He venido a arrojar un fuego sobre la tierra

 



Domingo XX del Tiempo Ordinario

Esta página, en el contexto del capítulo 12 del evangelio de Lucas, está también al servicio del gran tema de la espera. El cristiano, para poder decir que vive realmente esperando a Aquel que viene, no sólo debe adoptar las actitudes de la vigilancia (Lc 12,35-40) y de la fidelidad (Lc 12,41-48), sino que también debe darse cuenta del carácter trágico del momento que está viviendo: éste es el tema de la liturgia de la Palabra de hoy (Lc 12,49-53), al que el evangelista le añade el otro tema, igualmente importante, de la obligación de discernir los llamados "signos de los tiempos", una tarea de la que el cristiano no puede sustraerse en absoluto.

El carácter trágico de la espera lo expresa Lucas con las imágenes del fuego y del bautismo: Jesús expresa su vivo deseo de pasar a través de las aguas purificadoras del sacrificio de la cruz y de este modo se presenta como el modelo al que debemos atender y adecuarnos como creyentes. En efecto, de nada valdría darse cuenta del carácter trágico del momento histórico si no nos decidiéramos a seguirle a él con las mismas intenciones y con la misma determinación que le sostuvieron durante toda su vida terrena. Yendo más allá de las imágenes, Jesús concede a sus discípulos una nueva posibilidad de interpretar el sentido de su presencia en el mundo: "Creéis que he venido a traer paz a la tierra? Pues no, sino división" (v. 51). No podría haber palabras más claras para hacernos comprender el carácter dramático del momento, tanto para nosotros como para él.

No obstante, para sostener esta descomunal tarea, Jesús ofrece a la gente de su tiempo una clave de lectura, con la finalidad de vencer una serpenteante y difusa "ignorancia y ofrecer un criterio hermenéutico seguro para la lectura de los "signos de los tiempos". El tono de estas palabras de Jesús es, en verdad, un tanto polémico: Jesús no se ocupa aquí de la ciencia meteorológica, en aquel tiempo tal vez menos desarrollada que en nuestros días, sino que pone de manifiesto la distancia que existe entre ésta y el verdadero conocimiento de este  tiempo, enriquecido con la presencia de Jesús y, por ello, decisivo para la salvación. Para Jesús, la de sus interlocutores no es sólo incapacidad, sino que es hipocresía, porque los signos están ahí -y clarísimos-; sin embargo, muchas personas de su tiempo, como del nuestro, se niegan a verlos e interpretarlos. Los signos del tiempo, en efecto, se dejan captar y comprender no en el sol, en la luna y en las estrellas, sino en la vida de Jesús, sobre todo en su misterio pascual. Y quien no posee esta clave de lectura nunca conseguirá captar el sentido de la historia.



 Gracias a: Rezando Voy,Santa Clara de Estella y Ciudad Redonda