Desafiando la oscuridad con las luces de Navidad

¡Y así debía de ser! Encender una candela por una razón moral o religiosa (sea por protesta, por Janucá, por Adviento o por Navidad) es efectuar una declaración profética de fe y, en esencia, realizar una oración pública.

Por supuesto, esto puede ser duro de leer en el resplandor de millones de luces en los árboles de Navidad que vemos por todos sitios. ¿Por qué colocamos todas estas luces por Navidad? Una respuesta cínica sugiere que esto se realiza por motivos puramente comerciales. También, para muchos de nosotros, estas luces son simplemente una cuestión de estética, colorido y celebración, mayormente vacío de cualquier significación religiosa. Sin embargo, aun aquí, todavía continúa habiendo algo más profundo. ¿Por qué colocamos luces en Navidad? ¿Por qué iluminamos nuestros hogares y nuestras calles con luces de muchos colores en esta época del año?

Sin duda, lo hacemos por dar colorido, por celebración y por razones comerciales; pero lo hacemos también porque, más profundamente, eso expresa una fe, a pesar de lo primariamente que aún podría sentirse, de que en Cristo ha sido ganada una victoria final, y la luz ha vencido para siempre a las tinieblas. “La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no pueden vencerla”.

Nuestras luces de Navidad son, al fin, una expresión de fe y, en esencia, una oración pública. Sin embargo, todavía podríamos preguntar: ¿Con qué finalidad? ¿Qué diferencia puede suponer esto? Colocar luces como símbolo de fe puede parecer una cosa muy insignificante e ingenua de hacer frente a la aparente oscuridad dominante de nuestro mundo. Miramos nuestro mundo y vemos a millones sufriendo a causa de la guerra, a millones de refugiados en las fronteras del ancho mundo y a cientos de millones que sufren por escasez de alimentos. Igualmente, cuando conocemos que miles de personas mueren cada día por violencia doméstica, violencia de droga y violencia de pandilla, y cuando vemos tensión por doquiera dentro de nuestros gobiernos, nuestras iglesias, nuestras vecindades y nuestras familias, podríamos preguntarnos: ¿Qué diferencia marca nuestra hilera de luces o incluso todas las luces de Navidad que hay en el mundo?

Bueno, en palabras del difunto jesuita Michael Buchley, la oración es lo más necesario, precisamente cuando es estimada lo más inútil. Estas son palabras para enmarcar. Dada la magnitud de los problemas de nuestro mundo, dada la magnitud de la oscuridad que nos amenaza, ahora más que nunca, es una exigencia el que expresemos nuestra fe públicamente, como una oración. Ahora, más que nunca,  necesitamos mostrar públicamente que aún creemos que la fe es efectiva, que aún creemos en el poder de la oración y que aún creemos que, en Cristo, el poder de las tinieblas ha sido superado para siempre.

Esto está expresado admirablemente en un poema que John Shea inscribió en su tarjeta de Navidad este año:

Nuestros árboles de Navidad quieren hablarnos.
La extrema oscuridad de Diciembre puede cobrar su peaje y consolidar lo que nos aflige.
Nuestros árboles de Navidad solicitan disentir. Sus ramas están repletas, tupidas, enhebradas con luces.
El resplandor es desafiante.
Queremos un mundo perfecto.
Pero eso no es siempre lo que conseguimos.
Puede ser que experimentemos un tiempo catastrófico; una pandemia; salud amenazada; trabajo desmedidamente estresado; finanzas que se sumergen; relaciones conflictivas, y sociedad y mundo ligera o salvajemente locos.
            Nuestros árboles de Navidad relucen. Sus luces cuchichean:
“Dad su merecido a todas las cosas que os afligen, pero no les deis vuestra alma.
            Vosotros sois más que la oscuridad que os envuelve”.

Mientras luchaba por vencer el apartheid de Sudáfrica, el arzobispo Desmond Tutu sufría a veces el enfrentamiento del personal militar, que entraba a su iglesia mientras él estaba  predicando y mostraba llamativamente sus armas con el fin de intimidarlo. Él les sonreía y decía: “¡Me alegro de que hayan venido a unirse al lado ganador”! Al decir esto, no estaba aludiendo a la lucha del apartheid; aludía a la definitiva victoria que Cristo ha ganado para nosotros. La más importante de todas las batallas ya ha sido ganada, y nuestra fe nos coloca en el lado ganador. Nuestras luces de Navidad expresan esto, aunque puede ser que no nos demos cuenta de ello expresamente.

Karl Rahner escribió una vez que, por Navidad, Dios nos da el sagrado permiso de ser felices. La Navidad también nos asegura que tengamos motivos más que suficientes para ser felices a pesar de lo que aún podría suceder en nuestras vidas y en nuestro mundo. Podemos estar en actitud desafiante frente a todo lo que demanda que estemos abatidos. Nuestras luces de Navidad expresan ese desafío.
Ron Roheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

San Juan. Apóstol y evangelista.


 San Juan Evangelista

Gracias a: Rezando Voy. 

Mirando fijamente la luz. Artículo.

En su libro Kitchen Table Wisdom, Stories That Heal (Sabiduría de mesa de cocina: Historias que curan), la doctora en medicina y escritora Rachel Naomi Remen nos cuenta esta historia.

Cuando ella tenía 14 años de edad, consiguió un empleo de verano trabajando como voluntaria en una residencia de ancianos. Esto no le resultó fácil. Era joven, tímida y especialmente temerosa de las personas mayores. Un día, se le encargó estar una hora  visitando a una anciana de noventa y seis años que no había hablado durante más de un año y estaba aquejada de demencia severa. Rachel llevó consigo una cesta de cuentas de vidrio esperando que podría ocupar a la anciana con ella en el ensartado de esas cuentas. No iba a ser así.

Llamó a la puerta, no recibió respuesta, entró y vio a la mujer sentada en una silla mirando por la ventana. Se sentó en una silla al lado de la anciana y, de cuando en cuando, durante la siguiente hora procuró llamar su atención. Nunca lo consiguió. En palabras suyas, “el silencio del aposento era absoluto”. La mujer nunca reconoció su presencia, ni siquiera le dirigió la mirada y simplemente continuó mirando por la ventana.

Cuando sonó una campana para avisar que su hora con esta mujer había finalizado, Rachel se levantó para marcharse, se volvió hacia la anciana y preguntó: “¿Qué estabas mirando”? La mujer se volvió hacia ella y dijo: “Vaya, niña, estaba mirando la luz”. Rachel quedó desconcertada momentáneamente, no por algo extraordinario de esas palabras, sino por una extraordinaria expresión, una especie de arrobamiento, en el rostro de la anciana. Como niña de 14 años que era, Rachel no tenía la menor idea de lo que había detrás de esa extraordinaria expresión del rostro. Tardaría años en llegar a saberlo.

Continuó hasta llegar a ser doctora en medicina, pediatra, que ayuda a dar a luz. Cuando ayudó a dar a luz a su primer bebé y el recién nacido abrió sus ojos, vio en el rostro de aquel bebé la misma expresión que había visto, todos aquellos años antes, en el rostro de la anciana. Aquel bebé también estaba mirando la luz, sin comprender, mudo, en una especie de arrobamiento, con sus ojos clavados en una luz que nunca antes había visto.

¿Cuál es la semejanza entre la expresión del recién nacido que abre sus ojos por primera vez y la expresión de una persona mayor que mira fijamente la luz? La idea de Rachel Remen lo capta.

En esencia, si vives bastante tiempo, llegará un momento en el que tus viejas maneras de conocimiento ya no te servirán, tu corazón se verá forzado a mirar más allá de sus heridas, todas tus viejas seguridades se desmoronarán y te quedarás desamparado mirando fijamente una luz muy diferente. Esto cambiará radicalmente tu mirada, te privará de casi todo lo que solía tener sentido, te volverá infantil de nuevo y te dejará mudo, mirando silenciosamente lo desconocido, su llamativa luz. ¿Por qué? ¿Qué está sucediendo aquí?

Cuando nace un bebé, abandona un lugar que es pequeño, limitado y oscuro, pero protector, nutritivo y seguro. Deja también el único lugar que siempre ha conocido y no puede tener la menor idea de lo que le aguarda después del nacimiento. Verdaderamente, si pudiera pensar conscientemente, sin duda encontraría difícil creer que algo, incluso su madre (a la que nunca ha visto), existe fuera del vientre. De aquí,  la expresión del rostro de un bebé cuando abre sus ojos por primera vez y mira la luz: temor, turbación, arrobamiento.

Nacemos de un vientre y entramos a otro. Vivimos en un segundo vientre, nuestro mundo, que es algún tanto más grande, algo menos limitado y un poco menos oscuro, y que, como el vientre de nuestra madre, ofrece protección, nutrición y seguridad. Durante casi todas nuestras vidas, este segundo vientre nos sirve bien, dándonos lo que necesitamos. Cuando somos jóvenes, sanos y fuertes, parece poco razonable cambiar nuestra mirada hacia alguna otra luz. El vientre en el que estamos viviendo está suministrando suficiente luz. A la vez, es el único lugar que conocemos. En verdad, confiados a la naturaleza y a nosotros mismos, no tenemos la menor seguridad de que haya algún lugar más allá.

Además, compartimos esto también con un bebé en el vientre. Desde el momento de su concepción, un bebé ya tiene, codificado en su cuerpo y alma, la exigencia de su inminente nacimiento. Llega un momento en que tiene que nacer en un mundo más amplio. Así es también para nosotros. De igual modo, tenemos la exigencia de un inminente nacimiento desde nuestro actual vientre codificado en nuestro cuerpo y nuestra alma. Por consiguiente, junto con un bebé no nacido en el vientre, compartimos también una cierta “demencia” por una luz más amplia.

En un poema titulado El anhelo sagrado, Johann Wolfgang von Goethe expresó esto poéticamente:

Ahora ya no estás capturado.
En la obsesión con la oscuridad
y un deseo por hacer el amor más alto,
te barre hacia arriba
.
La distancia no te hace titubear,
ahora, llegando mágicamente, volando,
y finalmente, loco por la luz,
eres una mariposa y te has marchado.

Ron Roheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -