Edith Stein, Teresa Benedicta de la Cruz, nació el día del Kippur, día festivo para los hebreos, y en Breslavia Alemania, el 12 de octubre de 1891, en el seno de una familia hebrea. Edith fue la última de once hijos. A los dos años de edad, muere su padre. Hizo sus primeros estudios y el Bachillerato en su ciudad natal con calificaciones siempre sobresalientes. En la Universidad de Breslau estudia, de 1911 a 1913, Germanística, Historia, Psicología y Filosofía. En 1913 se traslada a Göttingen para seguir sus estudios de filosofía siendo discípula de Edmund Husserl, un hebreo y no creyente, genio filosófico de su tiempo, haciendo el exámen de Licenciatura con calificación sobresaliente en 1915. Durante este período, llega a un ateísmo casi total, pues abandonó la fe y las prácticas religiosas. Estalla en 1914 la primera guerra mundial y Edith trabaja como enfermera voluntaria siendo enviada a un hospital del frente. Después de ese infatigable trabajo, hace el examen de doctorado en la Universidad de Freiburg, con la calificación Summa cum laude. Cuando contaba con 32 años enseña en la escuela de formación de maestras de las dominicas de Santa Magdalena en Espira. Además de las clases, escribe, traduce y da conferencias sobre la cuestión femenina y sobre la educación católica que la llevarán por diversas ciudades de Alemania y por los países limítrofes. A los 41 años, es profesora en el Instituto Alemán de Pedagogía científica en Münster. Su fama de conferenciante traspasa las fronteras de Alemania y es invitada a hablar en Francia y Suiza. Desde su conversión deseó entrar en el Carmelo a pesar de la oposición de la familia, y su deseo se vio cumplido el 14 de octubre de 1933, a los 42 años, ingresando en el Carmelo de Colonia. Aquí cambia su nombre por el de Teresa Benedicta de la Cruz. Su familia hebrea, rompe con ella. El 21 de abril de 1935, domingo de Pascua de Resurrección, emite sus votos religiosos y tres años después, aquél mismo día, sus votos perpetuos. Su vida será ya una Cruz convertida en Pascua. Dentro del convento, por orden del Provincial, continúa sus estudios científicos. A medida que el nazismo se consolida en el poder su condición de judía es una amenaza para ella y para la comunidad. El día 31 de diciembre de 1938 emigra a Holanda y se establece en el convento de Echt. Aquí la encomiendan, entre otros trabajos, un estudio sobre San Juan de la Cruz, y escribe La ciencia de la Cruz. El día 2 de agosto de 1942 es detenida por la Gestapo, junto con su hermana Rosa, también convertida al catolicismo, y llevada con otros religiosos y religiosas al campo de concentración de Amersfoort. Luego, en la noche entre el 3 y el 4 de agosto, los presos fueron trasladados al campo de Westerbork, situado en una zona completamente deshabitada al norte de Holanda. El 9 de agosto de 1942, llegaba en el tren de la muerte al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Por su edad (51 años cumplidos), su baja estatura, sin signos externos de robustez, en la mentalidad nacista, no servía para trabajos forzados.
La llevaron a la barraca 36, siendo marcada con el Nº 44.074 de deportación, para morir mártir de la fe cristiana a los 51 años de edad, en la casita blanca, víctima del Ciclón B: Ácido Cianhídrico; durante la persecución nazi, ofreciendo su holocausto por el pueblo de Israel. La ducha anunciada, en vez del agua deseada, emanó el tóxico ciclón B de la muerte casi instantánea. Su cuerpo sin vida fue calcinado con leña (todavía estábamos en agosto de 1942). No hay tumba. Las cenizas o huesos de la Hna. Edith se arrojaron en el campo adyacente. Hoy es un verde campo con cruces que plantan allí los grupos de peregrinos. Mujer de singular inteligencia y cultura, ha dejado numerosos escritos de elevada doctrina y de honda espiritualidad. En 1962 se inició su proceso de beatificación. Teresa Benedicta de la Cruz dramática síntesis de nuestro tiempo, Mujer hija de Israel, Mártir por la fe en Cristo, y Víctima del exterminio judío, fue beatificada por Juan Pablo II en Colonia, el 1 de mayo de 1987. Su fiesta se celebra en el Carmelo Teresiano el 9 de agosto. El Papa Juan Pablo II canonizó a la judía, filósofa, monja, mártir y beata, Teresa Benedicta de la Cruz de la Orden del Carmelo, el 11 de Octubre de 1998 en la Basílica de San Pedro en Roma. Fuente
Querida Edith: Siempre he intentado imaginar lo que debió de ser para ti, judía, la experiencia del encuentro con Jesús, el Hijo de Dios nacido de María, una mujer como tú, de tu estirpe. Me parece que debió de suponer una conmoción y una alegría inexpresables y, sobre todo, una atracción irresistible. Lo revela la respuesta que te vino espontánea cuando tu madre, dolorida, intentaba convencerte de que se podía ser profundamente religiosa, "devota", también en el judaísmo: "Cierto", respondiste, "si no has aprendido a conocer a otro". Tú habías aprendido a conocer a aquel Otro a quien nadie se le puede comparar: al Dios hecho hombre en el seno del pueblo judío. Y ya no te era posible pensar tu vida sin él.
Edith, no todos lo pueden comprender... Es menester haber pasado por la misma experiencia para que no nos parezca absurdo lo que hiciste... "!Vamos, venga, por nuestro pueblo!", le dijiste a tu frágil hermana para animarla. Para ti, la muerte no era un sufrimiento, sino ofrecer la vida unida a Cristo, que se había vuelto tu vida. Habías nacido el gran día del Kippur... Te sentías predestinada a la expiación. "!Vamos, Rosa, por nuestro pueblo!" Asumiendo a todos los de tu carne y sangre, transformaste en un magno holocausto de propiciación la hoguera exterminadora.
Eras, como Jesús, el manso cordero que cargaba sobre sí los pecados de todos para destruir el odio humano en el fuego de la caridad divina. Gran misterio en verdad el silencio y la impotencia de Dios en aquella hora trágica de la historia de tantos pueblos, y en particular de tu pueblo, el elegido, siempre amado, a pesar de haberlo trabajado tanto, pasado por el fuego como se purifica el oro en el crisol. Un misterio que impone silencio y reflexión en la humilde adhesión de fe. Ahora bien, a casi sesenta años de aquellos acontecimientos, el recuerdo de la Shoa se ha despertado; se habla y se escribe mucho de ella, tal vez incluso demasiado, con dolor e indignación, no siempre sin mantener y suscitar resentimientos y deseos de venganza.
Es, en efecto, demasiado inconcebible e inaceptable la iniquidad cometida: un hecho que ha herido de muerte no sólo a millones de judíos, sino a toda la humanidad y, ante todo, el corazón del mismo Dios. Sí, ante todo, el corazón de Dios, porque si no intervino para impedirlo tal vez sea justo pensar que él mismo participaba de la tragedia, él mismo era sacrificado de nuevo en aquellos por los cuales, cuando vino al mundo, se despojó de su propia gloria y poder. Edith, tú ahora ya sabes, ya comprendes lo que para nosotros sigue estando todavía oscuro...
Al escribir a los romanos, Pablo prorrumpía en una declaración que demuestra la medida en la que se sentía todo de Cristo y, al mismo tiempo, todo de su pueblo: "... siento en el corazón un gran dolor y un sufrimiento continuo". Cada vez que vuelvo a oír estas palabras del apóstol me siento presa de una inmensa conmoción y me parece que yo misma estoy invadida por esos atormentadores sentimientos. Por consiguiente, puedo imaginar un poco, Edith, lo que fue tu martirio de conciencia antes incluso de ser llevada, como cordero mudo, al lugar del exterminio.
Y así fue, probablemente, para los otros judíos perseguidos a los que Jesús se manifestó de modo inequívoco. También hoy, en el trabajo que sigue atravesando la historia de nuestros pueblos, queda transfigurado el dolor por quien se ofrece, de una manera espontánea, como hizo Jesús, impulsado únicamente por el amor y, por consiguiente, perdonando (A. M. Cánopi, Lettera a Edith, Cásale Monf. 2000). santaclaradeestella