Relato de una mujer curada

Aquella tarde rodeaba a Jesús tanta gente que yo apenas podía distinguir su rostro, todos querían estar cerca de él. Pensé que nadie repararía en mí, ni siquiera él se daría cuenta de que yo lo tocaba. Me acerqué por detrás, rápidamente, cerré los ojos y puse mi mano llena de deseo sobre el borde de su manto… Si pudiera describirte lo que experimenté en ese instante, aquella fuerza que detuvo la sangre, que ensanchó mis ganas de vivir, el poder entrar en relación con los otros, no tener que seguir ocultándome, sentir en mi cuerpo que estaba curada… Iba a salir corriendo cuando él preguntó: «¿Quién me ha tocado?»  Muchos se habían apretujado sobre él, pero yo sabía que preguntaba por mí. Me llamó ‘hija’, y era en su boca una bendición, queriéndome como si me conociera desde siempre, como si me hubiera estado esperando desde hacía mucho tiempo, y dijo que mi fe me había curado y que me fuera en paz. Después he revivido muchas veces lo que pasó aquella tarde, como una memoria dichosa que me acompaña, y creo cada vez más que lo de mi fe lo decía para quitarse importancia pues sé, desde entonces, que es sólo esa fuerza que sale de él la que puede curarnos. (Mariola López Villanueva). Evangelio del día 30 de enero
Fuente: Rezando Voy