San Pío de Pietrelcina (Padre Pío). 23 Septiembre.

Todo sobre el padre Pío

Anécdotas del Padre Pío

El Padre Pío nació en el seno de una humilde y religiosa familia de agricultores, el 25 de mayo de 1887, en una pequeña aldea del Sur de Italia, llamada Pietrelcina. Recibió su primera instrucción de un maestro privado y a la edad de 15 años hizo su ingreso en el Noviciado de los Padres Capuchinos en la Ciudad de Morcone.
De débil salud, pero de excepcional fuerza de voluntad, pudo completar sus estudios y gracias a una continua asistencia divina tuvo la ansiada ordenación sacerdotal. El 20 de Septiembre de 1918, aparecieron visiblemente las llagas de Nuestro Señor en sus manos, pies y costado izquierdo del pecho, haciendo del P. Pío el primer sacerdote estigmatizado en la historia de la Iglesia (recuerden que San Francisco no era sacerdote).   Grandes multitudes, de todas las nacionalidades pasaron por su confesionario. Las conversiones fueron innumerables.
Diariamente recibía centenares de cartas de fieles, que pedían su consejo iluminado y su dirección espiritual, la cual ha siempre significado un retorno a la serenidad, a la paz espiritual y al coloquio con Dios.    Toda su vida no ha sido otra cosa que una continua oración y penitencia, lo cual no impedía que sembrase a su alrededor felicidad y gran alegría entre aquellos que escuchaban sus palabras, que eran llenas de sabiduría o de un extraordinario sentido del humor.   El Papa Juan Pablo II lo conoció personalmente en 1947, poco después de su ordenación sacerdotal. El Padre Pío profetizó que aquel joven sacerdote sería un día Papa.   El Señor lo llamó a recibir el premio celestial el 23 de Septiembre de 1968. Tenía 81 años.
Durante 4 días su cuerpo fue expuesto ante millares de personas que formaban una enorme columna que no conoció interrupción hasta el momento del funeral, al cual asistieron más de cien mil personas.   Millones visitan su tumba en el pueblo de San Giovanni Rotondo, Italia. Entre ellos el Papa Juan Pablo II. El P. Pío está sepultado en la cripta del Santuario de Nuestra Señora de las Gracias, San Giovanni Rotondo.
Los preliminares de su Causa de Beatificación y Canonización se iniciaron en noviembre de 1969.  Declarado Venerable el 18 de diciembre de 1997 y Beato, el 2 de mayo de 1999. Declarado Santo el 16 de junio de 2002, en la Plaza de San Pedro en Roma, por S.S. Juan Pablo II.     Fechas importante en la vida de San Pío Pietrelcina  25 de mayo, 1887. Nace en Pietrelcina, Benevento, en el sur de Italia. Sus padres, Grazio "Orazio" Mario Forgione  (1860-1946), granjero, y María Giuseppa de Nunzio Forgione (1859-1929).  26 de mayo, 1887. Bautizado en la Iglesia de Santa María de los   Ángeles. Recibe el nombre de Francesco Forgione.     27 de mayo, 1899. Recibe el Sacramento de la Confirmación.  6 y 22 de enero, 1903.
A los dieciséis años entra al noviciado de Marcone. El 22 de enero es investido con el hábito de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos. Toma el nombre de Fra Pío (Fra por Fratello/Hermano).    22 de enero, 1904. Terminado el año de noviciado hace la Primera Profesión (profesión temporal) de los Consejos Evangélicos de Pobreza, Castidad y Obediencia.  Entra al convento de la provincia monástica y estudia para ordenarse sacerdote. 1907.
Al cumplirse los tres años de los votos temporales hace su  profesión perpetua o votos solemnes..     10 de agosto, 1910. Con férrea voluntad se sobrepone a graves problemas de salud, es ordenando sacerdote en la capilla del Arzobispo de Beneveto, pero los problemas de salud le obligan a residir con su familia, por largos períodos, hasta el 1916.   Septiembre, 1910. Recibe los estigmas visiblemente por primera vez, pero por poco tiempo y de forma intermitente.
 Ruega a Dios se los quite. Confía el acontecimiento únicamente a su Director Espiritual.   Noviembre, 1911. El suceso sobrenatural llega a la atención de sus superiores cuando es observado un día en éxtasis.   28 de julio, 1916. Llega al Convento de San Giovanni Rotondo y permanece allí hasta su muerte.    5 a 7 de agosto, 1918. Transverberación del corazón,  le causan heridas visibles en su costado. (La Transverberación del corazón es una experiencia mística de ser traspasado en el corazón, que indica la unión de amor con Dios.)  20 de septiembre, 1918. Mientras reza, luego de la Misa, en el área del coro de la antigua Iglesia de Nuestra Señora de las Gracias, aparecen los estigmas de forma visible y permanen- te.  El fenómeno perdurará por los próximos 50 años.
Comienzan a circular rumores en el pueblo del posible traslado del ¨santo¨ de San Giovanni Rotondo, lo que agita grandemente a la población.     2 de junio, 1922. El Santo Oficio (hoy Congregación para la Doctrina de la Fe) prohíbe apariciones públicas y el acceso del público a Padre Pió.  1924-1931. En varias ocasiones la Santa Sede rechaza que el fenómeno sea de origen sobrenatural.   9 de junio, 1931. (Solemnidad de Corpus Christi). La Santa Sede ordena al Padre Pío desistir de toda actividad salvo la celebración de la Santa Misa, la cual sólo podrá celebrar en privado. 
Principios de 1933. El Santo Padre Pío XI ordena al Santo Oficio que de marcha atrás y deje sin efecto la  prohibición que pesaba sobre el Padre Pío de celebrar públicamente.  Su Santidad Pío XI comenta al respecto: "Nunca sentí mala disposición hacia el Padre Pío, pero sí fui malamente informado."     1934. Las facultades del Padre Pío son restauradas poco a poco. Se le permite confesar primero a hombres (25 de marzo, 1934) y luego confesar a mujeres (12 de mayo, 1934).    23 de septiembre de 1968. Fallece serenamente en su celda a las 2:30 de la madrugada. Murió saludable y sin los estigmas, así como había profetizado en cierta ocasión. Sus últimas palabras: "Gesú e Maria" (Jesús y María).   26 de septiembre, 1968.
El cuerpo del Padre Pío se entierra en una cripta en la Iglesia de Nuestra Señora de las Gracias. Asisten al funeral más de 100,000 personas.
Fuentes: http://webcatolicodejavier.org/ y http://evangeliodeldia.org/

No podéis servir a Dios y al dinero






Lucas narra la parábola que llamamos del "administrador infiel", pero que tal vez sería mejor llamar del "administrador astuto". Jesús nos señala precisamente la habilidad con la que ha sido capaz de salir del enredo. "Y el amo alabó a aquel administrador inicuo, porque había obrado sagazmente. Y es que los que pertenecen a este mundo son más sagaces con su propia gente que los que pertenecen a la luz" (v. 8). El cálculo sagaz del administrador consiste en el hecho de que, cuando tenga lugar el despido, será recibido en casa de aquellos a quienes ha disminuido la deuda. Ha usado la riqueza que su señor le había confiado para hacerse amigos. El señor, que a buen seguro es Cristo (cf. Le 16,6 y 11, 39), no alaba en absoluto el engaño, sino la astucia con la que "los que pertenecen a este mundo" se muestran más hábiles que los cristianos.

            La enseñanza de Jesús es muy clara: los bienes son un obstáculo insuperable para el Reino; los ricos, que no invierten sus bienes en el gran río del Amor, no entrarán en el Reino. Dios y el dinero se oponen de manera frontal, como dos señores entre los que es preciso elegir: "Ningún criado puede servir a dos amos" (v. 13). O sea, no podemos servir a Dios y a este dinero, que Jesús llama "deshonesto" y que personifica en un poder absoluto opuesto al suyo -un poder que forma parte del reino de las tinieblas-. Jesús invita, en cambio, a sus discípulos a prevenir el posible despido dando su dinero en limosnas para ser recibidos "en las moradas eternas" (7,9). Este dinero tan peligroso puede ser convertido. Puede llegar a ser un tesoro para el Reino si es invertido por pura caridad en los hermanos. De este modo, el dinero puede convertirse también en una llave capaz de abrir el Reino. Ahora bien, con una condición: que sea gastado en obras de caridad.

 "Ningún criado puede servir a dos amos..., no podéis servir a Dios y al dinero". Se trata de una declaración muy fuerte e incisiva, que pone claramente de manifiesto lo que está en juego. Es preciso saber elegir con precisión entre Dios y el dinero, o sea, entre el Dios del amor y el dios del dinero. El evangelio no subraya la falta de honestidad del administrador, sino la astucia de la que hace gala en la preparación de su futuro.

            El Señor nos invita a preparar nuestro futuro y a darle cuentas de su gestión con la entrega de nuestros bienes a los pobres mediante un reparto que sea justo. La riqueza no es algo maldito en sí misma, sino un servicio y un don a los hermanos que el Señor nos da, una voluntad de compartir con ellos. Ahora bien, la riqueza puede ser asimismo un riesgo permanente. Una vez que la sed de riquezas se apodera de nosotros, ya no nos suelta. Tiende a someternos y a hacerse con todo nuestro interés. De este modo, poco a poco, Dios acaba por convertirse en algo secundario o, peor aún, acaba por convertirse en un adversario peligroso que es preciso eliminar absolutamente de nuestra propia vida. Por el contrario, cuanto más se convierte Dios en nuestro único amor, en el único sol de nuestra vida, en el todo de nuestro corazón, tanto más se debilita el amor a la riqueza, hasta desaparecer por completo, como en san Francisco de Asís, para quien Dios se convirtió en el único tesoro para compartir con los hermanos. O -como él mismo decía- en su "caja de caudales celestial".

            El Señor nos invita en la liturgia de hoy a practicar un discernimiento de lo que es esencial, de modo que nos desprendamos del dinero o -mejor- separemos el dinero de nosotros mismos para compartirlo como puro don de amor. En realidad, el problema principal no es apartar el dinero de nosotros, sino convertirlo en un valor para el Reino. Se trata de introducir el dinero en la corriente justa a través de la cual se abre la gracia de Dios un camino hasta nuestro corazón. Precisamente al lugar donde el amor de Dios impregna todo lo que constituye nuestra persona y donde, poco a poco, el amor lo invade todo hasta brillar como fuego incandescente de amor. Entonces tiene lugar el milagro: el dinero queda invertido en el Reino de Dios. Ya no hay "riqueza inicua". Ahora, a través del amor a los necesitados, fructificará al ciento por uno.

            Esa es la razón de que Pablo insista tanto en la necesidad de la oración: "Deseo, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando las manos limpias de ira y altercados" (1 Tim 2,8). La pureza del corazón, desprendido de todo y orientado a Dios, es necesaria para que nuestra oración sea luz en un mundo plagado de injusticias, en donde el dinero se convierte con frecuencia en una trampa oscura para los hermanos.


 Gracias a: Rezando Voy,Santa Clara de Estella y Ciudad Redonda



Tambores de guerra. Artículo.

No por lejanos dejan de ensordecer y amedrentar sus estruendos. Suenan de nuevo los tambores de guerra una vez más en la historia de la humanidad, como una amenaza real que te congela el alma, cuando ves reiterada la sentencia de muerte para tantos hombres y mujeres inocentes, para tantos niños o ancianos sobre los que cae la losa letal de su matanza. Nunca nos acostumbramos a este macabro paisaje que, como plaga de exterminio se reestrena siglo tras siglo, año tras año, ante una deriva que parece imparable sin que hayamos podido aprender medianamente algo de nuestros propios errores.

Hay en este mundo unas cincuenta y seis guerras en curso, con diverso calibre y entidad: desde escaramuzas tribales hasta el riesgo de entrar en una nueva guerra mundial. En no pocas de ellas de entre las menores contiendas, sabemos que poderes ocultos del nuevo orden que quiere regir el mundo con su influencia ideológica, comercial, política y cultural, la razón para declarar el conflicto no es otro que una triste venta de material bélico que se estaba quedando obsoleto y al que había que dar salida.

Luego están las utilizaciones de las guerras desde otros intereses partidistas marcados por la ideología dialéctica de quien subvenciona y apoya, o de quien censura y excluye. No interesa la bandera de la paz, sino la enseña de su causa privada. Hay quienes apoyan dictaduras crueles donde la hambruna, la falta total de libertad, el enrocamiento aislante y absurdo, nutren esa resulta de quienes consienten todo a los “suyos”, mientras niegan todo a los “otros”. Vale cualquier pretexto para organizar por tierra, mar y aire la polémica que distrae y engatusa, la barricada que jalea violentamente, a fin de desviar la atención a otras cuestiones que son las que se quieren propiamente poner a un lado para que la opinión pública y la publicada no hable de otra cosa. Conocemos la estrategia, las cortinas de humo y los ardides de algunas siglas políticas y sus terminales mediáticos preferidos y bien untados con prebendas varias.

Como David frente a Goliat, nos encontramos los cristianos junto a tanta gente de bien que tampoco sabe cómo evolucionará este dislate macabro que se lleva vidas por delante y arrasa el pasado y el presente de los pueblos. Y ante este panorama de dolor y honda preocupación, surge como faro la oración atribuida a San Francisco de Asís, que fue encontrada en el bolsillo de su guerrera en un soldado caído en la Primera Guerra Mundial: “Hazme, Señor, instrumento de tu paz. Que allá donde hay odio, yo ponga el amor. Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón. Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión. Que allá donde hay error, yo ponga la verdad. Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe. Que allá donde hay desesperación, yo ponga la esperanza. Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz. Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría. Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar, ser comprendido, cuanto comprender, ser amado, cuanto amar”. Un canto a la fraternidad.

Rafael Narbona, en su ensayo “Elogio del amor”, trae a colación un texto precioso de Antoine de St.Exupery: “La fraternidad es la casa común de todos los que anhelan calentarse con el calor de otro corazón humano. En esa hoguera, los hombres intercambian ideas y sentimientos sin renunciar a sus convicciones. El que piensa de otro modo es como un viajero que nos relata sus aventuras enriqueciendo nuestras vidas con aspectos desconocidos”. Precioso apunte que contrasta con las guerras declaradas en este momento crucial de la historia. El Papa León nos invita a rezar por la paz pensando especialmente en los escenarios de Gaza, Ucrania y Sudán: “la guerra no resuelve los problemas, sino que los amplifica y produce heridas profundas en la historia de los pueblos que tardan generaciones en cicatrizar. Ninguna victoria armada podrá compensar el dolor de las madres, el miedo de los niños, el futuro robado”. Es la paz de Dios que nutre la esperanza cristiana, la que deseamos para toda la humanidad. + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm Arzobispo de Oviedo. Cartas semanales.

¿Qué hace un buen matrimonio? Artículo.

Ninguna predicación moldea tanto el alma como ver a alguien vivir con honestidad. Si eso es cierto —y lo es—, entonces ningún curso matrimonial enseña tanto sobre el matrimonio como el testimonio de un buen matrimonio.

Lo entendí de primera mano hace algunos años, cuando asistí al 50º aniversario de boda de unos tíos míos. El suyo era un buen matrimonio: armonía, hospitalidad, familia, fe.

Sin embargo —y solo ellos conocían el costo—, no siempre fue fácil. Pasaron los primeros años sin mucho dinero ni comodidades, criando una familia numerosa. Su primer empleo, como dependiente de tienda, apenas le daba para vivir. Ella no encontraba trabajo, porque en aquel pequeño pueblo las mujeres no eran muy buscadas en el mercado laboral.

Además, como en toda familia, hubo incontables luchas. Y, en su caso, incontables horas que ambos dedicaron, más allá de su propio hogar, al servicio en la Iglesia y en la comunidad.

Más de doscientas personas, entre familiares y amigos, nos reunimos para brindar por ellos. Al final del banquete, mi tío se puso de pie para dar las gracias y concluyó así sus palabras:

“Cuando nos casamos, hace cincuenta años, no teníamos mucho. Pero confiábamos, aunque no lo pensáramos demasiado, en que si vivíamos de acuerdo con los Diez Mandamientos y las leyes de la Iglesia, las cosas saldrían bien. Y creo que así fue.”

¡Qué forma tan modesta de decirlo! Las cosas salieron mucho mejor que “bien”.

Creo que un buen matrimonio puede describirse con cuatro imágenes. Y el suyo es ejemplo claro de todas ellas:

  1. Un buen matrimonio es una chimenea encendida. El amor entre dos personas crea un calor real. Ese calor no abriga solo a los esposos; también llega a los hijos, los vecinos, la comunidad y todo el que los encuentra.
  2. Un buen matrimonio es una gran mesa, abundante en comida y bebida. Cuando dos personas se aman de verdad, su amor se convierte en hospitalidad: una mesa donde otros encuentran alimento, en sentido literal y figurado. El amor no solo nutre a quienes lo comparten; siempre hay un excedente que alcanza para los demás. Esto es lo que lo hace sacramento.
  3. Un buen matrimonio es un recipiente que acoge el sufrimiento. Un viejo axioma dice: “Todo puede sobrellevarse si se comparte”. Es cierto. Quien tiene un verdadero compañero de vida puede cargar mucho dolor. En un buen matrimonio, el esposo y la esposa, gracias a su afinidad moral, no solo soportan su propio sufrimiento, sino que también ayudan a llevar el de otros.
  4. Un buen matrimonio es el Cuerpo de Cristo, carne entregada como alimento para la vida del mundo. Cristo nos dejó su Cuerpo para dar vida al mundo. Un buen matrimonio hace precisamente eso: alimenta todo y a todos los que lo rodean. Esto, más que nada, es lo que hace del matrimonio un sacramento.

Muchos de nosotros lo hemos experimentado en algunos matrimonios que hemos conocido. Tenerlos cerca es una fuente constante de alimento moral, psicológico y espiritual.

El matrimonio de mis tíos puede describirse con estas imágenes. Su relación fue una chimenea donde muchos —también yo— encontramos calor. Fue una mesa: sus casas tenían siempre mesas grandes, neveras llenas y puertas abiertas para acoger, alimentar y alegrar a todos los que entraban.

También fue un recipiente para el sufrimiento. Con los años, gracias a su amor, pudieron sobrellevar con fe, dignidad, corazones compasivos y una caridad siempre creciente todo el dolor y la tragedia que les tocó vivir, y al mismo tiempo ayudar a otros a llevar los suyos.

Y, finalmente, su relación fue, en carne humana real, el Cuerpo de Cristo: alimento para la vida del mundo. Casi todos los que se cruzaron con ellos recibieron de alguna manera sustento, fuerza y consuelo para el alma.

En un tiempo que ya no entiende lo que es un sacramento, mirar un matrimonio como éste puede ayudarnos a comprenderlo mejor.

A veces las respuestas que buscamos no están en un libro, sino en la casa de enfrente. A veces la gracia divina llega cuando alguien nos abre una puerta. A veces el consuelo aparece en un amigo que comprende nuestro dolor. Y, a veces, el sacramento que alimenta nuestra alma se encuentra en una sala cálida, en una mesa llena, en la risa compartida que va y viene, y en una pareja felizmente casada. Ron Rolheiser OMI / Artículo original en Inglés

Una herida antinatural. Artículo.

Pocas cosas en la vida son tan difíciles como la muerte de una persona joven, especialmente la de un hijo propio. Hay muchas madres y padres con el corazón roto, que han perdido a una hija, a un hijo o a un nieto. A pesar del paso del tiempo e incluso del consuelo de la fe, con frecuencia queda una herida que no cicatriza.

Hay una razón por la que esta herida es tan persistente, y no radica tanto en una falta de fe, sino en cierta carencia en la propia naturaleza. La naturaleza nos prepara para la mayoría de las situaciones, pero no nos prepara para enterrar a nuestros hijos.

La muerte siempre es dura. Tiene una definitividad e irrevocabilidad que cauterizan el corazón. Esto es cierto incluso si la persona que ha muerto era anciana y había vivido una vida plena. En última instancia, nada nos prepara del todo para aceptar la muerte de quienes amamos.

Pero la naturaleza sí nos prepara mejor para afrontar la muerte de nuestros mayores. Estamos destinados a enterrar a nuestros padres. Así está dispuesto el orden natural de las cosas. Los padres están destinados a morir antes que los hijos, y generalmente así ocurre. Esto trae su propio dolor. No es fácil perder a los padres, al cónyuge, a los hermanos o a los amigos. La muerte siempre pasa factura. Sin embargo, la naturaleza nos ha dado recursos para afrontar esas muertes.

Metafóricamente hablando, cuando mueren nuestros mayores, hay circuitos en nuestro “cableado interno” a los que podemos acceder y a través de los cuales podemos encontrar cierta comprensión y aceptación. Al final, la muerte de un adulto de nuestra generación se limpia con el tiempo y la normalidad regresa, porque es natural, es el modo de la naturaleza, que los adultos mueran. Ese es el orden correcto de las cosas. Una de las tareas de la vida es enterrar a los padres.

Pero no es natural que los padres entierren a sus hijos. Así no lo dispuso la naturaleza, y no nos ha equipado para esa tarea. Usando de nuevo la metáfora, cuando uno de nuestros hijos muere (sea por enfermedad, accidente o suicidio), la naturaleza no nos ha dado los circuitos internos que necesitamos para enfrentar esa situación.

En este caso, a diferencia de la muerte de nuestros mayores, no se trata simplemente de un proceso de duelo, paciencia y tiempo. Cuando muere un hijo, podemos llorar, ser pacientes, dejar pasar el tiempo… y aun así descubrir que la herida no mejora, que el tiempo no cura y que no podemos aceptar del todo lo sucedido.

Hace cien años, Alfred Edward Housman escribió un famoso poema titulado A un atleta que muere joven. En un momento, le dice al joven que ha muerto:

Chico listo, irte a tiempo
de los campos donde la gloria no perdura.

A veces, una muerte temprana congela para siempre la belleza de una persona joven, que con el tiempo inevitablemente se desvanecería. Morir joven es morir en plena flor, en la hermosura de la juventud.

Sin embargo, eso se refiere al que muere joven, no al dolor de quienes quedan atrás. No estoy tan seguro de que ellos, los que quedan, dirían: “Chico listo, irte a tiempo.” Su dolor no se va tan deprisa, porque la naturaleza no les ha dado los circuitos internos que necesitan para procesar lo que deben procesar. Es más probable que sientan una oscuridad de alma como la que W.H. Auden expresó ante la muerte de un ser querido:

Las estrellas no se quieren ya: apáguenlas todas;
guarden la luna y desmonten el sol;
viertan el mar y barran el bosque;
porque ahora nada bueno puede ya suceder. (Doce canciones)

Cuando muere un hijo, es más fácil sentir lo que Auden expresa. Además, incluso entender que es profundamente antinatural tener que enterrar a un hijo no lo devuelve, ni restablece la normalidad, porque es anormal que un padre entierre a su hijo.

No obstante, esa comprensión puede darnos una idea de por qué el dolor es tan profundo y persistente, por qué es natural sentir una pena tan intensa y por qué ningún consuelo fácil o reto moral resulta realmente útil. Al final del día, la muerte de un hijo no tiene respuesta.

También ayuda saber que la fe en Dios, aunque poderosa e importante, no elimina esa herida. No está hecha para hacerlo. Cuando muere un hijo, algo se ha cortado de forma antinatural, como la amputación de un miembro. La fe en Dios puede ayudarnos a vivir con el dolor y con lo antinatural de ser menos que completos, pero no devuelve el miembro ni restaura la totalidad. En efecto, lo que la fe puede hacer es enseñarnos a vivir con la amputación, a abrir esa violación irreparable de la naturaleza a algo y a Alguien más grande que nosotros, para que esta perspectiva más amplia, el corazón de Dios, nos dé el valor para volver a vivir con salud… con una herida antinatural. Ron Rolheiser OMI / Tradujo al Español para CiudadRedonda Bejamín Elcano, cmf Artículo original en inglés

Tiene que ser elevado el Hijo del hombre.

 






Exaltación de la Santa Cruz

La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz nació en Jerusalén y se extendió después por todo el Oriente, donde aún se celebra como la de la Pascua. El 13 de septiembre del ańo 335 fue consagrada la basílica de la Resurrección mandada construir por Elena y Constantino y al día siguiente se recordó al pueblo el significado profundo de la iglesia, mostrando lo que quedaba de la cruz del Salvador. En Roma se conocía ya a comienzos del siglo VI la existencia de una fiesta de la Santa Cruz como recuerdo de la recuperación de la reliquia, pero sólo hacia mediados del siglo VII se empezó a mostrar -el 14 de septiembre- el lignum crucis a la veneración del pueblo, como signo e instrumento de salvación.




 Gracias a: Rezando Voy,Santa Clara de Estella y Ciudad Redonda


Exaltación de la Santa Cruz y en Oviedo del 14 al 21 de septiembre "Perdonanza" o Jubileo de la Santa Cruz

El Jubileo de la Santa Cruz, o Perdonanza, comenzará en la Catedral de Oviedo el día 14 de septiembre, día de la Exaltación de la Santa Cruz.


En esta ocasión, el lema del Jubileo es “La cruz, fuente de esperanza”, aludiendo a este Año Jubilar de la Esperanza 2025 convocado por el Papa Francisco.

El Santo Sudario se mostrará en los días tradicionales, al finalizar las eucaristías del día 14 y del 21.

Al finalizar la eucaristía del día 21, se procederá al reparto del agua bendita de la hidriaDurante todas las misas jubilares se expondrá sobre el altar la Cruz de los Ángeles (siglo IX)

Las eucaristías jubilares tendrán lugar a las 18,30 h en la nave central de la Catedral y se expondrá en todas ellas la Cruz de los Ángeles (siglo IX), que se custodia en la Cámara Santa. A partir de las 17,30 h se podrá recibir el Sacramento de la Penitencia. El día 21, fiesta de San Mateo, el Deán presidirá, además, la eucaristía solemne a las 12 del mediodía.

Al finalizar las celebraciones de los días 14 y 21, como es tradicional, se mostrará el Santo Sudario frente al altar mayor para la veneración de los fieles. Además, durante todo el Jubileo, el Santo Sudario permanecerá descubierto en la Cámara Santa.

14 de septiembre: 18,30 h “La cruz, fuente de redención y perdón”, por D. Jorge Juan Fernández Sangrador
15 de septiembre: 18,30 h “La cruz, fuente de luz en medio del sufrimiento”, por D. José Luis González Vázquez
16 de septiembre: 18,30 h “La cruz, fuente de unidad y reconciliación”, por D. Manuel Ángel Acebal
17 de septiembre: 18,30 h “La cruz, fuente de entrega y generosidad”, por D. Adolfo Mariño Gutiérrez
18 de septiembre: 18,30 h “La cruz, fuerza en la debilidad”, por D. Jorge Juan Fernández Sangrador
19 de septiembre: 18,30 h “La cruz, fuente de esperanza más allá de la muerte”, por D. José Ramón Garcés Martínez
20 de septiembre: 18,30 h “La cruz, camino de renovación personal”, por D. Sergio Martínez Mendaro
21 de septiembre: 18,30 h “La cruz, fuerza para transformar el mundo”, por D. José Ramón Garcés Martínez
21 de septiembre, festividad de San Mateo, 12 h, a cargo de D. Benito Gallego Casado
Para ganar la Perdonanza (Indulgencia plenaria)

 Visita piadosa a la Santa Iglesia Catedral de Oviedo y rezo del Padrenuestro y Credo.
 Confesión sacramental. (Todos los días, a partir de las 17:30 habrá confesores en la Catedral)
 Comunión eucarística.
 Oración por las intenciones del Sumo Pontífice: Padrenuestro y Ave María. Las condiciones 2ª, 3ª y 4ª pueden practicarse varios días antes o después de la visita a la CatedralFuente.

Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

Para la Iglesia es una fiesta del Señor, en la que celebramos el misterio de la cruz, la obra realizada por Cristo en ella. La imagen predominante es la de Jesús elevado en la cruz, que marca profundamente la vida y espiritualidad de los cristianos. Según la tradición, hoy es el aniversario del hallazgo de la santa Cruz (14 de septiembre del 320, por Santa Elena, madre del emperador Constantino) y de la dedicación de la basílica constantiniana levantada en el mismo lugar de la crucifixión del Señor. Cada año se celebraban en Jerusalén solemnes ceremonias que culminaban con la elevación del sagrado leño para que lo contemplase y adorase la multitud de fieles que se congregaba. En mayo del 614, Cosroas, rey de los persas, saqueó Jerusalén y se llevó la cruz a su país. Pero el emperador Heraclio derrotó a los persas, recuperó la cruz y la entregó solemnemente al patriarca de Jerusalén el 3 de mayo del 630. Esta recuperación llenó de entusiasmo a la Iglesia y particularmente a los latinos, que no tardaron en celebrar la fiesta de la santa Cruz en esta última fecha.- Oración: Señor, Dios nuestro, que has querido realizar la salvación de todos los hombres por medio de tu Hijo, muerto en la cruz, concédenos, te rogamos, a quienes hemos conocido en la tierra este misterio, alcanzar en el cielo los premios de la redención. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

El primer signo que la Iglesia traza sobre el recién nacido y el último con el que conforta y bendice al moribundo es siempre el santo signo de la cruz. No se trata de un gesto simbólico, sino de una gran realidad.

 La vida cristiana nace de la cruz de su Señor, el cristiano es engendrado por el Crucificado, y sólo adhiriéndose a la cruz de su Señor, confiando en los méritos de su pasión, puede salvarse.

Ahora bien, la fe en Cristo crucificado debe hacernos dar otro paso. El cristiano, redimido por la cruz, debe convencerse de que su misma vida debe estar marcada - y no sólo de una manera simbólica- por la cruz del Señor, o sea, que debe llevar su impronta viva. Si Jesús ha llevado la cruz y en ella se inmoló, quien quiera ser discípulo suyo no puede elegir otro camino: es el único que conduce a la salvación porque es el único que nos configura con Cristo muerto y resucitado.

 La consideración de la cruz nunca debe ser separada de la consideración de la resurrección, que es su consecuencia y su epílogo supremo. El cristiano no ha sido redimido por un muerto, sino por un Resucitado de la muerte en la cruz; por eso, el hecho de que Jesús llevara la cruz debe ser confortado siempre con el pensamiento del Cristo crucificado y por el del Cristo resucitado. Fuente

En Oviedo tienen ustedes la reliquia más importante de la cristiandad, junto con la Sábana Santa

¿Qué es la inocencia? Artículo.

Quizá, en su forma ideal, la inocencia podría describirse como un corazón humano despojado de ego y lujuria, algo parecido a lo que James Joyce describe en Retrato del artista adolescente, cuando su protagonista, el joven Stephen, ve a una chica medio desnuda en la playa y, en lugar de sentirse movido por el deseo sexual, se conmueve únicamente por un asombro y una admiración abrumadores.

De manera más práctica, el fallecido Allan Bloom, en El cierre de la mente moderna, sugiere que, en última instancia, la inocencia es castidad, y que la castidad es más que un concepto sexual. Para Bloom, debe haber una “castidad” en toda nuestra experiencia, es decir, debemos experimentar las cosas solo si, y solo cuando, somos capaces de vivirlas de tal manera que conservemos nuestra integridad. En pocas palabras, perdemos la inocencia cuando experimentamos algo de forma que nos “desintegra”, es decir, que de algún modo quiebra nuestra integridad. Y podemos desintegrarnos de muchas maneras: moral, psicológica, emocional, espiritual y físicamente.

Bloom sugiere que hoy la mayoría de nosotros carecemos de castidad y ya estamos, en cierto modo, desintegrados. Esto, afirma, no se manifiesta en primer lugar en el aumento de las crisis emocionales o del abuso de drogas y alcohol, sino más comúnmente en una cierta muerte del alma que nos deja (en sus palabras) “eróticamente lisiados”, sin fuego en los ojos y sin mucho sentido de lo sublime en el corazón o en los sueños.

Además, la inocencia adulta debe distinguirse de la inocencia natural de un niño. Para un adulto, la inocencia ya no puede ser ingenuidad. Debe ser algo que podríamos llamar acertadamente segunda ingenuidad o pos-sabiduría. Hay una gran diferencia entre la niñez —la inocencia espontánea del niño que se basa en parte en la falta de experiencia y de conocimiento— y la infancia espiritual, que es la pos-sabiduría de un adulto informado y experimentado que vuelve a asumir la mirada maravillada del niño.

¿Cómo definió Jesús la inocencia? Señaló dos cosas: el corazón de un niño y el corazón de una virgen. “Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”, y “El Reino de los Cielos se parece a diez vírgenes que esperaban al esposo”.

Para Jesús, el corazón de un niño es aquel que está fresco, receptivo, lleno de asombro, y que aún no contiene la dureza y el cinismo que se enquistan en nosotros por las heridas o el pecado. Y para Él, el corazón de una virgen es aquel capaz de vivir con paciencia ante la falta de consumación, sin exigir una sinfonía acabada, sabiendo que, como el niño, muchas de las cosas que desea profundamente no pueden alcanzarse todavía.

El corazón del niño es aquel que aún confía en la bondad; el corazón de la virgen es el que no pone a prueba a su Dios.

En su novela El ángel de piedra, Margaret Laurence describe a una mujer, Hagar Shipley, que un día, tras oír a un niño llamarla vieja bruja, se mira en el espejo y se sorprende y espanta por lo que ve. Apenas reconoce su propio rostro. Lo que ve la asusta. No es solo un rostro envejecido; también se ha vuelto frío y sin vida, carente de entusiasmo e inocencia. Se pregunta cómo pudo suceder esto, porque ella aún se imagina a sí misma como una persona atractiva, amable, íntegra. Pero el espejo le muestra la amarga verdad: ha perdido al niño que había en ella, ha perdido su inocencia.

Esto puede pasarnos a todos, y de hecho nos ocurre a todos en distintos momentos de la vida. Nunca debemos perder el deseo de recuperar la inocencia. Eso sería una de las enfermedades más graves de todas.

Annie Dillard escribió una vez:
“La inocencia no es privilegio de los bebés ni de los cachorros, y mucho menos de las montañas y las estrellas fijas, que no tienen ningún privilegio en absoluto. No la hemos perdido; el mundo es mejor que eso. Como cualquier otro don del espíritu, está ahí si lo deseas, gratis, solo tienes que pedirla, como han recalcado palabras más poderosas que las mías. Es posible perseguir la inocencia como los sabuesos persiguen a las liebres: con determinación, impulsados por una especie de amor, saltando arroyos, gimiendo y perdidos por campos y bosques, girando en círculos, saltando setos y colinas, con los ojos abiertos de par en par, dando voz, sin saberlo, al anhelo más profundo e incomprensible, una llama enraizada en el corazón, y ese canto resonando desde las montañas.”

Estas palabras son un recordatorio conmovedor de que uno de los pilares más profundos de una vida sana (y feliz) es la inocencia; si no su logro, al menos su deseo. Así como un niño sano anhela vivir la experiencia del adulto, un adulto sano anhela el corazón de un niño. Perder el deseo de inocencia es perder el contacto con el alma. De hecho, perder el deseo de inocencia es perder el alma, y perderlo del todo es una de las señales de que se habita en el infierno.  Ron Rolheiser OMI / Tradujo al Español para CiudadRedonda Bejamín Elcano, cmf Artículo original en inglés / Imágen Depostitphotos

El Dulce Nombre de María. 12 de septiembre.

Por primera vez, se autorizó la celebración de esta fiesta en 1513, en la ciudad española de Cuenca; desde ahí se extendió por toda España.

Toda celebración festiva alude a otras siguientes o a cualquier otra festividad anterior. Cuatro días después de celebrar la Natividad de la Virgen, el pasado día 8 de septiembre, hoy se celebra el Dulce Nombre de María. El hecho de que la Santísima Virgen lleve el nombre de María es el motivo de esta festividad.

Fue instituida con el objeto de que los fieles encomienden a Dios, a través de la intercesión de la Santa Madre, las necesidades de la Iglesia, le den gracias por su Omnipotente protección y sus innumerables beneficios, en especial los que reciben por las gracias y la mediación de la Virgen María. Los orígenes conocidos de este día mariano por excelencia, nos lleva a comienzos del siglo XVI, y además en nuestra tierra española, lugar de María y de Títulos en honor de Ella, como siempre han destacado los Papas.

Por primera vez, se autorizó la celebración de esta fiesta en 1513, en la ciudad española de Cuenca; desde ahí se extendió por toda España y en 1683, el Papa Inocencio XI la admitió en la Iglesia de Occidente como una acción de gracias por el levantamiento del sitio a Viena y la derrota de los turcos por las fuerzas de Juan Sobieski, rey de Polonia. En ella los cristianos pidieron que los atacantes no les hiciesen daño y se desató una inmensa lluvia que impidió el uso efectivo de las armas de fuego.

Hay quien piensa que esta conmemoración es probablemente algo más antigua que el año 1513, aunque no se tienen pruebas concretas sobre ello. Todo lo que podemos decir es que la gran devoción al Santo Nombre de Jesús, que se debe en parte a las predicaciones de San Bernardino de Siena, abrió naturalmente el camino para una conmemoración similar del Santo Nombre de María.

El evangelista san Lucas, en la escena de la Anunciación, escribe: <<Y el nombre de la Virgen era María>>. Benedicto XVI decía el 12 de septiembre de 2006: <<Celebramos hoy la fiesta del "Nombre de María". A quienes llevan este nombre -mi madre y mi hermana lo llevaban- quisiera expresarles mi más cordial felicitación por su onomástico. María, la Madre del Seńor, recibió del pueblo fiel el título de "Abogada", pues es nuestra abogada ante Dios. Desde las bodas de Caná la conocemos como la mujer benigna, llena de solicitud materna y de amor, la mujer que percibe las necesidades ajenas y, para ayudar, las lleva ante el Seńor. Hoy hemos escuchado en el evangelio cómo el Seńor la entrega como Madre al discípulo predilecto y, en él, a todos nosotros. En todas las épocas los cristianos han acogido con gratitud este testamento de Jesús, y junto a la Madre han encontrado siempre la seguridad y la confiada esperanza que nos llenan de gozo en Dios y en nuestra fe en él. Acojamos también nosotros a María como la estrella de nuestra vida, que nos introduce en la gran familia de Dios. Sí, el que cree nunca está solo>>.- Oración: Te pedimos, Dios Todopoderoso, que a cuantos celebramos el nombre glorioso de santa María Virgen, ella nos consiga los beneficios de tu misericordia. Por Jesucristo, nuestro Seńor. Amén. Fuente: COPE y Santa Clara de Estella 

Homilía en la Festividad de la Virgen de Covadonga.

           Queridos hermanos en el episcopado: Sr. Arzobispo emérito de Madrid, Cardenal Antonio Mª Rouco; Sr. Obispo emérito de Santa Cruz de la Sierra, Mons. Braulio Sáez.  Sr. Vicario General, Sr. Abad de Covadonga, hermanos sacerdotes y diáconos. Excmo. Sr. Alcalde de Cangas de Onís y corporación municipal, Excmo. Sr. Presidente de la Junta General de Asturias, Parlamentarios autonómicos y nacionales. Sr. Presidente del Tribunal Superior de Justicia de Asturias y demás autoridades Judiciales, Civiles, Militares, Académicas, Culturales y Sociales. Miembros de la vida consagrada, seminaristas, fieles cristianos laicos. Hermanos que nos seguís a través de los medios de comunicación: El Señor llene de Paz vuestro corazón y acompañe con Bondad vuestros pasos.

Las campanas de la Basílica rompieron esta mañana el silencio de la noche llenando el valle del Auseva con su llamada que nos convoca a un día de fiesta. Es la cita que nos reúne cada año en este día memorable en el que celebramos la Santina de Covadonga, en un lugar y una fecha que nos congrega a tanta gente de bien que sabe reconocer el significado que tiene este marco de belleza natural entre las montañas de nuestros Picos de Europa, igualmente la historia imborrable de un pueblo cristiano que aquí nace, y un lugar, también, de identidad religiosa y asturiana donde venimos a rendir el sentido homenaje a Nuestra Señora.

Durante la novena hemos peregrinado desde toda Asturias, desde otros sitios de España y desde otros países, cada uno con el fardel de preguntas que nos cuestionan y con las heridas de nuestros pesares, pero también con la certeza de ser esperados por quien tiene las respuestas y el bálsamo que aminora las dolencias. Este año se enmarca en un año santo jubilar, en el que todos los cristianos celebramos los 2025 años del nacimiento de Jesucristo. La esperanza nos está guiando en esta andadura. La esperanza no coincide con la buena fortuna donde aparentemente nunca pasa nada y todo resulta grato y sin problemas, sino con la mirada distinta a cuanto acontece cuando lo vemos y vivimos desde los ojos de Dios y con su gracia. La esperanza es un don que nos evita ser rehenes de cuanto nos duele o acorrala, y más bien nos hace testigos de la discreta y fiel compañía de Dios que nos sostiene y nos levanta. Él hace de nuestras lágrimas su propio llanto y brinda con nuestros gozos la alegría de su fiesta eternamente inacabada.

Hoy aquí en Covadonga, en esta fiesta grande y con gozo celebrada nos encontramos este buen número de cristianos, y a través del canal de televisión de 13TV estamos en toda Asturias y en toda España, llegando incluso a la América hermana con la retransmisión de MaríaVisión, y con el canal del Santuario en YouTube en toda Europa. Dios sea bendito por esta posibilidad que dilata con altura y anchura la fiesta de Covadonga donde la Santina preside desde hace tantos años y seguirá presidiendo el día de Asturias en la Basílica y la Santa Cueva de su montaña.

La palabra de Dios nos ha vuelto a acercar escenas entrañables, como hemos escuchado en el salmo tomado del Cantar de los Cantares con su preciosa cadencia literaria y belleza musical. La roca dura se dejó abrir con una hendidura en su piedra para adentrarnos con nuestras cuitas y cuestiones que nos hacen vulnerables. Pero en la aparente dureza infranqueable de una montaña se hizo sitio la oquedad que se nos brindó como refugio en medio de las tempestades, como lugar seguro cuando por doquier surgen las hostilidades que pretenden acallar nuestra voz y censurar nuestro mensaje. Esta es la experiencia que desde hace tantos siglos se repite una y otra vez en medio de este paisaje que alarga en la historia aquella primera victoria sobre los que intentaron someter a un pueblo, borrar su pretérito e imponer un presente ajeno a cuanto había representado su sentimiento, sus creencias y sus venideros desenlaces.

Es el salmo que pondrá siempre la letra a la música de nuestros momentos claroscuros y agridulces, cuando parece que lo sórdido, lo zafio, lo injusto, lo violento, lo corrupto y ceniciento han ganado la batalla a la verdad, a la bondad y la belleza, introduciendo una maldición de la que no es posible salir. Hay maldiciones de las que se sale, y por eso la tradición cristiana sabe resistir con paciencia y valor, nutriendo a diario lo que sabemos que es fuente de nuestra esperanza que no defrauda ni engaña.

Pero si esto nos decía el salmo cuya hermosura hemos gustado, el Evangelio nos ha traído una escena que tiene como protagonista a la Virgen, a nuestra Señora. Un largo viaje entre Nazaret y Aim Karem para verificar un milagro. María está encinta milagrosamente siendo núbil prometida esposa. Isabel, su prima, está también esperando en su edad avanzada para tan buena esperanza. Es el milagro de la vida, cuando la vida no tocaba todavía en la mocedad intacta o cuando la vida jamás pasó por la puerta de la espera soñada. Pero la vida convocó sorpresivamente y surgió con brío la esperanza verdadera que anida siempre en las entrañas. Dos madres de un milagro levantando acta de cómo los avatares de una historia pueden ser saludados sin el miedo que nos hostiga, sin la impostura que nos aplasta, sin la maldición que nos condena a caminos que no tienen salida en donde parece que no es posible la esperanza. Un relato que puede tener la fecha de nuestros días.

Así fue el testimonio de ese feliz encuentro entre dos mujeres, con parentesco de primas y maternidad compartida ante el asombro que se deja sorprender por un Dios que nunca aburre y que siempre cumple sus promesas sin repetirse jamás. María fue saludada como bendita e Isabel será testigo de cómo lo mejor que tenía en sus entrañas saltará de alegría como un canto de algazara con la más agradecida cantata. Es un requiebro que nos invita a remedar tamaño regalo, siendo portadores de Jesús desde el corazón, como hizo María, y siendo cronistas de una alegría que salta abriendo la esperanza en la vida, como hizo Isabel.

Si venimos ahora a nuestro inmediato recuerdo no podemos dejar de pensar en lo que ha ensombrecido nuestro camino con los incendios que por doquier nos han asolado. Un incendio devastador siempre se lleva por delante el pasado que guardaba la memoria de lo que somos. Cuando hemos visto arder no sólo bosques, sino casas en las que guardábamos tanto que nos recordaba quiénes somos y de dónde venimos, pero hemos visto el pasado reducido a cenizas. Igualmente, el presente ha sido alcanzado por unas llamas que abrasaron a personas cercanas hasta su muerte sumiéndonos en tanto dolor. Un presente donde el fuego nos ha impedido cambiarnos de ropa y ducharnos, compartir una mesa con los que amamos, abrir nuestra casa a los amigos, pero también nos impidió seguir sembrando semillas que darían frutos en las campiñas o los ganados que nos alimentaban: todo ha quedado reducido a tierra quemada de la que no sacaremos nada. Un presente que queda hipotecado ante nuestra incertidumbre más asustada.

Pero hay un espacio y un tiempo a los que las llamas no llegan. Es el futuro de nuestro inmediato mañana. Podemos y debemos lamentar con lágrimas lo perdido por los incendios que han quemado parte de nuestro pasado y nuestro presente, pero tenemos por delante un futuro al que los pirómanos o las inclemencias jamás llegarán con sus fechorías calculadas o fortuitas. No podemos dejar de mirar al futuro con esperanza.

Yo he visto ese futuro como la bendición que recibió María, como el salto alegre en el seno de Isabel, como una hendidura en la dureza de la realidad abriendo caminos de esperanza cuando el túnel sin salida muestra su puerta de entrada a un horizonte infinito. Lo he visto precisamente en los jóvenes que nos han visitado este verano aquí en Covadonga. Fueron más de 400 los que acompañé subiendo al Santuario de la Santina adentrándonos por los bosques el primer sábado de mayo. O los casi 2000 que llenaron de alegría este bendito lugar a primeros de julio en unas jornadas inolvidables. O aquellos más de 2000 que desde Oviedo peregrinaron a Covadonga a fines de julio viniendo de tantos lugares del mundo.

Es la misma esperanza llena de futuro al que las llamas no alcanzan, lo que pudimos compartir con el Papa León en el jubileo de los jóvenes a comienzos de agosto con aquel millón de chavales que dijeron sí a las propuestas cristianas del evangelio de Cristo. Creen en la verdad y saben distinguir a los que a mansalva mienten, creen en la justicia y reconocen a los que la usan torticeramente, creen en la honestidad y se distancian de los que de tantos modos se corrompen, creen en la belleza y evitan a los que la manchan con sus perversiones inmorales, creen en la bondad y se protegen de los que la envilecen en la insidia que divide y enfrenta. Esta juventud tiene otra mirada y se separa de los dioses falsos que denunciaba Th.S. Eliot cuando señalaba los tres ídolos que adoran los que se alejan del verdadero Dios: el dinero, el poder y la lujuria. Esta juventud nos asoma a una Iglesia joven y a una sociedad fresca como recordaba Benedicto XVI, que nos permite pasar página de tantos incendios de diverso tipo ideológico que se llevan nuestro pasado, complican nuestro presente y difuminan nuestro futuro, pero que no destruirán el mañana de la esperanza, aunque lo chamusquen. La esperanza de los jóvenes como los que ayer fueron canonizados en Roma: Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis, que fueron capaces de escribir otra historia desde la bondad, la verdad y la belleza que nutre la esperanza.

Rafael Narbona, en su ensayo titulado “Elogio del amor”, trae a colación un texto precioso de Antoine de St.Exupery cuando éste pedía respeto por el hombre: “La fraternidad es la casa común de todos los que anhelan calentarse con el calor de otro corazón humano. En esa hoguera, los hombres intercambian ideas y sentimientos sin renunciar a sus convicciones. El que piensa de otro modo es como un viajero que nos relata sus aventuras enriqueciendo nuestras vidas con aspectos desconocidos”. Algo que contrasta con las guerras declaradas en este momento crucial de la historia. Por eso pedimos por la paz como nos repite el Papa León XIV cuando pensando especialmente en los escenarios de Gaza, Ucrania y Sudán, nos dice que “la guerra no resuelve los problemas, sino que los amplifica y produce heridas profundas en la historia de los pueblos que tardan generaciones en cicatrizar. Ninguna victoria armada podrá compensar el dolor de las madres, el miedo de los niños, el futuro robado”. Es la paz que nace de la esperanza cristiana.

Día de la Virgen de Covadonga, día de Asturias, en esta fecha y en este lugar, con un abrazo a toda esa España que nos contempla y a todo ese mundo al que queremos de verdad. Amigos y hermanos, gracias por haber venido a esta celebración que tiene las puertas abiertas para quien se quiere acercar. Feliz día de la Virgen de Covadonga, nuestra patrona. Feliz día de Asturias nuestra patria chica y querida. El Señor nos guarde y nos bendiga siempre, y que María nuestra Santina nos siga cuidando. Amén. + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm.

Retransmisión completa de la Misa: