Recopilación de noticias y vídeos sobre el viaje del Papa Francisco a Polonia



Fue beatificada y canonizada por Juan Pablo II.
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“El mundo de hoy os pide ser protagonistas de la historia.”
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También se cantó durante la JMJ de Czestochowa con Juan Pablo II.
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Explicó a una de las jóvenes que el año que viene viajará a Colombia.
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La retransmisión comienza a las 19:00, horario de Roma.
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El Papa celebra la misa con sacerdotes, monjas y los jóvenes del mundo.
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Saludó especialmente a los jóvenes sirios que asisten a esta JMJ.
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“La verdadera civilización pone en el centro de la atención política y social a los desfavorecidos”.
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El Papa los saludó uno por uno antes de visitar la celda de Maximiliano Kolbe.
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El santo polaco fue condenado a morir de hambre tras ofrecerse a morir para salvar a otro preso.
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Benedicto XVI lo visitó en 2006 y dijo que “en un lugar como este se queda uno sin palabras”.
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Llegó en “el tranvía del Papa” hasta el parque Błonia donde lo esperaban un millón de jóvenes.
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Rezó ante la tumba de Juan Pablo II junto a un grupo de enfermos.
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Avisos para el verano

Puede parecer que las lecturas de este domingo son contraculturales. Cuando comienza el éxodo del mes de agosto, que para muchos significa el mes de las vacaciones, en el que se proyecta disfrutar de la vida con un mayor consumo de servicios, de bebida y de comida, no parece adecuado ponerse a hacer advertencias restrictivas. 
Sin embargo, si se desea descansar, recuperar fuerzas, serenar el alma, gustar la belleza de la creación y disfrutar de las relaciones humanas, es importante no caer en la falsa emulación de aquellos que consumen más de lo que se puede y se debe. El evangelista, como si adivinara el riesgo que se corre durante las vacaciones, aconseja: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.»  (Lc).
El exhibicionismo físico y de bienes al final produce tristeza. La medida justa, el equilibrio, la sobriedad, a la hora de plantear el tiempo de descanso, son beneficiosos, y evitan el síndrome posvacacional. ¡Es tan fácil caer en la tentación de aparentar, para demostrar ante los vecinos que se tiene recursos! ¡Que no se es menos!
El tiempo es una realidad transitoria; no solo el tiempo de vacaciones, sino la misma existencia. El salmista pone en nuestros labios una expresión orante, llena de sabiduría: “Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato” (Sal).
Sin caer en el escepticismo ni perder la alegría que supone gozar de los merecidos días de descanso, es bueno recordar la sentencia: “¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad!” (Ecl).
Los medios de comunicación suelen proyectar durante este tiempo imágenes un tanto frívolas, placenteras, bohemias, como si la vida más deseable fuera la fiesta continua, la extroversión, las experiencias novedosas más excitantes.
¡Ojalá el verano suponga un tiempo para drenar el cansancio y el agotamiento, y ojalá preste energía, ilusión y recuperación de fuerzas! En definitiva, como dice san Pablo: “No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo” (Col).
Conozco a muchas personas que plantean los días de vacaciones como tiempo propicio para la lectura, la oración, la convivencia familiar, en espacios de la geografía interior.
En cualquier caso, te deseo un feliz descanso.
Angel Moreno - 

Ángeles con hoces y la cólera de Dios

 

Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - 
Hay un impactante texto en el Libro del Apocalipsis donde la imagen poética que se usa, a pesar de toda su belleza, puede despistar peligrosamente. El autor  escribe allí: “Así que el ángel metió su hoz sobre la tierra y la tierra quedó segada. Echó las uvas en el gran lagar de la cólera de Dios”.  ¡Un fiero ángel purificando el mundo! ¡Dios en ardiente ira! ¿Cómo se debe entender eso?
Como tantas otras cosas en la escritura, ésta se debe tomar en serio, pero no al pie de la letra. Claramente, el texto, como otros textos en la escritura que hablan de los celos, la ira y la venganza de Dios, tiene algo importante que enseñar, pero, como otros textos que muestran a Dios celoso y airado, puede ser peligrosamente malentendido. Lo que no enseña es que Dios se enfada, que Dios se enfurece con nosotros y que Dios castiga con la desolación sobre el planeta a causa del pecado. Lo que enseña es que los hijos siempre vuelven a casa a descansar, que nuestras acciones tienen consecuencias, que el pecado castiga con la desolación en el planeta y en nuestras propias almas, induciéndonos a la ira, a odiarnos a nosotros mismos y a la falta de auto-perdón, y que esto nos hace sentir como que Dios está airado y nos está castigando.
Dios no se enfada; es puro y simple. Dios no es una criatura, otra más existente entre nosotros, un ser como nosotros. Los caminos de Dios no son nuestros caminos. Esto se afirma desde Isaías a lo largo de 2000 años de tradición cristiana. No podemos proyectar en Dios nuestro modo de ser, pensar y amar. Y en ningún lugar es esto más cierto que cuando imaginamos a Dios como poniéndose airado. La misericordia, el amor y el perdón no son atributos de Dios de la manera como son para nosotros. Constituyen la naturaleza de Dios. Dios no se enfada, como nosotros nos enfadamos.
La escritura y la tradición cristiana, por supuesto, hablan como que Dios se enfada; pero eso, como la teología cristiana claramente enseña, es antropomorfismo, esto es, una proyección del pensamiento y sentimiento humano en Dios. Diciendo cosas tales como que Dios está airado con nosotros o que Dios nos castiga por nuestros pecados, no estamos diciendo, en esencia, cómo Dios se siente con nosotros, sino más bien cómo nosotros, en ese momento, nos sentimos con Dios y cómo nos sentimos con nosotros mismos y con nuestras acciones.
Por ejemplo, al decir san Pablo que cuando pecamos sentimos “la ira de Dios”, no nos está diciendo que Dios se enfada con nosotros cuando pecamos. Más bien nosotros nos enfadamos con nosotros mismos cuando pecamos. El concepto de ira de Dios es una metáfora, ilustrada, por ejemplo, por una resaca: Si uno es inmoderado en su uso del alcohol, Dios no se incomoda y le manda un dolor de cabeza a esa persona. La rabia nace del acto mismo: El excesivo alcohol deshidrata el cerebro, causando el dolor de cabeza. El dolor no viene de Dios, aunque se sienta como castigo divino, como enfado de Dios por nuestra irresponsabilidad. Pero esto es una proyección por nuestra parte, antropomorfismo.
Nos adulamos a nosotros mismos y no hacemos ningún favor a Dios cuando decimos que ofendemos a Dios y que Dios se enfada con nosotros. Dios no es sólo la razón de nuestro ser, nuestro Creador, el Motor Inmóvil. Dios es también una persona que nos ama individual y apasionadamente, y así es natural imaginar que Dios a veces se enfada, es natural proyectar nuestros propios límites en Dios. Pero el amor y la misericordia de Dios empequeñecen infinitamente nuestros propios pensamientos y sentimientos y capacidades limitadas para actualizar el amor en nuestras vidas. Imaginad, por ejemplo, a un encantador abuelo cogiendo a su nieto recién nacido: ¿Hay algo que ese recién nacido pueda hacer para ofender a ese abuelo? La madurez, comprensión y amor de Dios empequeñecen lo de cualquier abuelo. ¿Cómo se va a ofender Dios?
Y en cambio, ¿no es el lenguaje de la cólera de Dios una parte vital de nuestra tradición, nuestras escrituras, nuestras oraciones, nuestros salmos y nuestra liturgia? Todos ellos nos hablan como ofendiendo a Dios y como enfadándose Dios. ¿Deben éstos ser suprimidos, sin más? No.  Enseñan una importante verdad, aun cuando deben ser interpretados por lo que son, antropomorfismos. Intentan desafiar al alma como la indigestión desafía al cuerpo. Dios no nos castiga por comer las cosas inapropiadas ni por comer en exceso. Nuestra propia biología lo hace y, haciéndolo, manda una desagradable señal de que hemos hecho algo equivocado. Hablando metafóricamente, la indigestión viene a ti como un ángel vengativo y te arroja al gran lagar de la cólera biológica.
Dios no nos odia cuando hacemos algo equivocado, sino que nosotros nos odiamos; Dios no descarga su ira en nosotros cuando pecamos, sino que nos herimos a nosotros mismos cuando lo hacemos; y Dios nunca nos niega el perdón a pesar de lo que hayamos hecho, sino que nosotros encontramos muy difícil perdonarnos nuestras propias transgresiones. Verdaderamente hay una angélica navaja de afeitar y un lagar de la cólera de Dios, pero esos son nombres para experimentar el descontento y auto-odio de nuestro interior siempre que dejamos de ser fieles; ellos no tienen nada que ver con la naturaleza de Dios.   

Nuestra inseguridad más honda

 

Ron Rolheiser - 
¿Por qué no somos más felices? ¿Por qué estamos atrapados por frustraciones, tensiones, iras y resentimientos?
Las razones son demasiadas para nombrarlas. Cada día, como Jesus nos dice de sí mismo, trae suficientes problemas. Somos infelices por demasiadas razones como para contarlas. Aun así, algunas veces, puede ser de ayuda el preguntarnos ¿Por qué permanezco crónicamente sentado fuera de las puertas de la felicidad?
Nuestra respuesta inicial probablemente no se centraría en las tensiones que hay en nuestras vidas que tienen que ver con los cansancios, con nuestra salud, con el stress en nuestras relaciones, stress en nuestro trabajo y ansiedad sobre nuestra seguridad. ¡Siempre hay algo! Una segunda reflexión, sospecho, nos arrastraría a razones más profundas: decepciones no reconocidas sobre cómo han resultado nuestras vidas, sobre cómo han discurrido nuestras vidas, y sobre los muchos sueños que teníamos y se han frustrado.
Pero todavía, creo que hay una reflexión más profunda que podría iluminar algo así, algo que descansa más allá del stress ordinario y es más profundo que las decepciones que hay en nuestras vidas. Esto, presumo, podría manifestar una subyacente y no admitida inseguridad que funciona volviendo permanentemente lo positivo en negativo que habitualmente nos lleva a maldecir más que a bendecir, y nos mantiene proyectando negatividad y amargura hacia el Dios la religión en la que creemos. ¿Qué es esta inseguridad?
Esta inseguridad es, en la raíz, el sentimiento de que no somos suficientemente bienvenidos a este mundo, que Dios y el universo son de alguna manera hostiles a nosotros, que no somos amados y perdonados incondicionalmente. Y, a causa de esto, albergamos una cierta paranoia y hostilidad hacia los otros. Su energía es una amenaza a la acogida que deseamos.
Así es como diagnostica todo esto Thomas Merton. Hablando sobre la negatividad en la política, en las iglesias, en las comunidades de su tiempo, ofrece esta razón para la amargura y la división: “En un ambiente que no es de vida y misericordia, sino de muerte y condenación, las culpas personales y colectivas, las personas y los grupos guerrean unos con otros hasta la muerte. Hombres, tribus, naciones, sectas, partidos se erigen a sí mismos en la acusación mutua como forma de existencia. De esta manera sobreviven y se autoafirman viviendo demoniacamente, porque el demonio es el “acusador de los hermanos”. Una existencia demoniaca es aquella en la que insistentemente se diagnostica lo que no se puede curar, lo que no se desea curar, que busca sólo alcanzar su máximo potencial en orden a causar la muerte de su víctima. Sin embargo, esta es la tentación que acosa en la situación existencial de pecado del ser humano para quien una existencia resentida implica la necesidad y decisión de acusar y condenar las otras existencias”
Y, cuando esto es verdad, Merton dice, “Dios se convierte en un tótem tribal, una magnificación de la existencia egoísta que se esfuerza por fundamentar su autonomía sobre su propio vacío. ¿Puede ser otra cosa este Dios que no sea sino la encarnación de resentimientos, odios y temores? Es en la presencia de tales ídolos donde la venganza y las ortodoxias mortíferas florecen. Estos dioses del partido y la secta, la raza y la nación, son necesariamente dioses de guerra”, … Y esto solo tiene remedio “cuando la gente se da cuenta de todos ellos son deudores, y esa deuda es impagable”.
¿Y hoy, es esto verdad? ¡Cuán viciados, demonizados, polarizados y paralizados están nuestros procesos políticos, nuestras Iglesias y comunidades! ¡Qué resentidos estamos! ¡En qué medida hemos convertido a nuestro Dios en la encarnación de nuestros resentimientos, odios y miedos! ¡Cómo estamos vendiendo ortodoxias mortíferas como si fuera religión! ¡En qué medida nuestras comunidades e iglesias están creando sus propios dioses tribales! Vemos todo esto, por supuesto, de una manera clara en los terroristas que ponen bombas y matan en nombre de Dios, pero nadie está exento. Todos nos esforzamos en creer en un Dios que ama a todos, y que no es únicamente nuestra exclusiva deidad tribal. En efecto, parte de la razón histórica para el terrorismo religioso de hoy tiene que ver con nuestra antigua paranoia y cómo hemos proyectado nuestros propios resentimientos, miedos y odios en el Dios en el que creemos y en la religión que practicamos.
Pero Merton comparte también el secreto de cómo ir más allá de todo esto, de cómo dejar de proyectar nuestros propios resentimientos y miedos en Dios y en nuestras iglesias. ¿Su respuesta? Las cosas cambiarán cuando, en la raíz de nuestro ser, aceptemos que todos somos deudores y que la deuda es impagable. Entonces finalmente nos aceptaremos, no tendremos más resentimiento hacia los otros. Es sólo cuando experimentamos nuestra propia acogida que puede dejar fluir fuera de nuestras vidas aceptación y no juicio. Y entonces, y sólo entonces, podremos dejar que nuestro Dios sea también en Dios de otros.
En la raíz de nuestro resentimiento más profundo se asienta una gran inseguridad sobre nuestra acogida en el mundo y con ella el fracaso en el entender la naturaleza verdadera de Dios, que, dado que nos sentimos amenazados, creamos invariablemente un Dios y una religión que nos protege en contra los otros.