Santos Marta, María y Lázaro.

Marta es la hermana de María y de Lázaro de Betania. En el evangelio sólo se la nombra en tres episodios (cf. Lc 10,38-42; Jn 11,1-44; Jn 12,1-11), y en todos ellos se resalta su actitud dinámica, su acogida afectuosa a Jesús y su esmero en servirle. Por otra parte, se dice que Marta, María y Lázaro eran muy amigos de Jesús, el cual, a su vez, también les quería mucho. El Evangelio de san Juan (Jn 11) narra extensamente la resurrección de Lázaro realizada por Cristo. Ante la muerte de su amigo, Jesús lloró, y los judíos comentaron: «Mirad cómo le quería».
Entre los personajes del evangelio, Marta -junto con Pedro- es la única en confesar de manera explícita y completa su fe en Jesús como Mesías enviado por el Padre. Santa Marta es modelo de mujer laboriosa y patrona de los hosteleros. -Oración: Dios todopoderoso, tu Hijo aceptó la hospitalidad de los santos Marta, María y Lázaro  y se albergó en su casa; concédenos, por intercesión de esta santa familia, servir fielmente a Cristo en nuestros hermanos y ser recibidos, como premio, en tu casa del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

El 29 de Julio también se celebra
 Santa Beatriz Mártir.

Evangelio: Juan 11,19-27
 
En aquel tiempo, muchos judíos habían ido a Betania para consolar a Marta y María por la muerte de su hermano.

Tan pronto como llegó a oídos de Marta que llegaba Jesús, salió a su encuentro; María se quedó en casa.

Marta dijo a Jesús: -Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.

Pero, aun así, yo sé que todo lo que pidas a Dios él te lo concederá.

Jesús le respondió: -Tu hermano resucitará.

Marta replicó: -Ya sé que resucitará cuando tenga lugar la resurrección de los muertos, al fin de los tiempos.

Entonces Jesús afirmó: -Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo el que esté vivo y crea en mí, jamás morirá. ¿Crees esto?

Ella contestó: -Sí, Señor; yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir a este mundo.

       El diálogo entre Jesús y Marta referido en este fragmento del evangelio forma parte del episodio de la llamada «resurrección de Lázaro» (cf. Jn 11,lss). Como en Le 10,38-42 y en Jn 12,lss, destacan las actitudes opuestas de Marta y de María: la primera muestra un carácter más dinámico y concreto, que se manifiesta en salir de inmediato al encuentro del Señor; la segunda, a la que siempre se describe sentada y escuchando al Maestro, permanece en casa (v. 20).

Marta asocia, en cierto modo, la muerte de su hermano a la ausencia de Jesús en aquel momento, pero confirma asimismo su firme confianza en él como mediador infalible ante Dios (vv. 2lss). Empieza así un itinerario interior que la conducirá a una profesión de fe plenamente cristiana (v. 27), pasando a través de la declaración de su fe en la resurrección del último día (v. 24), en conformidad con la tradición judía (cf 2 Mac 7,9.23; 12,42b-44; Dn 12,1-3). Es el mismo Jesús quien la guía en este recorrido: con una expresión típica de las autorrevelaciones divinas («Yo soy»: v. 25a; cf. Ex 3,14; Lv 19,lss; Jn 6,35; 14,6; passim), el Señor hace comprender a Marta que la vida que él da supera también a la muerte. Jesús, resurrección y vida, crea en quien le recibe una condición nueva y definitiva (cf Jn 5,24; 8,51).

Como hace en todo su evangelio, también aquí Juan recurre a términos antitéticos y juega con su doble significado: cuando alguien da su plena adhesión a Jesús, pasa de la muerte física a la vida definitiva, eterna (v. 25b), porque quien en vida haya creído en él no padecerá la condena a la eterna separación de Dios (v. 26a).

Con estas palabras se refiere el Señor al destino último y, al mismo tiempo, pone de manifiesto que, a través de él, está ya presente en el creyente el germen de la vida eterna. Jesús no se limita a revelar a Marta estas verdades, sino que le pregunta de una manera explícita su posición ante ellas (v. 26b), brindándole la oportunidad de manifestar plenamente su adhesión a la persona del Maestro, reconocido ahora como el Mesías esperado por Israel y como el Hijo de Dios (v. 27).

 MEDITATIO: Los evangelios presentan a santa Marta siempre en movimiento, como una mujer eficiente y segura de sí. Tal vez esto la conducía a dejarse atrapar demasiado por las cosas que debía hacer y a perder de vista el sentido de su trajín. Sin embargo, ante Jesús, comprende que la eficiencia no es el valor más elevado, sino que importa sólo en la medida en que está equilibrada por la acogida, por la atención al otro y por el «temor al Señor», o sea, movida por el amor; si no es así, hace correr el riesgo de separar de lo esencial, convirtiéndose en una fuente de ansiedad y de fragmentación.

Santa Marta no se relaciona con el Señor sólo haciendo algo por él, sino que se presenta ante él con una actitud de verdad y de diálogo: se le muestra tal como es, dolida por la muerte de su hermano, decepcionada por no haber sido escuchada (cf. Jn 11,3.21), pero también firme en la fe. Aunque no ha visto satisfecha su oración,  no la emprende con Dios, no se cierra a su misterio, no duda de su bondad; más bien, se pone a la escucha del Señor y se hace disponible a caminar con él, revisando su modo de concebir la vida y la fe. Marta se deja conducir por Jesús a través de la experiencia del dolor en un recorrido de conocimiento más profundo de sí misma, de la realidad, del mismo Señor. A quien le acoge de verdad, todo se le presenta bajo una luz nueva: vivir significa entonces habitar en el amor de Dios, en la amistad sincera y confiada con él. La vida eterna empieza ya desde ahora, y atraviesa y vivifica todas las vicisitudes humanas, incluso las marcadas por el sufrimiento.

Eso significa ponerse a la escucha de Dios y de su Palabra, como Marta, también en los momentos de incertidumbre y de duda (cf. Jn 11,39-41). También a nosotros nos pide el Señor una adhesión personal: «¿Crees esto?». Marta dio su respuesta; cada uno de nosotros está llamado a dar la suya.

 ORATIO: Señor, son muchas las veces que, frente a las dificultades  de la vida, mi fe vacila y me dejo absorber por las mil cosas que debo hacer para huir de la desilusión y del vacío interior; o bien siento la tentación de esconder mis miedos construyéndome una fe a mi medida, adherido rígidamente a principios que considero indiscutibles y que quisiera resguardar de cualquier turbación.

Enséñame a abrir mi fe a tu imprevisibilidad, a estar disponible para el encuentro auténtico contigo, al encuentro en el que mis falsas seguridades cedan su sitio a la confianza en tus promesas. No permitas que el ritmo frenético de mis jornadas me atropelle hasta el punto de dejar de estar inspirado por el amor. Y, sobre todo, no dejes que la experiencia del dolor me aleje de ti: conviértela, más bien, en una experiencia fecunda de resurrección y de vida.

 CONTEMPLATIO: Marta, más comprometida con el desarrollo de las tareas necesarias, llega la primera [a Jesús]. María, más fina y con un ánimo más sensible, espera en casa para recibir el pésame. Marta, más sencilla, corre al encuentro de Jesús, embriagada por el dolor, que, sin embargo, soportaba con entereza. «Mi hermano -dice- ha muerto porque no estabas aquí, pues tú, con una sola orden, puedes vencer a la muerte.» [Jesús le] dice: «El que crea en mí no estará inmune de la muerte de la carne; con todo, Dios puede dar fácilmente la vida a quien quiera».

Cuando dice después a Marta: «¿Crees?», exige la confesión de la fe como madre y protectora de la vida. Y ella le dice de inmediato que sí, y confiesa su fe con sutileza [...]: al usar el artículo -el Cristo y el Hijo de Dios- ha confesado claramente al único, excelente y verdadero Hijo de Dios. [El Señor] exige comprensión de la fe: ésta es un gran don cuando nace de un ánimo ardiente, y tiene tanto poder que salva no sólo a quien cree, sino también a los otros. De este modo, también Lázaro fue resucitado por la fe de su hermana, a la que el Señor dijo: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?», como si quisiera decirle: «Ya que Lázaro ha muerto, suple tú la fe del muerto. En efecto, es preciso creer firmemente a fin de ver las cosas que están por encima de la esperanza» (Cirilo de Alejandría, Cornmento al vangelo ii Giovanni, Roma 1994, II, pp. 313ss, passim).

ACTIO: Repite y medita a menudo durante el día estas palabras: «Sé que todo lo que pidas a Dios él te ¡o concederá» ( Jn 11,22).

 PARA LA LECTURA ESPIRITUAL: La fiesta de Santa Marta que celebra hoy la liturgia nos pone ante este personaje del evangelio íntimamente ligado a la persona y a la misión de Jesús. Suele representar a Marta como la persona siempre atareada, la que se afana, y ello por amor a ese inefable amigo que es Cristo, que se hospeda en su casa, amigo de su hermano y de su hermana. Marta es una mujer siempre atareada y molesta, algunas veces, por las actitudes contemplativas de su hermana; de todos modos, se trata de una atareada entregada por completo a su Señor. Pero, si nos fijamos bien, esta visión y esta imagen de santa Marta están un tanto reajustadas por este fragmento del evangelio de Juan.

Es Marta quien se dirige a Jesús, con el corazón lleno de amor y de dolor por la muerte de su hermano Lázaro; es ella la que con aquella hermosa amistad, valiente y espontánea, casi reprocha al amigo: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano». Esta actitud de auténtica amistad por parte de Marta respecto a Jesús nos revela algo mucho más precioso en su ánimo que la laboriosidad atareada de una acogida puramente exterior. Existe entre Marta y Jesús una misteriosa camaradería. Marta sabe que Jesús es poderoso; se da cuenta de que el Señor lo puede todo [...]. La afectuosa amistad, la valiente libertad de Marta, nos dice mucho sobre el conocimiento que tenía de Cristo y sobre la confianza que el Señor Jesús le otorgaba. Hemos de señalar, por otra parte, que Jesús no corrige a Marta por su observación. Sí lo hizo cuando se lamentaba de la «inercia» de María. Pero en esta ocasión no. Comprende su dolor, lo comparte. El evangelio dice que Jesús mezcló sus lágrimas con las de Marta.

¡Qué misteriosa y sublime amistad! [...] El misterio de la muerte vivido en comunión de amistad conduce a Jesús a realizar una afirmación, podríamos decir, desconcertante: «Tu hermano vivirá». Marta comprende y no comprende. Tal vez guarde en el corazón la esperanza de un prodigio clamoroso; tal vez se refugie en la confianza en la resurrección final de los muertos.

Y dice a Jesús: «Sé que resucitará, porque tú eres el Cristo, el Señor de la vida». Aquí tenemos la profesión de fe de santa Marta. María, la contemplativa, nunca dijo a Jesús: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo»; Marta, la atareada, sí lo hizo. Y Jesús le dejó que se lo dijera. Es posible que precisamente esta declaración de fe sobre su verdadera identidad fuera lo que provocó en él la decisión última del prodigio clamoroso (A. Ballestero, consacrati nella Chiesa e nel mondo. Meditazioni sull'essenziale, Milán 1994, pp. 147ss). Fuente: santaclaradeestella.es

San Melchor de Quirós. 28 de julio. Primer santo asturiano.


El primer, y hasta el momento, único santo asturiano fue canonizado por San Juan Pablo II en el año 1988. Para celebrarlo, cientos de asturianos viajaron a Roma para acompañar al fraile dominico de Cortes, que murió martirizado en el territorio conocido hoy como Vietnam, entonces Indochina.

Pulsa en el enlace para leer la historia del santo (descargable en pdf) y diversas imágenes.

Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.

 




Domingo XVII tiempo ordinario


En nuestro opulento mundo occidental difícilmente llegamos a comprender lo que significa tener hambre y, a continuación, de modo sorprendente, vernos saciados de una manera abundante. En nuestro mundo presuntuoso estamos convencidos de disponer de respuestas técnicas y eficaces para cada problema, y por eso resulta más arduo saber apreciar los gestos gratuitos.

Estoy dispuesto a poner en juego mis "cinco panes y mis dos peces" en la lucha contra las realidades macroscópicas que, a pesar de tanto progreso, mantiene la gente que sufre bajo el umbral de la supervivencia física y de otros tipos -incluso (sobre todo?) en el mundo "rico"-, que jadea por falta de valores, de sentido, de una calidad de vida humana? Tengo el valor necesario para perder mis panes y mis peces y entregárselos al Señor, para que puedan vivir muchos?

Se tratará de un gesto imposible mientras piense que tengo derecho a mantenerme bien atado a lo que poseo. Sólo conseguiré compartir si cambio de mentalidad y, por consiguiente, de mirada: si no veo en el otro a un rival, sino a un hijo como yo del único Padre; si comprendo que, juntos, formamos parte de un único cuerpo. Entonces comprenderé que lo que tengo -más aún, lo que soy- no me ha sido dado para que sólo yo lo goce, sino que me ha sido confiado para que muchos otros puedan participar. Alguien ha dicho que sólo poseemos verdaderamente lo que damos. El milagro de la "multiplicación de los panes" puede proseguir, si yo lo permito...


 



Santa Ana y San Joaquín, Padres de la Virgen María. 26 de julio.

Sobre Joaquín y Ana, padres de María, no hay referencias en la Biblia y no hay informaciones verídicas; las que nos han llegado hoy se derivan de textos apócrifos como el Protoevangelio de Santiago y el Evangelio del pseudo-Mateo, así como de la tradición.

La descendencia, signo del amor de Dios

Ana parece haber sido hija de Achar y hermana de Esmeria, quien fuera madre de Isabel y por lo tanto abuela de Juan el Bautista. Joaquín es descrito como un hombre virtuoso y muy rico del linaje de David, que solía ofrecer una parte de las ganancias de sus bienes al pueblo y una parte en sacrificio a Dios. Ambos viven en Jerusalén. Casados, Joaquín y Ana no tienen hijos por veinte años. No generar descendencia, para los judíos en aquel tiempo era una señal de la falta de bendición y favor de Dios; por lo tanto, un día, al llevar sus ofrendas al Templo, Joaquín es increpado por un tal Rubén (tal vez un sacerdote o un escriba): indigno por no haber procreado, de hecho, según él no tiene derecho a presentar sus ofrendas. Joaquín, humillado y escandalizado por esas palabras, decide retirarse al desierto y durante cuarenta días y cuarenta noches implora a Dios, entre lágrimas y ayunos, que le dé una descendencia. Ana también pasó días en oración pidiendo a Dios la gracia de la maternidad.

El anuncio del nacimiento de María

Las súplicas de Joaquín y Ana son escuchadas en el cielo; por lo que un ángel se les aparece por separado y les advierte que están a punto de convertirse en padres. El encuentro de los dos en la puerta de la casa de ambos, después del anuncio, se enriquece con detalles legendarios. El beso que la pareja de esposos intercambia fue dado ante la Puerta de Oro de Jerusalén, el lugar donde, según la tradición judía, se manifestó la presencia divina y el advenimiento del Mesías.

Se amplía aún la iconografía de este beso frente a la famosa puerta que los cristianos creen que es por la que Jesús hizo su entrada en la Ciudad Santa el Domingo de Ramos. Meses después del regreso de Joaquín, Ana da a luz a María. La niña es criada en el cuidado amoroso de su padre y de su madre, en la casa que estaba ubicada cerca de la Piscina de Bethesda. Allí, en el siglo XII, los cruzados construyeron una iglesia, todavía existente, dedicada a Ana, que educó a su hija en las artes domésticas.

El culto

Cuando María cumple 3 años, para dar gracias a Dios, Joaquín y Ana la presentan en el Templo para consagrarla al servicio del mismo Templo, como habían prometido en sus oraciones. Los apócrifos no informan nada más sobre Joaquín, mientras que sobre Ana dicen que vivió hasta los 80 años de edad. Sus reliquias fueron guardadas durante mucho tiempo en Tierra Santa, luego trasladadas a Francia y enterradas en una capilla excavada bajo la catedral de Apt. Su descubrimiento e identificación serían acompañados más tarde por algunos milagros. El culto a los abuelos de Jesús se desarrolló primero en Oriente, luego en Occidente y a lo largo de los siglos la Iglesia los ha recordado en diferentes fechas. En 1481, el Papa Sixto IV introdujo la fiesta de Santa Ana en el Breviario Romano, fijando la fecha de la memoria litúrgica en el 26 de julio, transmitida como día de la muerte. En 1584, Gregorio XIII introdujo la celebración litúrgica de Santa Ana en el Misal Romano, extendiéndola a toda la Iglesia. En 1510, sin embargo, fue Julio II quien introdujo la memoria de San Joaquín en el calendario litúrgico el 20 de marzo, que fue trasladado varias veces a lo largo de los siguientes siglos. Con la reforma litúrgica que siguió al Concilio Vaticano II en 1969, los padres de María fueron "reunidos" en una sola celebración el 26 de julio. Fuente: Vatican News

Guardar el “Sabbath”. Artículo.

El místico sufí Rumi lamentaba en una ocasión: He vivido demasiado tiempo donde puedo ser localizado. Esto fue escrito hace doce siglos, mucho antes de los teléfonos móviles, internet, los ordenadores y los medios sociales. Hoy, casi todos nosotros vivimos donde podemos ser localizado en cualquier momento. Aunque esto tiene inmensas ventajas, tiene también un desagradable aspecto negativo que hemos tardado en reconocer. No ser nunca capaces de huir de nuestras preocupaciones y ocupaciones está alterando nuestra salud mental. Muchos de nosotros encuentran difícil huir, suspender las actividades, descansar, cobrar nuevas fuerzas. Para expresar esto en lenguaje bíblico, estamos encontrando más y más dificultad para tener el “Sabbath” en nuestras vidas.

Tenemos un mandamiento recibido de Dios: Acuérdate de guardar el Sabbath como día santo. Pienso que todos podemos estar de acuerdo en que este mandamiento ha caído hoy en tiempos adversos. No es sólo el hecho de que cada vez vaya menos gente a sus iglesias el domingo, ni que cada vez más tiendas y negocios estén abiertos el domingo, ni que los acontecimientos deportivos ocupen ahora mucho del espacio del Sabbath antes reservado para la religión. El problema más profundo es que cada vez hay más entre nosotros que ya no frenamos nuestras vidas, ni apagamos las máquinas de comunicación, ni huimos de la tensión y preocupaciones de nuestras vidas, ni simplemente paramos y descansamos.

Vivimos donde siempre podemos ser localizados, y hemos perdido en gran parte la noción del Sabbath en nuestras vidas. Ahora estamos discurriendo un mandamiento para guardar el Sabbath como día santo a modo de una idealizada propuesta de estilo de vida: Útil, si puedes encontrar el tiempo de hacerlo.

Con esto en cuenta, ofrezco diez consejos para practicar hoy el Sabbath.

1.- Practica el Sabbath con la disciplina que exige un mandamiento, incluso como practicas la disciplina de la vida y el deber.

2.- Ten por lo menos un momento de Sabbath cada día. Date algo para esperar con agrado cada día. El Sabbath no tiene que ser necesariamente un día; puede ser una hora especial, un momento peculiar en el que te sales de la cinta de correr y tratas de hacer algo que te guste.

3.- Vete cada semana a algún lugar donde no puedas ser localizado, y ten un “Sabbath cibernético”. Una vez a la semana, desconecta todas tus comunicaciones electrónicas durante seis horas o, aun mejor, durante doce horas. Vete a un lugar donde, a no ser por una emergencia, dejes de estar disponible. Podrías encontrar en esto la disciplina más dura de todas, y quizás la más importante.

4.- Honra la “sabiduría del letargo”. Haz algo regularmente que resulte no-pragmático. Los labradores saben que no se puede sembrar un campo continuamente y, aun así, lograr una buena cosecha. Los campos requieren estaciones regulares durante las que descansen en barbecho de modo que puedan (en esa aparente situación de letargo) empaparse de los nutrientes y otros elementos que necesitan para producir. El cuerpo humano y la mente son idénticos. Regularmente, necesitamos periodos de letargo en los que nuestras energías descansen en barbecho para el mundo programático.

5.- Ora y medita con regularidad de alguna manera. Existe una sola regla y un consejo para esto: ¡Hazlo! Déjate ver regularmente, y lo que tenga que suceder, sucederá. Esta es una manera más importante de que salgamos de la cinta de correr y tengamos algo de Sabbath en nuestras vidas.

6.- Estate atento a los niños pequeños, a las persona ancianas y al tiempo atmosférico. El Sabbath tiene por objeto restituir la admiración a nuestras vidas, y hoy la admiración ha abandonado el edificio. Así, como dice el poeta John Shea, pide a los niños la capacidad de admirarte. Es uno de los pocos ámbitos donde aún podemos encontrarla. Igualmente, el tiempo pasado con las personas ancianas puede ayudar a darnos una perspectiva más saludable sobre la vida. También, ¿cuándo fue la última vez que observaste el tiempo atmosférico como fuente de admiración?

7.- Vive de acuerdo con el axioma: “Si no es ahora, ¿cuándo? Si no es aquí, ¿dónde? Si no con esta gente, ¿con quién? Si no es por Dios, ¿por qué?  Pasamos el noventa y ocho por ciento de nuestras vidas esperando que nos suceda algo más. Ten algunos momentos en los que te des cuenta de que aquello que estás esperando ya está aquí.

8.- Permite también a tu cuerpo saber que es Sabbath. El Sabbat no sólo se proyecta al alma sino también al cuerpo. Haz a tu cuerpo un regalo sabático, al menos una vez por semana.

9.- Da prioridad a la familia y las relaciones. Después de todo, la vida se concreta en familia, amistad y relaciones, una verdad fácilmente eclipsada y perdida en las presiones de nuestras aceleradas vidas. El Sabbath significa situarnos de nuevo en esa verdad, al menos una vez por semana.

10.- No alimentes rencores ni obsesiones. Nuestra fatiga más profunda no es el resultado de un trabajo excesivo, sino de las heridas, rencores y obsesiones que alimentamos. La invitación a descansar durante un día incluye, especialmente, la invitación a dejar marchar nuestras lesiones. Por cierto, la noción de plazo de prescripción está basado en el concepto judeocristiano del Sabbath. Por cada rencor que alimentamos, existe un plazo de prescripción.

Dios nos concedió el Sábado para nuestra salud y nuestro disfrute. Ron Rolheiser OMI (Trad. Benjamín Elcano, cmf). Fuente: Ciudad Redonda.org

Conmemoración de Santa María Magdalena. 22 de julio.

El amor de María de Magdala no muere bajo la cruz. Jesús le había devuelto la vida en plenitud y desde aquel momento ella había vivido para Él.

Tras la hora trágica del Viernes Santo, María permanece fiel a aquella entrega absoluta, obstinadamente consagrada a la búsqueda de Aquel a quien ama. Nada puede apartarla de su objetivo: ni siquiera el  descubrimiento de la tumba vacía.

Esta mujer es figura de la Iglesia-esposa y de toda alma que busca a Cristo y no tiene otra cosa para ofrecer que las lágrimas del amor. El Señor se deja encontrar por quien le busca de este modo. Resucitado y vivo, se acerca a quien sabe permanecer en la soledad junto al misterio incomprensible. Sin embargo, sólo podemos reconocerle cuando nos llama por nuestro nombre y nos hace sentir que nos conoce hasta el fondo.

Este mismo conocimiento de amor no está destinado a una satisfacción personal, sino que es un don que nos hace testigos ante los hermanos a fin de llevar a todos el anuncio pascual, la alegría verdadera, una vida nueva transfigurada por el encuentro con el Señor. 

Como toda figura evangélica, también María Magdalena es tipo del discípulo de Cristo. En ella vemos el luminoso testimonio de quien, perseverando en la búsqueda de Dios, aunque sea en la oscuridad  de la fe y en la prueba de la esperanza, encuentra por fin a Aquel a quien ama o, mejor aún, es encontrado por él.

En efecto, Cristo, el buen pastor, es desde siempre el primero en buscarnos y permanece esperándonos. Espera que el deseo del corazón se purifique, se vuelva ardiente y consuma con su fuego toda la escoria que hay en nosotros. Espera que nuestros ojos se vuelvan capaces de reconocerle en quien nos rodea, y nos vuelva atentos a su voz, una voz que siempre nos llama por nuestro nombre. También nosotros, como María Magdalena, exultaremos de alegría ante su presencia, que nunca es asible, sino poseída o prevista. Sólo quien ha conocido la larga noche de la espera y del deseo puede convertirse en testigo creíble entre los hermanos de una fe que no es vana. 

Santa María Magdalena, viniste a Cristo, fuente de misericordia, derramando muchas lágrimas: tenías una sed ardiente de él y fuiste abundantemente saciada. Fue él quien, siendo pecadora, te justificó; fue él quien, en tu dolor tan amargo, te consoló dulcemente. Ardiente enamorada de Dios, en mi timidez, vengo a implorarte a ti, que eres bienaventurada; yo, que vivo en mi oscuridad, a ti, que eres luminosa; yo, que soy pecador, a ti, que has sido justificada: acuérdate, en tu bondad, de lo que fuiste y de la necesidad de misericordia que tuviste. Obtenme la compunción del ánimo puro, las lágrimas de la humildad, el deseo de la patria celestial. Me sirve de ayuda la familiaridad de vida que tuviste y sigues teniendo aún con la fuente de la misericordia. Hazme llegar a ella, a fin de que pueda lavar mis pecados; dame de beber de ella, para que quede saciada mi sed (Anselmo de Canterbury, Orazioni e meditazioni, Milán 1997, pp. 381-383, passim).


María ha buscado, aunque en vano. Sin embargo, no se da por vencida y acaba encontrando: su esfuerzo se ve coronado al fin por el éxito.

En qué momentos buscamos al Amado? Le buscamos en las noches [...]. Por qué llega Dios así, con retraso? Para permitirnos estrecharlo con más fuerza en el momento de su venida. El deseo no es auténtico si el tiempo consigue debilitarlo. Demuestra poseer un amor ardiente quien desiste del compromiso sólo cuando ha obtenido la victoria.

El ser que no busca el rostro del Creador permanece insensible, triste y frío. Quien desea ardientemente buscar a aquel a quien ama vive de u n ardiente amor; la falta de su Señor le vuelve inquieto, y las alegrías que ayer encantaban a su espíritu, hoy le parecen odiosas. La herrumbre del pecado se disuelve y su espíritu, encendido como oro, recupera en la llama el esplendor que el tiempo había ofuscado (Gregorio Magno, Homilías sobre el Evangelio XXV, 2-5, passim).

 

"A quién buscas?" La pregunta de Jesús resucitado a María de Magdala puede sorprendernos también a nosotros cada mañana y a cada hora de nuestra vida. Eres capaz de decir a quién buscas de verdad? En efecto, no siempre está claro que buscamos a Jesús, al Señor. No siempre aquel a quien queremos encontrar es precisamente aquel que quiere entregarse a nosotros.

María buscaba al hombre Jesús, buscaba al Maestro crucificado, por eso no veía a Jesús el Viviente delante de ella. Si tenemos una idea de Jesús a la medida de nuestra pequeña mente humana, nuestra búsqueda acaba en un callejón sin salida. Jesús es siempre inmensamente más que lo que nosotros conseguimos pensar y desear. Dónde, pues, y cómo buscar al Señor para salir del túnel de nuestros extravíos y de nuestros miedos, para no engañarnos dando vueltas alrededor de nosotros mismos en vez de correr derechos hacia él? Sólo sí antes tenemos una verdadera y justa valoración de nosotros mismos como criaturas pobres podremos descubrir la presencia de aquel que lo sostiene todo. Aquel a quien buscamos debe ser verdaderamente el todo al que anhela adherirse nuestra alma. Buscar a Cristo es signo de que, en cierto modo, ya le hemos encontrado, pero encontrar a Cristo es un estímulo para continuar buscándolo.

Esta actitud no se plantea sólo al comienzo del camino espiritual, sino que lo acompaña hasta la última meta, puesto que la búsqueda del rostro del Señor es su dato esencial. Conocer a aquel por quien somos conocidos: eso es lo indispensable. El itinerario del conocimiento de Cristo coincide con el mismo itinerario de la fe y del amor. El yo debe aprender a callar y a escuchar; el corazón debe aprender el camino del exilio para alejarse de todo cuanto lo mantiene apegado a sus viejos / tristes amores (A. M. Cánopi, Nel mistero della gratuita, Milán 1998, p. 21 ss). Fuente: santaclaradeestella.es.


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Muchas mujeres...Solo Jesús podía romper tantos prejuicios y barreras.


Andaban como ovejas sin pastor

 



Domingo XVI tiempo ordinario


De vuelta de la misión, los discípulos se reúnen en torno a Jesús y le informan sobre la actividad que han desarrollado. A ejemplo suyo han realizado obras (curaciones, exorcismos) y han enseñado (v. 30). La invitación que les dirige Jesús a retirarse a un lugar solitario,  alejado de la muchedumbre, calca las retiradas nocturnas del Maestro después de sus intensas jornadas (cf. Me 1,35), pero introduce asimismo el contexto del episodio que viene a continuación: la multiplicación de los panes (6,35-44). La muchedumbre llega incluso antes que la barca de los discípulos a la orilla a donde se dirigía y se presenta a la mirada de Jesús como un rebaño perdido por carecer de pastor (v. 34a).

Esta imagen, que ya es clásica en la Biblia para designar al pueblo de Dios, sugiere que él, Jesús, es el verdadero pastor: él es quien asume directamente la guía del rebaño descuidado por los que estaban encargados de apacentarlo. Su conmoción es la misma de YHWH, bueno y piadoso (Ex 34,6), cuyas vísceras se estremecen de ternura por Israel. Jesús es guía del pueblo antes que nada por la Palabra que introduce en la comprensión del misterio del Reino: "Se puso a enseñarles muchas cosas" (v. 34b).


 



Sagrado permiso para estar en agonía. Artículo.

Vivimos esta vida “gimiendo y llorando en un valle de lágrimas”. Esto era parte de una oración que mis padres rezaban cada día de su vida adulta, como hacían muchos otros de su generación. A la luz de las sensibilidades contemporáneas (y las espiritualidades unilaterales), esto podría sonar a morboso. ¿Debemos entender nuestras vidas como un período de pesadumbre en un mundo que no puede transmitir felicidad? ¿Es esto de hecho lo que Dios quiere de nosotros?

Tomado sin matices, esto puede resultar verdaderamente morboso. Dios no nos puso en este mundo para sufrir y así ir al cielo. No. Dios es un padre bueno. Los padres buenos traen hijos a este mundo con el deseo de que prosperen y encuentren la felicidad. Así pues, ¿cómo puede nuestra fe cristiana pedirnos que comprendamos eso de estar gimiendo y llorando en un valle de lágrimas?

A mis padres, esa frase les reportaba un cierto consuelo, a saber, que sus vidas no tenían que transmitir la sinfonía completa, el cielo en ese preciso momento. Les daba sagrado permiso para aceptar que en la vida habría desánimos, sufrimientos, pobreza, enfermedad, desastres, sueños frustrados, pesares, incomprensiones y muerte. Nunca ansiaron entender que es normal experimentar dolor y desánimo. Paradójicamente, al aceptar esta limitación, fueron capaces de permitirse gozar completamente y sin culpa de los buenos momentos de la vida.

Mi temor es que no estemos equipándonos a nosotros mismos ni a la siguiente generación con las herramientas necesarias para afrontar la frustración, el desánimo y los pesares sin derrumbarnos en la fe (y a veces también en la mente y en el cuerpo). Hoy, para la mayoría, nuestra expectación normal es que no deberíamos estar gimiendo y llorando, sino más bien que la vida debería transmitirnos una sinfonía completa. Ya no sentimos que tenemos sagrado permiso para llorar.

La espiritualidad que hoy aspiramos de nuestras iglesias, de los teólogos y de los escritores espirituales tiene muchos puntos fuertes (como también la que aspiraron mis padres tenía sus debilidades). Pero, en mi opinión, por lo general, hoy las espiritualidades no dejan suficiente espacio para sentir el dolor, una laguna compartida por casi todo el mundo secular.

No estamos ofreciendo suficiente espacio para ese sentimiento del dolor, ni en nuestras iglesias ni en nuestras vidas. No estamos dando a la gente las herramientas que necesita para afrontar la frustración, la pérdida y el dolor, ni cómo dolerse cuando está afectada por ellos. Fuera de nuestros rituales funerarios, ofrecemos poco lugar para sentir el dolor. Y aun peor, tendemos a dar la impresión de que, si derramamos lágrimas, hacemos algo improcedente en nuestras vidas. ¿Cuál es el lugar y el valor de ese profundo dolor?

Primero, como explica poéticamente Karl Rahner, es una manera de aceptar que en el tormento de la insuficiencia de todo lo accesible, en definitiva aprendemos que aquí, en esta vida, no existe ninguna sinfonía acabada. La aflicción es también, como escribe Rachel Naomi Remen, una manera crítica de cuidado de sí mismo. No lamentarse -expone ella- es  una negación de nuestra propia totalidad. La gente se destruye porque no se aflige. La novelista británica Anita Brookner repite un particular pensamiento en varios de sus libros. Comentando  sobre el matrimonio, sugiere que la primera tarea de un matrimonio es que la pareja se consuele el uno al otro porque no pueden desilusionarse mutuamente.

Mis padres no habían leído a Karl Rahner, ni a Rachel Naomi Remen, ni a Anita Brookner; pero, en su oración diaria, se recordaban mutuamente que en esta vida no existe ninguna sinfonía acabada, que el sentimiento del dolor es un saludable cuidado de sí mismo y que consuela el hecho de aceptar que ninguno de ellos podría nunca ser suficiente para el otro, ya que solo Dios puede proporcionar eso.

¿De qué necesitamos lamentarnos? De nuestra condición humana y de todo lo que nos viene con ella, a saber: la inestabilidad, la pérdida de nuestra juventud, el quebranto de nuestro cuerpo joven, las heridas, las traiciones, los sueños frustrados, los pesares, la ausencia de nuestros seres queridos, la muerte de nuestras lunas de miel, el discurrir constante de personas a lo largo de nuestras vidas, los lugares e instituciones después desaparecidos, nuestra incapacidad de no desanimar a los otros, el derrumbe de nuestra salud y nuestras eventuales muertes: eso es de lo que necesitamos lamentarnos.

¿Y cómo nos lamentamos? Jesús nos dio un ejemplo para esto cuando sintió aflicción en el huerto de Getsemaní. ¿Qué hizo cuando, como dicen los Evangelios, se rebajó a “sudar sangre” cuando se enfrentó a su propia muerte inminente? Oró, oró una plegaria que expresaba abierta y honradamente su agonía, que reconocía su distancia de los demás en este sufrimiento, que experimentaba su propia impotencia por hacer algo con el fin de cambiar la situación, que repetidamente pedía a Dios que modificara las cosas, pero que expresaba una confianza en Dios a pesar de la oscuridad del momento. Esa es la manera como Jesús se lamentó.

Si Jesús se lamentó, también nosotros debemos hacerlo. El discípulo nunca es superior al maestro. Además, podemos aprender de Jesús que gemir y llorar en nuestras vidas no significan necesariamente que algo vaya mal. Podría muy bien significar que este es el lugar donde debemos estar.

Tenemos sagrado permiso para estar a veces en agonía.  Ron Rolheiser OMI (Trad. Benjamín Elcano, cmf). Fuente: Ciudad Redonda.org Artículo original en Inglés.

Nuestra Señora del Carmen, patrona del purgatorio.

La devoción a la Virgen del Carmen está íntimamente ligada a las ánimas benditas del purgatorio, de donde María es Reina y protectora. Es por tanto una devoción muy llena de caridad fraterna, ya que honrando a la Madre del Carmen nos acercamos con cariño a todas esas almas, ya salvadas, que están en camino a la plenitud de la Gloria. Amando pues a las benditas ánimas, agradamos mucho a la Virgen María que las visita y seguramente acorta también su tiempo de llegada al Cielo. Pero vamos a repasar los fundamentos de todo esto:
¿Qué es el purgatorio?: Es el estado intermedio entre la tierra y el cielo, donde van las almas seguras ya de su salvación pero que no están del todo purificadas en sus corazones aunque ya han sido perdonadas por Dios de sus pecados. El purgatorio es un regalo de la misericordia divina, ya que ningún alma con impurezas puede ser del todo feliz en la eternidad junto a Dios.
¿Se puede dudar o negar la existencia del purgatorio?: No se puede dudar ni menos aún negar. Es Dogma de fe que, como todo dogma, tiene fundamento en la Biblia y concretamente en 2 Macabeos 12, 43-46. No es tema opinable sino que pertenece al depósito de la fe.
¿Quiénes van al purgatorio?: Creemos que la inmensa mayoría de las personas van al purgatorio, pues pocos son los que mueren perfectamente purificados, y por otro lado esperamos que sean pocos los que se condenen al infierno porque Dios en su infinito amor trata de suscitar la conversión hasta el último momento de la vida. No obstante no debemos jugar con la misericordia de Dios y asumir que Dios nos da una libertad que Él mismo respeta incluso para los que se obstinen en el pecado. Algunos santos con revelaciones particulares han “visto” el purgatorio con millones de almas y a la vez el infierno con algunas pero
 con un perfil común: eran pecadores obstinados y no creían en la existencia del infierno.
¿Qué es el “sufrimiento gozoso” del purgatorio?: El sufrimiento es de carácter moral, y consiste en revisar toda la vida personal dándose cuenta, desde la mirada de Dios, de la maldad de cada pecado que no ha sido del todo purificado en la conciencia. El purgatorio destruye la subjetividad moral y nos hace comprender el efecto del pecado delante del amor de Dios ofendido. Y también del efecto que causó en el prójimo. La imposibilidad de “volver” a la tierra a remediarlo, y sobre todo la visión del Corazón de Cristo ofendido, causan un tremendo dolor en el alma. El “tiempo” de estar en el purgatorio es decidido por cada alma al ver su pecado, y se acorta por las oraciones de los que vivimos en la tierra. El gozo del purgatorio es la seguridad de estar salvado, y las oraciones que llegan desde la tierra.
¿Cómo amar a las benditas ánimas?: Pues rezando por ellas, aplicando la Misa, comulgando en gracia de Dios tras haber confesado, ofreciendo por ellas los sufrimientos físicos que tengamos…., y de ese modo agradamos y honramos a la Virgen María Reina del Purgatorio en su advocación del Carmen.
Que grabemos en nuestros corazones una constante oración por las almas del purgatorio, y ellas nos devolverán con sus oraciones en un raudal de infinitas gracias que se intercambian entre el Cielo y la tierra. Fuente

Ellos salieron a predicar la conversión

 


Domingo XV  tiempo ordinario


Tras la resistencia que había encontrado en Nazaret a causa de la incredulidad de sus habitantes, prosigue Jesús su actividad de anunciador del Reino de Dios (cf. Me 1,15); más aún, la prolonga asociando también a los Doce a esta misión. El evangelista ya había señalado que, entre los discípulos, Jesús "designó entonces a doce, a los que llamó apóstoles, para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar con poder de expulsar a los demonios" (3,14-15).

Éste es el segundo aspecto de la vida del discípulo: el de misionero, que ahora cuenta Marcos. Es Jesús quien toma la iniciativa y quien dicta las condiciones en que deben desarrollar la misión. Hace partícipes a los enviados de su mismo poder para que prosigan su obra. Ésta consiste, esencialmente, en anunciar el alegre mensaje (el Reino de Dios está presente y es urgente convertirse), en luchar contra el maligno, en realizar curaciones como signos probatorios de la Palabra proclamada y como primicias del mismo Reino (vv. 7 y 12ss).

La sobriedad que caracteriza el estilo de vida del misionero en el vestido y en el alimento forma parte integrante del anuncio (vv. 8ss): proclama la confianza en la Palabra que le ha enviado, cuyo valor está por encima de cualquier tipo de riqueza. A ella debe consagrarse enteramente el misionero, y es algo que debe ser evidente a simple vista. Esta misma Palabra hará que encuentren hostilidad y rechazo: lo mismo le sucedió al Maestro (cf. 6,1-6a) y a su precursor (cf. 6,17-28).

Por otra parte, Jesús envía a los discípulos confiándoles el cumplimiento de una misión, sin garantizar su éxito inmediato. El compañero que tiene cada uno (v. 7b) se convierte al mismo tiempo en garante de la verdad del anuncio y apoyo en las dificultades.

 



La oración es más necesaria justo cuando parece más inútil. Artículo.

La oración es más necesaria justo cuando parece más inútil». Michael J. Buckley, uno de los principales mentores espirituales de mi vida, escribió esas palabras. ¿Qué quiere decir con ellas?

Ante tantos problemas podemos tener la sensación de que rezar por ellos es inútil. Por ejemplo, ante el desánimo y la impotencia que sentimos ante algunos de los megaproblemas de nuestro mundo, es fácil sentir que rezar por ellos es inútil. ¿De qué servirá mi oración ante las guerras que asolan distintas partes del mundo? ¿Qué valor tiene mi oración ante la injusticia, el hambre, el racismo y el sexismo? ¿Qué hará mi oración ante las divisiones y el odio que dividen ahora a nuestras comunidades? Es fácil pensar que rezar por estas situaciones es inútil.

Lo mismo ocurre con el valor de la oración cuando nos aquejan enfermedades graves. ¿Conseguirá la oración curar a un enfermo de cáncer terminal? ¿Esperamos realmente una curación milagrosa? La mayoría de las veces, no, pero seguimos rezando a pesar de tener la sensación de que nuestra oración no va a cambiar la situación. ¿Por qué?

¿Por qué rezar cuando parece inútil hacerlo? Los teólogos y escritores espirituales nos han dado varias perspectivas sobre esto que son útiles, aunque no adecuadas. La oración, dicen, no pretende cambiar la mente de Dios, sino cambiar la mente de la persona que reza. No rezamos para poner a Dios de nuestra parte; rezamos para ponernos nosotros de parte de Dios. Además, nos han enseñado que la razón por la que podría parecer que Dios no responde a nuestras oraciones es que Dios, como un padre amoroso, sabe lo que es bueno para nosotros y responde a nuestras oraciones dándonos lo que realmente necesitamos en lugar de lo que ingenuamente queremos. C.S. Lewis dijo una vez que pasaremos mucho tiempo en la eternidad dando gracias a Dios por aquellas oraciones que Dios no respondió.

Todo esto es cierto e importante. Los caminos de Dios no son nuestros caminos. La fe nos pide que demos a Dios el espacio y el tiempo necesarios para ser Dios, sin tener que ajustarse a nuestras limitadísimas expectativas y a nuestra habitual impaciencia. De hecho, podemos estar agradecidos de que Dios no responda a muchas de nuestras oraciones de acuerdo con nuestras expectativas.

Pero aun así, aun así… cuando Jesús nos invitó a rezar, no lo hizo con una advertencia: pero tenéis que pedir las cosas correctas si esperáis que responda a vuestra oración. No, simplemente dijo: Pedid y recibiréis. También dijo que algunos demonios sólo se expulsan mediante la oración y el ayuno.

Entonces, ¿cómo podrían ser expulsados mediante la oración los demonios de la violencia, la división, el odio, la guerra, el hambre, el calentamiento global, la hambruna, el racismo, el sexismo, el cáncer, las enfermedades cardíacas, etc.? ¿Qué utilidad práctica tiene la oración ante estos problemas?

En resumen, la oración no sólo cambia a la persona que reza, sino también la situación. Cuando rezas, formas parte de la situación por la que rezas. La oración sincera te ayuda a convertirte en el cambio que pides. Por ejemplo, rezar por la paz te ayuda a calmar tu propio corazón y a traer un corazón más pacífico al mundo.

Aunque esto es cierto, también hay una realidad más profunda en juego. Más profundamente, cuando rezamos ocurre algo que va más allá de cómo imaginamos normalmente la simple interacción entre causa y efecto. Al cambiar nosotros mismos estamos cambiando la situación; sí, pero de una manera más profunda de lo que normalmente imaginamos.

Como cristianos, creemos que formamos parte de un cuerpo, el Cuerpo de Cristo, y que nuestra unión allí con los demás es algo más que una comunidad corporativa idealizada. Más bien, formamos parte de un organismo vivo en el que cada parte afecta a todas las demás, como en un cuerpo físico. Por eso, para nosotros no existen los actos privados, buenos o malos. Dudo en sugerir que esto es análogo al sistema inmunitario dentro del cuerpo humano porque es más que una analogía. Es real, orgánico. Así como en un cuerpo humano hay un sistema inmunológico que protege la salud del cuerpo en general eliminando células y virus que ponen en peligro su salud, así también dentro del Cuerpo de Cristo. En todo momento, o somos células sanas que aportan fuerza al sistema inmunológico dentro del Cuerpo de Cristo o somos un virus o una célula cancerosa que amenaza su salud. Rezar sobre un tema marca la diferencia porque ayuda a fortalecer el sistema inmunitario del Cuerpo de Cristo, precisamente porque se ocupa del tema sobre el que rezamos. Aunque en la superficie la oración pueda parecer a veces inútil, en el fondo está haciendo algo vital, algo muy necesario precisamente cuando sentimos que nuestra oración es inútil. Ron Rolheiser OMI (Trad. Benjamín Elcano, cmf). Fuente: Ciudad Redonda.org  Artículo original en Ingles