor causan continuamente amarga polarización y desencadenan un odio que devora la estructura misma de una comunidad; y ese odio se justifica constantemente al apelar a algún alto motivo moral o religioso. Pero el Evangelio nunca permite eso. Nunca nos permite minusvalorar la caridad y nos niega el permiso para justificar nuestra amargura por motivos morales y religiosos. Nos llama a un amor, una empatía y un perdón que abarca a todos sin excepción, de modo que deseemos y hagamos el bien precisamente a los que nos odian. Y eso prohíbe categóricamente racionalizar el odio en su nombre o en el nombre de la verdad, la justicia o el dogma genuino.

El difunto Michael J. Buckley, mirando a la amarga polarización de nuestras iglesias, sugiere que nada justifica nuestra actual amargura: “El triste hecho es, sin embargo, que a menudo no resulta un gran truco hacer que hombres y mujeres se vuelvan unos contra otros en alguna terrible forma de condenación. Las luchas, incluso las luchas personales, son realidades terribles, y las más horribles de estas son con frecuencia luchas religiosas que se autojustifican. Para engañados o divididos bajo apariencia de buenos, bajo la rúbrica de la ortodoxia o liberalidad, de la comunidad o de la libertad personal, incluso de la santidad misma, facciones de hombres y mujeres pueden desintegrarse poco a poco en mezquindad o cinismo o enemistad o amargura. De este modo, la Iglesia cristiana viene a estar dividida.

Necesitamos ser cuidadosos en nuestras luchas culturales y religiosas. Nunca hay una excusa para la falta de caridad elemental. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí…

Uno de los mayores riesgos del cristianismo actual es ir pasando poco a poco de la «religión de la Cruz» a una «religión del bienestar». Insistir en el amor incondicional de un Dios Amigo no ha de significar nunca fabricarnos un Dios a nuestra conveniencia, el Dios permisivo que legitime una «religión burguesa» (.Johann Baptist Metz). Ser cristiano no es buscar el Dios que me conviene y me dice «sí» a todo, sino el Dios que, precisamente por ser Amigo, despierta mi responsabilidad y, más de una vez, me hace sufrir, gritar y callar.

Descubrir el evangelio como fuente de vida y estímulo de crecimiento no significa entender la fe cristiana como una «inmunización» frente al sufrimiento. El evangelio no es un complemento tranquilizante para una vida organizada al servicio de nuestros fantasmas de placer y bienestar. Cristo hace gozar y hace sufrir, consuela e inquieta, apoya y contradice. Sólo así es camino, verdad y vida.

Creer en un Dios Salvador que, ya desde ahora y sin esperar al más allá, busca liberamos de lo que nos hace daño, no ha de llevarnos a entender la fe cristiana como una religión de uso privado al servicio de los propios problemas y sufrimientos. El Dios de Jesucristo nos pone siempre mirando al que sufre. El evangelio no centra a la persona en su propio sufrimiento sino en el de los otros. Sólo así se vive la fe como experiencia de salvación.

En la fe como en el amor todo suele andar muy mezclado: la entrega confiada y el deseo de posesión, la generosidad y el egoísmo. «El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí la encontrará». «Llevar la cruz» era parte del ritual de la crucifixión. Su objetivo era que el condenado apareciera ante la sociedad como culpable, un hombre indigno de seguir viviendo entre los suyos. Todos descansarían viéndolo muerto.

Los discípulos trataban de entenderlo. Jesús les venía a decir más o menos lo siguiente: «Si me seguís, tenéis que estar dispuestos a ser rechazados. Os pasará lo mismo que a mí. Compartiréis la suerte de los crucificados. Con ellos entraréis un día en el reino de Dios». Llevar la cruz no es buscar «cruces», sino aceptar la «crucifixión» que nos llegará si seguimos los pasos de Jesús. Así de claro.

Jesús no quería ver sufrir a nadie. El sufrimiento es malo. Jesús nunca lo buscó ni para sí mismo ni para los demás. Al contrario, toda su vida consistió en luchar contra el sufrimiento y el mal que tanto daño hace a las personas: las injusticias, la soledad, la desesperanza o la culpabilidad. Así fue Jesús: un hombre dedicado a eliminar el sufrimiento, suprimir injusticias y contagiar fuerza para vivir.

Pero buscar el bien y la felicidad para todos trae muchos problemas. Jesús lo sabía por experiencia. No se puede estar con los que sufren y buscar el bien de los últimos, sin provocar el rechazo y la hostilidad de aquellos a los que no interesa cambio alguno. Es imposible estar con los crucificados y no verse un día «crucificado».

Estamos viviendo tiempos difícíles, nos ha tocado de cerca la fragilidad y fatalidad del Ser humano y son tiempos no de arrugarse sino de poner a prueba nuestra fe, y no precisamente porque estamos mejor equipados y con más medios y conocimientos que otros sino porque confiamos más y sabemos que nuestro Dios está con nosotros…con los que más sufren, eso hizo Nuestro Señor y a eso nos invita. Comentario al Evangelio del Domingo por Fermín Rodríguez Sampedro S.J.

El que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí





Domingo 13º del tiempo ordinario

Gracias a: Rezando Voy. 

Dignidad

La película Million Dollar Baby (Niña de un millón de dólares) cuenta la historia de una joven que llega a ser boxeadora profesional. Joven, fuerte y físicamente muy atractiva, gana tu corazón mientras, contra todo pronóstico, al fin se encarama a lo más alto en su deporte. Pero entonces la historia se torna trágica; es golpeada antirreglamentariamente por su contrincante y acaba paralizada, su cuerpo roto y con él, su salud y atractivo. Y su condición queda permanente, no hay cura. Elige acabar su vida por medio de la eutanasia.
Yo había ido a esta película con una joven pareja, ambos sólidamente comprometidos con su iglesia y su fe. Aun así, ambos estaban en fuerte simpatía con el modo en que esta joven eligió morir. Quizá, más que ellos, fueron sus emociones las que hablaron cuando justificaron su manera de morir: “¡Pero era tan joven y bella! ¡No habría sido justo para ella pasar el resto de su vida en ese terrible estado!” En su estimación, su debilitado estado la despojó de su esencial dignidad.
¿Qué es la dignidad? ¿Cuándo y cómo se pierde?
La palabra dignidad es un término promiscuo que vierte constantemente  diferentes socios. Es también un término traicionero. A veces ya no significa lo que solía significar y nunca es esto más verdadero que cuando el término es aplicado hoy a la “muerte con dignidad”. ¿Qué significa la muerte con dignidad?
Poco después de que Brittany Maynard muriera de leucemia en un caso que llamó ampliamente la atención pública, Jessica Keating escribió un artículo en la revista America señalando esa muerte desde diferentes puntos de vista. En un momento aborda la cuestión de la dignidad, y escribe: “El uso del término dignidad para describir esta muerte es profundamente problemático, ya que disfraza la realidad del temor y equipara la dignidad exclusivamente con la autonomía radical, la elección y la capacidad  cognitiva. El resultado es una implicación no-tan-sutil de que la persona que  elige la mengua y el sufrimiento tiene una muerte menos digna”. (America, 16 de marzo de 2015).
Hoy, en gran parte de nuestra conversación sobre le muerte con dignidad  está de hecho la implicación no-tan-sutil de que la persona que elige la mengua y el sufrimiento sobre la eutanasia tiene una muerte menos digna. Eso es duro de negar, dado el ethos dominante de una cultura en donde la mengua y el sacrificio físicos son vistos como un verdadero asalto a nuestra dignidad. No siempre ha sido este el caso; por cierto, en tiempos pasados, a veces era verdad lo contrario: un cuerpo envejecido y menguado  físicamente  era visto como algo digno y hermoso. ¿Por qué nuestra opinión de la dignidad es diferente hoy?
Son diferentes por cómo entendemos la dignidad y la belleza. Para nosotros, estas tienen que ver principalmente con la salud física, la vitalidad física y el atractivo físico del cuerpo humano. Para nosotros, la estética es una casa con una sola habitación: el atractivo físico. Todo lo demás ataca nuestra dignidad. Eso nos hace difícil ver como digno cualquier proceso que disminuya y humille el cuerpo humano al robarle su vitalidad y atractivo físico. Y, en cambio, así es normalmente cómo funciona el proceso de la muerte. Si alguna vez has acompañado a alguien que está muriendo de una enfermedad terminal y has estado junto a su lecho de muerte cuando  murió, sabes que esto no es nada hermoso. La enfermedad puede hacer al cuerpo cosas horribles. Pero ¿destruye esto la dignidad? ¿Hace a uno menos hermoso?
Bueno, eso depende de  la espiritualidad de uno y de lo que uno considere como digno y hermoso. Considera la muerte de Jesús. Según el concepto de dignidad de hoy día, la suya no fue una muerte muy digna. Nosotros siempre hemos “purificado” la crucifixión para protegernos de su cruda  “indignidad”, pero la crucifixión fue humillante. Cuando los romanos eligieron la crucifixión como método de pena capital, tenían en mente algo más que el solo deseo de acabar con la vida de alguien. A la vez, querían hacer a una persona sufrir al máximo y también querían humillarla total y públicamente al degradar su cuerpo. De ahí que la persona estuviera desnuda, con sus genitales expuestos; y cuando entraba en espasmos en los momentos previos a la muerte, sus entrañas se descargaban. ¿Qué puede haber más humillante? ¿Qué puede ser menos hermoso?
Y en cambio, ¿quién diría que Jesús no murió con dignidad? Al contrario. Aún estamos contemplando la belleza de su muerte y la dignidad puesta de manifiesto en ella. Pero eso está en una estética diferente; una que nuestra  cultura ya no entiende. Para nosotros la dignidad y la belleza están intrincadamente ligadas a la salud física, al atractivo físico y a la falta de menguas humillantes en nuestro cuerpo físico. En esta perspectiva no hay, aparentemente, ninguna dignidad en la muerte de Jesús.
 Yo soy el primero en admitir que el debate de la muerte con dignidad es extremadamente complejo y levanta cuestiones legales, médicas, psicológicas, familiares, societarias, éticas y espirituales, para las cuales no hay respuestas simples. Pero en todas estas cuestiones aún se halla una estética: ¿qué contribuye, por fin, a la belleza? ¿Cómo, por fin, vemos la  dignidad? Una persona aún con un cuerpo físico atractivo y no menguado, que voluntariamente elige morir antes de que esa belleza sea despojada por la enfermedad ¿muere más dignamente de lo que lo hizo Jesús?   Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) - 

"...Porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros..."

«Mira, Señor, ahí está el otro, 
con el que no me entiendo.  
El te pertenece; Tú le has creado.  
Si Tú no le has querido así, 
al menos le has dejado ser como es.  
Mira, Dios mío, si Tú le soportas, 
yo quiero aguantarle y soportarle, 
como Tú me soportas y aguantas a mí».

Las contradicciones de Jesús

Jesús, vivo dudando y tú me dices: confía. 

Tengo miedo y tú me dices: ánimo.
Prefiero estar solo y tú me dices: sígueme.
Fabrico mis planes y me dices: déjalos.
Me agarro a mis cosas y me dices: despréndete.
Quiero vivir y me dices: da tu vida.
Creo ser bueno y me dices: no basta.
Quiero mandar y me dices: ponte a servir.
Deseo comprender y me dices: cree.
Busco claridad y me hablas en parábolas,
quiero poesías y me habas de realidad,
deseo tranquilidad y me dejas inquieto,
quiero violencia y me hablas de paz,
busco tranquilidad y vienes a traer fuego a la tierra.
Quiero ser grande y me dices: sé como un niño.
Quiero esconderme y me dices: sé luz.
Quiero ser visto y me dices: ora en lo escondido.

¡No te entiendo Jesús!
Me desconciertas y me atraes,
me sucede lo mismo que a Pedro,
no encuentro un maestro mejor,
solo tú tienes palabras de vida eterna.

Fuente

Memoria del Inmaculado Corazón de María

A la altura del corazón

Allí aprendió a vivir María
después que el ángel la dejó.
Sin saber decir palabra
sin poder decir que no.

Allí entendió que los silencios hablan
y que las palabras, a veces, callan.
que vivir no requiere, saber y ganar,
sino solo aprender a escuchar.

Allí su ser se abrió al misterio,
entrando en ella lo no esperado.
Ya no hubo rutas ni indicadores
que al andar le dieran seguridad.

Allí, a la altura del corazón,
solo la fe le puede al miedo.
El amor, en María, ya no tuvo frenos:
El pesebre, Nazaret, el calvario.

(Seve Lázaro, SJ). 

Artículo completo de Edgardo Guzmán CMF en @ciudadredonda.org

Comentario de @dominicos.org

Comentario de  Francisco Fernández-Carvajal en @Hablar con Dios 

No tengáis miedo




Domingo 12º del tiempo ordinario

Gracias a: Rezando Voy. 

SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. Viernes 19 de junio de 2020












Padre nuestro que estás en los cielos. Poema de Gloria Fuertes

Que estás en la tierra, Padre nuestro,
Que te siento en la púa del pino,
en el torso azul del obrero,
en la niña que borda curvada
la espalda, mezclando el hilo en el dedo.
Padre nuestro que estás en la tierra,
en el surco,
en la mina,
en el puerto,
en el cine,
en el vino,
en la casa del médico.
Padre nuestro que estás en la tierra,
donde tienes tu gloria y tu infierno
y tu limbo  que está en los cafés
donde los pudientes beben su refresco.
Padre nuestro que estás en la escuela de gratis,
y en el verdulero,
y en el que pasa hambre
y en el poeta, ¡nunca en el usurero!
Padre nuestro que estás en la tierra,
en un banco del Prado leyendo,
eres ese Viejo que da migas de pan a los pájaros del paseo.
Padre nuestro que estás en la tierra,
en el cigarro, en el beso,
en la espiga, en el pecho
de todos los que son buenos,
Padre que habitas en cualquier sitio,
Dios que penetras en cualquier hueco,
Tú que quitas la angustia, que estás en la tierra,
Padre nuestro que sí que te vemos
los que luego te hemos de ver,
donde sea, o ahí en el cielo.

Una magnífica derrota

¿Dónde hay justicia en la vida? ¿Por qué ciertas personas son tan  inmerecidamente bendecidas en este mundo mientras otras son aparentemente malditas? ¿Por qué la astucia, la ambición egoísta, el aprovechamiento de los demás y la falta de honradez son frecuentemente recompensadas? Esto no tiene una respuesta rápida.  
En su libro The Magnificent Defeat (La magnífica derrota), el renombrado novelista y predicador Frederick Buechner aborda esta cuestión fijándose en el personaje bíblico Jacob. Este, como sabemos, engañó dos veces a su hermano, Esaú. Viéndolo hambriento y vulnerable, Jacob le compra su primogenitura por una comida. Más seriamente, adopta actitudes como Esaú, engaña a su padre y roba la bendición y la herencia que era de Esaú por derecho. Todo sobre esto parece injusto y exige retribución, a pesar de que la vida de Jacob aparentemente señala lo contrario. En contraste con su hermano  engañado, Jacob vive una vida bendecida muy copiosamente y es favorecido por Dios y por otros. ¿Cuál es la lección? ¿Están Dios y la vida en realidad de lado de los que hacen este tipo de cosas?
Buechner construye su respuesta al mudarse del rango pragmático y corto al rango espiritual y largo.
Primero, desde un punto de vista pragmático, la historia de Jacob enseña su propia lección, a saber, que, como una cuestión de hecho, en esta vida, personas como Jacob, que son inteligentes, astutas y ambiciosas, acaban recibiendo con frecuencia recompensa de unas maneras que personas como Esaú, que son más lentas en aprovechar sus posibilidades, no reciben. Aun cuando esto no es claramente la enseñanza moral del  Sermón de la Montaña, otras partes de la escritura, incluidas algunas enseñanzas de Jesús, sí que nos desafían a ser inteligentes, a trabajar duro y, por cierto, a ser astutos. Dios no ayuda necesariamente a los que se ayudan a sí mismos, pero parece que Dios y la vida recompensan a aquellos que usan sus talentos. Sin embargo, aquí hay una sutil línea moral, y Buechner la extrae brillantemente.
Pregunta él: cuando alguien hace lo que hizo Jacob y eso le trae riquezas en esta vida, ¿dónde está la consecuencia moral? La respuesta le llega a Jacob años más tarde. Una noche está solo, cuando un extraño salta sobre él y los dos acaban luchando en silencio uno con otro a lo largo de toda la noche. Justo cuando está rompiendo el alba y parece que Jacob podría ganar, todo cambia de repente. Con una fuerza infinitamente superior que parece haber reservado hasta ahora, el extraño toca el muslo de Jacob y lo deja rendido. Algo profundamente transformador sucede a Jacob en esa experiencia de impotencia. Ahora que sabe que está finalmente vencido, ya no quiere verse libre de la garra del extraño; al contrario, se agarra fuertemente a su anterior enemigo como un hombre que se está ahogando. ¿Por qué?
Aquí está la explicación de Buechner: “La oscuridad se había desvanecido justo lo suficiente de modo que por primera vez él puede ver oscuramente el rostro de su oponente. Y lo que ve es algo más terrible que el rostro de la muerte: el rostro del amor. Es inmenso y fuerte, medio arruinado con el sufrimiento y fiero con el gozo, el rostro del que un hombre escapa de toda la oscuridad de sus días hasta que por fin grita: ‘¡No te dejaré ir, a no ser que me bendigas!’ No una bendición que él pueda tener ahora por la fuerza de su astucia o la eficacia de su voluntad, sino una bendición que pueda tener sólo como un regalo”.
Hay aquí una cabal espiritualidad. La bendición por la que siempre estamos luchando solamente nos puede venir como regalo, no como algo que podamos atrapar por medio de nuestros propios talentos, astucia y fuerza. Por su ingenio y astucia, Jacob llegó a ser un hombre rico y admirado en este mundo. Pero al luchar por todas esas riquezas, estuvo peleando con una fuerza que percibió inconscientemente como alguien o algo que ser superado. Finalmente, después de muchos años de lucha, tuvo un despertar. La luz despuntó a través de una paralizante derrota. Y a la luz de esa derrota, finalmente vio que aquello con lo que había estado luchando durante todo ese tiempo no era alguien ni algo que ser superado, sino el verdadero amor por el que estaba peleando con todos sus esfuerzos para ganar y progresar.
Para muchos de nosotros, esto será también el auténtico despertar de nuestras vidas, despertando al hecho de que en nuestra ambición, y en todos los esquemas que trazamos para progresar, no estamos luchando con alguien o algo que ser superado por nuestra fuerza o ingenio; estamos luchando con la comunidad, el amor y con Dios. Y tomará indudablemente la derrota de nuestra propia fuerza (y  una permanente cojera) antes de que nos demos cuenta de aquello contra lo que estamos luchando. Entonces dejaremos de intentar ganar y, en vez de eso, nos agarraremos, como un hombre que se está ahogando, a este rostro del amor, pidiendo su bendición, una bendición que sólo podemos tener como regalo.
Creyendo que nuestra bendición consiste en ganar, nos esforzamos en alejar nuestras vidas de los demás hasta que un día, si somos lo bastante afortunados de ser derrotados, empecemos a pedir a otros que se agarren a nosotros. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - Martes, 16 de junio de 2020 Fuente: Ciudad Redonda.org

Oración por la creación

Señor Uno y Trino,
comunidad preciosa de amor infinito,
enséñanos a contemplarte en la belleza del universo, donde todo nos habla de ti.
Despierta nuestra alabanza y nuestra gratitud por cada ser que has creado.
Danos la gracia de sentirnos íntimamente unidos con todo lo que existe.
Dios de amor,
muéstranos nuestro lugar en este mundo como instrumentos de tu cariño
por todos los seres de esta tierra,
porque ninguno de ellos está olvidado ante ti. Ilumina a los dueños del poder y del dinero
para que se guarden del pecado de la indiferencia, amen el bien común, promuevan a los débiles,
y cuiden este mundo que habitamos. Los pobres y la tierra están clamando:
Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz, para proteger toda vida,
para preparar un futuro mejor, para que venga tu Reino
de justicia, de paz, de amor y de hermosura. Alabado seas.
Amén. (Papa Francisco) Fuente

Milagro Eucarístico del trasatlántico Alfonso XIII

En la tarde del 20 de enero de 1902, salía majestuosamente del puerto de La Habana (Cuba), con rumbo a La Coruña (España), el transatlántico Alfonso XIII.
Durante el trayecto, se presentó el horizonte completamente cerrado por densa lluvia, y el buque, bajo la influencia de la corriente del Golfo, navegó con grandes precauciones. A pesar de todo, al amanecer del día 21, se observó, con espanto de la tripulación, que el buque varaba; había sido empujado por la corriente del Golfo hacia el arrecife Molasses, de la costa de La Florida.
Cuando los ochocientos pasajeros que iban a bordo se dieron cuenta de la inutilidad de las maniobras ensayadas para ponerlo a flote, cundió entre ellos un pánico indescriptible, desarrollándose patéticas escenas. Tras varias horas de terrible angustia sin poder pedir auxilio, pues en aquellas fechas no funcionaba aún la radiotelegrafía, acertó a pasar cerca del Alfonso XIII, el vapor noruego Diana, cuyo capitán ofreció dar remolque mediante la entrega de diez mil pesos. Apretado por la necesidad, aceptó el capitán del Alfonso XIII tan onerosas condiciones y después de romperse por tres veces consecutivas el recio calabrote de acero, no se pudo lograr nada, quedando el transatlántico como antes estaba, empotrado en medio de las rocas; en vista de lo cual, se marchó el Diana, desentendiéndose del salvamento.
Tras nuevas e inútiles tentativas, mandó el capitán aligerar el cargamento y se echaron al mar mil quinientos sacos de garbanzos, pero el buque no se movió siquiera; entretanto, se vio rodeado de numerosas embarcaciones de pequeño porte tripuladas por los vaqueros, especie de piratas costeños que acechan en todo naufragio o catástrofe marítima, y a los que hubo que alejar haciendo continuos disparos.
La situación se agravaba por momentos, porque ya tenía lugar entonces la bajamar; y en tan grande apuro se tuvo el feliz acuerdo de recurrir al Cielo en demanda de socorro. Se anunció la celebración de la Santa Misa, a la que asistieron con gran devoción todos los de a bordo, y ¡oh prodigio!, en el solemne momento en que el sacerdote alzaba la Hostia sacrosanta, el Alfonso XIII empezó a deslizarse suavemente por encima del arrecife, como si la fuerza invisible de una legión de ángeles lo empujara, y los tripulantes, al ver flotar ileso en alta mar al hermoso transatlántico, entonaron un hosanna al Sagrado Corazón de Jesús en el Santísimo Sacramento del altar.
Después de reconocido minuciosamente, cerciorado el capitán de que el casco del buque no había experimentado el menor desperfecto, prosiguió su viaje, llegando felizmente al puerto de La Coruña.
Fuente: D. Manuel Deschamps, capitán del buque trasatlántico Alfonso XIII / Noticia publicada por la Prensa de La Coruña en junio de 1902, y reproducida por Web católico de Javier

Consejos sobre la oración de parte de un viejo maestro

Aun a riesgo de ser simplista, quiero decir algo sobre la oración de una manera muy sencilla.

Mientras estaba haciendo estudios de doctorado, tuve un profesor, un anciano sacerdote agustino, que en su comportamiento, lenguaje y actitud, irradiaba sabiduría y madurez. Todo acerca de él demostraba integridad. Confiabas inmediatamente en él, el sabio abuelo de los libros de cuentos.

Un día, estando en clase, habló de su propia vida de oración. Igual que con todo lo demás que compartía, no hubo filtros, sólo honradez y humildad. No tengo presentes sus palabras exactas, pero recuerdo bien la esencia de lo que dijo y se me ha quedado durante los casi cuarenta años desde que tuve el privilegio de asistir a su clase.

Aquí está lo que contó: La oración no es fácil, porque siempre estamos cansados, distraídos, ocupados,  aburridos y enganchados a tantas cosas que es difícil encontrar el tiempo y la energía para centrarnos en Dios durante algunos momentos. Así, pues, esto es lo que hago yo: sin importar cómo es mi día, sin importar lo que hay en mi mente, sin importar cuáles son mis distracciones y tentaciones, yo soy fiel a esto: Una vez al día rezo el Padrenuestro lo mejor que puedo, desde donde estoy en ese momento. Dentro de todo lo que está pasando en mí y alrededor de mí en ese día, rezo el Padrenuestro, pidiendo a Dios que me oiga desde dentro de todas distracciones y tentaciones que me están acosando. Es lo mejor que puedo hacer. Tal vez sea un simple mínimo, y debería hacer más e intentar concentrarme con más ahínco, pero al menos hago eso. Y a veces, es todo lo que puedo hacer, pero lo hago cada día, lo mejor que puedo. Es la oración que Jesús nos dijo que hiciéramos.

Sus palabras podrían sonar simplistas y minimalistas. En realidad, la iglesia nos desafía a hacer de la Eucaristía el centro de nuestras vidas de oración, y un hábito diario de meditación y oración privada. También, muchos escritores espirituales clásicos nos dicen que deberíamos reservar una hora cada día para la oración privada, y muchos escritores espirituales contemporáneos nos desafían a practicar diariamente oración centrante o alguna otra forma de oración contemplativa. ¿Dónde deja eso a nuestro anciano teólogo agustino y su consejo de que recemos un sincero Padrenuestro cada día, lo mejor que podamos?

Bueno, nada de esto va contra lo que compartió tan humildemente. Él sería el primero en estar de acuerdo con que la Eucaristía debería ser el centro  de nuestras vidas de oración, y estaría también de acuerdo tanto con los escritores espirituales clásicos que aconsejan una hora de oración privada al día, como con los autores contemporáneos que nos desafían a hacer diariamente alguna forma de oración contemplativa, o al menos habitualmente. Pero él diría también esto: en uno de esos momentos del día (idealmente en la Eucaristía o mientras se reza el Oficio de la Iglesia, pero al menos alguna vez durante vuestro día), cuando estáis diciendo el Padrenuestro, rezadlo con tanta sinceridad y concentración cuanta podáis en ese momento (“lo mejor que podáis”); y sabed que, sin importar vuestras distracciones en ese momento, es lo que Dios os está pidiendo. Y eso basta.

Su consejo ha permanecido conmigo a lo largo de los años y, aunque digo algunos Padrenuestros cada día, intento, al menos en uno de ellos, rezar el Padrenuestro lo mejor que puedo, plenamente consciente de qué mal lo estoy haciendo. ¡Qué desafío y qué consuelo!

El desafío es rezar un Padrenuestro cada día lo mejor que puedo. Como sabemos, esa oración es profundamente comunitaria. Cada petición de ella es plural -“nuestro”, “nuestras”, “nos”, “nosotros”- sin que haya ningún “yo” en el Padrenuestro. Además, todos nosotros somos sacerdotes desde el bautismo y parte natural en la alianza que hicimos entonces; se nos pide diariamente rezar por otros, por el mundo. Para aquellos que no pueden  participar en la Eucaristía diariamente y para los que no rezan el Oficio de la Iglesia, rezar el Padrenuestro es su oración eucarística, su oración sacerdotal por otros.

Y este es el consuelo: ninguno de nosotros es divino. Todos somos incurablemente humanos, lo cual significa que muchas veces, quizás la mayoría de las veces, cuando tratemos de rezar, nos encontraremos acosados por todo, desde cansancio hasta aburrimiento, impaciencia, planes de la agenda de mañana, clasificación de las heridas del día, ansiedad de con quién estamos enfadados, trato con fantasías eróticas. Nuestra oración raramente se emite desde un corazón puro, sino normalmente desde uno muy terreno. Pero, y esta es la cuestión, su verdadera terrenidad es también su verdadera honradez. Nuestro inquieto y distraído corazón es también nuestro corazón existencial, y es el corazón existencial del mundo. Cuando oramos desde allí, estamos (como la clásica definición de oración lo haría) levantando la mente y el corazón a Dios.

¡Trata, cada día, de rezar un sincero Padrenuestro! ¡Lo mejor que puedas! 

Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

CURSILLOS PREMATRIMONIALES-NOVIOS y MEDIDAS DE HIGIENES, PREVENCIÓN Y ORGANIZACIÓN FASE 3

ASISTENCIA A LAS CELEBRACIONES

No podrán acudir las personas de síntoma compatibles con COVID-19 o que se encuentren en período de cuarentena domiciliaria por haber tenido contacto con alguna persona con síntomas o diagnosticado con COVID-19. Insistimos en la necesidad de autocontrolarse antes de la celebración (fiebre). Ninguna persona debe asistir con sospecha de cualquier síntoma.

Las persona que presentan condiciones de salud que les hacen más vulnerables para COVID-19 (como por ejemplo, enfermedades cardiovasculares, diabetes, enfermedades pulmonares crónicas, cáncer, inmunodepresión o hipertensión arterial), podrán acudir siempre que su condición clínica lo permita, y manteniendo medidas de protección de forma rigurosa y según la valoración y la recomendación de los profesionales sanitarios de referencia.

LLEGADA, PERMANENCIA Y SALIDA

Es obligatorio el uso de mascarilla para acceder y permanecer en la sala. Durante toda la estancia es obligatorio el uso de mascarilla.

A la entrada habrá felpudos desinfectantes para que se desinfecten las suelas de los zapatos en el acceso del edificio.

La puerta principal de acceso al edificio permanecerá abierta para evitar tocar su manilla hasta el inicio de la celebración. Entonces se cerrará. A la salida permanecerá abierta hasta la salida de todos.

Dos personas en las que se delegue se encontrarán en la puerta de salida con geles hidroalcohólicos o desinfectantes con actividad virucida autorizados y registrados por el Ministerio de Sanidad para la limpieza de manos.

Una vez se haya accedido al edificio no se permanecerá en la entrada para evitar el riego de coincidencia. Directamente se irá a la sala correspondiente donde se ocupará el lugar oportuno.

Se evitarán los saludos, los abrazos y cualquier forma de contacto físico.

Se limitará al mínimo el uso del ascensor utilizándose siempre que sea posible y preferentemente las escaleras.

Se procurará en la medida de lo posible no usar los aseos. Si fueran necesarios los urinarios deberá mantenerse durante su uso una distancia de seguridad de 2 metros. Los aseos tendrán una ocupación máxima de 1 persona.

Se ofrecerá gel hidroalcohólico o algún desinfectante similar a la salida.

Se realizará la salida ordenadamente sin permanecer en la entrada del edificio.

Además de no permanecer en la entrada ni a la llegada ni a la salida se realizarán los ajustes en la organización horaria necesarios para evitar el riesgo de coincidencia de personas particularmente en las entradas y salidas de personas en las celebraciones. Las celebraciones se iniciarán puntualmente para facilitar la organización.

Las puertas de las salas estarán abiertas hasta el inicio de la celebración para evitar tocar manillas. Se cerrará al iniciarse la celebración. Se volverá a abrir al termino de la celebración y se dejará abierta.

Se ocuparán solamente las sillas que se encuentren en la sala respetando las distancias establecidas entre ellas.

Estas condiciones se aplican siguiendo: Las condiciones establecidas por el BOE para la fase 3. Las indicaciones de la Conferencia Episcopal Española estipuladas para la fase 3 (“vida pastoral ordinaria que tenga en cuenta las medidas necesarias hasta que haya una solución médica a la enfermedad”). Las indicaciones del arzobispado de Oviedo