Las aguas turbulentas de la actualidad. Artículo.

Andamos con aguas turbulentas bajo el puente de la historia de nuestros días. No hay momento en el que no nos sobresalte la penúltima noticia del escándalo político de turno, del ademán de dictadura totalizadora, de la mentira obscena de quien exhibe sin despeinarse sus tramposas aspiraciones que jamás declara. Y cunde el desánimo en una sociedad casi narcotizada por tanta lluvia tóxica que impide la legítima defensa, la valiente toma de conciencia, la reacción serena de una alternativa deseada.

Parece que se cumple lo que decía el sociólogo Gilles Lipovetsky, cuyos títulos provocativos ya nos señalarían el escenario crítico y sórdido en el que nos movemos actualmente: 'una era del vacío' donde el individualismo nos aísla y enfrenta, una 'ética indolora' en la que haciendo las cosas mal, ha dejado de dolernos en la conciencia sin que aparentemente pase nada, entrando así en el 'imperio de lo efímero' siendo engullidos por una moda pasajera que nos enajena y engaña. Sería la más corrosiva construcción de una sociedad sin el fundamento firme de la roca, como advertía Jesús en su célebre parábola (Mt 7, 21-27), haciendo un mundo verdaderamente líquido como ha repetido hasta la saciedad Zigmunt Bauman, tan falto de solidez que termina siendo gaseoso.

Corremos ese riesgo de habituarnos a esta deriva política, que ya ni siquiera advertimos el momento preocupante y crítico que vivimos, haciéndonos vulnerables inadvertidamente hasta convertirnos en 'zombis' de un vulgar Halloween sin percatarnos de nuestra orfandad desahuciada y terminal. Por este motivo la presencia y la palabra de la Iglesia resulta nefanda e insoportable a algunos de nuestros observadores políticos o plumillas mediáticos. Y no tardan en responder destemplados, con mensaje sincronizado desde sus variadas tribunas y titulares, cada vez que un cristiano –máxime si además es obispo– toma la palabra para decir con mesura de juicio, con templanza literaria, pero con audacia profética llamando a las cosas por su nombre, que algunos no soportan tener que escuchar.

El mutismo y la invisibilidad es lo que desean algunos como escenario de la presencia cristiana en toda la trama social: en la cultura, las artes varias, la opinión pública y publicada, los debates éticos y políticos, los desafíos sociales y culturales, etc. Como mucho se nos permitiría seguir respirando en alguna sacristía recoleta o en algún anfiteatro virtual mientras desamortizan nuestro espacio para otro tipo de sainetes de imperativo popular con derecho al campanario si el aforo de marras fuese estrecho o ineficaz. Pero resulta que tenemos el derecho y el deber de acercar también nuestra palabra, esgrimir nuestras razones, exponer nuestras reservas ponderadas o nuestra crítica constructiva en la edificación de la ciudad secular de la que también nosotros formamos parte. Por este motivo, no aceptamos las nuevas catacumbas que algunas siglas políticas y sus terminales mediáticos nos imponen sin más, confinándonos allí como apestados, sin voz ni voto, empujándonos a la inanidad.

Llevamos años con una gestión política en tantos sitios que no nos ha dejado indiferentes, y que sigue queriendo arrancar y deconstruir toda huella que tenga una inequívoca referencia al acontecimiento cristiano. Hay modelos de gobernanza que pesan en nuestra conciencia ciudadana y en nuestra visión cristiana de la vida, cuando en estos años llenos de sobresaltos, hemos podido contemplar recortes que soslayan las libertades censurándote e imponiéndote una cosmovisión de la sociedad que determina tantas cosas. Lo verificamos en España, en otros lares europeos a través de sus instituciones legislativas y parlamentarias, y en los países hermanos de la América hispana que se han deslizado hacia el populismo (Cuba, Nicaragua, Venezuela, México, Ecuador, etc.) con el carácter marxista e indigenista de una falsa liberación que venimos comprobando.

El gran escritor inglés Thomas Stern Eliot, hablaba de lo que sucede cuando el hombre abandona a Dios: que siempre le quedarán tres ídolos a los que seguir dando culto, a los que de tantos modos continuar adorando. Él señalaba estos tres: el poder, el dinero y la lujuria. Toda una proclama de los males que nos aquejan en estos días revueltos con políticos corruptos y mendaces que quedan retratados en esta fotografía del derrumbe de los imperios de la vanidad ensoberbecida y la frívola ambición. Es lo que mayormente me viene a la mente cuando me asomo cada día a lo que en el escenario más local o en el más internacional constatamos como deriva de un derrotero en el que los valores sólidos desde lo que hemos construido nuestra sociedad y nuestra civilización, está quedando dilapidada por la ansiedad del poderío con cualquier maña sin rubor, de la riqueza a cualquier precio consumista, del placer en cualquier perversión inconfesable (poder, dinero y lujuria). Lo decía un teólogo contemporáneo, Henri de Lubac: cuando hacemos un mundo sin Dios, lo hacemos contra el hombre. Verdadera impronta de lo que estamos asistiendo como escenario terrible de actualidad.

Sabemos que los estados pueden ser aconfesionales, pero las personas siempre seremos creyentes. Puede parecer presuntuosa esta afirmación, pero bien pensada creo que es incontestable. Porque todos tenemos una relación con Dios lo queramos o no: para confesarlo con la fe o para censurarlo desde la ideología. En este sentido no hay creyentes y ateos, sino creyentes e idólatras, es decir, creyentes en el verdadero Dios o idólatras de los dioses falsos, como señalaba Eliot. Cada uno sabe luego qué fruta prohibida consume, qué torres de Babel indebida levanta o qué becerros de oro adora… para llegar a ser como Dios, vieja y única tentación humana que se verifica en las dictaduras de los mandamases sin escrúpulos que sólo quieren perpetuar sus poltronas y controles a base de mentiras tramposas e injusticias avasalladoras sin entrañas. Lástima que jamás reparen en el daño que hacen a la sociedad, pudriendo las democracias con la decadencia infame que ellos introducen en su demencial uso y abuso de las reglas de juego que amañan a su favor.

Por este motivo la memoria cristiana será siempre subversiva para quienes tienen una idea totalitaria y excluyente: ante la familia que confunden y destruyen, ante la vida que siegan en cualquiera de sus tres tramos (naciente, creciente y menguante), ante la libertad que pervierten con leyes liberticidas. Memoria cristiana que ama la belleza, no traiciona la verdad, ejerce la bondad y está abierta a la transcendencia. Es normal ante este panorama que los cristianos pidamos la palabra y ofrezcamos nuestro testimonio, aunque irrite y soliviante a quienes no pueden controlarnos. En ello estamos. Paz y bien. Jesús Sanz Montes, OFM. Arzobispo de Oviedo. Fuente:ABC Biografía: Fr. Jesús Sanz Montes, ofm Arzobispo de Oviedo

Tu fe te ha curado.

 



       Domingo XXX tiempo ordinario


Quién es Jesús? y, en consecuencia, quién es el discípulo? Estas preguntas constituyen el eje del evangelio de Marcos; los diferentes episodios del camino hacia Jerusalén permiten intuir de un modo cada vez más claro la respuesta, y la perícopa de hoy -que precede al relato de la entrada de Jesús en la ciudad santa- nos ofrece importantes indicaciones. Bartimeo es un ciego que está sentado para mendigar en el camino, en los márgenes de la vida. La noticia del paso de Jesús hace renacer la esperanza en él, y grita para atraer la atención del rabí, invocándole con el título mesiánico de "hijo de David". De este modo profesa su creencia en que el Mesías está presente y puede salvarle. Se confía a él perdidamente, mendigando su misericordia: "!Ten compasión de mí!". Los reproches que muchos le dirigen no sirven para hacerle callar: Bartimeo sabe que si deja pasar esta ocasión única no le quedará otra cosa que recaer en la oscuridad definitiva de una simple supervivencia.

        Entonces "Jesús se detuvo" (v. 49): él es alguien que puede comprender hasta lo más hondo el sufrimiento humano y la soledad que le acompaña; conoce el vislumbre de fe que alumbra ya el corazón de aquel ciego y viene a darle la luz plena. "Llamadlo". El entusiasmo del pobrecito es conmovedor: da un salto olvidándose de toda prudencia. También a él, como a los hijos de Zebedeo, se le dirige la misma pregunta: "Qué quieres que haga por ti?" (v. 51; cf. v. 36). Jesús puede colmar, en efecto, el deseo más profundo del corazón del hombre; el discípulo, en el diálogo que mantiene con él, debe tomar conciencia de lo que realmente quiere y asumir su responsabilidad. A la súplica del ciego le corresponde el milagro, puesto que Jesús le reconoce esa fe que constituye el ámbito en el que se manifiesta su poder divino. Y la fe lleva a la visión al que antes había creído sin ver, y después, una vez corroborado por la experiencia viva del encuentro con Jesús, se hace discípulo suyo y decide seguirle por el camino que le lleva hacia la pasión y la gloria (v. 52).

 



Nuestra sinfonía inacabada. Artículo.

“En el tormento de la insuficiencia de todo lo accesible, llegamos a entender que aquí, en esta vida, todas las sinfonías quedan inacabadas”.

Fue Karl Rahner quien escribió esas palabras, y no entenderlas es arriesgarnos a dejar que la inquietud llegue a ser un cáncer en  nuestras vidas. ¿Qué significa estar atormentado por la insuficiencia de todo lo accesible? ¿Cómo estamos torturados por lo que no podemos poseer?

Todos experimentamos esto diariamente. De hecho, en todos momentos de nuestra vida, a excepción de unos pocos privilegiados y pacíficos, este tormento es como una resaca en todo lo que experimentamos. La belleza nos hace inquietos cuando debería proporcionarnos paz. El amor que experimentamos con nuestro cónyuge no colma nuestros anhelos. Las relaciones que tenemos en nuestras familias parecen demasiado triviales y domésticas como para saciarnos. Nuestro trabajo no se ajusta al sueño que tenemos para nosotros. El lugar donde vivimos se nos hace aburrido en comparación con otros lugares. Estamos demasiado inquietos para sentarnos tranquilamente en nuestras propias mesas, dormir pacíficamente en nuestros propios lechos y sentirnos tranquilos con lo que somos.

Cuando nos sentimos de esta manera, nuestras vidas nos parecen siempre demasiado pequeñas para nosotros y las vivimos de tal manera que siempre estamos esperando, esperando que algo o alguien venga con nosotros y cambie las cosas, de modo que la vida auténtica, según la imaginamos, pueda empezar.

Recuerdo una historia que me contó en cierta ocasión un hombre. Este tenía cuarenta y cinco años; vivía feliz en su matrimonio; era padre de tres niños sanos; tenía un empleo, si no estimulante, sí seguro; y vivía en una zona igualmente si no estimulante, sí pacífica. Aun así, para usar sus propias palabras, nunca estaba completamente metido en su propia vida. Aquí está su confesión:

“Durante casi toda mi vida, y especialmente durante los últimos veinte años, he estado demasiado inquieto para vivir en realidad mi propia vida. De hecho, nunca acepté lo que soy: un hombre de cuarenta y cinco años, que trabaja en una tienda de ultramarinos de una pequeña ciudad; casado con una mujer buena; consciente de que mi matrimonio nunca colmará mis profundos anhelos sexuales; y sabedor de que, a pesar de todas mis ilusiones, no voy a ninguna parte; nunca colmaré mis sueños, sólo estaré aquí, como estoy ahora, en esta pequeña ciudad, en este particular matrimonio, con esta gente, en este cuerpo, por el resto de mi vida. Sólo iré haciéndome mayor, más calvo y físicamente menos sano y atractivo. Pero lo triste de todo esto es que, según todos indicios, vivo una buena vida. En realidad, gozo de buena suerte. Estoy sano, soy amado, me siento seguro, en un buen matrimonio, viviendo en un país de paz y abundancia. Aun así, dentro de mí mismo, estoy demasiado inquieto para valorar alguna vez plenamente mi propia vida, mi esposa, mis hijos, mi trabajo y el lugar donde vivo. Siempre estoy en algún otro lugar dentro de mí mismo, demasiado inquieto para estar de hecho donde estoy, demasiado inquieto para vivir en mi propia casa, demasiado inquieto para estar dentro de mi propia piel”.

Esa es la manera como el tormento de la insuficiencia de todo lo accesible se siente en la vida real. Pero la visión de Rahner es más que un diagnóstico; es también prescriptiva. Señala cómo podríamos sobreponernos a ese tormento más allá del cáncer de la inquietud. ¿Cómo hacemos eso?

Precisamente al comprender y aceptar que aquí, en esta vida, todas sinfonías quedan inacabadas. Al comprender y aceptar que la razón que nos tiene atormentados no es que seamos personas sobresexuadas, neuróticas y desagradecidas que están demasiado ansiosas de sentirse satisfechas con esta vida. No es eso. La razón profunda es que estamos congénitamente sobrecargados y sobreconstruidos para esta tierra. Construidos de esa manera por Dios. Somos espíritus infinitos que vivimos dentro de un mundo finito, corazones hechos para la unión con todo y con todos, pero que se encuentran sólo con personas mortales y cosas mortales. ¡No es extraño que tengamos problemas de insaciabilidad, de ilusiones, de soledad y de inquietud! Somos como el Gran Cañón, pero sin fondo. Nada, a no ser la unión con todo lo que existe, puede llenar alguna vez ese vacío.

Ser atormentados por la inquietud supone ser humanos. Además, al aceptar que somos humanos y que, por tanto, para nosotros, no puede haber en este mundo ninguna sinfonía acabada, nos es posible llegar a estar más tranquilos con nuestra inquietud. ¿Por qué? Porque ahora sabemos que todo nos llega con una resaca de inquietud e inadecuación, y que esto es normal y real para todos.

Como Henri Nouwen dijo en una ocasión: Aquí, en este mundo, no hay nada como un gozo claro y puro. Más bien, en toda satisfacción, se da una conciencia de las limitaciones. Tras toda sonrisa, existe una lágrima. En todo abrazo, se da soledadEn toda amistad, hay distancia.

La paz y la quietud solamente nos pueden venir cuando aceptemos esa limitación en la condición humana, porque es sólo entonces cuando dejaremos de demandar que la vida -nuestros cónyuges, nuestras familias, nuestros amigos, nuestros trabajos, nuestras vocaciones y nuestras vacaciones- nos dé algo que estos no pueden darnos, a saber, el gozo claro y puro, la consumación plenaArt. original en inglés. Imagen: Depositphotos Ron Rolheiser OMI (Trad. Benjamín Elcano, cmf). Fuente: Ciudad Redonda.org

El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir .




       Domingo XIX tiempo ordinario


Jesús camina con paso decidido hacia Jerusalén (10,32), hacia la pasión, y no deja sitio a incertidumbres o componendas: revela una vez más a los suyos, que lo han dejado todo para seguirle (10,28), el final de aquel camino (vv. 33ss); sin embargo, tampoco los discípulos que le son más allegados comprenden, no son capaces de despojarse de las expectativas y las ambiciones de gloria exclusivamente humanas; creen que su Maestro es el Mesías esperado como triunfador y, atestiguándole su confianza, le piden tener una parte digna de consideración en el Reino que va a restablecer (v. 37). Jesús examina a estos aspirantes a "primeros ministros"; rectifica sus perspectivas, les indica con mayor claridad que su gloria pasa antes que nada por un camino de sufrimiento (ése es el sentido de las imágenes bíblicas de la "copa" y del "bautismo", a saber: sumergirse en las aguas entendidas como olas de muerte). La disponibilidad que declaran, con ingenuo atrevimiento, Santiago y Juan no basta aún para obtenerles la promesa de un sitio de honor, porque la participación en la gloria de Cristo es un don que sólo Dios puede otorgar gratuitamente (v. 40).

        Y quién se hace digno de recibirlo? Jesús lo explica a los Doce, a quienes el deseo de ser los primeros pone en conflicto, y a nosotros, que también aspiramos siempre un poco al éxito y al poder: "No ha de ser así entre vosotros". Nos enseña que la realización hacia la que debemos tender no ha de tener como modelo el comportamiento de los "grandes" de este mundo, sino el de Cristo, siervo humilde glorificado por el Padre, que es, al mismo tiempo, el Hijo del hombre esperado para concluir la historia e inaugurar el Reino celestial. Éste es el modelo de grandeza que propone Jesús a los suyos: el humilde servicio recíproco, la entrega incondicionada de uno mismo para el bien de los hermanos (vv. 42-44).


 



¿Cuándo es saludable el miedo? Artículo.

¿Por qué ya no predicamos del fuego del infierno? Esta es una pregunta hecha frecuentemente por mucha gente religiosa sincera, preocupada porque demasiadas iglesias, sacerdotes y ministros han sido blandos con el pecado y son supergenerosos al hablar sobre la misericordia de Dios. Ahora, la opinión es que vendría más gente a la iglesia y guardaría los mandamientos si predicáramos la cruda verdad sobre el pecado mortal, la cólera de Dios y el riesgo de ir al infierno cuando nos muramos. La verdad os hará libres, afirman estas personas, y la verdad es que existe el verdadero pecado y pueden seguirse verdaderas y eternas consecuencias a causa de él. La puerta de acceso a cielo es angosta y el camino al infierno es ancho. Así pues, ¿por qué no predicamos más sobre los riesgos del fuego del infierno?

Lo válido en esta suerte de razonamiento es que predicar sobre el pecado mortal y el fuego del infierno puede producir ciertos efectos. Las amenazas funcionan, lo sé bien. Crecí sujeto a esta clase de predicación y admito que influyó en mi conducta. Pero ese influjo resultó ambivalente: Por una parte, me dejó bastante temeroso ante Dios y la vida misma por temor a desviarme en exceso moral y religiosamente. Por otra parte, también me dejó paralizado religiosa y emocionalmente con cierta profundidad. Dicho de manera sencilla, resulta duro tener íntima amistad con un Dios que te infunde terror; y no es bueno, ni religiosamente ni de ningún otro modo, situarse excesivamente retraído y temeroso ante las energías sagradas de la vida. Por supuesto, el miedo al castigo divino y al fuego del infierno puede causar algún efecto como motivador.

Así pues, ¿por qué no predicar del miedo? Porque resulta impropio, pura y simplemente. El lavado de cerebro y la intimidación física también causan efecto, pero vienen a ser la antítesis del amor. No accedes a una relación amorosa porque te sientes temeroso o amenazado. Accedes a una relación amorosa porque te sientes atraído a ella por amor.

Más importantemente, predicar amenaza divina deshonra al Dios en quien creemos. El Dios que Jesús encarna y revela no es un Dios que mande a personas sinceras y de buen corazón al infierno contra la voluntad de estos, a causa de algún desliz humano o moral que en nuestras categorías religiosas juzgamos que es pecado mortal. Por ejemplo, aún oigo que esta amenaza es predicada en nuestras  iglesias: Si dejas de acudir a la iglesia el Domingo, cometes pecado mortal; y, si mueres sin confesarlo, irás al infierno.

¿Qué clase de Dios suscribiría semejante creencia? ¿Qué clase de Dios dejaría de dar a la gente sincera una segunda oportunidad, una tercera, y setenta y siete veces siete más oportunidades si permanecieran sinceras? ¿Qué clase de Dios diría a una persona arrepentida que está en el infierno: “¡Lo siento, pero tú conocías bien las reglas! Estás arrepentido ahora, pero resulta demasiado tarde. ¡Tuviste tu oportunidad!”

Una sana teología de Dios demanda que dejemos de enseñar que el infierno puede ser una odiosa sorpresa que le espera a una persona esencialmente buena. El Dios en quien creemos como cristianos es comprensión infinita, compasión infinita y perdón infinito. El amor de Dios sobrepasa al propio nuestro; y, si nosotros, en nuestros mejores momentos, somos capaces de ver la bondad de un corazón humano no obstante sus deslices y debilidades, ¡cuánto más lo verá así Dios!  No tenemos nada que temer de parte de Dios.

¿O sí? ¿Acaso no nos dice la escritura que el temor del Señor es el principio de la sabiduría? ¿Cómo cuadra eso con el hecho de no tener miedo a Dios?

Existen diferentes clases de miedos, algunos saludables y otros no. Cuando la Escritura nos dice que el temor de Dios es el principio de la sabiduría, la clase de temor del que está hablando no depende del sentimiento amenazado o el sentimiento ansioso por ser castigado. Esa es la clase de temor que sentimos ante tiranos y amedrentadores. Existe, sin embargo, un temor saludable que es innato en la dinámica del amor mismo. Esta clase de temor es esencialmente la reverencia correspondiente, esto es, cuando amemos genuinamente a alguien, temeremos traicionar ese amor, temeremos ser egoístas, temeremos ser toscos y temeremos ser descorteses en esa relación. Temeremos violar el sagrado ámbito en el que se da la intimidad. Metafóricamente, sentiremos que permanecemos erguidos en terreno santo y que lo mejor sería descalzarnos ante ese fuego sagrado.

Además, la Escritura nos dice que cuando Dios aparece en nuestras vidas, casi siempre, las primeras palabras que oímos son: “No tengas miedo”. Eso sucede así porque Dios no es un tirano justiciero, sino una energía y persona amorosa, creativa, llena de gozo. Como nos recuerda Leon Bloy, el gozo es la prueba más infalible de la presencia de Dios.

Una vez, le preguntó cierto joven fundamentalista al famoso psiquiatra Fritz Peris: “¿Has sido salvado?” Respondió: “¿Salvado? ¡Aún estoy tratando de calcular cómo estar perdido”. Honramos a Dios no al vivir con miedo de ofenderle, sino empleando reverentemente la maravillosa energía que Dios nos da. Dios no es una ley que deba ser obedecida, sino una gozosa energía en la cual ocuparnos generativamenteArtículo original en inglés. Imagen: DepositphotosRon Rolheiser OMI (Trad. Benjamín Elcano, cmf). Fuente: Ciudad Redonda.org

Ser rico, pero siempre a la carrera. Artículo.

Hace unos años, fui con otro cura a visitar a un amigo que teníamos en común. Nuestro amigo, un empresario exitoso, vivía en el último piso de un apartamento carísimo con vistas al valle del río en Edmonton. En un momento de la visita, nos llevó al balcón para enseñarnos las vistas. Eran increíbles. Podías ver a kilómetros de distancia, todo el valle y gran parte de la ciudad.

Nos quedamos alucinados y se lo dijimos. Él nos agradeció los cumplidos, pero nos contó que, por desgracia, casi nunca salía al balcón a disfrutar de las vistas. Nos dijo algo así: «Debería darle este piso a una familia pobre que pudiera disfrutarlo. Yo podría vivir en un sótano, porque nunca tengo tiempo para esto. No recuerdo la última vez que salí a ver un atardecer o un amanecer. Siempre estoy liadísimo, estresado, con mil cosas en la cabeza. Este sitio es un desperdicio para mí. Solo salgo cuando tengo visitas y quiero fardar de las vistas».

Jesús dijo una vez algo parecido a esto: ¿De qué te sirve tenerlo todo si estás siempre tan ocupado y estresado que no puedes disfrutarlo?

Cuando Jesús habla de ganar el mundo entero y perder tu alma, no se refiere solo a llevar una mala vida, morir en pecado e ir al infierno. Esa es la advertencia más fuerte de su mensaje. Podemos perder nuestra alma de otras maneras, incluso siendo buenas personas, dedicadas y con principios. El hombre de la historia que acabo de contar es una buena persona, dedicada, con principios y amable. Pero él mismo reconoce que le cuesta conectar con su vida, disfrutarla de verdad, porque cuando vives bajo presión constante y siempre tienes prisa, no es fácil levantarte por la mañana y decir: «Este es el día que ha hecho el Señor, ¡vamos a disfrutarlo!». Es más probable que digamos: «¡Dios mío, ayúdame a sobrevivir a este día!».

Además, cuando Jesús nos dice que es difícil para un rico entrar en el Reino de los Cielos, no se refiere solo al dinero y a las cosas materiales, aunque eso también está incluido. El problema también puede ser una agenda a tope, un trabajo o una pasión que nos consume tanto que casi nunca nos tomamos el tiempo (ni siquiera se nos ocurre) para disfrutar de la belleza de un atardecer o del simple hecho de estar sanos y tener la suerte de tener una vida tan llena.

Para ser sincero, esta es una de mis luchas. Durante todos mis años como sacerdote, siempre he tenido la suerte de tener una agenda llena, un trabajo importante, un trabajo que me encanta. Pero, si soy honesto, tengo que admitir que durante estos años he estado demasiado ocupado y estresado para ver muchos atardeceres (a menos que, como mi amigo, estuviera enseñándoselos a una visita).

He intentado salir de esto obligándome a tener momentos de oración tranquila, paseos, retiros y varias semanas de vacaciones al año. Eso ha ayudado, sin duda, pero sigo siendo un adicto al trabajo, estresado y con prisa casi todo el tiempo, deseando tener tiempo para la tranquilidad, la oración, los atardeceres, un paseo por el parque, una copa de vino o whisky, un cigarro contemplativo. Y me doy cuenta de la ironía: ¡Me estoy matando a trabajar para tener tiempo para relajarme!

No soy Thomas Merton, pero me consuela saber que él, un monje en un monasterio, a menudo estaba demasiado ocupado y presionado para encontrar la soledad. Buscándola, pasó los últimos años de su vida como ermitaño, lejos del monasterio principal, excepto para la Eucaristía y los rezos diarios. Y cuando encontró la soledad, se sorprendió de lo diferente que era de cómo la había imaginado. Así la describe en su diario:

«Hoy estoy en soledad porque en este momento me basta con ser, de forma humana normal, con mi hambre y mi sueño, mi frío y mi calor, levantarme e irme a la cama. Ponerme y quitarme las mantas, hacer café y luego bebérmelo. Descongelar el frigorífico, leer, meditar, trabajar, rezar. Vivo como vivieron mis antepasados en esta tierra, hasta que finalmente muera. Amén. No hay necesidad de hacer una declaración sobre mi vida, especialmente sobre ella como mía… Debo aprender a vivir de manera que olvide los programas y las pretensiones». 

¡Y para ver el atardecer desde mi balcón!

Cuando somos ricos, estamos ocupados, presionados y preocupados, es difícil disfrutar de tu propio café. Artículo original en Ingles. Imagen: DepositphotosRon Rolheiser OMI (Trad. Benjamín Elcano, cmf). Fuente: Ciudad Redonda.org

Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.





       Domingo XXVIII tiempo ordinario



  El fragmento del evangelio de Marcos presenta a "uno" que se acerca a Jesús para preguntarle lo que debe hacer para heredar la vida eterna. Se trata de una pregunta sensata en la que oímos el eco de la voz de los anawim preguntando en los salmos: "Señor, quién habitará en tu tienda? (Sal 15,1) y "Quién subirá al monte del Señor? Quién podrá estar en su recinto santo?" (Sal 24,3). Se preguntaban, por tanto, cómo "heredar" las promesas de Dios: sabían, en efecto, que en la "vida eterna" se encuentran condensados la benevolencia divina y el deseo de felicidad del hombre. Jesús, interpelado, rechaza para sí, en cuanto hombre, el atributo "bueno", y lo refiere explícitamente al único que es la Bondad absoluta, e invita a su interlocutor a observar los mandamientos -las diez palabras-, que son el don del Dios bueno destinado a entrar en comunión con él.

        Sobre ese "uno" que puede responder que ha observado los mandamientos desde su juventud se posa ahora la mirada admirada y amorosa de Jesús, que le dirige una invitación precisa y clara: "Vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y Sígueme". Pero hay algo que impide al interlocutor acoger el amor de predilección del Maestro: posee "muchos bienes", pero no consigue comprender cuál es el bien verdadero, el verdadero rostro de la sabiduría que se le quiere dar, y se aleja "todo triste".

        Jesús explica a los asombrados discípulos cómo precisamente esas riquezas, que en el Antiguo Testamento eran consideradas un signo de la benevolencia divina, pueden convertirse en el obstáculo más grande para acoger el Reino de los Cielos. Sólo quien sigue a Jesús encuentra con él y en él cien veces más aquí en la tierra -"junto con persecuciones", precisa Marcos (v. 30)- y la vida verdadera, la eterna, que sólo puede ser recibida por quien -como el comerciante avispado- vende todo para adquirirla.


 



Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

 


Domingo XXVII tiempo ordinario



  Cómo escuchar y acoger la Palabra de Dios que habla de la unidad entre el hombre y la mujer y del carácter inseparable del vínculo matrimonial cuando, en nuestro tiempo, la fidelidad y la indisolubilidad de la pareja parecen algo utópico y, lo que es más, son consideradas un valor cultural del pasado? Cómo no relegar entre los mitos fantásticos el relato del libro del Génesis, insertando también las palabras de Jesús como un complemento de la fábula?

        La Palabra de Dios, en su integridad, "es viva y eficaz"; es Palabra para este momento, para nosotros. La fatiga concreta que los hombres y las mujeres experimentan al vivir su unión de una manera estable, constructiva, fecunda, es iluminada y sostenida por la Palabra de Dios. Jesús sigue siendo siempre el hermano que ha experimentado el sufrimiento y la angustia del límite humano y de sus consecuencias; él, el Hijo de Dios. Y, vencedor del mal, acompaña a todos, a cada uno con su propia fatiga personal, al encuentro con el Padre, al abrazo de su misericordia.

        Dios lo ha creado todo para la vida. La suya es una ley de vida que promueve al hombre, no una ley que le oprime. La unión indisoluble entre el hombre y la mujer es una verdad inscrita en el ser humano, una verdad que libera y hace auténtica su capacidad y su necesidad de amar y de ser amado. Es la celebración de la dignidad suprema del hombre y de la mujer, "imagen y semejanza" de Dios.


 



Oración a tu ángel de la guarda.

 

Ángel de la Guarda queridísimo:
Asume y gobierna nuestro ser natural,
potencias, inteligencia, voluntad, sentidos,
emociones, pasiones, ilumina nuestros pensamientos,
apacigua nuestra propensión al mal
y ayúdanos en el camino de la virtud y la santidad.

Texto inspirado en:

Heraldos del Evangelio (Conoce a tu Ángel de la Guarda y descubre todo lo que él puede hacer por ti.)