¿De dónde vienen estos deseos? ¿Por qué son tan insaciables? ¿Cuál es su significado?
Siendo yo joven, los catecismos católicos con los que era instruido y los sermones que oía predicar desde el púlpito respondían en realidad a esas preguntas, pero en un vocabulario demasiado abstracto, teológico y clerical como para afectarme mucho existencialmente. Me dejaban teniendo la sensación de que había una respuesta, pero no una que me sirviera de ayuda. De este modo, sufrí en silencio la soledad y la impaciencia. Además, me atormentaba porque percibía que era pernicioso sentir de la manera que lo sentía. Mi instrucción religiosa, aun siendo rica, no ofrecía ninguna benevolente sonrisa de parte de Dios en mi inquietud e insatisfacción. La pubertad y la consciente agitación de la sexualidad empeoraron las cosas. Entonces, no sólo estaba inquieto e insatisfecho, sino que los crudos sentimientos y fantasías que me acosaban eran considerados positivamente pecaminosos.
Ese era mi estado mental cuando ingresé en la vida religiosa y en el seminario inmediatamente después de la enseñanza secundaria. Desde luego, la inquietud continuó; pero mis estudios filosóficos y teológicos me dieron una comprensión de lo que tan implacablemente estaba agitándome dentro y me dieron sagrado permiso para estar conforme con eso.
Todo empezó en mi año de noviciado, un día, con una charla de un sacerdote visitante. Nosotros éramos novicios, la mayoría de nosotros en nuestros últimos años de adolescencia; y, a pesar de nuestro compromiso con la vida religiosa, estábamos comprensiblemente inquietos, solitarios y cargados de tensión sexual. Nuestro visitante empezó su conferencia con una pregunta: “Chavales, ¿estáis un poco inquietos? ¿Os sentís un poco encerrados aquí?” Nosotros movimos la cabeza en señal de afirmación. Él continuó: “¡Bueno, deberíais estarlo! ¡Debéis estar saltando fuera de vuestras pieles! ¡Toda esa joven energía, hirviendo dentro de vosotros! ¡Os debéis de estar volviendo locos! ¡Pero está bien, eso es lo que debéis estar sintiendo si estáis sanos! Es normal, es bueno. ¡Sois jóvenes; esto va mejor!”
Oyendo esto, algo quedó liberado dentro de mí. Por primera vez, en un lenguaje que me hablaba genuinamente, alguien me había dado sagrado permiso para estar en casa dentro de mi propia piel.
Mis estudios de literatura, teología y espiritualidad continuaron dándome ese permiso incluso cuando me ayudaron a formar una visión como por qué estos sentimientos estaban en mí, cómo tomaban sus orígenes y significado en Dios y cómo estaban lejos de ser impuros y perniciosos.
Volviendo sobre mis estudios, algunas notables personas sobresalen al ayudarme a entender la rudeza, insaciabilidad, significado y extrema bondad del deseo humano. El primero fue san Agustín. La ahora famosa cita con la que empieza su libro Confesiones: Nos has hecho para ti, Señor, y nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en ti, me ha servido siempre como llave para enlazar junto todo lo demás. Con eso como mi secreto para la síntesis, encontré este axioma en Tomás de Aquino: El objeto adecuado del entendimiento y la voluntad es todo ser como tal. Eso podría sonar abstracto, pero incluso teniendo veinte años, comprendí su significado: En resumen, ¿qué necesitarías experimentar para decir finalmente ‘basta’, estoy satisfecho? Aquino responde: ¡Todo! Más tarde, en mis estudios, leí a Karl Rahner. Como Aquino, él también puede parecer desesperadamente abstracto cuando, por ejemplo, define a la persona humana como potencia obediencial que vive en una entidad sobrenatural. ¿Sí? Bien, esencialmente lo que quiere decir con eso puede ser traducido en un simple consejo que él ofreció una vez a un amigo: En la angustia de la insuficiencia de todo lo accesible, aprendemos por fin que aquí, en esta vida, no hay ninguna sinfonía acabada.
Finalmente, en mis estudios me encontré con la persona y el pensamiento de Henri Nouwen. Él continuó enseñándome lo que significa vivir sin conseguir nunca gozar de la sinfonía acabada, y articuló esto con un único genio y en un vocabulario fresco. Leer a Nouwen es como ser presentado a ti mismo, mientras aún permanecen dentro todas tus sombras. También ayuda a darte la opinión de que es normal, sano, y no impuro ni culpable el sentir todas esas salvajes agitaciones con sus acompañantes tentaciones dentro de ti mismo.
Cada uno de nosotros es un manojo de eros en gran medida sin domesticar, de deseo salvaje, anhelo, impaciencia, soledad, insatisfacción, sexualidad e insaciabilidad. Necesitamos que nos den sagrado permiso para saber que esto es normal y bueno porque es lo que todos nosotros sentimos, a no ser que estemos en una depresión clínica o hayamos reprimido durante mucho tiempo estos sentimientos que ahora son expresados sólo negativamente de maneras destructivas.
Todos nosotros necesitamos a alguien que venga a visitarnos en nuestro particular “noviciado”, que nos pregunte si estamos dolorosamente inquietos; y, cuando asintamos con nuestras cabezas, diga: “¡Bien! ¡Se supone que sentís de esta manera! ¡Eso significa que estáis sanos! ¡Sabed también que Dios está sonriendo a esto!” Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -