No juzgues a los demás, se compasivo con todos

 

MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2021.

«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén...» (Mt 20,18). Cuaresma: un tiempo para renovar la fe, la esperanza y la caridad.

Queridos hermanos y hermanas: Cuando Jesús anuncia a sus discípulos su pasión, muerte y resurrección, para cumplir con la voluntad del Padre, les revela el sentido profundo de su misión y los exhorta a asociarse a ella, para la salvación del mundo.

Recorriendo el camino cuaresmal, que nos conducirá a las celebraciones pascuales, recordemos a Aquel que «se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2,8). En este tiempo de conversión renovemos nuestra fe, saciemos nuestra sed con el “agua viva” de la esperanza y recibamos con el corazón abierto el amor de Dios que nos convierte en hermanos y hermanas en Cristo. En la noche de Pascua renovaremos las promesas de nuestro Bautismo, para renacer como hombres y mujeres nuevos, gracias a la obra del Espíritu Santo. Sin embargo, el itinerario de la Cuaresma, al igual que todo el camino cristiano, ya está bajo la luz de la Resurrección, que anima los sentimientos, las actitudes y las decisiones de quien desea seguir a Cristo.

El ayuno, la oración y la limosna, tal como los presenta Jesús en su predicación (cf. Mt 6,1-18), son las condiciones y la expresión de nuestra conversión. La vía de la pobreza y de la privación (el ayuno), la mirada y los gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna) y el diálogo filial con el Padre (la oración) nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante.

La fe nos llama a acoger la Verdad y a ser testigos, ante Dios y ante nuestros hermanos y hermanas.

En este tiempo de Cuaresma, acoger y vivir la Verdad que se manifestó en Cristo significa ante todo dejarse alcanzar por la Palabra de Dios, que la Iglesia nos transmite de generación en generación. Esta Verdad no es una construcción del intelecto, destinada a pocas mentes elegidas, superiores o ilustres, sino que es un mensaje que recibimos y podemos comprender gracias a la inteligencia del corazón, abierto a la grandeza de Dios que nos ama antes de que nosotros mismos seamos conscientes de ello. Esta Verdad es Cristo mismo que, asumiendo plenamente nuestra humanidad, se hizo Camino —exigente pero abierto a todos— que lleva a la plenitud de la Vida.

El ayuno vivido como experiencia de privación, para quienes lo viven con sencillez de corazón lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su cumplimiento. Haciendo la experiencia de una pobreza aceptada, quien ayuna se hace pobre con los pobres y “acumula” la riqueza del amor recibido y compartido. Así entendido y puesto en práctica, el ayuno contribuye a amar a Dios y al prójimo en cuanto, como nos enseña santo Tomás de Aquino, el amor es un movimiento que centra la atención en el otro considerándolo como uno consigo mismo (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 93).

La Cuaresma es un tiempo para creer, es decir, para recibir a Dios en nuestra vida y permitirle “poner su morada” en nosotros (cf. Jn 14,23). Ayunar significa liberar nuestra existencia de todo lo que estorba, incluso de la saturación de informaciones —verdaderas o falsas— y productos de consumo, para abrir las puertas de nuestro corazón a Aquel que viene a nosotros pobre de todo, pero «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14): el Hijo de Dios Salvador.

La esperanza como “agua viva” que nos permite continuar nuestro camino

La samaritana, a quien Jesús pide que le dé de beber junto al pozo, no comprende cuando Él le dice que podría ofrecerle un «agua viva» (Jn 4,10). Al principio, naturalmente, ella piensa en el agua material, mientras que Jesús se refiere al Espíritu Santo, aquel que Él dará en abundancia en el Misterio pascual y que infunde en nosotros la esperanza que no defrauda. Al anunciar su pasión y muerte Jesús ya anuncia la esperanza, cuando dice: «Y al tercer día resucitará» (Mt 20,19). Jesús nos habla del futuro que la misericordia del Padre ha abierto de par en par. Esperar con Él y gracias a Él quiere decir creer que la historia no termina con nuestros errores, nuestras violencias e injusticias, ni con el pecado que crucifica al Amor. Significa saciarnos del perdón del Padre en su Corazón abierto.

En el actual contexto de preocupación en el que vivimos y en el que todo parece frágil e incierto, hablar de esperanza podría parecer una provocación. El tiempo de Cuaresma está hecho para esperar, para volver a dirigir la mirada a la paciencia de Dios, que sigue cuidando de su Creación, mientras que nosotros a menudo la maltratamos (cf. Carta enc. Laudato si’, 32-33;43-44). Es esperanza en la reconciliación, a la que san Pablo nos exhorta con pasión: «Os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5,20). Al recibir el perdón, en el Sacramento que está en el corazón de nuestro proceso de conversión, también nosotros nos convertimos en difusores del perdón: al haberlo acogido nosotros, podemos ofrecerlo, siendo capaces de vivir un diálogo atento y adoptando un comportamiento que conforte a quien se encuentra herido. El perdón de Dios, también mediante nuestras palabras y gestos, permite vivir una Pascua de fraternidad.

En la Cuaresma, estemos más atentos a «decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan», en lugar de «palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian» (Carta enc. Fratelli tutti [FT], 223). A veces, para dar esperanza, es suficiente con ser «una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia» (ibíd., 224).

En el recogimiento y el silencio de la oración, se nos da la esperanza como inspiración y luz interior, que ilumina los desafíos y las decisiones de nuestra misión: por esto es fundamental recogerse en oración (cf. Mt 6,6) y encontrar, en la intimidad, al Padre de la ternura.

Vivir una Cuaresma con esperanza significa sentir que, en Jesucristo, somos testigos del tiempo nuevo, en el que Dios “hace nuevas todas las cosas” (cf. Ap 21,1-6). Significa recibir la esperanza de Cristo que entrega su vida en la cruz y que Dios resucita al tercer día, “dispuestos siempre para dar explicación a todo el que nos pida una razón de nuestra esperanza” (cf. 1 P 3,15).

La caridad, vivida tras las huellas de Cristo, mostrando atención y compasión por cada persona, es la expresión más alta de nuestra fe y nuestra esperanza.

La caridad se alegra de ver que el otro crece. Por este motivo, sufre cuando el otro está angustiado: solo, enfermo, sin hogar, despreciado, en situación de necesidad… La caridad es el impulso del corazón que nos hace salir de nosotros mismos y que suscita el vínculo de la cooperación y de la comunión.

«A partir del “amor social” es posible avanzar hacia una civilización del amor a la que todos podamos sentirnos convocados. La caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos» (FT, 183).

La caridad es don que da sentido a nuestra vida y gracias a este consideramos a quien se ve privado de lo necesario como un miembro de nuestra familia, amigo, hermano. Lo poco que tenemos, si lo compartimos con amor, no se acaba nunca, sino que se transforma en una reserva de vida y de felicidad. Así sucedió con la harina y el aceite de la viuda de Sarepta, que dio el pan al profeta Elías (cf. 1 R 17,7-16); y con los panes que Jesús bendijo, partió y dio a los discípulos para que los distribuyeran entre la gente (cf. Mc 6,30-44). Así sucede con nuestra limosna, ya sea grande o pequeña, si la damos con gozo y sencillez.

Vivir una Cuaresma de caridad quiere decir cuidar a quienes se encuentran en condiciones de sufrimiento, abandono o angustia a causa de la pandemia de COVID-19. En un contexto tan incierto sobre el futuro, recordemos la palabra que Dios dirige a su Siervo: «No temas, que te he redimido» (Is 43,1), ofrezcamos con nuestra caridad una palabra de confianza, para que el otro sienta que Dios lo ama como a un hijo.

«Sólo con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura y, por lo tanto, verdaderamente integrados en la sociedad» (FT, 187).

Queridos hermanos y hermanas: Cada etapa de la vida es un tiempo para creer, esperar y amar. Este llamado a vivir la Cuaresma como camino de conversión y oración, y para compartir nuestros bienes, nos ayuda a reconsiderar, en nuestra memoria comunitaria y personal, la fe que viene de Cristo vivo, la esperanza animada por el soplo del Espíritu y el amor, cuya fuente inagotable es el corazón misericordioso del Padre.

Que María, Madre del Salvador, fiel al pie de la cruz y en el corazón de la Iglesia, nos sostenga con su presencia solícita, y la bendición de Cristo resucitado nos acompañe en el camino hacia la luz pascual. Papa Francisco.

Sal, escapa de la tentación de la comodidad, acércate a tus hermanos.

 

Amigos de la Misión y Archicofradía del Corazón de María. Artículo de la revista conmemorativa de las bodas de oro parroquiales.

Tenemos mucho que agradecer a los parroquianos su colaboración con el Grupo Misionero, tan abnegado y tan participativo a lo largo de estos 50 años de la parroquia. Algunas personas dieron su vida por el grupo, por el “Rastrillo” y la misiones.

Además de las personas que actualmente están comprometidas en el grupo, agradecemos su gran colaboración a muchísimas personas que, cada año, a pesar de su edad, se desviven con gran sacrificio para que el “Rastrillo Misionero” salga adelante y se recaude lo más posible para el alivio de la misión y de los pobres.

Un ruego: como lo bueno nunca se debe perder, necesitamos gente más joven que reemplace nuestra labor a favor de las misiones. Recordad que Jesús dijo: “Lo que hagáis a estos… a mí me lo hacéis” (Mt. 25, 31-46). 

Archicofradía del Corazón de María:


La Archicofradía del Corazón de María es un regalo-herencia que el P. Claret dejó a los Misioneros Claretianos. Oviedo acoge con gozo desde el año 1941, esta entrañable devoción.

Aprovechando los  servicios que  los  Misioneros prestaban en la parroquia de Santa María La Real de la Corte, surge un grupo de mujeres que expandió rápidamente esta devoción. Tiene un fin reparador que se realiza a través de la adoración eucarística de los cinco primeros sábados de mes y con la solemne novena en la última semana de mayo, con la consagración al Corazón de María que se convierte en el broche de oro de la colaboración que se brinda en diversas actividades parroquiales. También se cultiva el espíritu mariano del Corazón de María en las reuniones mensuales. 

Bienhechores:

En 50 años de la parroquia han sido muchos los que han tenido detalles con nosotros, con caritas o con la misión. Para respetar el criterio de algunos donantes que han preferido el anonimato, dejamos constancia de nuestro agradecimiento. La Misión de Juanjuí en Perú ha sido siempre como una extensión más de la parroquia Corazón de María de Oviedo. Seguimos hoy con la misma idea de colaboración con las misiones gracias a la generosidad de los feligreses y a la labor incansable del grupo Misionero. Por esos donantes y colaborado- res, rogamos a Dios que es el mejor pagador y no se deja ganar en generosidad.  A todos, muchísimas gracias.

Ora a Dios para que sane lo que tienes roto en ti.

 

Una oración honrada. Artículo

Recientemente recibí una carta de una mujer cuya vida, en realidad, había estallado. En el transcurso de unos pocos meses, su esposo se divorció, ella perdió su trabajo, se vio obligada a mudarse de la casa en la que había vivido durante muchos años, estuvo confinada en su nuevo lugar por las restricciones del Covid y se le diagnosticó un cáncer que podría ser intratable. Todo ello fue demasiado. En un momento, estalló en ira y resignación. Se volvió a Jesús y, con amargura, dijo: Si estás ahí, y lo dudo, ¿qué sabes tú de todo esto? ¡Tú nunca estuviste tan solo! Sospecho que todos tenemos momentos como este. ¿Qué sabía Jesús de todo esto?

Bueno, si podemos creer a los Evangelios, Jesús conocía todo esto, no porque tuviera una conciencia divina, sino porque, como la mujer de la historia, conocía bien desde el principio lo que significaba ser el que se queda solo, fuera del círculo humano normal.

Esto es evidente desde su nacimiento mismo. Los Evangelios nos dicen que María tuvo que dar a luz a Jesús en un establo porque no había sitio para ellos en la posada. ¡Despiadado posadero! El pobre hombre ha tenido que aguantar siglos de censura. Sin embargo, ese pensamiento pierde de vista el momento de la historia y falsea su significado. La moraleja de esta historia no es que tuviera lugar alguna despiadada crueldad ni que el mundo  estuviera demasiado preocupado consigo mismo como para darse por aludido en el nacimiento de Jesús, aunque esta última implicación es cierta. Más bien la verdadera cuestión es que Jesús, el Cristo, nació forastero, uno de los pobres, como alguien al que, ya desde el principio mismo, se le negó un lugar en lo común de la gente. Como dice Gil Bailie, Jesús fue unanimidad-menos-uno. ¿Cómo iba a ser de otro modo?

Dado quien era Jesús, dado que su mensaje central fue una buena noticia para los pobres y dado que entró en la vida humana precisamente para experimentar todo lo que esta contiene (incluso sus dolores y humillaciones), difícilmente podría haber nacido en un palacio, gozado de toda clase de favores y sido el centro de amor y atención. Para estar en verdadera solidaridad con los pobres, como dijo Merton en una ocasión, tenía que nacer “fuera de la ciudad”; y si ese fue históricamente el caso o no, resulta una metáfora rica y de largo alcance. Ya desde el principio, Jesús conoció tanto el dolor como la vergüenza de uno que es excluido, que no tiene sitio en lo común de la gente.

Cuando miramos atentamente a los Evangelios, vemos que no hubo dolor humano, emocional ni físico, del que Jesús se abstuviera. Se puede decir con seguridad -así lo afirmo- que nadie, al margen de su dolor, puede decir a Jesús: ¡Tú no tuviste que aguantar lo que yo tuve que padecer! Él experimentó todo.

Durante su ministerio, afrontó constante rechazo, ridículo y amenaza, a veces teniendo que ocultarse como un criminal en huida. Era también célibe, uno que dormía solo, uno privado de la normal intimidad humana, uno sin familia propia. Más tarde, en su pasión y muerte, experimentó los extremos tanto del dolor emocional como del físico. Emocionalmente, “sudó sangre” en sentido literal; y físicamente, en su crucifixión, sobrellevó el más extremo y humillante dolor posible que puede sufrir un ser  humano.

Como sabemos, la crucifixión fue diseñada por los romanos teniendo en mente algo más que la sola pena capital. Fue diseñada también para infligir el máximo grado de dolor y humillación posibles que sobrellevara una persona. Esa era una de las razones por las que a veces daban morfina al que estaba siendo crucificado, no para mitigar su dolor, sino para librarlo del desmayo y que escapara de ese dolor. La crucifixión fue también diseñada para humillar del todo al condenado a muerte. De aquí que desnudaran a la persona, de modo que sus genitales quedaran expuestos y que en sus convulsiones mortales, el relajamiento de sus entrañas fuera su vergüenza final. Igualmente, algunos eruditos especulan que durante la noche que precedió a su muerte el Viernes Santo, también puede ser que los soldados hubieran abusado sexualmente de él. Sin duda, no hubo dolor ni humillación que no sufriera.

Una antigua y clásica definición de oración nos dice esto: Orar es levantar la mente y el corazón a Dios. Bien, habrá momentos de abatimiento en nuestras vidas cuando nuestras circunstancias nos lleven a levantar nuestras mentes y corazones a Dios de un modo que parezca antitético a la oración. A veces seremos conducidos a un punto de ruptura donde en quebrantamiento, ira, vergüenza y en el desesperante pensamiento que a nadie -Dios incluido- interese y en el que todos estemos solos, conscientemente o de otra manera, haremos frente a Jesús con estas palabras: ¡Y tú qué sabes de esto! Y Jesús oirá esas palabras como una oración, como un sincero suspiro del corazón, más bien que como alguna forma de irreverencia. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

Reza el Padrenuestro de verdad, de corazón, en voz bajita.

 

Curso de preparación al sacramento del matrimonio y otras aportaciones a la pastoral diocesana. Artículo de la revista conmemorativa de las bodas de oro parroquiales.

La mayoría de los novios a los que hemos impartido el cursillo tenían una gran carencia de formación catequética, siendo la mayoría creyentes pero no practican- tes y notábamos que se querían casar por la iglesia por seguir la tradición, por cumplimiento, y no por una creencia firme de que su matrimonio iba a ser bendecido y sellado, hasta el fin de sus días, por el Señor.

Casi todos, llevaban conviviendo años y en un momento determinado decidieron dar este paso. Pero vuelvo a repetir, NO porque fuese una necesidad de que Dios estuviese en medio de sus matrimonios.

Desconocían la obligatoriedad, de estar abiertos a la vida y de educar a sus hijos en la fe católica, y que el deseo por su parte de incumplir estas promesas, hacía que el matrimonio fuese nulo.

Manifestado por ellos mismos el último día del cursillo, ellos asistían, porque se les exigía para casarse, y esperaban una charla monótona, llena de normas y en las que la sexualidad sería un tabú. En conclusión, que se les iba a coartar su libertad.

Pero “oh” sorpresa para ellos, se encontraron que se les hablaba de problemas reales, de cómo podían solucionarlos (diálogo respeto perdón... etc) y que la sexualidad, que NO la genitalidad, es buena y Dios la bendice, así como que, el estar abiertos a la vida, no implica tener 20 hijos sino que también la iglesia les habla de la “Paternidad responsable”.

El viernes, último día de la charla, nos daban las gracias por lo que se les había dicho, y a la mayoría de ellos se les abrieron los ojos y entendieron perfectamente, el significado y la gracia del Sacramento del matrimonio, así como que no se habían sentido juzgados por la vida que estaban llevando hasta ese mismo momento. Guillermo Cifuentes Juesas


Desde 1972 hasta 2011, los Misioneros Claretianos, hemos prestado servicio parroquial y social en 68 pueblos y aldeas de los Arciprestazgos de Belmonte de Miranda y Somiedo.

Junto a la atención pastoral, nos dedicamos a las actividades como la atención pastoral a las Escuelitas, la atención a las necesidades sociales de estas aldeas y a la reparación de los Templos; y apoyamos actividades culturales como los Coros parroquiales y la ayuda en la ganadería y agricultura.

Un buen número de claretianos hizo allí durante 39 años una buena y difícil labor misionera. En un principio, los claretianos, establecieron dos sedes, en Bel- monte de Miranda y en La Riera, dependientes de la casa de Oviedo. Más tarde formaron comunidad independiente. Esa zona, muy montañosa, era entonces de difícil acceso y malas comunicaciones.

Cuando hubo que dejar esas parroquias,  el 30 de julio de 2011, por escasez de personal joven que pudiera atender- las, el Sr. Arzobispo D. Jesús Sanz Montes y los parroquia- nos de Belmonte, agradecieron tan fructuosa y prolonga- da estancia, manifestando su sentimiento por este cese.

Enfréntate a tu realidad: ¿Cuáles son tus cadenas? ¿Cuál es tu cruz?

 

El triunfo del bien sobre el mal. Artículo.

Un compañero desafió una vez a Pierre Teilhard de Chardin con esta pregunta: “Tú crees que, al fin, el bien triunfará sobre el mal. Bien, ¿y qué sucederá si hacemos volar el mundo con una bomba atómica, qué será entonces de la bondad?” Teilhard respondió así: “Si hacemos volar el mundo con una bomba atómica, será un retroceso de dos millones de años; pero la bondad triunfará sobre el mal, no porque yo lo desee, sino porque Dios lo prometió y, en la resurrección, Dios demostró que Él tiene el poder de cumplir esa promesa”. Tiene razón. A no ser por la resurrección, no tenemos garantías de nada. Puede ser que las mentiras, la injusticia y la violencia triunfen al fin. Ciertamente, eso es lo parecía el día en que murió Jesús.

Jesús fue un gran maestro moral; y sus enseñanzas, si se siguieran, transformarían el mundo. Dicho sencillamente, si todos nosotros viviéramos el Sermón de la Montaña, nuestro mundo sería acogedor, pacífico y justo; pero el propio interés resiste frecuentemente a la enseñanza moral. Desde los Evangelios vemos que no fue la enseñanza de Jesús lo que influyó en los poderes del mal y finalmente reveló el poder de Dios. Eso no. Por el contrario, el triunfo de la bondad y el poder final de Dios fueron revelados a través de su muerte, por un grano de trigo que cayó en tierra y murió, y así dio mucho fruto.  Jesús logró la victoria sobre los poderes del mundo de un modo que parece la antítesis de todo poder. No dominó a nadie con ninguna fuerza intelectualmente superior ni con ninguna persuasión mundana. No, reveló el poder superior de Dios simplemente al afirmarse en la verdad y el amor, aun cuando las mentiras, el odio y el poder egoísta estuvieran crucificándolo. Los poderes del mundo lo condujeron a la muerte, pero confió en que de alguna manera Dios lo reivindicaría, que Dios tendría la última palabra. Y la tuvo. Dios lo resucitó de entre los muertos como testimonio de que él estaba en lo cierto y los poderes del mundo estaban equivocados, y que la virtud y el amor siempre tendrían la última palabra.

Esa es la lección. Nosotros también debemos confiar en que Dios dará a la verdad y el amor la última palabra, al margen de la apariencia que tengan las cosas en el mundo. El juicio de Dios sobre los poderes de este mundo no tiene el mismo desenlace que una película de Hollywood, donde los malos son ejecutados al fin por una fuerza moralmente superior y nosotros disfrutamos de una catarsis. Funciona de este modo: todos son juzgados por el Sermón de la Montaña, aunque el propio interés generalmente rechaza ese juicio y parece salirse con la suya. Sin embargo, hay un segundo juicio que todos someterán a la resurrección. Al final del día, que no es exactamente como el final del día en una película de Hollywood, Dios levanta de su tumba la verdad y el amor, y les da la última palabra. Finalmente, los poderes del mundo se someterán todos a ese juicio definitivo.

Sin la resurrección, no hay garantías de nada. Por eso san Pablo dice que, si Jesús no resucitó, entonces nosotros somos los más desgraciados de todos. Tiene razón. La creencia de que las fuerzas de la falsedad, el propio interés, la injusticia y la violencia al fin se convertirán y renunciarán a su dominio mundano puede parecer a veces una posibilidad en una determinada noche cuando las noticias del mundo parecen mejores. Sin embargo, como sucedió con Jesús, no hay ninguna garantía de que estos poderes dejen al fin de venir y crucifiquen casi todo lo que es honrado, amable, justo y pacífico en nuestro mundo. La historia de Jesús y la historia del mundo testifican el hecho de que no podemos poner nuestra confianza en los poderes mundanos, aun cuando durante un tiempo puedan parecer fiables. Los poderes del propio interés y la violencia crucificaron a Jesús. Estuvieron haciéndolo mucho antes y han continuado haciéndolo mucho después. Estos poderes no serán vencidos por ninguna violencia moral superior, sino por vivir el Sermón de la Montaña y confiar en que Dios rodará la piedra de cualquier tumba en la que nos entierren.

Mucha gente, quizá la mayoría, crea que hay un arco moral a la realidad, que la realidad se inclina hacia la bondad por encima del mal, el amor por encima del odio, la verdad por encima de las mentiras, y la justicia por encima de la iniquidad, y señala que la historia muestra que, si bien el mal puede triunfar durante algún tiempo, finalmente la realidad se rectifica y la bondad gana al fin, siempre. Algunos llaman a esto la ley del karma. Hay mucho de cierto en esa creencia, no sólo porque la historia parece confirmarlo, sino porque, cuando Dios hizo el universo, hizo un universo orientado al amor, y así Dios escribió el Sermón de la Montaña no sólo en el corazón humano sino también en el verdadero ADN del universo mismo. La creación física sabe cómo curarse a sí misma, e igualmente la creación moral. De este modo, el bien siempre debe triunfar sobre el mal; pero, pero… dada la libertad humana, no hay garantías, a no ser para la promesa que se nos da en la resurrección. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -