Témporas de acción de gracias y petición

 “Todo tiene su tiempo”, decía el Predicador. Su tiempo, la recolección; y su tiempo, la sementera. Entre una y otra (aunque los agricultores están ya más o menos metidos en el tiempo de la sementera), se nos invita poner una nota teologal a estos dos tiempos. La memoria de San Francisco de Asís, celebrada ayer, nos ha podido preparar para entonarla. Porque él percibió todas las cosas como un regalo espléndido de Dios. Por eso cantaba en su himno de las criaturas:
Y por la hermana tierra, que es toda bendición,
la hermana madre tierra, que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos, y flores de color,
y nos sustenta y rige: ¡loado, mi Señor!
En este tipo de civilización en que nos movemos está, por así decir, opacada esta verdad, o están ofuscados nuestros ojos y no la percibimos. En la industria, en los servicios, en la misma agricultura aparecemos nosotros como los protagonistas que manipulan y explotan una materia, entre dócil y rebelde, que tienen ante sí. Concentrados en lo concreto, o en lo sectorial, parece que hemos perdido una visión más envolvente y global de las cosas. El pasaje del Deuteronomio sugiere que, efectivamente, las riquezas que nos creamos son fruto de nuestra inteligencia y nuestra fuerza. Pero nos lleva más allá: la tierra entera, simbolizada en la tierra prometida en que Yahvéh introduce a Israel, es un don de Dios a los hombres; y la fuerza que desplegamos en el dominio de las cosas nos viene dada por Dios. Todo, por tanto, en el orden objetivo y en el orden subjetivo tiene su fuente en Él.
Concentrados en el ras a ras de lo inmediato, caemos fácilmente en el olvido de la realidad omniposibilitante que es Dios. En este tiempo en que celebramos el día sin tabaco, el día sin tráfico, el día de la paz, el día internacional de la mujer, el día del trabajo (o la fiesta del trabajador), el día de los enfermos de Sida, o del cáncer, y tantos más, la Iglesia, que parece haberse adelantado a esta proliferación de días dedicados a uno u otro aspecto de la vida humana, nos invita al día de la acción de gracias y de petición. En él nos mueve a tomar una apropiada distancia de lo inmediato para reconocer ese fundamento que todo lo posibilita: el Dios viviente, que debe ser loado por toda criatura, y en especial loado por los frutos de la tierra y del trabajo del hombre. Fuente: Ciudad Redonda.org

Todo esto viene de Dios: En diversas partes del mundo, nuestra sociedad ha dejado de ser principalmente agrícola. La llamada industria lo ocupa casi todo. De todas las maneras, muchos países siguen siendo predominantemente agrícolas. Es también claro que tanto en las sociedades industriales como en las agrícolas todos sus habitantes seguimos alimentándonos y disfrutando de los frutos del campo.
La fiesta de las témporas de acción de gracias está colocada cuando, en algunos lugares, se ha llegado a la recolección de las cosechas y empiezan a prepararse para las del próximo año. Se nos quiere recordar una verdad clave en nuestra vida: nuestra dependencia de Dios. Sin Dios, no seríamos nada. Sin Dios, para empezar, ni habría mundo ni nosotros existiríamos. Él es el creador del cielo y tierra y también nuestro creador. Le tenemos que estar siempre agradecidos. Un buen momento para actualizar esta acción de gracias es cuando los hombres, trabajando el campo que nos ha sido regalado, recogen los frutos que Dios ha puesto en él.
La actitud de acción de gracias debe ser continua y permanente en nuestra vida  y no solo cuestión de un día, como fin de temporada. Entre otras cosas, como nos recuerda san Pablo en la segunda lectura, le hemos de dar gracias por nuestra segunda creación. No solo nos ha regalado la vida humana sino también la vida divina. “El que es de Cristo es una criatura nueva”. A la gran dignidad de ser personas humanas hay que añadir el don de ser hijos de Dios y hermanos unos de otros.
Además, introduciéndonos en su familia, nuestro Padre Dios nos perdona nuestros pecados y nos pide que perdonemos a los que nos ofenden. “Todos eso viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de reconciliar”. Qué gran paz nos proporciona Dios sabiendo que su amor y su perdón borran para siempre nuestros pecados.
Jesús, en el evangelio, nos exhorta a que conjuguemos tres verbos, no solo el primero de ellos, para que logremos vivir como lo que somos, hijos de Dios y hermanos entre nosotros: pedir, buscar y llamar. Pedírselo a nuestro Dios; buscarlo con todas nuestras fuerzas y llamar a las puertas de nuestro Dios y de nuestros hermanos para conseguirlo. Jesús nos asegura que nuestro Padre Dios siempre está al acecho para darnos “cosas buenas a los que le piden”. Fuente: Dominicos.org