Celebraciones parroquiales.


 Celebración de la Fiesta del Corazón de María. Archicofradía.
Lunes, 31 de mayo: 20h.




Eucaristía de acción de gracias.
Cierre de las Bodas de Oro de la parroquia.
 
A continuación: concierto del Coro VETUSTA.
Sábado, 29 de mayo.18 h.

El canal de YouTube de la Parroquia está activo en este enlace

Niños ricos que crecen sin dinero, o comprensión. Artículo


Gloria Steinem confesó una vez que, a pesar de no haber estado nunca con sobrepeso, siempre ha estado al tanto de lo que pesaba, porque los genes que heredó de sus padres la predisponían en esa dirección. Así que dice: Me considero una mujer gorda que está delgada en este momento. Su comentario me ayudó a comprender algo que entendí mal hace años en una clase.

En mis primeros estudios del seminario, siguiendo un curso sobre sociología de la pobreza, estuve luchando por aceptar la explicación de nuestro profesor de por qué la pobreza no siempre es la consecuencia de un fracaso personal, sino que frecuentemente es el producto de circunstancias no  elegidas, accidentes y desgracias. Muchos de los presentes en la clase no estábamos de acuerdo, y esta era nuestra lógica. La mayoría de nosotros teníamos antecedentes económicos muy humildes y  creíamos que habíamos salido adelante por nuestro propio esfuerzo. ¿Por qué no podían hacer lo mismo todos los demás?

Así que protestamos: Nosotros crecimos pobres. No teníamos dinero. No disponíamos de comidas escolares gratuitas. Teníamos que trabajar para pagarnos nuestra ropa y libros. Nuestros padres nunca recibieron beneficios. Nadie les ayudó; ellos mismos se cuidaron. Lo mismo nosotros, sus hijos. Estamos resentidos con esos que consiguen las cosas por nada. ¡A nosotros nada nos vino gratis! Nos hemos ganado lo que tenemos.

Nuestro profesor respondió diciéndonos que por esto precisamente necesitábamos un curso sobre sociología de la pobreza. Él no estaba de acuerdo con nuestra afirmación de que habíamos crecido pobres y habíamos ganado cosas por nuestro propio y duro trabajo. Entonces, nos dijo esta sorprendente frase: “Ninguno de vosotros fue pobre de niño; fuisteis niños ricos que crecieron sin dinero; y donde estáis hoy no es sólo el resultado de vuestro propio y duro trabajo, es también el resultado de no poca buena suerte”.

Me costó años (y el comentario de Gloria Steinem) entender que el profesor tenía razón. Yo era un niño rico que había crecido en una familia sin dinero. Además, mucho de lo que ingenuamente creía que había ganado por mi propio y duro trabajo era, de hecho y en gran medida, producto de la buena suerte.

Dudo que nuestra sociedad entienda eso. Algunos clichés populares nos hacen creer que el origen de uno nunca debería ser una excusa para no lograr éxito en este mundo, que el éxito está abierto igualmente a cualquiera. Todos nosotros hemos inhalado los clichés. ¡Cualquier niño pobre puede progresar hasta ser Presidente de este país! ¡Cualquier niño pobre puede ir a Harvard! ¡Cualquiera que sea laborioso  puede convertir en éxito su vida! ¡No hay ninguna excusa para que cualquier persona sana no tenga un trabajo!

¿Es esto cierto? En parte, sí; niños con antecedentes económicos pobres han llegado a ser presidentes,  miles de niños pobres han encontrado acceso a las mejores universidades, incontables niños que crecieron pobres han tenido un alto éxito en la vida, y la gente que está motivada y no es perezosa generalmente convierte en éxito sus vidas. Sin embargo, con eso no está dicho todo.

¿Qué contribuye en realidad a la separación de ricos y pobres en nuestro mundo? ¿Están de hecho todos en pie de igualdad? ¿Es efectivamente la virtud lo que contribuye al éxito, y la falta de ella lo que contribuye al fracaso?

En un libro superventas, Elderhood (Ancianidad), Louise Aronson hace este comentario sobre su madre y la reina Isabel, ambas envejecidas maravillosa y gentilmente: “Ambas nacieron con privilegios: blancas, ciudadanas de  países desarrollados, ricas y educadas. Ambas fueron agraciadas con un gran ADN genético, y ambas tuvieron la buena suerte de no haber sido nunca asaltadas, abusadas, derrotadas por el cáncer ni en un extenuante accidente de coche. … Estas ventajas no son cuestión de carácter. En verdad, la fuerza de voluntad y la capacidad para tomar sabias decisiones son con frecuencia subproductos de vidas afortunadas”. (El énfasis es mío).

El éxito no se funda sólo en el carácter de la persona, el duro trabajo y la dedicación. Ni el fracaso es  necesariamente el resultado de la debilidad, la pereza y la falta de esfuerzo. No todos nacemos iguales,  situados igualmente en las mismas plataformas de partida, tenemos igualmente infancias dotadas de talento o abusivas, nos asignan igualmente las mismas oportunidades para la educación y el crecimiento, y luego nos reparten igualmente la misma medida de accidentes, enfermedades y tragedias en la vida. A pesar de todo, porque creemos ingenuamente que la fortuna está asignada por igual a todos, dividimos a la gente de modo voluble (y cruel) en ganadores y perdedores, juzgamos duramente a aquellos que consideramos perdedores, los culpamos por sus desgracias y nos congratulamos de lo que nosotros hemos llevado a cabo, como si todo el crédito para nuestro éxito pudiera ser atribuido a nuestra propia virtud. Al contrario, tenemos a los que son pobres sólo como para culparlos: ¿Por qué no pueden ellos mismos sobreponerse a su situación? ¡Nosotros lo hicimos!

Pero… algunos de nosotros tenemos genes que nos predisponen a engordar, algunos de nosotros somos niños ricos que crecen sin dinero, y la fuerza de voluntad y la capacidad para decidir sabiamente son a menudo productos de una vida con suerte más bien que cuestión de carácter. Reconocer eso puede hacernos menos crueles en nuestros juicios y mucho menos presumidos de nuestros propios éxitos. 

Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) - 

Un santo para nuestro tiempo. Artículo.


Hoy, ser meramente santo no es suficiente; debemos tener una santidad requerida por el momento presente
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Simone Weil escribió eso, y tiene razón. Necesitamos santos requeridos por el momento presente, y me gustaría proponer a alguien al que -creo yo- le cuadra esa descripción: Henri Nouwen, el sacerdote y popular escritor espiritual que murió en 1996. ¿Qué santidad vivió y por qué es particularmente oportuna en términos del momento presente?

Henri Nouwen es posiblemente el escritor de espiritualidad más influyente de nuestra generación. No obstante, su espiritualidad no nació de un temperamento fácil ni de una fe no probada. Como escribe  Michael Higgins en su biografía de Nouwen, el suyo fue un “genio nacido de la angustia”. Nouwen fue un santo destrozado por la ansiedad, un patrón ideal para una generación inundada con ella.

Fue una persona compleja, angustiada y ansiosa, con una personalidad hipersensible. Era propenso a la obsesión en sus relaciones íntimas, ocasionalmente manifestaba una necesidad que era más inmadura que inocente y estaba siempre obsesionado por la sensación de que (a pesar de todo el amor, la aceptación y el éxito que experimentó) no era amado en realidad y ningún lugar era un hogar para él. A la vez, cuidó interiormente de una herida que nunca pudo explicar a los demás, ni fue capaz de hacer la paz consigo mismo. Juntamente con todo eso, tenía un temperamento artístico (con sus talentos y sus cargas) y, como muchos artistas, tuvo que luchar para mantenerse fuerte, normal y equilibrado en el proceso creativo, gozar de una sensatez ajustada a la realidad y mantener su sexualidad dentro del marco de sus votos. De esa suerte, podía salir a un escenario, irradiar una poderosa energía y luego salir del escenario y, en minutos, echarse a llorar y pedir a alguien que lo consolara. En términos de su sexualidad, aunque era un célibe con votos a los que permanecía fiel, ocasionalmente se enamoraba tan obsesivamente de alguien que era capaz de guardar sus votos y su sensatez sólo ingresando en una clínica en busca de ayuda profesional.

Estas no son las cosas que normalmente se leen en las vidas de los santos, al menos de aquellos que están canonizados oficialmente y se mantienen como modelos de santidad; pero, de hecho, eso es materia de santidad. Soren Kierkegaard, al que Henri idealizó, definió a un santo así: un santo es alguien que puede querer la única cosa. Tarea nada fácil. No porque lo correcto sea difícil de querer, sino porque también queremos otras muchas cosas. Tomás de Aquino afirmó que toda elección es una renuncia. Eso es una declaración incompleta. Toda elección viene a ser una serie de renuncias, y eso hace difícil tanto la elección como la santidad.

Escribiendo sus diarios, Nouwen describe sus luchas de esta manera: Quiero ser un gran santo, pero también quiero experimentar todas las sensaciones que experimentan los pecadores. Quiero recogerme en el silencio de la oración, pero no quiero perderme nada que suceda en el mundo. Quiero sepultarme en el anonimato entre los pobres, pero quiero también escribir libros, ser conocido por los demás, ver lugares, encontrarme con gente y hacer cosas interesantes. Con eso luchó, exactamente como hacemos todos; pero él se las ingenió, por fin, para querer la única cosa.

¿Cómo lo hizo, cómo llegó a ser santo a pesar de todo? Lo hizo gracias a una humilde honradez que nunca negó sus luchas. Lo hizo aceptando su propia complejidad, cayendo de rodillas en oración de impotencia cuando su propia fuerza no era suficiente y permitiendo que los pobres lo amaran. Y lo hizo compartiendo sus heridas con el mundo, buscando la ayuda profesional siempre que se abatía, y aprendiendo de todo dolor, obsesión y angustia, ya que, al final, nuestros corazones son más fuertes que nuestras heridas; por esto podemos mantener nuestros compromisos y finalmente encontrar la paz en la complejidad, la tentación y la lucha. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) - 

¿Sabías que el Papa Francisco pidió al patriarca de Lisboa, que realizase la consagración de su pontificado a la Virgen de Fátima?

Sabías que para el papa Francisco el 13 de mayo, cuando la virgen se apareció a los pastorcillos en Cova da Iria en Portugal, no es una fecha cualquiera, pues hace 25 años cambió su vida y desde ese momento su relación con Fátima fue especial.
El papa argentino, procedente del "fin del mundo", sorprendió cuando en su primer Ángelus, el 17 de marzo de 2013, mencionó a la Virgen de Fátima, recordando una misa para los enfermos que organizó en Buenos Aires con motivo de la llegada de la imagen a Argentina en 1992 cuando acababa de ser nombrado obispo auxiliar de la ciudad.
Una misa para los enfermos, pero también un gesto de agradecimiento a esta virgen ante una circunstancia que le cambió la vida y que fue muy importante personalmente para él.
En una entrevista a la revista Forbes, de Portugal, de este mes, el arzobispo de Lisboa, cardenal Manuel Clemente, confirmó que el papa "viene a Fátima también por una circunstancia personal de su vida".
"Supo que fue nombrado obispo en un día 13 de mayo, en Argentina. Siempre que habló con nosotros, obispos portugueses, tanto a título individual como en conjunto, la referencia era siempre Fátima", reveló.
Nada más ser elegido papa, el 13 de marzo de 2013, Francisco pidió al entonces patriarca de Lisboa, el cardenal José Policarpo, que realizase la consagración de su pontificado a la Virgen de Fátima el siguiente 13 de mayo.
Francisco también pidió que la imagen viniese a Roma en la jornada mariana organizada el 13 de octubre de 2013, en el marco del Año de la Fe iniciado por Benedicto XVI.


Frases y curiosidades de Santos y de la Iglesia #36
Recopilación de frases, curiosidades, lemas, dichos y pequeñas inspiraciones espirituales.

Parroquia del Corazón de María de Oviedo.
Gracias a Aciprensa y Terra

Los ojos del amor. Artículo

Imaginaos a una pareja joven intoxicada mutuamente en las primeras etapas del amor. Imaginaos a un neófito  religioso enamorado de Dios, orando en éxtasis. Imaginaos a un joven idealista trabajando incansablemente con los  pobres, inflamado y sediento de justicia. ¿Está en realidad enamorada esta joven pareja? ¿Se encuentra de hecho  enamorado de Dios ese neófito religioso? ¿Está verdaderamente enamorado de los pobres este joven activista  social?  Cuestión nada fácil.

¿A quién estamos amando en realidad cuando tenemos sentimientos de amor? ¿Al otro? ¿A nosotros mismos? ¿El arquetipo y energía que el otro está llevando? ¿Nuestra propia fantasía de esa persona? ¿Los sentimientos que esta experiencia está desencadenando dentro de nosotros? Cuando estamos enamorados, ¿estamos de verdad enamorados de otra persona o estamos mayormente disfrutando en un maravilloso sentimiento que podría estar   fácilmente desencadenado por otras incontables personas?

Hay diferentes respuestas a esa cuestión. Juan de la Cruz diría que es todas estas cosas; en realidad, estamos amando a esa otra persona, amando una fantasía que hemos creado de esa persona y disfrutando con el buen  sentimiento que esto ha generado dentro de nosotros. Por eso, invariablemente, en un determinado momento de una relación, los poderosos sentimientos de estar enamorados ceden el paso a la desilusión; la desilusión (por definición) implica el desvanecimiento de una ilusión; algo era irreal. Así, para Juan de la Cruz, cuando estamos enamorados, el amor es en parte real y en parte una ilusión. Además, Juan de la Cruz diría lo mismo sobre nuestros sentimientos iniciales de fervor en la oración y en el servicio altruista. Son una mezcla de ambos: amor auténtico y una ilusión.

Algunos otros análisis son menos generosos. En su modo de ver, todo enamoramiento inicial, tanto si es de otra persona, como si es de Dios en la oración o en el servicio a los pobres, es principalmente una ilusión. Al fin, estáis enamorados de estar enamorados, enamorados de lo que la oración está haciendo por vosotros, o enamorados de cómo trabajar por la justicia os está haciendo sentir. La otra persona, Dios y los pobres son secundarios. Por eso,  tan frecuentemente, cuando el primer fervor muere, eso hace también nuestro amor por su objeto original. Cuando   la fantasía muere, eso da también la sensación de estar enamorados. Nos enamoramos sin conocer en realidad a la otra persona, y nos desenamoramos sin conocer en realidad a la otra persona. La palabra misma enamorarse (en inglés, literalmente, “caer en amor”) es reveladora. “Caer” no es algo que elijamos, nos sucede. La espiritualidad del Encuentro matrimonial tiene un eslogan inteligente acerca de esto: el matrimonio es una decisión; el enamoramiento, no.

¿Quién tiene razón? Cuando nos enamoramos, ¿cuánto es amor genuino por otro y cuánto es una ilusión en la que estamos mayormente amándonos a nosotros mismos? Steven Levine responde a esto desde muy diferente perspectiva y arroja nueva luz sobre la cuestión. ¿Cuál es su perspectiva?

El amor -dice él- no es una “emoción dualista”. Para él, siempre que sentimos auténtico amor, estamos, en ese momento, sintiendo nuestra unidad con Dios y con todo que es eso. Escribe: “La experiencia del amor surge cuando entregamos nuestro estado de separación a lo universal. Es un sentimiento de unidad… No es una emoción, es un estado de ser… No es tanto que ‘dos sean como uno’ cuanto que es el ‘Uno manifestado como dos’”. En otras palabras, cuando amamos a alguien, en ese momento, somos uno con él o ella, no separados, de modo que, incluso aunque nuestras fantasías y sentimientos puedan estar parcialmente envueltos en afectividad egoísta, está  ocurriendo algo más profundo y más real que nuestros sentimientos y fantasías. Somos uno con el otro en nuestro ser; y en el amor, lo sentimos.

Desde esta perspectiva, el amor auténtico no es tanto algo que sentimos; es algo que somos. En su raíz, el amor no es una emoción afectiva o una virtud moral (aunque estas son parte de él). Es una condición metafísica, no algo que viene y va como un estado emocional, ni algo por lo que podamos optar o rehusar moralmente. Una condición metafísica es un hecho, algo en lo que estamos, que forma parte de lo que somos, constitutivamente, aunque podamos estar dichosamente inconscientes. Así, el amor, no menos el enamoramiento, puede ayudar a hacernos más conscientes de nuestro estado de no-separación, nuestra unidad estando con los demás.

Cuando sentimos el amor profunda o apasionadamente, entonces quizás (como Thomas Merton describiendo una visión mística que tuvo en la esquina de una calle) podemos despertarnos más de nuestro sueño de estado de separación y nuestra ilusión de diferencia, y ver la secreta belleza y profundidad de los corazones de otra gente: Tal vez, también nos habilitará para ver a los demás en ese lugar en ellos, donde ni el pecado ni el deseo ni el autoconocimiento pueden llegar: el centro de su realidad, la persona que cada uno es a los ojos de Dios.

¿Y no sería maravilloso -añade Merton-… “si pudiéramos vernos unos a otros así todo el tiempo?”. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) - 

El mundo de las finanzas – El Video del Papa 5 – Mayo 2021


Mientras la economía real, la que crea trabajo, está en crisis, cuánta gente sin trabajo, los mercados financieros nunca han estado tan inflados como ahora.

¡Qué lejos está el mundo de las grandes finanzas de la vida de la mayoría de las personas!

Esta situación es insostenible. Es peligrosa.

Para evitar que los pobres vuelvan a pagar consecuencias hay que regular estrictamente la especulación financiera.

Especulación. Quiero subrayar el término. 

¡Que las finanzas sean instrumentos de servicio, instrumentos para servir a la gente y cuidar la casa común!
Todavía estamos a tiempo de poner en marcha un proceso de cambio global para practicar una economía diferente, más justa, inclusiva, sostenible, que no deje a nadie atrás.
¡Hagámoslo! Y recemos para que los responsables del mundo financiero colaboren con los gobiernos, a fin de regular los mercados financieros para proteger a los ciudadanos de su peligro.

Nuestro corazón es más fuerte que nuestras heridas. Artículo.

Diez años antes de su muerte, acaecida en 1996, Henri Nouwen estuvo aquejado de una depresión que casi lo hizo trizas. Durante el tratamiento, escribió un libro muy valiente, La voz interior del amor, en el que comunicó humilde e ingenuamente sus luchas y los esfuerzos que le llevó superarlas. A veces, se sentía totalmente hundido a causa de sus heridas y obsesiones, y estaba al borde del ahogo y el desfallecimiento, cuando lo único que podía hacer era llorar. Finalmente, sin embargo, recobró su fuerza interior y emergió entonado, dispuesto a reentrar en su vida con renovada energía. Aludiendo a lo que aprendió de su desfallecimiento interior y su último retorno a la salud, escribe que, al fin, nuestros corazones son más fuertes que nuestras heridas.

Esa es una valiente afirmación de una verdad ganada duramente; pero, ¿es siempre cierta? ¿Son siempre nuestros corazones más fuertes que nuestras heridas? ¿Tenemos siempre los recursos en el fondo para superar nuestras heridas?

A veces sí, como en el caso de Nouwen; pero otras veces no, como vemos en las maltrechas vidas de tantos. En ocasiones, parece que las heridas pueden con el corazón. Tal vez un ejemplo emocionante pueda servir para ilustrar esto. Hay una frase triste, trágica y obsesionante en la bien conocida canción I dreamed a dream, del popular musical Los Miserables. La historia contada en Los Miserables, como sabemos, está basada en el clásico libro de Victor Hugo que tiene ese título y cuenta una serie de historias sobre cómo la pobreza y la opresión pueden romper los corazones, las espaldas y las vidas de los pobres. Uno de los personajes de Hugo, Fantine, es una madre soltera, abandonada por el hombre a quien ama y está cuidando un corazón roto. Ella también está bregando por proveer a su hija de las necesidades básicas de la vida, luchando con un trabajo y haciéndolo en condiciones que están arruinando su salud, y peleando contra el hostigamiento sexual de parte de su patrón, que culmina en su injusto despido de su trabajo. En un determinado momento, eso resulta demasiado, su salud se resquebraja, cae enferma y  en su adiós agonizante canta un lamento que sugiere que nuestros corazones no siempre son más fuertes que nuestras heridas; a veces hay tormentas que no podemos capear. A veces el corazón no puede sortear la tormenta y se derrumba bajo el peso de sus heridas.

¿Quién está en lo cierto, Nouwen o Fantine? Sospecho que los dos, dependiendo de las circunstancias, la salud  interior y los recursos emocionales de uno. Un antiguo adagio dice: ¡Todo lo que no te mata, te hace más fuerte! Cierto, siempre que no te mate. Por desgracia, a veces hace eso. En ocasiones, lo que nos hace doblar por el peso, sí que mata. Sospecho que todos aquellos que lean esto han tenido una experiencia de primera mano de alguien a quien conocieron y amaron, perdiendo la salud y muriendo, sea por suicidio o algún otro desfallecimiento de esta suerte, debido a una vida fracasada, un corazón roto, una psique derrotada, una herida que oprimió su corazón.

Así pues, cuando miramos la verdad de la afirmación de Nouwen de que nuestros corazones son más fuertes que  nuestras heridas y la (aparente) verdad antitética de que, en ocasiones, nuestras heridas pueden matar nuestro corazón, necesitamos añadir una verdad más que incluya ambos lados de esto: la gracia, el perdón y el amor de Dios  son más fuertes que nuestras heridas, nuestros desfallecimientos, nuestros fracasos y nuestras aparentes desesperaciones.

A veces, en nuestras luchas podemos llegar a la fuerza interior enterrada bajo nuestras heridas que nos capacitará para alzarnos sobre ellas y caminar de nuevo en salud, fuerza y entusiasmo. No obstante, en ocasiones, nuestras heridas paralizan tanto el corazón que ya no podemos llegar a la fuerza que se halla en lo profundo de nosotros. En esta vida, esa clase de quebrantamiento puede verse y sentirse como un desfallecimiento terminal, una tristeza para la que no hay ninguna curación, una desesperación, una vida malgastada. Sin embargo, siempre que una confabulación de amarga circunstancia y fragilidad mental destroza a alguien, cuando el corazón de una persona ya no es más fuerte que sus heridas, podemos alcanzar refugio en una verdad y consolación más profundas, a saber, la fuerza que se halla en el corazón de Dios: la gracia, la comprensión y el amor de Dios son más fuertes que nuestras heridas, nuestros desfallecimientos, nuestros fracasos y nuestras aparentes desesperaciones.

Lo que caracteriza a la fe cristiana de la mayoría de las otras religiones (como también de todos evangelios de la prosperidad) es que el Cristianismo es una religión de gracia y no básicamente de esfuerzo propio (aun siendo esto importante). Como cristianos, no tenemos que salvarnos a nosotros mismos, no tenemos que ordenar nuestras  vidas por cuenta propia. En realidad, nadie lo hace nunca. Como dice san Pablo tan claramente en su mensaje de despedida en Romanos 1, 8, nadie de nosotros ordena jamás su vida sobre la base de nuestra propia fuerza. Eso es también cierto en términos de sobreponernos a nuestras heridas. Todos nosotros somos débiles, y a veces nos derrumbamos. No obstante, y esta es la cuestión, cuando las tormentas de la vida nos abruman, cuando nos esforzamos en busca de fuerza para resistir a la tormenta sólo para llegar a saber que la tormenta es más fuerte que nosotros, entonces necesitamos llegar aun más profundamente; allí encontraremos que el corazón de Dios es más fuerte que nuestro quebrantamiento. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) -