... si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros...

Comentario al Evangelio de hoy 
Fernando Torres cmf.  / Fuente: http://www.ciudadredonda.org/
      En la historia del cristianismo a veces hemos caído en la tentación de hacer de la oración algo muy complicado, difícil. Algo que sólo es posible para personas muy puras y santas. Algo que precisa de mucho tiempo y dedicación. Algo, en definitiva, que no es accesible para las personas normales. Sobre todo, porque las personas normales se ven obligadas a pasar la mayor parte de su tiempo trabajando para poder sobrevivir. 
      La verdad es que Jesús nunca dijo a sus seguidores que tenían que pasar largas horas en oración para mantener la relación con Dios. Es cierto que en algún texto del Evangelio se dice que Jesús pasaba a veces las noches en oración. Pero nunca se lo pidió a sus discípulos. Incluso en el momento de la oración de Getsemaní, cuando tuvo que pasar por momentos muy difíciles, apenas riñó un poco a sus discípulos que se habían quedado dormidos mientras que él pensaba en lo que le esperaba. 
      La verdad es que, cuando sus discípulos le pidieron que les enseñase una oración, Jesús  les enseñó una oración muy sencilla y breve, la que se ha dado en llamar por las palabras con que comienza: el padrenuestro. Es tan breve que por mucho que nos empeñemos en rezarla muy despacio, apenas nos durará unos segundos. Siempre menos de un minuto. 
      También es verdad que en esas pocas frases se dice lo más importante: que Dios es nuestro padre y que nos podemos dirigir a él con confianza. Que deseamos que venga su reino a nuestras vidas porque ésa y no otra es su voluntad para todos nosotros. Que confiamos en él para que nos dé lo que necesitamos cada día y que nos comprometemos a perdonar y amar como él nos ama. ¿Qué más nos hace falta?
      Quizá lo que nos quiere decir Jesús es que le interesa mucho más vernos amándonos, perdonándonos, construyendo juntos el reino de justicia y fraternidad de donde nadie quede excluido, que dedicando larguísimas horas a la oración, en silencio y meditación. Porque a lo que él vino, y a lo que nos ha llamado a nosotros, es a construir el reino y no a evadirnos en el silencio y la paz de la eterna contemplación. Porque el amor se hace amando y no pensando en él. Así que la oración es buena en tanto en cuanto nos lleva a amar.