Fe y levedad

Shusako Endo, el autor japonés de la novela clásica Silencio (en la cual basó su película Martin Scorsese) fue un católico que no siempre encontró su tierra nativa, Japón, en afinidad con su fe. No fue comprendido, pero  mantuvo su equilibrio y buen corazón al situar la levedad en un alto valor.  Eso fue la manera de integrar su fe con su propia experiencia de fallos personales ocasionales y la manera de mantener su perspectiva en una cultura que no le entendió. La levedad -creía él- hace la fe llevadera.
Tenía razón. La levedad es lo que hace la fe llevadera, porque el humor y la ironía nos dan la perspectiva que necesitamos para perdonarnos, a nosotros y a otros, por nuestras debilidades y errores. Cuando somos demasiado serios, no hay perdón; y menos, para nosotros mismos.
¿Qué es el humor? ¿Cuál es su significado? Hace menos de medio siglo, Peter Berger escribió un libro, Rumor de ángeles, en el que miraba  filosóficamente la cuestión del humor. Me gusta su conclusión. En el humor -expone él- tocamos lo trascendente. Ser capaz de reír en una situación, sin importar lo horrorosa o trágica que sea, muestra que estamos de alguna manera por encima de esa situación, que hay algo en nosotros que no está aprisionado por esa situación o por cualquier otra.
Hay un maravilloso ejemplo de esto en los escritos de la poetisa rusa Anna Akhmatova. Durante las purgas de Stalin, su esposo había sido arrestado, como también muchos otros. Ella trataba ocasionalmente de visitar la prisión en la que estaba, para dejarle cartas y paquetes. Aguantando de pie en largas filas fuera de esa prisión de San Petersburgo, esperaba junto a otras mujeres cuyos maridos o hijos también habían sido arrestados. La situación rayaba en lo absurdo. Ninguna de ellas sabía siquiera si sus seres queridos estaban aún vivos, y los guardias las hacían esperar durante horas sin ninguna explicación, frecuentemente en lo crudo del invierno. Un día, mientas estaba de pie esperando en la fila, otra mujer la reconoció, se acercó a ella y preguntó: “¿Puedes describir esto?” Ekhmatova respondió: “Sí, puedo”, y cuando dijo esto, se cruzaron entre sí algo así como una sonrisa.
Se cruzaron entre sí una sonrisa. Esa sonrisa contenía algo de levedad, y eso permitió a ambas darse cuenta, aunque inconscientemente, de que superaban esa situación. La sonrisa que se cruzaron alertó a las dos del hecho de que eran más de lo que eran en ese momento. Impresionante como resultaba aquello, al fin ellas no eran prisioneras de ese momento. Además, esa sonrisa fue un acto de desafío profético y político, basado en la fe. La levedad es subversiva.
Esto también es verdad no sólo por la manera como nosotros vivimos en nuestras vidas de fe; es verdad también por la manera como vivimos, sanamente, en nuestras familias. Una familia que es demasiado seria no  permitirá el perdón. Su gravedad llevará por fin a sus miembros o a la depresión o lejos de la familia. Además, creará un ídolo fuera de sí misma. Por el contrario, una familia que puede tomarse en serio pero aún se ríe será una familia donde hay perdón, porque la levedad les dará una sana perspectiva en sus flaquezas. Una familia que es sana se mirará a veces honradamente, y con la clase de sonrisa que Anna Akhmatova y su amiga se cruzaron, dirá de sí misma: “¡No somos patéticos!”.
Eso es verdad también del nacionalismo. Necesitamos tomar en serio nuestra nación, aun cuando una cierta clase de levedad mantenga esta seriedad en perspectiva. Yo soy canadiense. Como canadienses, amamos nuestro país, estamos orgullosos de él y, si se diera el caso, moriríamos por él. Pero tenemos una admirable levedad sobre nuestro patriotismo. Hacemos chistes sobre él y lo celebramos cuando otros cuentan chistes sobre nosotros. En consecuencia, no tenemos amargas disputas sobre quién ama el país y quién no. Nuestra ligereza nos mantiene en unidad.
Todo esto, por supuesto, es doblemente verdadero dicho de la fe y la espiritualidad. La verdadera fe es profunda, una indeleble antorcha en nuestra alma, un ADN que dicta la conducta. Además, la verdadera fe no esquiva lo trágico que hay en nuestras vidas, sino nos habilita para enfrentarnos a la pesadez de la vida donde encontramos desánimo, fracaso personal, pesar, injusticia, traición, la caída de relaciones afectivas, la muerte de seres queridos, enfermedad, el debilitamiento de nuestra propia salud y finalmente nuestra propia muerte. Esto no se debe confundir con ningún optimismo natural o imaginado que rehúsa ver lo oscuro. Más bien la verdadera fe, precisamente porque es verdadera y por lo tanto nos mantiene en principio conscientes de nuestra identidad y trascendencia, nos permitirá siempre una discreta e inteligente sonrisa, a pesar de la  situación. Como el mártir inglés Tomás Moro, nosotros seremos capaces de bromear un poco con nuestro verdugo y también seremos capaces de perdonar a otros y a nosotros mismos por no ser perfectos.
Nuestras vidas a menudo son patéticas. Pero eso está bien. ¡Aún podemos reír unos con otros! Estamos en buenas manos. El Dios que nos hizo tiene, obviamente, sentido del humor; y, por tanto, comprensión y perdón.
Demasiados libros sobre espiritualidad cristiana podrían ser titulados más propiamente: La inaguantable pesadez de la fe.
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes

Carta del misionero P. Martín Lasarte, SDB, al periódico New York Times ante las noticias sobre abusos en la Iglesia

   Querido hermano y hermana periodista: Soy un simple sacerdote católico. Me siento feliz y orgulloso de mi vocación. Hace veinte años que vivo en Angola como misionero.
   Me da un gran dolor por el profundo mal que personas que deberían de ser señales del amor de Dios, sean un puñal en la vida de inocentes. No hay palabra que justifique tales actos. No hay duda que la Iglesia no puede estar, sino del lado de los débiles, de los más indefensos. Por lo tanto todas las medidas que sean tomadas para la protección, prevención de la dignidad de los niños será siempre una prioridad absoluta.
   Veo en muchos medios de información, sobre todo en vuestro periódico la ampliación del tema en forma morbosa, investigando en detalles la vida de algún sacerdote pedófilo. Así aparece uno de una ciudad de USA, de la década del 70, otro en Australia de los años 80 y así de frente, otros casos recientes… Ciertamente todo condenable! Se ven algunas presentaciones periodísticas ponderadas y equilibradas, otras amplificadas, llenas de preconceptos y hasta odio.
   ¡Es curiosa la poca noticia y desinterés por miles y miles de sacerdotes que se consumen por millones de niños, por los adolescentes y los más desfavorecidos en los cuatro ángulos del mundo! Pienso que a vuestro medio de información no le interesa que yo haya tenido que transportar, por caminos minados en el año 2002, a muchos niños desnutridos desde Cangumbe a Lwena (Angola), pues ni el gobierno se disponía y las ONG’s no estaban autorizadas; que haya tenido que enterrar decenas de pequeños fallecidos entre los desplazados de guerra y los que han retornado; que le hayamos salvado la vida a miles de personas en México mediante el único puesto médico en 90.000 km2, así como con la distribución de alimentos y semillas; que hayamos dado la oportunidad de educación en estos 10 años y escuelas a más de 110.000 niños...
   No es de interés que con otros sacerdotes hayamos tenido que socorrer la crisis humanitaria de cerca de 15.000 personas en los acuartelamientos de la guerrilla, después de su rendición, porque no llegaban los alimentos del Gobierno y la ONU. No es noticia que un sacerdote de 75 años, el P. Roberto, por las noches recorra las ciudad de Luanda curando a los chicos de la calle, llevándolos a una casa de acogida, para que se desintoxiquen de la gasolina, que alfabeticen cientos de presos; que otros sacerdotes, como P. Stefano, tengan casas de pasaje para los chicos que son golpeados, maltratados y hasta violentados y buscan un refugio.
   Tampoco que Fray Maiato con sus 80 años, pase casa por casa confortando los enfermos y desesperados. No es noticia que más de 60.000 de los 400.000 sacerdotes, y religiosos hayan dejado su tierra y su familia para servir a sus hermanos en una leprosería, en hospitales, campos de refugiados, orfanatos para niños acusados de hechiceros o huérfanos de padres que fallecieron con Sida, en escuelas para los más pobres, en centros de formación profesional, en centros de atención a cero positivos… o sobretodo, en parroquias y misiones dando motivaciones a la gente para vivir y amar.
   No es noticia que mi amigo, el P. Marcos Aurelio, por salvar a unos jóvenes durante la guerra en Angola, los haya transportado de Kalulo a Dondo y volviendo a su misión haya sido ametrallado en el camino; que el hermano Francisco, con cinco señoras catequistas, por ir a ayudar a las áreas rurales más recónditas hayan muerto en un accidente en la calle; que decenas de misioneros en Angola hayan muerto por falta de socorro sanitario, por una simple malaria; que otros hayan saltado por los aires, a causa de una mina, visitando a su gente. En el cementerio de Kalulo están las tumbas de los primeros sacerdotes que llegaron a la región…Ninguno pasa los 40 años.
   No es noticia acompañar la vida de un Sacerdote “normal” en su día a día, en sus dificultades y alegrías consumiendo sin ruido su vida a favor de la comunidad que sirve.
   La verdad es que no procuramos ser noticia, sino simplemente llevar la Buena Noticia, esa noticia que sin ruido comenzó en la noche de Pascua. Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece.
   No pretendo hacer una apología de la Iglesia y de los sacerdotes. El sacerdote no es ni un héroe ni un neurótico. Es un simple hombre, que con su humanidad busca seguir a Jesús y servir sus hermanos. Hay miserias, pobrezas y fragilidades como en cada ser humano; y también belleza y bondad como en cada criatura…
   Insistir en forma obsesionada y persecutoria en un tema perdiendo la visión de conjunto crea verdaderamente caricaturas ofensivas del sacerdocio católico en la cual me siento ofendido.
   Sólo le pido amigo periodista, busque la Verdad, el Bien y la Belleza. Eso lo hará noble en su profesión.
En Cristo. P. Martín Lasarte, SDB. Angola (Fuente)

¡Somos seres espirituales! ¿Nos damos cuenta?

“Gran parte de los seres humanos vive sin darse cuenta de que ellos son seres espirituales” (Søren Kierkegaard)
“El anciano que no tiene la cara feliz, no merece el respeto del pueblo. Quiere decir que no ha encontrado el camino de la vida interior” (Proverbio chino).
Solo una persona con ojos puede ver los colores. Solo una persona con oídos puede disfrutar de los sonidos. Solo una persona con espiritualidad -con una visión espiritual despierta- puede descubrir el universo y todas las cosas en él como un “juego divino”.
La mujer o el hombre espiritual no son los que cierran los ojos a la realidad. Son aquellos que disponen de la mejor graduación para ver hasta el detalle más bello. El hombre o la mujer espiritual tienen una sensibilidad especial: perciben en nuestro mundo un aura de misterio, que les resulta encantadora, electrizante; escuchan, lo que muchos no oyen: hasta la voz de Dios (“¡Ojalá escuchéis hoy mi voz, no endurezcáis el corazón!).
Por eso, viven en paz, sonríen, son personas bellas, equilibradas, disfrutan, aman, entienden,. escuchan, saben, saborean. El que da su mano y cuando toca… “a vida eterna sabe”. El Espíritu enciende todos los sentidos. ¡No los apaga!
El corazón
La mujer o el hombre espiritual habitan su propio corazón. Viven desde él. Carl Jung decía:
“Tu visión será más clara cuando mires a tu corazón. Quien mira fuera, sueña. Quien mira dentro, se despierta”
La espiritualidad está dentro, pero hay que despertarla. La espiritualidad está en el corazón, en esa realidad simbólica que desde hace siglos denominamos “corazón”. Es el territorio del amor, de las intuiciones, de los afectos, de la profundidad, de las soledades más hondas…
¿Y qué descubrimos en nuestro interior, en nuestro corazón espiritual?
  • Que hemos sido agraciados con un “fondo sin fondo”.
  • Que lo espiritual que nos habita no ha surgido por generación.
  • Que no es fruto -sin más- de las especies vivientes, ni es el resultado de la organización compleja de la materia.
Siguiendo la huella de nuestro espíritu -como si de una corriente misteriosa se tratara- llegamos a la profundidad de nuestro ser (“Tiefe des Seins” –Paul Tillich), que nos trasciende por todas partes. ¡Esa es la realidad previa a nosotros mismos, la realidad fundante! Ahí descubrimos que somos hijos o hijas del Misterio: “nacidos de Dios” y desde Dios, nacidos como realidad corporal en este mundo.
En red
Pero también ahí, nos descubrimos “en red”: no unigénitos, sino hijos e hijas en plural. Nosotros, los cristianos, nos reconocemos “hijos en el Hijo”. Jesús y su Espíritu nos dan la clave para vivir en red fraterna y filial. En esa raíz única y compartida, todos nos sentimos uno y llamados a la unidad, aunque exteriormente seamos diferentes. Tenemos raíces comunes que fundamentan nuestra fraternidad y sororidad globales y también nuestra llamada a cuidar de nuestra familia y de nuestros hermanos.
Nacemos del espíritu y nuestro cuerpo es espíritu en estado de expresión, de encarnación, de relación y comunión. Lo expresó muy bien Teilhard de Chardin al decir:
“No somos seres humanos que tienen una experiencia espiritual. Somos seres espirituales que tenemos una experiencia humana”
La auténtica interioridad no nos aleja de la exterioridad, sino que nos conecta con las raíces de toda exterioridad. Deng-Ming-Dao dijo:
“Una vez que tú has contemplado el rostro de Dios, tú descubres el mismo rostro en toda persona que encuentras”.
El camino de la espiritualidad comienza con el descubrimiento de nuestro propio territorio. Investigando nuestros rincones, hasta llegar a nuestro más profundo centro, o a sus límites últimos.
Las siete cabezas del mal
También descubrimos en nuestro corazón la presencia misteriosa del mal: nuestro pecado con sus siete cabezas. El corazón se muestra débil, inconsecuente, propenso a la malicia y a la esclavitud. Necesita purificación, redención.
La espiritualidad cristiana afirma que esa redención del espíritu humano no es simplemente auto-redención. Reconoce que la profundidad del mal es tal, que ningún ser humano es capaz de arrancarla de sí mismo. Jesús y su Espíritu son la única fuerza capaz de llegar hasta lo más profundo y sanarlo.
Pero la pregunta que nos urge es ésta: ¿cómo aceptar en  nosotros la redención? ¿En qué medida somos también nosotros co-rresponsables de ella? La redención, que viene de Dios, activa nuestra capacidad, nuestros dinamismos interiores, nuestra colaboración. Por eso, un camino espiritual cristiano no excluye, en manera alguna, las prácticas espirituales que nos hacen colaborar corresponsablemente en él.
Las prácticas espirituales
La espiritualidad de la colaboración se expresa en diversas prácticas espirituales. Éstas quedan debidamente establecidas en diversos niveles (personal, colectivo y comunitario), en diversos ritmos (diario, semanal, mensual, anual). Lo establecido, lo regulado, es algo así como un común denominador,
Hay modelos prácticos de espiritualidad atiborrados de cosas que hay que hacer. De la austeridad litúrgica y monástica se pasó a un neo-barroquismo, en el que prevalece la cantidad sobre la calidad, la superficialidad sobre la profundidad. En cambio, respiramos cuando se nos dejan espacios para la contemplación, para saborear, sentir, trascender… Preferimos centrarnos en un único salmo a rezar cinco, en una breve lectura a largos textos que provocan nuestra dispersión; nos interesa más sentir que cumplir. En nuestras visitas a un museo es preferible detenerse ante unos pocos cuadros, en una sala, que recorrer ansiosamente todo el museo para concluir con una sensación de cansancio y superficialidad.

Las prácticas que hoy necesitamos -¡no para justificar nuestra espiritualidad, sino para abrirnos a ella!- tienen mucho que ver con la reconstrucción espiritual de nuestras personas. Necesitamos además métodos adecuados (el método apreciativo y no el método del déficit) y mistagogos (pero ¡cuidado con quienes entienden que el acompañamiento espiritual es su oficio!). Fuente: José Cristo Rey García Paredes, cmf

San Antonio María Claret

    El Evangelio nos sigue insistiendo en que hemos de estar vigilantes a la llegada del Señor. No sabemos ni el día ni la hora, su llegada se asemeja a la sorpresa causada por la irrupción inesperada del ladrón o la inspección imprevista del amo. El Hijo del hombre llega a nuestras vidas cada día, pero, si no estamos vigilantes, nos podemos quedar sin disfrutar de la dicha de su presencia viva y vivificadora. Nos pasa muchas veces: ¡cuántas noches llegamos a la cama con el corazón vacío y triste, sin haber acogido su gracia, su sabiduría y su amor! Jesús es muy directo: la vida cristiana o se vive en clave de expectación y de constante acogida de su Presencia, que todo lo llena de sentido, o divagamos en mil distracciones que nos hacen correr de un lado a otro buscando cosas que nos sumergen en la superficialidad.
   Hoy celebramos la memoria de un hombre que centró toda su existencia en la llegada de Jesucristo a su vida y en el deseo de que esta riqueza llegue, también, a la vida de sus hermanos y hermanas de todo el mundo: San Antonio María Claret. Si tuviese que sintetizar toda la vida de este gran apóstol del siglo XIX en pocas palabras, elegiría la oración que rezaba en cada misión que emprendía por los caminos de Cataluña, Canarias, Cuba y toda España, en medio de fuertes calores, fríos, guerras, calumnias y peligros: “Señor y Padre mío, que te conozca y te haga conocer, que te ame y te haga amar, que te sirva y te haga servir, que te alabe y te haga alabar por todas tus criaturas”. Como ven, esta oración expresa la hondura de una vida totalmente centrada en la acogida de la sorpresa de Dios que se conoce, se ama, se sirve y se alaba cada día, y en el deseo de que esa riqueza llegue a todos los demás. Cuando un cristiano se toma en serio la llegada de Dios a su vida, inmediatamente se convierte en un apóstol que busca por todos los medios posibles que Dios sea conocido, amado, servido y alabado.
   Termino recordando la respuesta que el P. Claret dio a una persona admirada de su inmensa capacidad de trabajo apostólico, quien le preguntó: “¿cómo es posible que pueda hacer tanto? El P. Claret le respondió: “Enamoraos de Jesucristo y del prójimo y haréis cosas mayores”. Allí está el desafío: estar vigilantes para acoger ese amor que es capaz de centrarnos, enamorarnos y comprometernos de lleno en la construcción del Reino de Dios. Un saludo fraterno. Carlos Sánchez Miranda, cmf.

  BiografíaAntonio Claret nace en Sallent (Barcelona), en la víspera de Nochebuena de 1807, en el seno de una familia profundamente cristiana, dedicada a la fabricación de tejidos.Su infancia transcurrió en medio de la guerra napoleónica, la influencia de las ideas de la revolución francesa y las tensiones entre absolutistas y liberales que marcaron de alguna manera la vida del santo. La eternidad y la providencia de Dios son dos aspectos que marcan su piedad religiosa infantil a la vez influida por la devoción a la Virgen María y a la Eucaristía.
   A los doce años, su padre le pone a trabajar en el telar familiar y posteriormente le envía a Barcelona para perfeccionarse en el arte textil. Se dedica con verdadera pasión al trabajo; vivía para él día y noche. Sus oraciones, en cambio, no eran tantas ni tan fervorosas, aunque no deja la misa dominical ni el rezo del rosario. Obsesionado por la fabricación, a veces se sorprende durante la misa con “más máquinas en la cabeza que santos en el altar”. Un día recuerda las palabras de Cristo en el evangelio: “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si al fin pierde su alma?”. Y a los 22 años ingresa en el seminario de Vic, sin perder de vista la intención de ser monje cartujo.
   Pero de modo providencial el Señor le demuestra que su vocación es otra. A los 27 años es ordenado sacerdote y comienza su tarea parroquial, reforzada siempre por una intensa vida de oración y de estudio.
   La parroquia no era lo suyo. Siente, cada vez con más fuerza, que el Señor lo llama a evangelizar. La situación política en Cataluña, dividida por la guerra civil entre liberales y carlistas, y la de la Iglesia, sometida a la desconfianza de los gobernantes, no dejaba otra solución que la de salir de su patria y ofrecerse a Propaganda Fide, encargada entonces de toda la obra de evangelización de cualquier tipo.
   En Roma se prepara con unos ejercicios espirituales y el director, que es jesuita, le invita a realizar su proyecto ingresando en la Compañía de Jesús. Pero una enfermedad inesperada le descubre que tampoco ése es su camino y se ve forzado a regresar a su tierra. El P. General de los jesuitas le dijo con resolución: “Es la voluntad de Dios que usted vaya pronto a España; no tenga miedo; ánimo”.
   Poco después es enviado por su Obispo a predicar por Cataluña y por toda la Península como misionero apostólico. Recorrió prácticamente toda la región de 1843 a 1847, predicando la Palabra de Dios, siempre a pie, sin aceptar dinero ni regalos por su ministerio. Le movía a ello la imitación de Jesucristo. A pesar de su neutralidad política, pronto iba a sufrir persecuciones por parte de los gobernantes, y calumnias de quienes combatían la fe.
   Pero San Antonio María Claret no iba a ser sólo predicador incansable de misiones al pueblo y de ejercicios a sacerdotes y religiosas. Pronto va descubriendo otros medios de apostolado más eficaces. Muy pronto se dio cuenta del ansia de buena parte de la población por la lectura, del efecto que causaba la propaganda anticatólica y de que la palabra escrita permanece y llega incluso a más gente que la hablada. Publicó devocionarios, pequeños opúsculos dirigidos a sacerdotes, religiosas, niños, jóvenes, casadas, padres de familia.y fundó la Librería Religiosa en 1847 con el objeto de recaudar fondos y publicar y difundir obras buenas. Allí edita la Biblia, el Catecismo explicado y hojas de promoción cristiana.
   Al serle imposible predicar en Cataluña por la rebelión armada, su obispo lo envió a las Canarias. De febrero de 1848 a mayo de 1849 recorrió las islas. Pronto y familiarmente se le comenzó a llamar “el Padrito”. Tan popular se hizo que es copatrono de la diócesis de las Palmas con la Virgen del Pino.
   De vuelta ya en Cataluña, el 16 de julio de 1849, funda en una celda del seminario de Vic la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. La gran obra de Claret comienza humildemente con cinco sacerdotes dotados del mismo espíritu que el Fundador. A los pocos días, el 11 de agosto, comunican a Mosén Claret su nombramiento como Arzobispo de Cuba. A pesar de su resistencia y sus objeciones a cuenta de la Librería Religiosa y la recién fundada Congregación de Misioneros, hubo de aceptar ese cargo por obediencia y fue consagrado en Vic el 6 de octubre de 1850.
   La situación en la isla de Cuba es deplorable: explotación y esclavitud, inmoralidad pública, inseguridad familiar, desafecto a la Iglesia y sobre todo progresiva descristianización. Nada más llegar comprende que lo más necesario es emprender un trabajo de renovación en la vida cristiana y promueve una serie de campañas misioneras, en las que participa él mismo, para llevar la Palabra de Dios a todos los poblados. Dio a su ministerio episcopal una interpretación misionera. En seis años recorrió tres veces toda su diócesis. Se preocupó de la renovación espiritual y pastoral del clero y la fundación de comunidades religiosas. Para la educación de la juventud y el cuidado de las instituciones asistenciales logró que los Escolapios, los Jesuitas y las Hijas de la Caridad establecieran comunidades en Cuba. Con la M. Antonia París fundó las Religiosas de María Inmaculada Misioneras Claretianas el 27 de agosto de 1855. Luchó contra la esclavitud; creó una Granja-escuela para los niños pobres, puso una Caja de Ahorros con marcado carácter social, fundó bibliotecas populares. Tanta y tan diversa actividad le supone enfrentamientos, calumnias, persecuciones y atentados. El sufrido en Holguín (1 febrero 1856) casi le cuesta la vida, aunque le hace derramar su sangre por Cristo.
   La Reina Isabel II lo elige personalmente como su Confesor en 1857 y se ve obligado a trasladarse a Madrid. Debe acudir semanalmente al menos a la Corte a ejercer su ministerio de confesor y a cuidarse de la educación cristiana del príncipe Alfonso y de las infantas. Debido a su influencia espiritual y a su firmeza, poco a poco va cambiando la situación religiosa y moral de la Corte. Vive austera y pobremente.
   Los ministerios de palacio no llenan ni el tiempo ni el espíritu apostólico de monseñor Claret: ejerce una intensa actividad en la ciudad: predica y confiesa, escribe libros, visita cárceles y hospitales. Aprovecha los viajes con los Reyes por España para predicar por todas partes. Promueve la Academia de San Miguel, un proyecto en el que pretende aglutinar a intelectuales y artistas para que “se asocien para fomentar las ciencias y las artes bajo el aspecto religioso, aunar sus esfuerzos para combatir los errores, propagar los buenos libros y con ellos las buenas doctrinas”.
   A raíz de la revolución de septiembre de 1868 parte con la Reina hacia el exilio. En París mantiene su ministerio con la Reina y el Príncipe de Asturias, funda las Conferencias de la Sagrada. Familia y se prodiga en múltiples actividades apostólicas.
   Para la celebración de las bodas de oro sacerdotales del Papa Pío IX va a Roma. Participa en la preparación del Concilio Vaticano I, en el que interviene defendiendo la infalibilidad pontificia. Al concluir las sesiones, con la salud ya muy quebrantada y presumiendo próxima su muerte, se traslada a la comunidad que sus Misioneros tienen en Prades (Francia). Hasta ahí llegan sus perseguidores, que pretenden apresarle y llevarlo a España para juzgarlo y condenarlo. Debe huir como un delincuente y refugiarse en el monasterio cisterciense de Fontfroide, donde a los 63 años, rodeado del afecto de los monjes y de algunos de sus misioneros, fallece el 24 de octubre de 1870.
   Sus restos mortales se trasladaron a Vic en 1897. Es beatificado por Pío XI el 25 de febrero de 1934. Pío XII lo canoniza el 7 de mayo de 1950. Fuente

El próximo miércoles día 24 celebraremos, en la parroquia, la Fiesta de San Antonio María Claret

   El próximo miércoles día 24 es la Fiesta de San Antonio María Claret.  Todas las Misas celebradas durante el día, serán en su honor. 
  A las 20 h. tendremos la Misa Solemne con la participación de todos los grupos parroquiales  y los feligreses que quieran y puedan participar. En dicha Misa tendremos el ENVÍO DE CATEQUISTAS  y al terminar habrá un ágape compartido en los salones de la cripta. 

Más allá de la crítica y la ira: Invitación a una empatía más profunda

  Recientemente asistí a un simposio donde el ponente principal era un hombre que tenía exactamente mi edad. Como ambos habíamos experimentado en nuestras vidas los mismos cambios culturales y religiosos, me identifiqué con mucho de lo que dijo y con el modo como se  sentía acerca de las cosas. Y en su actual evaluación de los asuntos públicos de la política y de nuestras iglesias, estuvo bastante crítico, incluso airado. No sin razón. Hoy, en nuestros gobiernos y nuestras iglesias no hay sólo una amarga polarización y una ausencia de fundamental caridad y respeto; hay también mucho de ceguera aparentemente inexcusable, falta de transparencia y egoísta falta de honradez. Nuestro orador se puso muy airado al señalar estas cosas.
   Y en su mayor parte, estuve de acuerdo con él. Yo siento lo mismo. El actual estado de los asuntos públicos, tanto si te fijas en la apolítica como en las iglesias, es deprimente, polarizado amargamente y no puede sino dejarte sintiéndote frustrado y acusando a los que juzgas responsables de la ceguera, falta de honradez e injusticia que parecen inexcusables.  Pero, aun cuando compartí mucho de su verdad y sus sentimientos, no compartí donde aterrizó. Aterrizó en el pesimismo y la ira, aparentemente incapaz de encontrar nada más que indignación en la que situarse. Acabó también muy negativo en relación a su actitud para con aquellos a los que les inculpa del problema.
   Yo no puedo desdeñar su verdad ni sus sentimientos. Son comprensibles. Pero no me gusta donde aterrizó. La amargura y la ira, al margen de cómo se justifiquen, no son un lugar donde situarse. Jesús y lo que hay de noble en nosotros nos invitan a movernos más allá de la ira y la indignación.
Más allá de la ira, más allá de la indignación y más allá de la crítica justificada de todo lo que es deshonrado e injusto, se halla una invitación a una empatía más profunda. Esta invitación no nos pide dejar de ser proféticos ante lo que es reprochable, sino que nos pide ser proféticos de una manera más profunda. Un profeta, como Daniel Berrigan dijo tan frecuentemente, hace un voto de amor, no de alienación.
   Pero esto no es fácil de hacer. Ante la injusticia, la falta de honradez y la ceguera intencionada, todos nuestros instintos naturales luchan contra la empatía. Hasta cierto punto, esto es sano y muestra que aún somos moralmente robustos. Deberíamos sentir ira e indignación ante lo que es censurable. Igualmente es comprensible que también pudiéramos sentir pensamientos algo odiosos y críticos hacia aquellos que consideramos responsables. Eso es un comienzo (un punto inicial bastante sano), pero no es donde deberíamos quedarnos. Somos llamados a movernos hacia algo más profundo, a saber, una empatía a la que previamente no accedimos. La ira profunda invita a la empatía profunda.
   En los momentos verdaderamente amargos de nuestras vidas, cuando nos sentimos anonadados por sentimientos de incomprensión, desdén, injusticia y legítima indignación, y estamos mirando a aquellos que consideramos responsables de la situación, la ira y el odio surgirán naturalmente en nosotros. Está bien convivir con ellos por un tiempo (porque la ira es un importante modo de lamentarse) pero, después de un tiempo, necesitamos movernos de allí. El desafío entonces es preguntarnos: ¿Cómo amo ahora, dado todo este odio? ¿A qué me llama el amor ahora en esta amarga situación? ¿Dónde puedo encontrar ahora un hilo común que pueda mantenerme en familia con aquellos con los que estoy airado? ¿Cómo llego a través del espacio que ahora me deja separado por mis propios sentimientos de ira justificados? Y, quizás lo más importante de todo: ¿De dónde puedo lograr ahora la fuerza para no ceder al odio y a la indignación egoísta?
¿Cómo soy llamado a amar ahora? ¿Cómo amo en esta nueva situación? Ese es el desafío. Nunca antes hemos sido llamados a amar en una situación como esta. Nuestra comprensión, empatía, perdón y amor nunca antes han sido probados de este modo. Pero ese es el último desafío moral, la “prueba” a la que Jesús mismo se enfrentó en Getsemaní. ¿Cómo amas cuando todo alrededor de ti te invita a lo contrario?
   Casi todos nuestros instintos naturales militan contra esta clase de empatía, como hacen casi todas las cosas que nos rodean. Ante la injusticia, nuestros instintos naturales empiezan espontáneamente, uno por uno, a cerrar las puertas de la confianza y hacernos críticos. Nos invitan también  a sentir indignación y odio. Ahora bien, esos sentimientos producen en nosotros una cierta catarsis. Eso da buena sensación. Pero esta clase de sentimiento catártico es una droga que no nos favorece mucho a largo plazo. Necesitamos algo más allá de los sentimientos de amargura y odio para nuestra salud a largo plazo. La empatía es ese algo.
   Aun sin negar lo que es censurable ni negar la necesidad de ser proféticos ante todo que es malo, la empatía todavía nos llama a algo posterior a la ira, a la indignación y al odio. Jesús nos dejó claro que, para nosotros y hoy, eso es particularmente lo más necesario en nuestra sociedad, nuestras iglesias y nuestras familias.
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes

El Papa Francisco reza ante la tumba de San Juan Pablo II en el día de su fiesta

   El Papa Francisco acudió en la mañana de este lunes 22 de octubre a la tumba de San Juan Pablo II, en la Basílica de San Pedro del Vaticano, para rezar brevemente ante sus reliquias en el día de su festividad.
   En declaraciones a los medios de comunicación acreditados en el Vaticano, el Prefecto del Dicasterio para la Comunicación, Paolo Ruffini, recordó “la importancia de la relación de San Juan Pablo II en la relación con las nuevas generaciones. Es un papa extremadamente vinculado con el mundo de los jóvenes”.
   El Santo Padre siempre ha mostrado una devoción especial por el Papa polaco, cuya canonización presidió el 27 de abril de 2014. Durante la Misa de canonización, conjunta con la del Papa San Juan XXIII, afirmó que San Juan Pablo II fue “el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría ser recordado, como el Papa de la familia”.
   Recientemente, en un mensaje dirigido a la diócesis italiana de Alba con motivo de un congreso celebrado por los 40 años de la elección de Karol Wojtyla como Pontífice, Francisco animó a “redescubrir su testimonio de fidelidad a Dios y de amor al hombre de este mi venerado Predecesor”, y deseó que, al seguir el camino de San Juan Pablo II, los jóvenes se sientan alentados “a abrir las puertas a Cristo para animar un generoso esfuerzo a favor de la paz, la fraternidad y la solidaridad”.
   Asimismo, en una audiencia concedida a peregrinos polacos el pasado 10 de octubre, el Papa aseguró que “San Juan Pablo II ha enriquecido a la Iglesia universal con una gran cantidad de dones, que en gran parte heredó del tesoro de la fe y la santidad de vuestra tierra y de vuestra Iglesia”.
   Por ello, reivindicó su Pontificado, pues “trató de hacer que la Iglesia se erigiera como guardián de los derechos inalienables del hombre, de la familia y de los pueblos, para ser signo de paz, de justicia y de desarrollo integral para toda la familia humana”. Fuente: aciprensa

El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir


Domingo XXIX del tiempo ordinario 




Gracias a: Rezando Voy

La vida es una misión. Cambia el mundo

    La vida es una misión: Cada hombre y mujer es una misión, y esta es la razón por la que se encuentra viviendo en la tierra. Ser atraídos y ser enviados son los dos movimientos que nuestro corazón, sobre todo cuando es joven en edad, siente como fuerzas interiores del amor que prometen un futuro e impulsan hacia adelante nuestra existencia. ..Vivir con alegría la propia responsabilidad ante el mundo es un gran desafío…. El hecho de que estemos en este mundo sin una previa decisión nuestra, nos hace intuir que hay una iniciativa que nos precede y nos llama a la existencia. Cada uno de nosotros está llamado a reflexionar sobre esta realidad: «Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 273).
    “Cambia el mundo. ¨En nuestro mundo podemos ver fácilmente cambios superficiales, que dejan las cosas como estaban, y otros que son “a peor”, porque derivan de acciones injustas y que atentan contra la dignidad del ser humano. Eso, si no suponemos, desde la indiferencia, que las cosas no pueden ser más que como son.
Frente a esto, los misioneros nos muestran que es posible un cambio “a mejor”, profundo y real. Ellos pueden ser para todos, un referente de compromiso y esperanza; sus vidas constituyen la prueba palpable de que un corazón en el que ha entrado Dios, con toda su novedad y creatividad, puede cambiar el mundo.¨
Sí, pidamos por los misioneros, hagámonos misioneros y cambiemos el mundo, desde donde estamos en lo que nos rodea.

...tu Palabra, tu Pan y tu Perdón...

"En una de mis visitas a nuestros sacerdotes misioneros en los Andes de la Amazonia peruana, me encontré a uno de ellos, ya mayor, polvoriento y sudoroso bajo el poncho y cayado en mano. -¿Cómo estás y cómo te va? -Pues, le digo a usted, mi obispo, lo mismo que le digo al Señor cada mañana: repartiendo las tres 'pes': tu Palabra, tu Pan y tu Perdón".
¡Qué hermosa tarea y misión la llevada a cabo por el viejo misionero y por tantos miles de sacerdotes ignorados en el mundo entero! Apenas nadie se haya fijado en su callada y oculta tarea de años. Han dejado jirones de sus vidas en el empeño. No hicieron nunca obras aparatosas y que llamaran la atención de los medios. Ni han levantado grandes edificios, ni han fundado una obra que les recuerde, ni siquiera han escrito un sencillo folleto. Sólo -nada más, pero nada menos- HAN DEDICADO SU VIDA ENTERA A REPARTIR LAS TRES "PES" ENTRE SUS HERMANOS, LOS HOMBRES. ¿Hay quien pueda dar más? Creo que ha merecido la pena, y nuestro sincero agradecimiento. Fuente: webcatolicodejavier

Es un buen momento para rezar por los misioneros y pensar en su labor heroica

   A mi colegio de monjas de la congregación del Amor de Dios iba, de vez en cuando, a visitarnos alguna misionera recién llegada de Nigeria o Mozambique. Eran mujeres que habían entregado su juventud a Dios y que después de profesar, habían solicitado voluntariamente un traslado a aquellas regiones fustigadas por el hambre y la pólvora y la epidemias más feroces, para inmolarse en una tarea callada. Eran mujeres enjutas, prematuramente encanecidas, calcinadas por un sol impío que había agostado los últimos vestigios de su belleza, y sin embargo risueñas como alumbradas por unas convicciones indómitas. Habían renunciado a las ventajas de una vida regalada, habían renunciado al regazo protector de la familia y la congregación para agotarse en una labor tan numerosa como las arenas del desierto. Entregaban su vida fértil en la salvación de otras vidas con un denuedo que parecía incongruente con la fragilidad de sus cuerpecillos entecos, reducidos casi a la osamenta. Con cuatro pesetas y toneladas de entusiasmo, habían puesto en marcha comedores y hospitales y escuelas, habían repartido medicinas y viandas y con suelo espiritual, habían enseñado a los indígenas a labrar la tierra y a cocer el pan También habían velado la agonía de mucho niños famélicos, habían apaciguado el dolor de muchos leprosos besando sus llagas, habían sentido la amenaza de un fusil encañonando su frente. ¿De dónde sacaban fuerzas para tanto?
   "Un día descubrí que Dios no era invisible recuerdo que me contestó una de aquellas misioneras-. Su rostro asomaba en el rostro de cada hombre que sufre". Este descubrimiento las había obligado a rectificar su destino. "Si no atendía esa llamada, no merecía la pena seguir viviendo". Y así se fueron a África o a cualquier otro arrabal del atlas, con el petate mínimo e inabarcable de sus esperanzas, dispuestas a contemplar el rostro multiforme de Dios. A veces tardaban años en volver, tantos que, cuando lo hacían, sus rasgos resultaban irreconocibles incluso para sus familiares; luego, tras una breve visita, regresaban a la misión, para seguir repartiendo el viático de su sonrisa, la eucaristía de sus desvelos. Y así, en un ejercicio de caridad insomne, iban extenuando sus últimas reservas físicas, hasta que la muerte las sorprendía ligeras de equipaje, para llevarse tan sólo su envoltura carnal, porque su alma acérrima y abnegada se quedaba para siempre entre aquellos a quienes habían entregado su coraje. Algunas, antes de dimitir voluntariamente de la vida, eran despedazadas por las epidemias que trataban de sofocar, o fusiladas por una partida de guerrilleros incontrolados.
   Si los periódicos dedicasen la misma atención a la epopeya anónima y cotidiana de los misioneros que a este escándalo tan sórdido de abusos y violaciones y embarazos y abortos, no quedaría papel en el mundo. Repartidos por los parajes más agrestes u hostiles del mapa, una legión de hombres y mujeres de apariencia humanísima y espíritu sobrehumano contemplan cada día el rostro de Dios en los rostros acribillados de moscas de los moribundos, en los rostros tumefactos de los enfermos, en los rostros llagados de los hambrientos, en los rostros casi transparentes de quienes viven sin fe ni esperanza. Son hombres y mujeres como aquellas monjas que iban a visitarme a mi colegio, enjutos y prematuramente encanecidos, en cuyos cuerpecillos entecos anida una fuerza sobrenatural, un incendio de benditas pasiones que mantiene la temperatura del universo. Un día descubrieron que Dios no era invisible, que su rostro se copia y se multiplica en el rostro de sus criaturas dolientes, y decidieron sacrificar su vida en la salvación de otras vidas, decidieron ofrendar su vocación en los altares de la humanidad desahuciada. Que nos cuenten su epopeya silenciosa y cotidiana, que divulguen su peripecia incalculablemente hermosa, a ver si hay papel suficiente en el mundo.
Escrito por Juan Manuel de Prada, en el periódico ABC, en la edición del 26-3-2001. Con ocasión del DOMUND, fue publicada por la Revista Ave María nº 668. Fuente: webcatolicodejavier.

El suicidio y el alma

Hace más de cincuenta años, James Hillman escribió un libro titulado El suicidio y el alma. El libro se destinaba a los terapeutas, y Hillman sabía que no recibiría una fácil acogida allí ni en ningún otro sitio. Había razones para eso. Él admitió francamente que algunas de las cosas que proponía en el libro “irían contra todo sentido común, toda práctica médica y la racionalidad misma”. Pero, como el título deja claro, él estaba hablando del suicidio; y, al tratar de entender el suicidio, ¿no es exactamente ese el caso? ¿No va contra todo sentido común, toda práctica médica y la racionalidad misma? Y ese es su punto.
En algunos casos, el suicidio puede ser el resultado de un desequilibrio bioquímico o de alguna predisposición genética que lucha contra la vida. Eso es desafortunado y trágico, pero es bastante comprensible. Esa clase de enfermedad va contra el sentido común, la práctica médica y la racionalidad. El suicidio puede también resultar de una crisis emocional catastrófica o de un trauma tan poderoso que no puede ser integrado, y simplemente quiebra la psique de una persona de tal modo que la muerte -como el sueño, como una huida- viene a ser una tentación irresistible. Aquí también, aun cuando el sentido común, la práctica médica y la racionalidad están aturdidos, tenemos algún atisbo de por qué sucedió este suicidio.
Pero hay suicidios que no son el resultado de un desequilibrio bioquímico, de una genética predisposición, de una desgracia emocional catastrófica ni de un trauma irresistible. ¿Cómo hay que explicarlos?
Hillman, cuyos escritos a través de más de cincuenta años han sido una pública defensa para el alma humana, hace esta demanda: El alma puede hacer reclamaciones que van contra el cuerpo y contra nuestro bienestar físico; y el suicidio es frecuentemente eso: el alma que hace sus propias reclamaciones. ¡Qué excelente visión! Nuestras almas y nuestros cuerpos no siempre quieren las mismas cosas, y a veces están tan desemparejados uno de otro que la muerte puede ser el resultado.
En la tensión entre alma y cuerpo, las necesidades e impulsos del cuerpo  son vistos, comprendidos y atendidos más fácilmente. El cuerpo consigue  normalmente lo que quiere; o, al menos, conoce claramente lo que quiere y por qué está frustrado. ¿El alma? Bueno, sus necesidades son tan complejas que son difíciles de ver y comprender, no sólo de atender. Como Pascal expresó tan famosamente: “El corazón tiene sus razones de las que la razón no sabe nada”. Eso es virtualmente sinónimo de lo que Hillman está diciendo. Nuestra comprensión racional permanece frecuentemente aturdida ante alguna iniciada necesidad de nuestro interior.
Esa necesidad iniciada es nuestra alma que habla, pero no es fácil comprender exactamente lo que está pidiendo de nosotros. Generalmente sentimos la voz de nuestra alma como un mal, una inquietud, una pena que no podemos apartar, y como una presión interna que a veces pide de nosotros algo directamente en conflicto con lo que el resto de nosotros quiere. Somos, en gran parte, un misterio para nosotros mismos.
A veces, las reclamaciones del alma que van contra nuestro bienestar físico no son tan dramáticas como para exigir el suicidio, pero en ellas aún podemos ver claramente lo que Hillman está afirmando. Vemos esto, por ejemplo, en el fenómeno en el que una persona, en severa pena emocional, empieza a hacerse cortes en sus brazos o en otras partes de su cuerpo. Los cortes no intentan acabar con la vida; sólo causar dolor y sangre. ¿Por qué? Generalmente, la persona que se corta no puede explicar racionalmente por qué hace esto (o, al menos, no puede explicar cómo este dolor y esta flebotomía acortarán de alguna manera o fijarán su pena emocional). Todo lo que sabe es que está sufriendo en un lugar al que no puede acceder; e hiriéndose en un lugar al que puede acceder, puede tratar con un dolor al que no puede llegar. El principio de Hillman expone aquí: El alma puede hacer -y hace- reclamaciones que pueden ir contra nuestro bienestar físico. Y tiene sus razones.
Para Hillman, esta es la “metáfora base” para el modo como un terapeuta debe acercarse a la comprensión del suicidio. Puede ser también una valiosa metáfora para todos nosotros que no somos terapeutas pero que tenemos que luchar para asimilar la muerte de un ser amado que muere de  suicidio.
Además, esta es también una metáfora que puede ser útil en la comprensión de uno a otro y en la comprensión de nosotros mismos. El alma a veces hace reclamaciones que van directamente contra nuestra salud y bienestar. En mi trabajo pastoral o simplemente hallándome con  un  amigo que está sufriendo, a veces me encuentro sin ayuda ante alguien que está empeñado en alguna conducta que va contra su propio bienestar y que no tiene el menor sentido racional. El argumento racional y el sentido común son inútiles. Simplemente va a hacer esto para su propia destrucción. ¿Por qué?  El alma tiene sus razones. Todos nosotros, quizás de maneras menos dramáticas, experimentamos esto en nuestras propias vidas. A veces hacemos cosas que dañan nuestra salud física y bienestar, y van contra todo sentido común y racionabilidad. Nuestras almas también tienen sus razones.
Y el suicidio tiene igualmente sus razones.
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes

Santa Teresa de Jesús

 
En tiempo recios, ¡cómo agradecemos que alguien nos ayude a distinguir el día de la noche, la verdad de la mentira, el bien del mal! Hace años, el cardenal Martini dijo que los peores tiempos de la Iglesia no han sido aquellos en los que se han cometido muchos pecados, sino aquellos en los que se ha perdido el don del discernimiento, los tiempos en los que todo ha dado igual.
   La liturgia nos regala hoy la fiesta de Teresa de Jesús, una mujer "sabia" en tiempos no menos recios que los nuestros, una mujer que supo discernir. Ella no fue alumna de la Universidad de Salamanca o de la de Alcalá, pero se doctoró en la universidad de la oración y de la vida. La Iglesia la considera "doctora de la fe". Naturalmente, este doctorado no tiene nada que ver con un título académico. Es un don del Padre. Jesús lo dice en el evangelio de hoy: "Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla". Teresa, que no fue una mujer de temperamento débil o apocado, sí fue una creyente inundada por la sencillez que viene del Espíritu.
   ¿Qué podemos aprender hoy de su experiencia espiritual para iluminar nuestra vida? Quiero resaltar tres lecciones:
   1) Sin amistad con Dios no hay transformación posible (ni personal ni social). La oración es la más profunda, arriesgada y necesaria aventura que puede emprender el ser humano;
   2) Toda religiosidad naufraga cuando no es curada por la humanidad de Cristo.
   3) La humildad, la audacia y la fortaleza son virtudes esenciales para afrontar las crisis (incluidas las de la Iglesia).
   A la oración se suele llegar tarde, como si la seducción de Dios siempre fuera el enamoramiento postrero después de habernos dejado seducir por otras muchas realidades. A veces llegamos demasiado tarde y, entonces, tenemos la impresión de haber malgastado la vida.
   La humanidad de Cristo nos sitúa otra vez en la órbita de Dios después de nuestros devaneos religiosos y humanistas, esclavos de todas las modas que desfilan por la pasarela de las ideologías.
   La humildad, la audacia y la fortaleza son virtudes de las personas sabias, de los ancianos, difícilmente asumibles en tiempos en los que "ser joven" parece más una meta que una etapa del camino de la vida.
   Dejemos que la Santa nos acompañe durante esta jornada. Para ello, os propongo acercarnos a uno de sus mejores poemas: VIVO SIN VIVIR EN MÍ

Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí:
cuando el corazón le di
puso en él este letrero,
que muero porque no muero.

Esta divina prisión,
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga:
quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.

Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo el vivir
me asegura mi esperanza;
muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que sólo me resta,
para ganarte perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero
que muero porque no muero.

Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva:
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.

Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios que vive en mí,
si no es el perderte a ti,
para merecer ganarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.

Comentario al Evangelio, 15 de octubre de 2018. CR. Fuente: Ciudad Redonda