Cinco criterios para saber si estás o no en el camino de la santidad. Artículo.

1. Perseverancia, paciencia y mansedumbre

El primer signo es cuando Dios se convierte en la fuente de tu fortaleza interior, cuando estás firmemente anclado en Él. Esta actitud ayuda al cristiano a afrontar cualquier situación en la vida, por grave y desesperanzada que sea. Cuando “sabes” y “sientes” que Dios está contigo, entonces “¡Todo está bien!”  

Esa es la fuente de la fortaleza de los santos, que se enfrentan a toda hostilidad y violencia con amor y paz. Es también el signo de una persona con la que se puede contar, porque quienes tienen su fe en Dios son también fieles a los demás. Una persona así no responde al mal con venganza sino con amor. Una persona así protege el buen nombre de los demás. No juzga a los demás por sus faltas, sino por sus fortalezas. Siempre está dispuesto a aprender de los demás. ¡Si estás dispuesto a sufrir humillaciones por el bien de los demás, entonces te pareces a Cristo!

2. Alegría y sentido del humor

Un cristiano santo siempre está lleno de alegría y con sentido del humor, porque alguien que tiene a Dios consigo nunca puede estar triste o abatido. Cuando entra en una habitación trae sonrisas y buen rollo. Esta persona puede estar afrontando el momento más duro de su vida, y sin embargo nada puede destruir la alegría y confianza que están en él, porque sabe que, a fin de cuentas, ¡Dios me ama! Esa alegría trae una profunda seguridad, una serena esperanza y una satisfacción espiritual que el mundo no puede entender ni valorar.

3. Audacia y pasión

Déjenme enseñarles este punto mostrando cómo un cristiano no debe ser. El mayor obstáculo a la evangelización es una mentalidad de miedo y falta de entusiasmo entre los cristianos al hablar de su fe. Podemos paralizarnos por un exceso de prudencia, siempre queriendo jugar sobre seguro, sin querer jamás alejarnos demasiado de la playa. Nos negamos a mirar a la realidad a los ojos y, por el contrario, nos tienta huir hacia un “espacio seguro”. Esto puede tener muchos nombres: individualismo, espiritualismo, adicción, vivir en “mi” mundo, rechazo a nuevas ideas y perspectivas, pesimismo, dogmatismo, etc. Somos como Jonás; no queremos ir donde el Señor quiere que vayamos. Pero Dios nunca tiene miedo. ¡Es un valiente! Siempre es más grande que nuestros planes y esquemas. Quiere que seamos audaces y que tengamos el coraje de hacer cosas que nadie más quiere hacer, de decir las cosas que nadie más quiere decir. No digas “deja las cosas como están”.

4. En comunidad

La santidad no se vive en solitario, se vive en común con otros. Esto es mucho más difícil, como experimentamos en las familias, los lugares de trabajo, en la parroquia e incluso en las comunidades religiosas.

Aislarme de los demás es lo contrario de la santidad. En el matrimonio, cada uno de los esposos se convierte en la fuente de santificación del otro. Una persona santa es alguien que puede vivir los mandamientos cuando está con otros. La santidad tiene también que ver con prestar atención a las pequeñas cosas. Una comunidad santa es una cuyos miembros prestan atención a las pequeñas necesidades de todos. Un gran amor en las cosas pequeñas. Dios está en los detalles. 

5. En constante oración

¿Recuerdas cuántas horas puedes pasarte hablando o escribiéndote con esa persona tan especial en tu vida? ¿Cómo esa persona está siempre en tu mente? Pues bien, si esa otra persona es Dios, eso es oración. Si dices que amas a Dios, pero no sientes que estás hablando con Él, ¿es un amor de verdad? No puede alcanzarse la santidad sin tener hilo directo con Dios. No es imprescindible que las oraciones sean siempre en el sentido tradicional, usando las fórmulas establecidas o largas devociones. Lo importante es cuánto tiempo estás a solas con Dios, hablándole. ¡Reza sin cesar! También es oración ponerte tranquilamente ante el fuego del Señor y dejar que caliente tu corazón. ¡Estate tan cerca de Él que puedas coger su fuego sin quemarte!

La oración también es silencio; es leer la Palabra de Dios y “recordar” que todo lo ha hecho por mí y por los demás. Piensa en tu propia historia cuando reces y encontrarás la misericordia. La oración también es petición e intercesión. Se convierte en una señal de nuestra dependencia de Dios y también en una expresión de nuestro amor a los demás. Cuando rezamos por los demás (incluso por quienes no nos gustan), acogemos sus vidas, sus problemas más profundos, su bienestar, y sus sueños más elevados. En la oración encontrarás la fuerza para perdonar.

Finalmente, esta oración debe conducirnos a la Eucaristía, a recibir a Jesús en la Santa Comunión. Es ahí donde lo humano y lo divino se reúnen. Fuente: lafamilia.info

También Monseñor Munilla comenta el artículo en este vídeo:


El sacerdote Joshan Rodrigues estudió Comunicación Institucional y de la Iglesia en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, en Roma. Actualmente ejerce su ministerio en el departamento de Comunicación de la archidiócesis de Bombay (India), a la que pertenece. Fuente: religionenlibertad.com

Tiene tres autores de referencia: G.K. Chesterton, el obispo Fulton J. Sheen y el obispo Robert Barron. Siguiendo esos modelos, en su blog personal, Musing in Catholic Land [Meditando en Tierra Católica], presta una gran atención a las tendencias culturales. 

Veamos ahora otro texto de "La imagen del día" de santaclaradeestella.es: 
   Oímos la voz de Dios cuando, con mente tranquila reposamos de toda actividad del mundo y, en el silencio de la mente, pensamos en los preceptos divinos.
   Cuando la mente cesa de ocuparse de las obras exteriores, entonces reconoce de un modo más claro el valor de los mandamientos de Dios. La multitud de los pensamientos de la tierra ensordece hasta tal punto nuestro corazón que, si no nos ponemos a cubierto, acabamos por dejar de oír la voz del juez divino. El hombre no puede atender a dos cosas opuestas: cuanto más escucha fuera, tanto más sordo se vuelve para sus adentros. Cuando Moisés huyó al desierto y se quedó allí cuarenta años, fue cuando pudo percibir la voz divina.
   Por eso, los santos, obligados a ocuparse de ministerios exteriores, se apremian siempre a refugiarse en el secreto de su corazón y, como Moisés en el monte, suben a contemplar cosas elevadas y a recibir la Ley de Dios, dejando de lado el tumulto de las cosas temporales y escrutando las altísimas voluntades de Dios. Así Moisés, en sus dudas, volvía frecuentemente al tabernáculo, y allí, en secreto, consultaba a Dios y sabía con seguridad lo que debía hacer. Dejar las muchedumbres e ir al tabernáculo significa dejar de lado el tumulto de las cosas exteriores y entrar en el secreto de la conciencia, donde consultamos al Señor y en medio del silencio escuchamos lo que debemos hacer después en público.
   Así hacen cada día los buenos superiores cuando no logran ver claro en sus dudas: entran dentro de ellos mismos, como en el tabernáculo, miran la ley que está contenida en el arca, consultan al Señor, escuchan en silencio y, después, ejecutan fuera lo que han oído. Para llevar a cabo sin pecado los deberes exteriores, intentan concentrarse continuamente, y así escuchan la voz de Dios casi en un sueño, puesto que con la meditación de la mente se abstraen de los impulsos de la carne (Gregorio Magno, Moralia II, Roma 1965, pp. 141-143, passim. Obras, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1958).
   El camino de un hombre que no se dirige a una tierra, sino que tiende a su Dios, no es una simple peregrinación, un viaje; es una ascensión: no se llega a Dios a través del desplazamiento de un lugar a otro, a través de un movimiento espacial, sino más bien superando un mundo. No existe proporción entre el hombre y Dios, entre la creación y Dios: entrar en relación con Dios significa, para Moisés, salir del mundo en el que habita, dejar toda la creación detrás de sí para entrar en el cielo; significa ir más allá, ascender.
   En esta ascensión se encuentra una gran enseñanza para la vida espiritual: el hombre se evade del mundo con mucha frecuencia para buscar un paraíso perdido, pero su evasión le lleva a algún lugar lejano que, después, resulta ser otra tierra que tiene los mismos límites y la misma pobreza que la primera. Ahora bien, en los hombres religiosos no se da la evasión a otra tierra, sino que la ascensión a un monte es lo que expresa mejor la aspiración profunda que le mueve.
   Puede haber un doble modo de encontrarse con Dios: o descender o subir; ciertamente, no se trata de permanecer en el mismo plano. Para encontrarte con Dios tal vez debas descender, ir al fondo, de tal modo que escapes del cosmos del que formas parte. Debes ascender: pero qué significa ascender? Únicamente superarse. Éste es el camino del alma religiosa: la salida de sí misma. No hay otro camino que lleve a la relación con el Señor más que este puro salir, este ir más allá, ascender, levantarnos por encima de nosotros mismos. No es el paso del mar lo que puede llevarnos al mundo de Dios, no es la peregrinación por el desierto lo que puede llevarnos al encuentro del Señor, sino el morir: o morir o permanecer siempre extraños al mundo de Dios (D. Barsotti, Meditazione sull'Exodo, Brescia 1967, p. 173-175 [Espiritualidad del Éxodo, Ediciones Sígueme, Salamanca 1968]).