Donde está vuestro tesoro, allí está vuestro corazón.





Domingo XIX del Tiempo Ordinario

La página evangélica de esta liturgia de la Palabra comienza con una de las más bellas declaraciones de Jesús (w. 32-34). De ella podemos obtener luz para nuestro camino de fe y consuelo para nuestra esperanza de peregrinos. La invitación a no temer y el hecho de tratarnos de "pequeño rebaño", además de la idea del "tesoro" que atrae nuestro corazón, nos las ofrece Jesús como otras tantas verdades capaces de garantizar nuestra fidelidad a la alianza.

Después de habernos tratado por lo que somos, pero, sobre todo, después de habernos indicado lo que complace a Dios, nuestro Padre (su complacencia consiste en hacernos participar en su Reino), Jesús nos confía algunas recomendaciones, que podemos resumir en la actitud de vigilancia. Vigilar, en la jerga bíblica, es una actitud que corresponde a los siervos frente a su señor, e implica expectativa del retorno del Señor, prontitud para recibirle cuando llegue, disponibilidad total en el servicio, plena docilidad a sus mandamientos y, por último, alegría de participar, aunque sea como siervo, en la alegría de las bodas del Señor. "Tened ceñida la cintura, y las lámparas encendidas" (v. 35): si la consideramos bien, no se trata de una invitación genérica a una fidelidad igualmente genérica, sino de un deseo vigoroso por parte del Señor de tener a su lado y en su séquito "siervos buenos y fieles", que no se cansen inútilmente ni se instalen en cómodas posiciones ni, mucho menos, se distraigan del objeto de su espera. Al contrario, sabiendo que el Señor viene cuando menos se le espera, viven el tiempo de la vigilancia y de la espera con ansia extrema y santo temor de Dios. En efecto, aunque los siervos no conocen la hora del regreso, sí conocen la voluntad del señor y saben que es una persona buena e indulgente, pero, al mismo tiempo, justa y exigente.

 Gracias a: Rezando Voy,Santa Clara de Estella y Ciudad Redonda