El que no está contra nosotros está a favor de nosotros.

 



Domingo XXVI tiempo ordinario



 *•• La intervención de Juan refiere la oposición de los discípulos a un exorcista que, aunque no pertenecía a su grupo, obraba en nombre de Jesús (v. 38). Esto le permite al Maestro proporcionar una enseñanza importante para la vida de la comunidad cristiana. No están en comunión con Jesús sólo los que son, oficialmente, de los suyos (v. 39); el que invoca su nombre obrando el bien es, a buen seguro, un simpatizante suyo, puesto que es correcto pensar que no ultrajará, en un segundo momento, a aquel cuyo poder había invocado antes.

        Jesús, que ha venido para salvar a todos {cf. Jn 12,32; Hch 10,34ss), no es propiedad de nadie y, con mayor razón aún, no puede pretender poseerlo en exclusiva su comunidad, que, más bien, está llamada a continuar su misión universal. Hay personas que, aunque no se consideran discípulos de Jesús, no son, de hecho, contrarias a él y llevan a cabo gestos de atención respecto a los cristianos: estos tienen asegurada su recompensa (vv. 40ss).

        Enlazando con los precedentes dichos de Jesús dirigidos a los pequeños (cf. vv. 37.41), refiere el evangelista algunas sentencias contra los que son motivo de escándalo o de tropiezo y, por consiguiente, de caída. Es preferible morir antes que atentar con nuestro propio comportamiento contra la debilidad del hermano, en particular si se sobreentiende la debilidad en la fe (v. 42).

        Esta idea aparece articulada en los versículos siguientes con tres afirmaciones extremas: es mejor amputarse un miembro del propio cuerpo que sea ocasión de caída que conservar la integridad del cuerpo y perder la comunión con Dios. El carácter trágico de esta última condición está reforzada con la cita del Is 66,24, que evoca la destrucción provocada por la putrefacción y por la combustión: un tormento sin tregua (v. 48).


 



Nuestro verdadero legado: la energía que dejamos atrás. Artículo.

Hace varios años, en un momento en que las noticias nacionales estaban muy fijadas en un sonado caso de acoso sexual, pregunté a tres compañeras: «¿Qué se entiende por acoso sexual? ¿Cuál es la línea que no se debe cruzar? ¿Qué es un comportamiento inocente y qué es acoso?». Me respondieron lo siguiente. No se trata tanto de una cuestión de una línea clara, un determinado comentario o comportamiento que vaya demasiado lejos. Más bien, sabemos lo que es inocente y lo que no lo es. Podemos leer la actitud que subyace al comportamiento. Sabemos cuándo es acoso y cuándo no.

No me cabe duda de que en la mayoría de los casos esto es cierto. Todos tenemos un radar interior muy perceptivo. Sentimos y leemos de forma natural la energía de una persona: tensión, tranquilidad, celos, afirmación, inocencia, agresión. Esto se ve ya en los niños muy pequeños, incluso en los bebés, que pueden sentir la tranquilidad o la tensión en una situación.

Es interesante que el gran místico carmelita Juan de la Cruz se base en esta idea cuando escribe sobre el discernimiento en la dirección espiritual. ¿Cómo discernir, se pregunta, si una persona está en una auténtica noche oscura del alma (algo saludable) o si está triste y abatida por una depresión emocional o por un incorrecto comportamiento a nivel moral? Juan elabora una serie de criterios para discernirlo, pero en última instancia todos se reducen a leer la energía que irradia la persona. ¿Aporta oxígeno a la habitación o lo absorbe? ¿Te deprime mientras le escuchas? Si es así, entonces su problema no es espiritual ni saludable. Las personas que se encuentran en una auténtica noche oscura del alma, independientemente de su lucha interior personal, aportan energía positiva a una persona y te dejan con la moral alta en lugar de deprimido.

Mi propósito al compartir esto no es que nos volvamos más críticos y empecemos a juzgar a los demás intentando leer conscientemente la energía que irradian. (Ya lo hacemos inconscientemente.) Lo que quiero resaltar más bien, como un reto, es que cada uno de nosotros nos examinemos más concienzudamente a nosotros mismos con relación a la energía que traemos a una estancia y la que dejamos atrás.

Cada uno de nosotros debe preguntarse con valentía: ¿qué energía aporto a una persona? ¿Qué energía aporto a la mesa familiar? ¿A una reunión comunitaria? ¿A aquellos con los que hablo de política y religión? ¿A mis colegas y compañeros de trabajo? ¿A los círculos sociales en los que me muevo? Y más profundamente, como padre o como anciano, ¿qué energía aporto habitualmente a mis hijos y a los jóvenes? Como alguien que enseña o ejerce el ministerio, ¿qué energía irradio cuando intento guiar a los demás?

Es una pregunta fundamental. ¿Qué energía estoy trayendo normalmente a una habitación y dejando atrás? ¿Frustración? ¿Ira? ¿Caos? ¿Celos? ¿Paranoia? ¿Amargura? ¿Depresión? ¿Inestabilidad? ¿O estoy trayendo y dejando algo de estabilidad, algo de cordura, algo de alegría en el corazón, algo de esa energía que bendice en lugar de maldecir a los demás? En última instancia, ¿qué estoy dejando atrás?

Cuando Jesús pronuncia su discurso de despedida en el Evangelio de Juan, nos dice que es mejor para nosotros que se vaya porque, de lo contrario, no podremos recibir su espíritu; y que su espíritu, su último regalo para nosotros, es el regalo de la paz. Aquí hay que señalar dos cosas: en primer lugar, que los discípulos no pudieron recibir plenamente lo que Jesús les daba hasta que se hubo marchado; y en segundo lugar, que en última instancia su verdadero regalo para ellos, su verdadero legado, fue la paz que les dejó.

Lo que puede parecer extraño a primera vista es que sus discípulos sólo pudieran inhalar plenamente su energía después de que él se hubiera ido y les hubiera dejado su espíritu. Lo mismo ocurre con cada uno de nosotros. Sólo cuando salimos de una habitación, la energía que dejamos atrás es más clara. Así, es después de morir cuando la energía que hemos dejado constituirá nuestro verdadero legado. Si vivimos en la ira y la amargura, en los envidia y la falta de voluntad para apoyar a los demás, y si nuestras vidas siembran el caos y la inquietud, eso será lo que dejaremos en última instancia y siempre formará parte de nuestro legado. Por el contrario, si somos dignos de confianza y vivimos desinteresadamente, con integridad moral, en paz con los demás, aportando sensatez y reafirmación a una persona, entonces, como Jesús, dejaremos un regalo de paz. Ese será nuestro legado, el oxígeno que dejemos en el planeta cuando nos hayamos ido.

Y no se trata de quién puede iluminar mejor una reunión con humor y bromas, por muy buenas que éstas sean. Se trata más bien de saber quién tiene la suficiente rectitud personal para aportar confianza y equilibrio a una reunión.

En vista de todo ello, es bueno preguntarse: cuando entro en una estancia, ¿le aporto oxígeno o se lo estoy quitando? Imagen gentileza de Roman Kraft - Unsplash Ron Rolheiser OMI (Trad. Benjamín Elcano, cmf). Fuente: Ciudad Redonda.org

El que acoge a un niño en mi nombre, a mí me acoge, y el que me acoge a mí no es a mí a quien acoge, sino al que me ha enviado.

 




Domingo XXV tiempo ordinario



El evangelista recoge en este fragmento otro dicho de Jesús referente al desenlace de su misión: va a ser entregado en manos de los hombres y le darán muerte (v. 3lab). El verbo "entregar", conjugado en pasiva y sin complemento, sugiere que es Dios quien realiza la acción. La pasión y la muerte de Jesús no son "padecidas" por Dios, que es incluso el protagonista: es él quien, a través del recorrido doloroso de su Hijo, reconciliará consigo al mundo. El signo eficaz de esto será la resurrección de Jesús (v. 31c).

        Marcos subraya una vez más que los discípulos no comprenden y, para resaltar la distancia que media entre la palabra del Maestro y su mentalidad -en última instancia, la mentalidad de la comunidad cristiana-, pone, a renglón seguido, otros dos dichos de Jesús. En el primero se afirma que la jerarquía entre los discípulos está estructurada siguiendo el criterio del servicio y del ponerse en el último lugar: en esto se fundamenta la verdadera grandeza (vv. 34ss). El segundo dicho une la acogida a Jesús -y por eso al Padre que le envía- a la de un niño (v. 37). El niño, cuya escasa consideración positiva en el mundo antiguo resulta muy conocida, es imagen de todos los que no son considerados dignos de atención y de estima; sin embargo, son precisamente ellos quienes reciben el don del amor de Jesús -cosa que significa mediante el abrazo (v. 36)- y se convierten en sacramento del mismo Jesús, como él es sacramento del Padr

 



San Mateo 21 de septiembre. Fiesta local y religiosa.

El origen de las fiestas de San Mateo: 

El Papa Eugenio IV concedió, en una bula, en 1428, la indulgencia plenaria a cuantos visitaran la Catedral de Oviedo el día de la Exaltación de la Santa Cruz, o los ocho días anteriores o posteriores del año en que tal festividad cayera en viernes. Desde 1982 se establece que puedan lograr la citada indulgencia todas las personas que cumplan con los requisitos del 14 al 21 de septiembre. En detalle: Jubileo de la Santa Cruz o "Perdonanza"

El origen festivo

Respecto al origen de las fiestas de San Mateo, las crónicas cuentan que en 1894 el Ayuntamiento de Oviedo desembolsó 5.000 pesetas, para contratar bandas de música y grupos de gaita y tambor.

Santo Sudario


El Día de San Mateo, 21 de septiembre, se exhibe en la Catedral el Santo Sudario (conocido popularmente como “el pañolón”), una reliquia de la Iglesia que guarda en la Cámara Santa y que se cree que cubrió el rostro de Jesucristo

Les paxarines


Son figuritas elaboradas con agua y harina teñida con azafrán a la que se le dan distintas formas: cestitas, nidos con huevos, figuras humanas,... adornados con lazos. La tradición cuenta que sirven como amuleto o protector contra las tormentas. Se compran únicamente a la salida de la Catedral, tras la celebración de la misa en honor a San Mateo, el 21 de septiembre. 
Esta costumbre data de hace más de 300 años. Fuente: Ayuntamiento de Oviedo 

Hoy celebramos: San Mateo (21 de Septiembre)

Entre los seguidores de Jesús de Nazaret hay personas de muy diverso carácter. De los relatos evangélicos, como de las páginas del Antiguo Testamento, se deduce que Dios no tiene un único modo de llamar a los que ha elegido. Se podría decir que es su gracia, y no las cualidades humanas, las que configuran el ideal de su llamada y también del llamado. Entre los seguidores de Jesús, varios eran pescadores. Seguramente algunos otros se habían dedicado también a las tareas agrícolas. Y habría entre ellos miembros de otras profesiones artesanas que nos pasan inadvertidas a través de los relatos. Pero lo que resulta más sorprendente es que entre los llamados por Jesús nos encontremos con un publicano o cobrador de impuestos.

Este título puede responder a muchas profesiones un tanto diferentes. Había cobradores de impuestos que alquilaban la recaudación para enviar los dineros de las provincias a las arcas imperiales. Había otros recaudadores que cobraban derechos de portazgo entre un reino y otro, entre una tetrarquía u otra.

Cafarnaún debía de contar con varias oficinas en las que se cobraban diversos tipos de impuestos. A una de estas oficinas se acercó un día Jesús para llamar personalmente a Mateo. No sabemos de dónde era. El evangelio que lleva su nombre nos refiere la escena de su vocación (Mt 9, 9-13). Se le denomina Mateo, abreviación de Mattenaí y de Mattanya, que significa «regalo o don de Dios». En los lugares paralelos, los relatos de Marcos (Mc 2, 13-17) y Lucas (Lc 5, 27-32) nos hablan de la vocación de un tal Leví, hijo de Alfeo que, sin duda, es la misma persona corno ha admitido la tradición de la Iglesia con muy contadas excepciones.

En el relato bíblico sobre la vocación de Mateo nos llaman la atención especialmente tres momentos: la llamada, el banquete y la revelación de Jesús que parece culminar los dos momentos anteriores.

Nos impresiona mirar el cuadro pintado por Caravaggio que se conserva en la iglesia de San Luis de los Franceses, en Roma. El enorme lienzo nos sitúa en una estancia cerrada, bastante oscura. Hay solamente un haz de luz que penetra por la parte superior derecha iluminando levemente el lugar. Precisamente por esa parte se dibuja también la imagen de Jesús. Ha sido representado como un personaje noble, dotado de una mirada firme y determinada que, siguiendo una línea imaginaria, va a cruzarse directamente con la mirada de Mateo.

En la pintura, Mateo está rodeado por algunos jóvenes. Unos han vuelto ya la mirada hacia Jesús, mostrándose un tanto asombrados por su entrada en aquel espacio. Los otros jóvenes siguen todavía prestando atención a las monedas que tintinean sobre la mesa del cobrador de los impuestos. Sin embargo, en esta «instantánea», captada por Caravaggio, Mateo ha levantado ya su cabeza. Ha percibido la mirada de Jesús, y la hace suya, aunque un gesto de su mano parece sugerir un momento de duda y tal vez de excusa. Es como si se mostrara incrédulo. Parece que le resulta difícil aceptar que la llamada de Jesús vaya dirigida precisamente a él.

El relato evangélico es parco en palabras. Nos refiere solamente que Jesús se acercó al lugar donde estaba Mateo y le dirigió una escueta invitación: «Sígueme» (Mt 9, 9). Es ésa una palabra profundamente significativa. El maestro va buscando seguidores. El verbo «seguir» encierra, como se sabe, un resumen de todas las actitudes que se requieren del discípulo del Maestro.

El texto de la homilía de San Beda el Venerable, que hoy se lee en el oficio de lecturas, vincula la vocación de Mateo a la mirada de amor que jesús le dirigió:

Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos y le dijo: "Sígueme". Lo vio más con la mirada interna de su amor que con los ojos corporales. Jesús vio al publicano y, porque lo amó, lo eligió, y le dijo: Sígueme, Sígueme, que quiere decir: "Imítame". Le dijo: Sígueme, más que con sus pasos, con su modo de obrar. Porque, quien dice que permanece en Cristo debe vivir como vivió él.»

« Sígueme». Más que una invitación parece una orden terminante y decidida. En ninguna parte se nos dice si Jesús conocía previamente al cobrador de tributos. Pero sí se nos dice que él aceptó inmediatamente la invitación del Maestro: «Él se levantó y lo siguió». Lo escueto del texto que narra esa decisión con la que Mateo decide seguir a Jesús puede sugerir dos posibilidades. O bien que Mateo había ya oído hablar de la grandeza del profeta de Galilea y de la majestad de su mensaje, o bien que la presencia del mismo Jesús resultó para él un motivo suficiente para dejarlo todo y seguirle.

Sea como sea, tenemos ante los ojos uno de esos momentos en los que la llamada de la trascendencia se cruza con las mil preocupaciones inmediatas de la inmanencia. Lo divino irrumpe en el panorama de lo humano. El hombre-Dios viene a cambiar los planes que los humanos se habían forjado. Ante la voz que llama, los antiguos proyectos pierden prestancia y valía. La llamada al seguimiento relativiza todas las decisiones anteriores.

Como ocurrido anteriormente con Pedro y Andrés, con Santiago y Juan, también de Mateo se subraya que abandona todas las cosas para seguir al Maestro que le invita. La rapidez en la respuesta a la llamada, la generosidad en el seguimiento y la libertad con la que el valor encontrado relativiza los valores antes poseídos parecen convertirse en puntos funda-mentales en la dinámica del discipulado.

Claro que nadie lo deja todo por nada. Ni siquiera se deja algo por algo. En realidad, los discípulos primeros de Jesús, no siguen una filosofía sino a una persona. No se enamoran de una idea, siguen a un profeta. Gracias a José-Román Flecha Andrés y Dominicos.org

Dejando Atrás la Esclavitud y al Faraón. Artículo.

Una de las grandes epopeyas religiosas en la historia es la narración bíblica del Éxodo, la historia de un pueblo que es liberado de la esclavitud, pasando milagrosamente a través del Mar Rojo y encontrándose en libertad, en una nueva orilla.

La mayoría de nosotros estamos familiarizados con esta historia. Una nación de personas, Israel, estaba viviendo bajo el peso de la esclavitud en Egipto durante muchos años. Durante todos esos años, oraron por la liberación, pero durante más de cuatrocientos años ninguna llegó.

Entonces Dios actuó. Dios envió a un hombre, Moisés, para confrontar al Faraón que estaba esclavizando a los israelitas, y cuando el Faraón se resistió, Dios envió una serie de plagas que finalmente obligaron al Faraón a liberar al pueblo de la esclavitud y permitirles partir.

Moisés comenzó a guiar a los israelitas fuera de Egipto, pero mientras se iban, el Faraón cambió de opinión y con sus ejércitos comenzó a perseguirlos, alcanzándolos justo cuando se encontraban atrapados en la orilla del Mar Rojo, incapaces de avanzar.

Es entonces cuando Dios realiza el gran milagro sobre el cual se basa la fe judía. Él milagrosamente divide el agua y permite que la gente camine a través del mar sobre tierra seca. Luego, mientras los ejércitos egipcios los persiguen, las aguas regresan y ahogan a todo el ejército, de modo que aquellos que huyen de la esclavitud ahora están libres de sus opresores, en una nueva orilla.

Tanto cristianos como judíos creen que este milagro realmente sucedió históricamente y es uno de los dos grandes milagros fundamentales que Dios ha obrado en la historia. Para los cristianos, el otro gran milagro fundamental es la resurrección de Jesús de entre los muertos. La fe judía depende de la verdad del milagro en el Mar Rojo y la fe cristiana depende de la verdad de la resurrección de Jesús.

Además, tanto el judaísmo como el cristianismo dicen que estos grandes milagros (que sucedieron históricamente solo una vez, en un tiempo y lugar) están destinados a todos los tiempos y todos los lugares y se puede participar en ellos a través del ritual (de una manera que es real, aunque fuera de la historia).

En el judaísmo, el álgebra funciona de esta manera: al dividir el Mar Rojo y permitir que los israelitas escapen, Dios realiza un milagro, alterando físicamente la realidad. Sin embargo, aunque históricamente solo una generación de personas realmente caminó a través del Mar Rojo, este es un milagro que va más allá del tiempo, el lugar, la historia y la metafísica normal. Es atemporal y pueden participar en él las generaciones posteriores.

¿Cómo? A través del ritual, a través de la conmemoración ritual de ese milagro original a través de la cena de Pascua.

Cuando los judíos religiosos celebran la cena de Pascua, creen que no solo están recordando algo que sucedió una vez cuando Dios dividió las aguas del Mar Rojo; creen que cada uno de ellos, todos estos siglos después, está realmente caminando a través del Mar Rojo. No solo están recordando un evento histórico; están participando activamente en ese evento.

¿Cómo se puede explicar esto? ¿Cómo podemos explicar cómo un evento puede existir fuera del tiempo y el espacio? No podemos. Los milagros, por definición, no tienen una fenomenología explicable. Por eso se llaman milagros. Por lo tanto, no podemos explicar ni la división histórica de las aguas ni la disponibilidad de ese evento fuera del tiempo.

Los cristianos creen lo mismo sobre el éxodo de Jesús a través de la muerte a la resurrección. Creemos que esto sucedió una vez históricamente, de verdad, en un evento que alteró milagrosamente la física normal de la tierra. Y, al igual que nuestras hermanas y hermanos judíos, también creemos que se puede participar en este evento único, la muerte y resurrección de Jesús, de verdad, a través del ritual, es decir, mediante la conmemoración ritual del mismo a través de las Escrituras y especialmente a través de la celebración de la Eucaristía.

Para los cristianos, esta es la función específica de la oración eucarística en una celebración eucarística. La oración eucarística (el Canon) no es solo una oración para hacer presente a Cristo en el pan y el vino; también es una oración para hacer presente el evento de la muerte y resurrección de Jesús para que participemos en él.

Así como el judaísmo cree que en una cena de Pascua los presentes están realmente caminando a través de un pasaje milagroso que Dios creó para que ellos caminaran hacia una nueva libertad, así también como cristianos creemos que en la Eucaristía también estamos realmente (en realidad) caminando a través del pasaje milagroso de la muerte a la vida que Jesús creó a través de su viaje de la muerte a la resurrección.

Y, en esto hay una invitación a todos los que participan en la Eucaristía: mientras se reza la oración eucarística, pregúntense: ¿qué fuerzas me están esclavizando? ¿Qué faraón me mantiene en esclavitud? ¿Una mala imagen de mí mismo? ¿Paranoia? ¿Miedo? ¿Una cierta herida? ¿Trauma? ¿Una adicción? ¿Puedo viajar con Cristo a un nuevo lugar que esté libre de esta esclavitud? El milagro de la resurrección de Jesús, como el Éxodo, sucedió una vez históricamente, pero también está fuera del tiempo y el lugar y está disponible para nosotros como una forma de dejar atrás a los faraones que nos esclavizan, para llegar en libertad, a una nueva orilla. Imagen: Depositphotos /  Ron Rolheiser OMI (Trad. Benjamín Elcano, cmf). Fuente: Ciudad Redonda.org

Y vosotros, ¿quién decís que soy?





Domingo XXIV tiempo ordinario



  Quién es para mí Jesús? La pregunta nos viene dirigida directamente. Nosotros somos hoy los discípulos que, habiendo vivido con Jesús, están invitados a pronunciarse sobre él. Puede resultar sencillo repetir una fórmula aprendida en el catecismo o asumir una posición aceptable por la mayoría sin una excesiva implicación personal: Jesús es el Señor, Jesús es un gran hombre, Jesús es el protector de los débiles... Quién es para mí Jesús? Toda respuesta suena vacía si no afecta a mi vida, si no expresa mi compromiso con él. Sí, Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, el que nos ha revelado el amor del Padre por todos y en particular por los indefensos. Reconocerle y aceptarle como tal, invocarle como Señor, adquiere su significado pleno si, en consecuencia, le sigo en su camino. El amor que Jesús nos da y nos hace conocer es el amor de quien da la vida por los otros y paga cualquier precio con tal de permanecer fiel a ese amor. Jesús es verdaderamente nuestro Señor, si nosotros, dejando de lado nuestros proyectos mezquinos, asumimos el suyo, sin dejarnos condicionar por la mentalidad corriente, absolutamente centrada en el beneficio y en el culto a nosotros mismos.

        Nuestras obras expresan la verdad de nuestra decisión, de nuestra respuesta a la pregunta sobre la identidad de Jesús.

 



Memoria confusa. Artículo.

En el interior de cada uno de nosotros -más allá de lo que nos podemos imaginar claramente, expresar en palabras o incluso sentir de manera precisa- tenemos un vago recuerdo de haber sido tocados y acariciados en alguna ocasión por manos mucho más delicadas que las nuestras. Esa caricia ha dejado una huella permanente, cierta impronta de un amor tan tierno y profundo que su recuerdo viene a ser un prisma a través del cual vemos todo lo demás. Esta impronta está situada más allá de la memoria consciente, pero da forma al centro de nuestra alma.

No es este un concepto fácil de explicar. Bernard Lonergan, uno de los grandes intelectuales del siglo pasado, intentó explicarlo filosóficamente al decir que nosotros llevamos en nuestro interior “la marca de los primeros principios”, a saber, unidad, verdad, bondad y belleza, que son los atributos de Dios. Eso es correcto, pero abstracto. Quizás los viejos mitos y leyendas lo captan mejor cuando dicen que, antes del nacimiento, toda alma es besada por Dios, y luego va siempre por la vida recordando ese beso algo confusamente y midiendo todo lo que experimenta con relación a esa dulzura original. Estar en contacto con tu corazón es estar en contacto con este beso original, tanto con su alto precio como con su significado.

¿Qué se está diciendo exactamente aquí?

En el interior de cada uno de nosotros, en ese lugar donde vive todo aquello que nos es más preciado, existe una inicial sensación de haber sido una vez tocado, acariciado, amado y valorado de una manera que trasciende cualquier cosa que hayamos experimentado conscientemente alguna vez. En realidad, toda la bondad, amor, valor y ternura que experimentamos en la vida se quedan cortos precisamente porque ya estamos en contacto con algo más profundo. Cuando nos sentimos frustrados, airados, traicionados, violados o exasperados, es porque nuestra experiencia exterior es antitética a lo que ya mantenemos querido en el interior.

Todos nosotros tenemos este lugar, un lugar en el corazón, donde guardamos todo lo que nos es más preciado y sagrado. De ese lugar, nacen nuestros propios besos como también nuestras lágrimas. Es el lugar que más resguardamos de los demás, aunque también el lugar adonde más desearíamos que entrasen; el lugar donde estamos lo más profundamente solos y el lugar de la intimidad; el lugar de la inocencia y el lugar donde somos violados; el lugar de nuestra compasión y el lugar de nuestra rabia. En ese lugar somos santos. Ahí somos templos de Dios, iglesias sagradas de la verdad y el amor. Ahí llevamos la imagen de Dios.

Pero esto necesita ser entendido. La imagen de Dios que está en nuestro interior no es un bello icono estampado dentro de nuestra alma, no. La imagen y semejanza de Dios que reside en nuestro interior es energía, fuego y memoria; especialmente, es el recuerdo de un toque tan tierno y amoroso que su bondad y verdad vienen a ser el prisma a través del cual vemos todo en definitiva. Así, reconocemos la bondad y la verdad que hay fuera de nosotros precisamente porque resuenan con algo que ya está en nuestro interior. Las cosas tocan nuestros corazones cuando nos tocan aquí. ¿No es porque ya  hemos sido profundamente tocados y acariciados por lo que buscamos apasionadamente a un alma gemela, que buscamos a alguien para que se nos una en este lugar íntimo?

Y, consciente e inconscientemente, en la vida medimos todo por la manera como toca este lugar: ¿Por qué  determinadas experiencias nos tocan tan profundamente? ¿Por qué nuestros corazones arden  en nuestro interior ante cualquier verdad, amor, bondad o ternura que sea genuina y profunda? ¿No es todo conocimiento profundo simplemente un despertar a algo que ya conocemos? ¿No es todo amor simplemente cuestión de ser respetado por algo que ya somos? ¿No son el toque y la ternura que acerca al éxtasis nada más que la agitación de la memoria profunda? ¿No son los ideales que inspiran esperanza sólo el impulsor de palabras que alguien ya nos ha dirigido? ¿No manifiesta nuestro deseo de inocencia (inocente significa “no herido”) algún lugar primario libre de heridas dentro de nosotros? Y, cuando nos sentimos violados, ¿no es porque alguien ha accedido irreverentemente a lo sagrado que hay en nuestro interior?

Cuando estamos en contacto con este recuerdo y respetamos sus sensibilidades, estamos en contacto con nuestras almas. Entonces, la fe, la esperanza y el amor surgirán en nosotros, el gozo y las lágrimas manarán libremente a través de nosotros y nos encontraremos profundamente afectados por la inocencia y belleza de los niños, así como el dolor y la gratitud nos llevan a arrodillarnos alternativamente.

Eso es lo que significa estar recogido, centrado. Ser realmente nosotros mismos es tener en cuenta, tocar y sentir el recuerdo del toque original de Dios en nosotros. Ese recuerdo enciende nuestra energía y nos provee de un prisma a través del cual ver y entender.

Por desgracia, hoy demasiado frecuentemente, un mundo herido, insensible, cínico, supersofisticado y superadulto nos invita a olvidar el beso de Dios en el alma, a mirar esto como infantil. Pero, a no ser que nos engañemos a nosotros mismos y de igual manera nos tratemos con dureza (la más peligrosa de todas actividades), siempre recordaremos -confusa, oscura, inexorablemente- la caricia de Dios. Ron Rolheiser OMI (Trad. Benjamín Elcano, cmf). Fuente: Ciudad Redonda.org Artículo original en Inglés

Homilía en la festividad de Nuestra Señora de Covadonga 2024

Querido Sr. Vicario General, Sr. Abad de Covadonga, hermanos sacerdotes y diáconos. Excmo. Sr. Alcalde de Cangas de Onís y corporación municipal, Sres. Parlamentarios autonómicos, europeos y nacionales, Sres. Senadores. Autoridades Judiciales, Civiles, Militares, Académicas, Culturales y Sociales. Miembros de la vida consagrada, seminaristas, fieles cristianos laicos. Hermanos que nos seguís a través de los medios de comunicación: El Señor ponga la Paz en vuestro corazón y sostenga con Bondad vuestros pasos.

Son ya siglos de andaduras en esta montaña santa. Los caminos que se abren en nuestros bosques tienen las rodadas de tantas pisadas: hombres y mujeres que buscan respuesta a sus preguntas, el bálsamo para sus heridas, la certeza en sus dudas, y la fortaleza en la debilidad cuando por dentro y por fuera arrecian las tormentas. Es el secreto que guardan a buen recaudo estas montañas que nos presiden en los Picos de Europa y en estos valles frondosos en los que ríos cantarinos llenan de música nuestra agradecida alabanza.

Como María fue presurosa desde Nazareth hasta Ain Karem para encontrarse con su prima Isabel, así nosotros hemos acudido a esta cita anual tan esperada con la premura de quien acude festivo a la casa de Dios y de la Virgen Santa, con los hermanos de la fe con quienes formamos un pueblo cuya identidad pervive en el tiempo, y con el que seguimos escribiendo la gran historia cristiana en Asturias.

Hasta aquí han acudido estos meses pasados varios grupos de jóvenes que son nuestra esperanza. El encuentro de más de 600 jóvenes asturianos el primer sábado de mayo, o los 2000 que acudieron de toda España en las jornadas eucarísticas y marianas de comienzo de julio, o los más de 1600 que vinieron de Europa acabando ese mes. Anoche volvieron a llenar esta Basílica en una preciosa vigilia de oración. Es un auténtico espectáculo de belleza y bondad ver a tantos chicos y chicas con su jovialidad sana expresando con inmensa alegría sus convicciones cristianas, con la madurez probada y fortalecida en estos tiempos revueltos de persecuciones varias, con la creatividad audaz que apunta maneras en un futuro sin tacha. No son mojigatos pacatos en sus reboticas acomplejadas, sino jóvenes de su tiempo que logran unir su edad desenfadada con la solidez de su testimonio frente a tantas frívolas parafernalias. Ver a estos miles de jóvenes subir a Covadonga es una ráfaga del aire puro y fresco que nos llena de confianza al ver sus rostros iluminados por una pureza no impostada, dibujando un horizonte sin acechanzas, y ver incluso cómo queda Covadonga tras el paso de miles de chicos y chicas entre 15 y 25 años con un orden y limpieza nada comparable al campo de suciedad y basura de otras concentraciones no lejanas con motivo de eventos musicales, deportivos o populares. Pero no sólo son los chavales, sino también tantas familias y peregrinos que nos visitan cada año hasta más de un millón y medio que acude a este bendito lugar para dar gracias a Dios, para pedir una gracia a la Virgen, para derramar sus lágrimas con las que el Señor hace su propio llanto o compartir sus sonrisas con las que María nutre la fiesta de su alegría.

Covadonga tiene ese blasón de nobleza que facilita que acudamos a este rincón de extraordinaria belleza natural, donde nació un pueblo celoso de sus valores morales y de sus creencias cristianas y por ello mismo avezado en la reconquista de lo que vale la pena cuando merodean quienes intentan someternos con la imposición de sus diatribas y el conato de secuestrar con malas mañas nuestro relato. Un enclave así de hermoso y un pueblo que no olvida sus raíces aunque las cizañen otros, hace que Covadonga sea el corazón de Asturias con su historia viva con toda la fuerza que representa este lugar de indomable significación que nadie puede reducir a un centro de interpretación del parque temático de sus andanadas.

“Bendita la Reina de nuestra montaña que tiene por trono la cuna de España… Es Madre y es Reina, venid peregrinos”, cantamos en el himno de la Santina. Y nosotros hemos venido un año más, deseando lo que Isabel pudo gozar ante la visita de su joven prima María: que salte de alegría lo mejor que llevamos en nuestras entrañas. Ella fue con prisa, nosotros venimos con ganas. En esta casa y en este día, las puertas están abiertas si cabe más todavía a como lo están el resto del año.

Enseñar al que no sabe es una obra de misericordia. Dado que algunos están empeñados en enseñarme a predicar, intentaré mejorar y ser niño aplicado. Y es que parece que no son suficientes mis dos licenciaturas y un doctorado para superar esta reválida de los que jalean en ruedas de prensa o en cartas abiertas con vaselina protocolaria. Sinceramente, no hace falta que me enseñen cómo se hace una homilía o que sincronizadamente pretendan censurármela desde el conocido género tan manido del fango ultraderechista de marras. Bien sé yo que este púlpito no es una tribuna para debates políticos, ni el palenque de la arenga mitinera, ni la barra de un chigre donde se habla un poco de todo. Este púlpito no tiene detrás unas siglas políticas aunque algunos se empeñen en ponerlas, sino un juicio moral que nace de la Palabra de Dios y de la tradición cristiana. Aquí no hablamos de indultos, de cupos, de amnistías, de impuestos turísticos, ni de los bulos de los que quieren gobernarnos por bulerías. Hablamos de otras cosas. He tenido que dirigir mi palabra en el Parlamento europeo, en Estrasburgo, por mi condición de director del departamento de cultura del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa, como lo he hecho en Riga (Letonia), en Roma, en Lisboa y en otros lugares. Allí el discurso fue otro ante los políticos, diplomáticos, periodistas y obispos que me escuchaban. Como también eran otros los temas cuando he ejercido como profesor en mi cátedra universitaria en Madrid, o en Roma, o en Alemania. Aquí en Covadonga en el día de la Santina, es otro el tema y son otras las formas.

Nos ha dicho el Evangelio que María fue llamada bienaventurada por su prima Isabel. Las bienaventuranzas son el sobrenombre que Dios nos regala cuando nuestra vida se ajusta a su Palabra, llevando una conducta cristiana no clandestina ni privada. Y bienaventurados somos cuando a pesar de nuestra debilidad, contradicciones y pecados, no renunciamos a vivir como discípulos de Jesús en comunión con su Iglesia sin esconder nuestra convicción creyente tras las bambalinas de trastiendas acomplejadas.

Por eso, bienaventurados los que amáis la vida en todos sus tramos y circunstancias: la del no nacido, la del anciano o enfermo terminal y la vida que está entre ambos extremos a veces penando por la precariedad económica y laboral, por la falta de libertad o la inseguridad que genera toda violencia sea cual sea su trinchera. Bienaventurados los que amáis la verdad, esa que nos hace libres como nos dice Jesús, y os distanciáis de la mentira y de los mentirosos cuando sin recato se banaliza la palabra dicha y luego contradicha sin ruborizarse cambiando de idea o traicionándola. Bienaventurados los que amáis la familia fundada entre hombre y mujer, abiertos a la bendición de los hijos, en un para siempre lleno de respeto y ternura enamorada aunque pasen los años y aparezcan las canas, aceptando que hay otras formas de convivencia que necesitarán el reconocimiento legal de sus derechos, pero nunca la equiparación con la familia. Bienaventurados los que amáis el legado recibido de nuestros mayores como una tradición de sabiduría y con inteligencia os prevenís contra toda reducción manipuladora con agendas tramposas que nos pervierten, colonizan y nos enfrentan con insidias debilitadoras. Bienaventurados los que amáis esta casa común que es la madre tierra cuidándola y respetándola, como dice el papa Francisco, sin ceder a ideologías climáticas de los que hacen su agosto a su costa todos los meses del año. Bienaventurados los que amáis la igualdad entre hombre y mujer en su complementariedad diferenciada, sin el machismo prepotente que mata y sin el feminismo empoderado y excluyente que impone su dictadura de género.

Sí, bienaventurados los que os reconocéis en estos valores y tantos otros más que podríamos seguir refiriendo como aquello en lo que creemos, que no nos dejamos arrebatar y seguiremos defendiendo, con esta mesura en la forma y esta libertad en el fondo, lejos de quienes pretenden llenar con desaforada exaltación el vacío de sus sumisas palabras. Bienaventurados porque de vosotros aquí no sobra nadie ni tampoco nos falta ninguno de los que declinan entrar en la casa de María ausentándose por razones tan dudosas como extrañas. Y es que en el escenario público de tantos lares lo vemos con frecuencia: que hay polémicas artificiales y sincronizadas que se necesitan para disimular las carencias, maquillar las vergüenzas y ocultar con distracción las verdaderas intenciones. Cabe citar al cantautor español que recibirá en breve el Premio Princesa de Asturias de las Artes: «que no hay quien confíe en su hermano, que la tierra cayó en manos de unos locos con carnet. Que el mundo es de peaje y experimental, que todo es desechable y provisional. Que no nos salen las cuentas, que las reformas nunca se acaban, que llegamos siempre tarde, donde nunca pasa nada».

El pesimismo realista de Joan Manuel Serrat lo despejamos en un día como este cuando nos asomamos admirados a la belleza que nos circunda, cuando recordamos agradecidos la larga tradición que nos precede y cuando ilusionados seguimos escribiendo con Dios y con María esta historia cristiana inacabada. Entonces entendemos lo que dice sabiamente el libro de los Proverbios como vademécum para nuestra andanza: «la senda del justo es aurora luminosa, crece su luz hasta hacerse mediodía; pero los malvados caminan en tinieblas, y no saben dónde tropiezan. Hijo mío, atiende a mis palabras…, guárdalas en tu corazón…. Aparta de tu boca la maledicencia, aleja la mentira de tus labios; mira siempre de frente, y que no se desvíe tu mirada» (Prov 4, 18-27). Así fue recorrido el camino que llevó a María desde Nazareth hasta Ain Karem para encontrarse con su prima Isabel, ambas madres de un milagro. María reconoció la bienaventuranza dichosa tras acoger en su vida lo que Dios dice y lo que Dios calla. Por eso en sus entrañas maternales se engendró la Palabra que nos habla y nos une y no el mutismo ausente que nos ensordece y enfrenta.

Las puertas están abiertas en la casa de María, y la libertad intacta para quien quiera acercarse como hacéis los aquí presentes y cuantos nos siguen por los medios de comunicación. Hoy las campanas suenan a fiesta en el valle del Auseva. Amigos y hermanos, gracias por haber venido. Feliz día de la Santina de Covadonga nuestra patrona. Feliz día de Asturias nuestra patria chica y querida. El Señor os guarde y os bendiga siempre. Amén.

Biografía: Fr. Jesús Sanz Montes, ofm Arzobispo de Oviedo 8 Septiembre de 2024

El celibato: ¿Qué decir? Artículo.

Hace unos años, apareció un artículo de opinión en el New York Times escrito por Frank Bruni y titulado The Wages of Celibacy (El salario del celibato). La columna, aun siendo provocativa, fue oportuna. Mayormente presentaba muchas cuestiones arduas y necesarias. Centrándose en los diferentes escándalos sexuales que han plagado al sacerdocio católico romano en los pasados años, Bruni sugirió que era hora de reexaminar el celibato con ojos honrados y audaces, y preguntar si sus desventajas pesan más que sus potenciales beneficios. Bruni mismo eludió decantarse definitivamente sobre la cuestión; sólo indicó que el celibato, como estilo de vida regulada por votos, corre más riesgos de los normalmente admitidos. Hacia el final de su columna, escribió: “La cultura del celibato corre el riesgo de impedir el desarrollo (sexual) y cambiar los impulsos sexuales en gestos furtivos y torturados. Minimiza una conexión humana fundamental y quizás irresistible. ¿Resulta algo extraño que haya sacerdotes que traten de hacer, sin embargo, esa conexión de manera subrepticia, imprudente y ocasionalmente destructiva?”

Esta no es una pregunta irreverente. Es necesaria. Necesitamos el coraje de afrontar esta cuestión: ¿Es el celibato, de hecho, anormal a la condición humana? ¿Corre el riesgo de impedir el desarrollo sexual?

A Thomas Merton le preguntó una vez cierto periodista cómo veía el celibato. Sospecho que su respuesta resultará una sorpresa a oídos píos, porque reafirma virtualmente la posición de Bruni. Respondió: “El celibato es el infierno. Se vive en una soledad que Dios mismo condenó cuando dijo: ‘No es bueno estar solo’”. Con todo, aun admitiendo eso, Merton añadió de inmediato que no ser el celibato la condición humana normal no quiere decir que no pueda ser maravillosamente generativo y fructífero, y que quizás su única fecundidad esté ligada a lo extraordinario y anormal que es.

Lo que Merton está diciendo, en esencia, es que el celibato es anormal y te obliga a vivir en un estado no deseado por el Creador; pero, a pesar y quizás a causa de esa anormalidad, puede resultar particularmente generativo no sólo para quien lo vive, sino también para quienes reciben su influencia.

Yo sé que esto es verdad, como lo saben incontables personas, porque he sido educado profundamente, como cristiano y como ser humano, por las vidas de célibes con votos, por numerosos sacerdotes, hermanas y hermanos cuyas vidas han tocado mi propia vida y cuya “anormalidad” sirvió por cierto para hacerlos maravillosamente fructíferos.

Además, esta particular anormalidad puede tener su propio atractivo. Yo atendí una vez como director espiritual a un joven que estaba discerniendo si entrar en nuestra orden, los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, o proponer matrimonio a una joven. Fue una decisión agónica para él; quería ambas cosas. Y su discernimiento, aunque quizás algo abiertamente romántico por su fantasía de ambas opciones, fue al mismo tiempo excepcionalmente maduro. Aquí está (contado en este sentido) cómo describió este dilema:

Crecí en un medio rural y fui el mayor de mi familia. A mis quince años, una noche, justo antes de la cena, mi padre, todavía joven, tuvo un ataque cardiaco. No había ambulancias a las que poder recurrir. Lo acomodamos en un coche y mi madre se colocó con él en el asiento trasero rodeándolo con sus brazos, mientras yo, adolescente muerto de miedo, conduje el coche camino del hospital, distante  unos 15 kilómetros. Mi padre murió  antes de que llegáramos al hospital. A pesar de lo trágico que fue esto, hubo un detalle de belleza en él. Mi padre murió en los brazos de mi madre. Esa trágica belleza grabó a fuego mi alma. En mi mente, en mi fantasía, de esa manera quiero morir: en los brazos de mi esposa. Dado el poder de esa fantasía, mi principal vacilación sobre la entrada en los Oblatos y la continuidad hacia el sacerdocio es el celibato. Si llego a ser sacerdote, no moriré en brazos humanos. Moriré como mueren los célibes: amarrado a la fe, pero no asido por brazos humanos.

Pero un día, tratando de discernir todo esto, me vino una nueva visión de conjunto: Jesús no murió en los brazos de una esposa; murió abandonado y solo. A mí siempre me ha hecho pensar la soledad de los célibes y siempre me han convencido personas como Soren Kierkegaard, la Madre Teresa, Dorothy Day, Thomas Merton y Daniel Berrigan, que no murieron en brazos de una esposa. ¡Hay una verdadera belleza también en la manera de morir!

Bruni está en lo cierto cuando nos advierte de que el celibato es anormal y está plagado de peligros. Corre el riesgo de impedir el desarrollo sexual y especialmente de quitar importancia a una elemental conexión humana mandada bíblicamente, a saber, el fundamental dogma antropológico contenido en la historia de Dios, que crea a nuestros primeros padres, y su pronunciamiento de que ¡no es bueno (y sí peligroso) estar solo!

El celibato obliga a uno a vivir en una soledad que Dios mismo condenó, pero es también la soledad en la que Jesús se entregó a nosotros en una muerte que es quizás la expresión más generativa de amor que se ha dado en la historia humana. Ron Rolheiser OMI (Trad. Benjamín Elcano, cmf). Fuente: Ciudad Redonda.org  /Artículo original en Inglés