En la tarde del 20 de enero de 1902, salía majestuosamente del puerto de La Habana (Cuba), con rumbo a La Coruña (España), el transatlántico Alfonso XIII.
Durante el trayecto, se presentó el horizonte completamente cerrado por densa lluvia, y el buque, bajo la influencia de la corriente del Golfo, navegó con grandes precauciones. A pesar de todo, al amanecer del día 21, se observó, con espanto de la tripulación, que el buque varaba; había sido empujado por la corriente del Golfo hacia el arrecife Molasses, de la costa de La Florida.
Cuando los ochocientos pasajeros que iban a bordo se dieron cuenta de la inutilidad de las maniobras ensayadas para ponerlo a flote, cundió entre ellos un pánico indescriptible, desarrollándose patéticas escenas. Tras varias horas de terrible angustia sin poder pedir auxilio, pues en aquellas fechas no funcionaba aún la radiotelegrafía, acertó a pasar cerca del Alfonso XIII, el vapor noruego Diana, cuyo capitán ofreció dar remolque mediante la entrega de diez mil pesos. Apretado por la necesidad, aceptó el capitán del Alfonso XIII tan onerosas condiciones y después de romperse por tres veces consecutivas el recio calabrote de acero, no se pudo lograr nada, quedando el transatlántico como antes estaba, empotrado en medio de las rocas; en vista de lo cual, se marchó el Diana, desentendiéndose del salvamento.
Tras nuevas e inútiles tentativas, mandó el capitán aligerar el cargamento y se echaron al mar mil quinientos sacos de garbanzos, pero el buque no se movió siquiera; entretanto, se vio rodeado de numerosas embarcaciones de pequeño porte tripuladas por los vaqueros, especie de piratas costeños que acechan en todo naufragio o catástrofe marítima, y a los que hubo que alejar haciendo continuos disparos.
La situación se agravaba por momentos, porque ya tenía lugar entonces la bajamar; y en tan grande apuro se tuvo el feliz acuerdo de recurrir al Cielo en demanda de socorro. Se anunció la celebración de la Santa Misa, a la que asistieron con gran devoción todos los de a bordo, y ¡oh prodigio!, en el solemne momento en que el sacerdote alzaba la Hostia sacrosanta, el Alfonso XIII empezó a deslizarse suavemente por encima del arrecife, como si la fuerza invisible de una legión de ángeles lo empujara, y los tripulantes, al ver flotar ileso en alta mar al hermoso transatlántico, entonaron un hosanna al Sagrado Corazón de Jesús en el Santísimo Sacramento del altar.
Después de reconocido minuciosamente, cerciorado el capitán de que el casco del buque no había experimentado el menor desperfecto, prosiguió su viaje, llegando felizmente al puerto de La Coruña.
Fuente: D. Manuel Deschamps, capitán del buque trasatlántico Alfonso XIII / Noticia publicada por la Prensa de La Coruña en junio de 1902, y reproducida por Web católico de Javier