Solemnidad de Santa María Madre de Dios y Jornada mundial de la Paz.

 
 

La Iglesia celebra con toda solemnidad el misterio de la maternidad divina de la Virgen el día 1 de enero, fecha en que también se conmemora lo que nos recuerda el evangelio de San Lucas: al cumplirse los ocho días del Nacimiento del Niño, lo circuncidaron y le pusieron por nombre Jesús. La fiesta de hoy está destinada a celebrar la parte que tuvo María en el misterio de la salvación y a exaltar la singular dignidad de que goza la madre de Jesús, Dios y hombre. «Francisco -dice San Buenaventura- amaba con indecible afecto a la Madre del Señor Jesús, por ser ella la que ha convertido en hermano nuestro al Señor de la majestad».- Oración: Dios y Señor nuestro, que por la maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la salvación, concédenos experimentar la intercesión de aquella de quien hemos recibido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ. El papa Pablo VI quiso que, a partir de 1968, se consagrara este día, el primero del año, a la reflexión y a la oración por la paz, acompañándolas con un Mensaje dirigido ante todo a los jefes de Estado y a los representantes de las naciones. Juan Pablo II y Benedicto XVI han proseguido esta hermosa iniciativa, enviando cada año su mensaje.

Desde hace varios años, el primer día del año civil se celebra en todo el mundo "la jornada de la paz" en nombre de María, madre de Dios y madre de la Iglesia. La paz (= Shalomes el don mesiánico por excelencia que Jesús resucitado ha traído a sus discípulos (cf. Jn 20,19- 21); es la salvación de los hombres y la reconciliación definitiva con Dios. Pero la paz de Cristo es también la paz del hombre, rica en valores humanos, sociales y políticos, que encuentra su fundamento, para decirlo con la Pacem in terris de Juan XXIII, en las condiciones de verdad, de justicia, de amor y de libertad, que son los cuatro pilares sobre los que se erige el edificio de la paz.

La constante bendición de Dios en la primera alianza, la acción de Cristo realizada en favor de toda la humanidad y de cada uno de sus componentes, el mismo nombre impuesto a Jesús, que evoca su misión de salvador, todos son hechos orientados en la línea de la paz, de la alianza, de la fraternidad. Dios no ha creado al hombre para la guerra, sino para la paz y la fraternidad. El mal en todas sus múltiples formas se contrarresta sólo con una constante educación en la paz. Aquella paz que la Virgen María, Reina de la paz, nos puede obtener del Padre: la shalom bíblica viene de Dios y está ligada a la justicia. La raíz de la paz, no obstante, reside en el corazón del hombre, esto es, en el rechazo de la idolatría, porque no hay paz sin verdadera conversión, no hay paz sin tensiones (cf. Mt 10,34). La paz de Cristo no es como la del mundo, porque la de Cristo exige que nos alejemos de la mentalidad mundana. Con la venida de Cristo la paz nos ha sido ofrecida a cada uno de nosotros, porque brota del corazón de Dios, que es amor.

María Virgen, que por el anuncio del ángel acogió al Verbo de Dios en su corazón y en su vientre y entregó la vida al mundo, es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor. Redimida de manera tan eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo y a El unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con esta suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; con un don de gracia tan eximia, antecede con mucho a todas las criaturas celestiales y terrenas. Al mismo tiempo ella está unida a la estirpe de Adán con todos los hombres que han de ser salvados; más aún, es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen

en la Iglesia los fieles, que son «miembros de aquella cabeza», por lo que también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad y a quien la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como Madre amantísima (LG 53). Fuente: santaclaradeestella.es

Que el Señor te bendiga y te proteja,
que ilumine su rostro sobre ti
y te sea propicio.
Que Dios te de la paz
y la Santísima Virgen María te lleve de su mano hasta el cielo,
cuando Dios lo tenga dispuesto”.