1 de mayo, festividad de san José Obrero

Fiesta instituida por Pío XII en 1955. Fiesta del trabajo, conmemoramos a san José, el esposo de la Virgen María, el artesano de Nazaret, bajo cuya tutela vivió y se inició en el trabajo y en el mundo social Jesús, llamado por sus conciudadanos "el hijo del carpintero". La fiesta quiere ser una catequesis sobre el significado del trabajo humano a la luz de la fe. San José, hombre sencillo de pueblo, nos da el ejemplo de una vida honesta y laboriosa, ganándose el pan con el sudor de su frente, para él y para los a él confiados, por los servicios prestados a su prójimo. José ennobleció el trabajo, que ejerció sostenido y alentado por la convivencia con Jesús y María. Sin embargo, dado que no todas las naciones celebran la fiesta del trabajo el 1 de mayo, el nuevo calendario de 1969 ha reducido esta solemnidad a memoria facultativa. 

Oración: Dios todopoderoso, creador del universo, que has impuesto la ley del trabajo a todos los hombres, concédenos que, siguiendo el ejemplo de san José, y bajo su protección, realicemos las obras que nos encomiendas y consigamos los premios que nos prometes. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 

Expresión cotidiana de este amor en la vida de la familia de Nazaret es el trabajo. El texto evangélico precisa el tipo de trabajo con el que José trataba de asegurar el mantenimiento de la familia: el de carpintero. Esta simple palabra abarca toda la vida de José. Para Jesús éstos son los años de la vida escondida, de la que habla el evangelista tras el episodio ocurrido en el templo: "Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos" (Le 2, 51). Esta "sumisión", es decir, la obediencia de Jesús en la casa de Nazaret es entendida también como participación en el trabajo de José. El que era llamado el "hijo del carpintero" había aprendido el trabajo de su "padre" putativo. Si la familia de Nazaret en el orden de la salvación y de la santidad es ejemplo y modelo para las familias humanas, lo es también análogamente el trabajo de Jesús al lado de José, el carpintero. En nuestra época, la Iglesia ha puesto también esto de relieve con la fiesta litúrgica de san José obrero, el 1 de mayo. El trabajo humano, y en particular el trabajo manual, tienen en el Evangelio un significado especial. Junto con la humanidad del Hijo de Dios, el trabajo ha formado parte del misterio de la encarnación, y también ha sido redimido de modo particular. Gracias a su banco de trabajo, sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el trabajo humano al misterio de la redención.

En el crecimiento humano de Jesús "en sabiduría, edad y gracia" representó una parte notable la virtud de la laboriosidad, al ser "el trabajo un bien del hombre" que "transforma la naturaleza" y hace al hombre "en cierto sentido más hombre".

La importancia del trabajo en la vida del hombre requiere que se conozcan y asimilen aquellos contenidos "que ayuden a todos los hombres a acercarse a través de él a Dios, Creador y Redentor, a participar en sus planes salvíficos respecto al hombre y al mundo y a profundizar en sus vidas la amistad con Cristo, asumiendo mediante la fe una viva participación en su triple misión de sacerdote, profeta y rey."1

ORATIO: Oh, san José, custodio de Jesús, esposo castísimo de María, que te pasaste la vida en el cumplimiento perfecto del deber, sosteniendo con el trabajo de tus manos a la sagrada familia de Nazaret, protege propicio a aquellos que, confiados, se dirigen a ti. Tú conoces sus aspiraciones, sus angustias, sus esperanzas, y ellos recurren a ti porque saben que encontrarán en ti quien los comprenda y proteja. También tú experimentaste la prueba, la fatiga, el cansancio, pero tu ánimo, colmado de la paz más profunda, exultó de alegría inenarrable por la intimidad con el Hijo de Dios, a ti confiado, y con María, su dulcísima Madre.

Haz que también tus protegidos comprendan que no están solos en su trabajo, haz que sepan descubrir a Jesús junto a ellos, acogerle con su gracia, custodiarle fielmente, como hiciste tú. Y obtén que, en cada familia, en cada oficina, en todo taller, allí donde trabaje un cristiano, todo sea santificado en la caridad, en la paciencia, en la justicia, en la búsqueda del bien hacer, a fin de que desciendan abundantes los dones de la celeste predilección. 2

CONTEMPLATIO: Nuestro ojo, nuestra devoción, se detienen hoy en san José, el carpintero silencioso y trabajador, que dio a Jesús no el origen, sino el estado civil, la categoría social, la condición económica, la experiencia profesional, el ambiente familiar, la educación humana. Será preciso observar bien esta relación entre san José y Jesús, porque puede hacernos comprender muchas cosas del designio de Dios, que viene a este mundo para vivir entre los hombres, pero, al mismo tiempo, como su maestro y su salvador.

En primer lugar, es cierto, es evidente, que san José asume una gran importancia, si verdaderamente el Hijo de Dios hecho hombre le escogió precisamente a él para revestirse a sí mismo de su aparente filiación: a Jesús se le consideraba como "Filius fabri" (Mt 13,55), el Hijo del carpintero, y el carpintero era José. Jesús, el Mesías, quiso asumir la cualificación humana y social de este obrero, de este trabajador, que era ciertamente un buen hombre, hasta tal punto que el evangelio le llama "justo" (Mt 1,19), es decir, bueno, óptimo, irreprochable, y que, por consiguiente, se eleva ante nosotros a la altura del tipo perfecto, del modelo de toda virtud, del santo.

Pero hay más: la misión que realiza san José en la escena evangélica no es sólo la de una figura personalmente ejemplar e ideal; es una misión que se ejerce junto, mejor aún, sobre Jesús: será considerado como padre de Jesús (Le 3,23), será su protector, su defensor. Por eso la Iglesia, que no es otra cosa sino el cuerpo místico de Cristo ha declarado a san José su propio protector, y como tal lo venera hoy, y como tal lo presenta a nuestro culto y a nuestra meditación. 3

ACTIO: Repite con frecuencia y vive durante la jornada de hoy"Haz prósperas, Señor, las obras de nuestras manos" (del salmo responsorial).

LECTURA ESPIRITUAL: Dios creó al hombre no para vivir aisladamente, sino para formar sociedad. De la misma manera, Dios "ha querido santificar y salvar a los hombres no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente".

Desde el comienzo de la historia de la salvación, Dios ha elegido a los hombres no solamente en cuanto individuos, sino también en cuanto miembros de una determinada comunidad. A los que eligió Dios manifestando su propósito, denominó pueblo suyo (Ex 3,7-12), con el que además estableció un pacto en el monte Sinaí.

Esta índole comunitaria se perfecciona y se consuma en la obra de Jesucristo. El propio Verbo encarnado quiso participar de la vida social humana.

Asistió a las bodas de Caná, bajó a la casa de Zaqueo, comió con publicanos y pecadores. Reveló el amor del Padre y la excelsa vocación del hombre evocando las relaciones más comunes de la vida social y sirviéndose del lenguaje y de las imágenes de la vida diaria corriente.

Sometiéndose voluntariamente a las leyes de su patria, santificó los vínculos humanos, sobre todo los de la familia, fuente de la vida social. Eligió la vida propia de un trabajador de su tiempo y de su tierra [...].

Sabemos que, con la oblación de su trabajo a Dios, los hombres se asocian a la propia obra redentora de Jesucristo, quien dio al trabajo una dignidad sobreeminente laborando con sus propias manos en Nazaret.

De aquí se deriva para todo hombre el deber de trabajar fielmente, así como también el derecho al trabajo. Y es deber de la sociedad, por su parte, ayudar, según sus propias circunstancias, a los ciudadanos para que puedan encontrar la oportunidad de un trabajo suficiente.

Por último, la remuneración del trabajo debe ser tal que permita al hombre y a su familia una vida digna en el plano material, social, cultural y espiritual, teniendo presentes el puesto de trabajo y la productividad de cada uno, así como las condiciones de la empresa y el bien común. 4. Fuente: santaclaradeestella.es

 1)   Juan Pablo II, Redemptoris cusios, nn. 22ss / 2)  Juan XXIII, Discorsi, messagi, colloqui, Ciudad del Vaticano 1961, pp. 326. / 3)  Insegnamenti di Paolo VI, Ciudad del Vaticano 1964, pp. 187ss. / 4)  (Gaudium et spes, 32 y 67).