Uno de los mayores riesgos del cristianismo actual es ir pasando poco a poco de la «religión de la Cruz» a una «religión del bienestar». Insistir en el amor incondicional de un Dios Amigo no ha de significar nunca fabricarnos un Dios a nuestra conveniencia, el Dios permisivo que legitime una «religión burguesa» (.Johann Baptist Metz). Ser cristiano no es buscar el Dios que me conviene y me dice «sí» a todo, sino el Dios que, precisamente por ser Amigo, despierta mi responsabilidad y, más de una vez, me hace sufrir, gritar y callar.
Descubrir el evangelio como fuente de vida y estímulo de crecimiento no significa entender la fe cristiana como una «inmunización» frente al sufrimiento. El evangelio no es un complemento tranquilizante para una vida organizada al servicio de nuestros fantasmas de placer y bienestar. Cristo hace gozar y hace sufrir, consuela e inquieta, apoya y contradice. Sólo así es camino, verdad y vida.
Creer en un Dios Salvador que, ya desde ahora y sin esperar al más allá, busca liberamos de lo que nos hace daño, no ha de llevarnos a entender la fe cristiana como una religión de uso privado al servicio de los propios problemas y sufrimientos. El Dios de Jesucristo nos pone siempre mirando al que sufre. El evangelio no centra a la persona en su propio sufrimiento sino en el de los otros. Sólo así se vive la fe como experiencia de salvación.
En la fe como en el amor todo suele andar muy mezclado: la entrega confiada y el deseo de posesión, la generosidad y el egoísmo. «El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí la encontrará». «Llevar la cruz» era parte del ritual de la crucifixión. Su objetivo era que el condenado apareciera ante la sociedad como culpable, un hombre indigno de seguir viviendo entre los suyos. Todos descansarían viéndolo muerto.
Los discípulos trataban de entenderlo. Jesús les venía a decir más o menos lo siguiente: «Si me seguís, tenéis que estar dispuestos a ser rechazados. Os pasará lo mismo que a mí. Compartiréis la suerte de los crucificados. Con ellos entraréis un día en el reino de Dios». Llevar la cruz no es buscar «cruces», sino aceptar la «crucifixión» que nos llegará si seguimos los pasos de Jesús. Así de claro.
Jesús no quería ver sufrir a nadie. El sufrimiento es malo. Jesús nunca lo buscó ni para sí mismo ni para los demás. Al contrario, toda su vida consistió en luchar contra el sufrimiento y el mal que tanto daño hace a las personas: las injusticias, la soledad, la desesperanza o la culpabilidad. Así fue Jesús: un hombre dedicado a eliminar el sufrimiento, suprimir injusticias y contagiar fuerza para vivir.
Pero buscar el bien y la felicidad para todos trae muchos problemas. Jesús lo sabía por experiencia. No se puede estar con los que sufren y buscar el bien de los últimos, sin provocar el rechazo y la hostilidad de aquellos a los que no interesa cambio alguno. Es imposible estar con los crucificados y no verse un día «crucificado».
Estamos viviendo tiempos difícíles, nos ha tocado de cerca la fragilidad y fatalidad del Ser humano y son tiempos no de arrugarse sino de poner a prueba nuestra fe, y no precisamente porque estamos mejor equipados y con más medios y conocimientos que otros sino porque confiamos más y sabemos que nuestro Dios está con nosotros…con los que más sufren, eso hizo Nuestro Señor y a eso nos invita. Comentario al Evangelio del Domingo por Fermín Rodríguez Sampedro S.J.