¿De quién será lo que has preparado?

 



Domingo XVIII del Tiempo Ordinario

Un hombre le dice a Jesús: "Maestro, di a mi hermano que reparta conmigo la herencia" (v. 13). Una mujer le había pedido que interviniera ante su hermana: "Dile, pues, que me ayude" (Lc 10,40). Dos contextos diferentes, pero una petición análoga. En ambos casos se niega Jesús a hacer de "mediador". Sin embargo, aprovecha la ocasión para dar al hombre y a la mujer una lección referente, en el fondo, a la misma "preocupación", que puede presentarse con formas diferentes: "La semilla que cayó entre cardos se refiere a los que escuchan el mensaje pero luego se ven atrapados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a la madurez" (Lc 8,14). Aquí, los cardos que amenazan con apagar la vida del hombre son la "avaricia", la avidez del tener. Jesús nos indica el motivo por el que debemos evitarla: porque "la vida no depende de las riquezas" (v. 15). Lo explica con una parábola donde quien ha alcanzado la abundancia y proyecta gozar de ella -"descansa, come, bebe y pásalo bien" (v. 19)- de repente se ve privado de la vida, con una amarga consecuencia: "!Insensato! [...] Para quién va a ser todo lo que has acaparado?" (v. 20). Se repite la triste situación vista ya por Qohélet (2,21): "Porque hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto y tiene que dejar su heredad a quien no la ha trabajado. También esto es vanidad y grave daño".

Los bienes, y la vida para obtenerlos y gozarlos, son ambos "un don de Dios" (Ecl 5,17ss). Ese hombre ha hecho las cuentas para él solo, no "ante Dios". Ha olvidado al dueño de la vida y se ha encerrado en la abundancia de los bienes. Ésta ha demostrado ser incapaz de garantizarle la vida, que está en las manos de Dios. Sólo él es la roca sobre la que es posible apoyarse. Dios establece también los criterios de cómo usar la riqueza: los tiene en cuenta quien se enriquece "ante Dios", se olvida de ellos el que acumula tesoros "para sí" (12,21).

En esta parábola, "un hombre rico" (v. 16) olvida la dimensión vertical de la vida. En Le 16 aparecen otras dos parábolas que ilustran la dimensión horizontal de la riqueza: uno la usa en beneficio del prójimo y el otro la goza olvidando a los pobres. Un hombre rico tenía un administrador astuto, que pensó tiempo atrás qué haría cuando fuera despedido y, haciendo descuentos a los deudores de su dueño, se aseguró el futuro: con ello se muestra que haciendo el bien a los otros con las riquezas puestas a nuestra disposición nos aseguramos un porvenir feliz junto a Dios. El otro "hombre rico" es el epulón, que no se da cuenta del pobre Lázaro que está a la puerta de su casa y pretende en el más allá que Lázaro sobrevuele por encima del abismo para venir a refrescarle la lengua.

 Gracias a: Rezando Voy,Santa Clara de Estella y Ciudad Redonda