Si os mantenéis firmes, conseguiréis salvaros.

 



Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario


    Las piedras del templo caerán bajo los golpes de las legiones romanas en el año 70, después de que el fuego de los dominadores extranjeros se inflame para incendiar los paramentos sagrados. La comunidad cristiana de los orígenes, sostenida por la Palabra de su Señor, reflexiona sobre estos acontecimientos y verifica su capacidad de resistencia en este trance delicado de la historia.

           La enseñanza de Jesús nos lleva a comprender que el final del templo no coincide ni con el final del tiempo ni con la parusía. Si bien desde muchos lugares se habían elevado voces en este sentido por parte de personajes que se presentaban con prerrogativas mesiánicas, en la comunidad cristiana resuena con fuerza la voz de aquel que dice "Yo soy" en el hoy salvífico de la historia, incluso en medio de la confusión producida por los desbarajustes políticos y bélicos. Lo que tienen que hacer los  discípulos, en medio de tantos falsos profetas de mal agüero, es ser testigos del verdadero Señor de la historia, sus siervos fieles que saben esperar, soportar, perseverar en el trabajo humilde y sencillo de cada día (Lc 17,10).

           Como siervos proclamarán unas palabras tan verdaderas ante los jefes de las sinagogas, los gobernadores y los reyes que éstos no sabrán qué responder. En consecuencia, se hace justicia a la sabiduría tanto en el tiempo de la fiesta como en el tiempo del llanto y del luto (7,35). Bendito sea, pues, el Padre celestial, que ha revelado a los pequeños el misterio de su Reino {cf. 10,21). Lo hace ahora, con la Palabra de Jesús, y lo hará siempre a lo largo de la historia, con la palabra repetida y predicada por los apóstoles y por los discípulos. Es una palabra de aliento: "Ni un cabello de vuestra cabeza se perderá" (Lc 21,18; cf. 12,7). La capacidad de aguante debe ser entendida, pues, no como victimismo, sino como alegría en el martirio (cf Esteban en Hch 7,59), paz en la hora de la disidencia doméstica, deseo de dar la vida por el Señor. Aunque el templo haya sido destruido, Dios no deja de construir su Reino, no permite que su pueblo, reunido por Cristo, sea presa del pánico.



 Gracias a: Rezando Voy,Santa Clara de Estella y Ciudad Redonda


El mundo será salvado por la belleza. Artículo.

En la película El paciente inglés hay una escena profundamente conmovedora.

Un grupo de personas de distintos países se encuentra reunido por casualidad en una villa abandonada de la Italia de posguerra. Entre ellos están una joven enfermera, que atiende a un piloto inglés gravemente quemado en un accidente aéreo, y un joven asiático cuyo trabajo consiste en encontrar y desactivar minas terrestres. El joven y la enfermera se hacen amigos y, un día, él le anuncia que tiene una sorpresa especial para ella.

La lleva a una iglesia abandonada donde ha preparado un sistema de cuerdas y poleas para elevarla hasta el techo, donde, escondidos en la oscuridad, se hallan bellos mosaicos y maravillosas obras de arte que no pueden verse desde el suelo. Le entrega una linterna y la hace subir poco a poco, de modo que ella se balancea como un ángel con alas, muy por encima del suelo, y con la ayuda de la luz puede contemplar los hermosos tesoros ocultos en la penumbra.

Para ella, la experiencia es de puro gozo: siente la emoción de volar y, al mismo tiempo, de descubrir una belleza maravillosa. Cuando finalmente desciende al suelo, está llena de entusiasmo y gratitud, y cubre el rostro del joven con besos, repitiendo una y otra vez: “¡Gracias, gracias, gracias por mostrarme esto!”.

Y en su expresión se percibe un doble agradecimiento: “Gracias por mostrarme algo a lo que nunca habría llegado por mí misma, y gracias por confiar en mí, por creer que lo comprendería, que sería capaz de captarlo”.

¿Hay aquí una lección?

La Iglesia debe hacer por el mundo exactamente lo que aquel joven hizo por su amiga enfermera: debe mostrar al mundo dónde encontrar una belleza que no descubriría por sí solo, una belleza escondida en la oscuridad. Y debe confiar en que la gente “lo captará”, que sabrá apreciar la riqueza de lo que se le muestra.

¿Dónde puede la Iglesia encontrar esa belleza oculta? En los profundos y ricos manantiales de su propia historia, y también en la naturaleza, en el arte, en la ciencia, en los niños, en la energía de los jóvenes y en la sabiduría de los mayores. Hay tesoros de belleza escondidos por todas partes. La tarea de la Iglesia es señalarlos al mundo. ¿Por qué?

Porque la belleza tiene el poder de tocar y transformar el alma, de despertar la admiración y la gratitud como pocas cosas pueden hacerlo. Confucio lo comprendió bien; por eso decía que la belleza es la más grande de las maestras, y basó su filosofía de la educación en ella. Casi todo puede ser puesto en duda, excepto la belleza.

¿Por qué no puede dudarse de la belleza? Porque la belleza es un atributo de Dios. La filosofía y la teología cristianas clásicas enseñan que Dios posee cuatro propiedades trascendentales: Dios es Uno, Verdadero, Bueno y Bello. Si esto es cierto, entonces ser tocado por la belleza es ser tocado por Dios; admirar la belleza es admirar a Dios; que se nos muestre la belleza en los lugares ocultos es que se nos muestre a Dios en los lugares ocultos; maravillarse ante la belleza es maravillarse ante Dios; y sentir esa maravilla es sentir nostalgia del cielo.

El renombrado teólogo Hans Urs von Balthasar subrayó cómo la belleza es un elemento esencial en la forma en que Dios nos habla, y cómo debería también inspirar nuestra manera de hablar de Dios al mundo.

Sin embargo, no debemos ser ingenuos en nuestra comprensión de esto. La belleza no siempre es “bonita” en el sentido superficial en que la cultura popular la percibe. Es cierto que puede verse en los colores espectaculares de una puesta de sol, en la sonrisa y la inocencia de un niño o en la perfección de una escultura de Miguel Ángel, pero también puede hallarse en las arrugas de una anciana y en la sonrisa desdentada de un anciano.

Dios habla a través de la belleza, y nosotros también debemos hacerlo. Además, debemos confiar lo suficiente en la sensibilidad e inteligencia de las personas como para creer que, al igual que la enfermera de El paciente inglés, sabrán apreciar lo que se les muestra.

En una célebre frase (a menudo citada por Dorothy Day), el novelista ruso Fiódor Dostoievski escribió: “El mundo será salvado por la belleza”. ¿Cuál es la lógica detrás de esto? ¿Cómo podría la belleza curar tantos males que nos aquejan?

He aquí el “álgebra” de Dostoievski: frente a la brutalidad, se necesita ternura; frente a la propaganda y la ideología, se necesita verdad; frente a la amargura y las maldiciones, se necesitan bondad y bendición; frente al odio y al asesinato, se necesitan amor y perdón; frente a la familiaridad que engendra desprecio, se necesitan asombro y admiración; y frente a la fealdad y la vulgaridad que impregnan nuestro mundo y nuestros noticieros, se necesita belleza.  Ron Rolheiser OMI / Artículo original en inglés / Imágen Depostitphotos

San Martín de Tours. 11 de Noviembre.

San Martín de Tours (316 – 397), es una de las figuras más veneradas del cristianismo occidental. Es famoso por su acto de caridad como soldado y su posterior papel como monje, obispo, y evangelizador de la Galia (la actual Francia).

Vida Temprana y el Manto (c. 316 – 336)

Martín nació alrededor del año 316 d.C. en Saboria, Panonia (actual Hungría), hijo de un tribuno militar pagano. Siendo joven, fue obligado a seguir la carrera militar de su padre e ingresó en la caballería romana a los quince años.

El episodio más famoso de su vida ocurrió alrededor del año 336 d.C., cerca de Amiens, Galia. Encontró a un mendigo tiritando de frío. Como no tenía nada más que darle, Martín cortó su capa militar por la mitad con su espada, dándole una mitad al mendigo. Según la leyenda, esa noche Martín soñó que Jesucristo se le aparecía vestido con la media capa que había regalado, diciendo a los ángeles: "Martín, que todavía es solo un catecúmeno, me ha vestido". Este evento marcó profundamente su vida.

El Cristiano, Monje y Evangelizador (336 – 371)

Tras el episodio de la capa, Martín se bautizó y, sintiendo una llamada a la vida religiosa, dejó el ejército romano en 356 d.C. Se convirtió en discípulo de Hilario de Poitiers, un importante teólogo, quien lo ordenó exorcista.

Pronto se convirtió en un pionero del monasticismo en Occidente. Fundó uno de los primeros monasterios de la Galia, en Ligugé (c. 360), donde vivió como monje, dedicándose a la oración y a la evangelización de las poblaciones rurales, que aún se aferraban al paganismo.

Obispo a su pesar (371 – 397)

En el año 371, Martín fue elegido obispo de Tours por aclamación popular, a pesar de su resistencia y humildad (se dice que intentó esconderse en un gallinero para evitar el nombramiento).

Como obispo, Martín continuó su vida ascética de monje, algo inusual para la época. Fundó el famoso monasterio de Marmoutier cerca de Tours, que se convirtió en una especie de seminario y centro de misión. Desde allí, viajó incansablemente por toda la Galia predicando el Evangelio, derribando templos paganos y árboles sagrados, y bautizando a miles de personas, ganándose el apodo de "Apóstol de las Galias".

Murió en Candes el 8 de noviembre de 397. Fue enterrado el 11 de noviembre, fecha en la que se celebra su fiesta y que tradicionalmente marca el comienzo del Adviento y de la Cuaresma de San Martín.

Su legado se extiende por toda Europa; es el patrón de Francia y su fiesta se celebra con tradiciones que marcan la transición del otoño al invierno, como la matanza del cerdo y el encendido de hogueras.


Hablaba del templo de su cuerpo

 




La Dedicación de la Basílica de Letrán


Jesús amaba el templo porque era la casa de su Padre. Sin embargo, ese lugar, que estaba destinado al encuentro con Dios, se hallaba repleto de vendedores y cambistas. Lo que sucedía es que la gente iba a comprar los animales que se destinaban a los sacrificios y no podían usar las monedas que tenían figuras de los emperadores, por eso, era necesario cambiarlas por otras, pero todo lo realizaban en el templo. Lo anterior lo podemos trasladar a nuestra vida: Jesús nos ama profundamente, quiere encontrarse con nosotros en el templo de nuestra alma, pero para ello, necesitamos darle su espacio y su tiempo. Quizá haya en nuestra vida muchas cosas que ocupan el lugar que deberíamos darle a Dios. Puede ser que haya en el atrio de nuestro corazón poco silencio para la oración y se den algunas idolatrías. Hemos dejado entrar en nuestra vida algún tipo de codicia buscando el provecho propio, en lugar de la caridad? Estamos dispuestos a dejar que Jesús eche fuera de nosotros todo lo que es contrario a Él?



 Gracias a: Rezando Voy,Santa Clara de Estella y Ciudad Redonda



Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán. 9 de noviembre.

Celebrar la dedicación de la iglesia madre de todas las iglesias es una invitación a los cristianos de la Iglesia universal a vivir la unidad de fe y de amor, para ser piedras vivas en la construcción de la Jerusalén celeste

Basílica de Letrán, basílica del Salvador, basílica de San ,Juan de Letrán..., catedral de Roma, »madre de todas las iglesias de la Urbe y del Orbe»..., son los nombres más significativos de la iglesia más venerable de la cristiandad, dedicada inicialmente a Jesucristo Salvador y posteriormente a San Juan Bautista y a San Juan Evangelista. Consagrada en el año 324, desde el siglo XII toda la Iglesia, unida al papa, celebra el 9 de noviembre la dedicación de la primera catedral de la Iglesia.

Ver también lecturas y comentario en @ciudadredonda.org

A partir del histórico Edicto de Milán del año 313 —rescripto otorgado por los emperadores Constantino y Licinio, a favor de la libertad religiosa y de la presencia del cristianismo en la vida pública—, con la paz constantiniana comenzaba para la Iglesia una era de bonanza tras las terribles persecuciones que habían precedido.

Una de los favores que la Iglesia recibió del emperador Constantino, hijo de Santa Elena fue la donación del palacio de Letrán, que se constituyó en sede apostólica. […] A través de los siglos, la vida cristiana de la Urbe —y del Orbe— ha estado unida a la basílica de Letrán, inicialmente dedicada al Salvador del mundo, y, en tiempos de San Gregorio Magno (540-604), a los santos Juanes del Evangelio: Juan Bautista y Juan Evangelista. De ahí el nombre popular de »San Juan de Letrán». En Letrán estuvo inicialmente la Cátedra de Pedro en Roma. En Letrán se celebraron cinco concilios ecuménicos: los primeros que se celebraban en Occidente, en los años 1123, 1139, 1179, 1215 y 1512. En 1300, el papa Bonifacio VIII proclamaba en Letrán el primer Año Santo del cristianismo. En Letrán recibió Inocencio III a los grandes fundadores Francisco de Asís y Domingo de Guzmán y aprobó las órdenes de los Menores y de los Predicadores, que según sueños del papa, serían las fuerzas espirituales que fortalecerían la situación debilitada de la basílica de Letrán, símbolo de la Iglesia. La indiscutible preeminencia de Letrán en la vida eclesial duró hasta que el papa francés Clemente V trasladó la sede pontificia a Aviñón en 1309. Allí permanecerían los papas hasta 1378, en que Gregorio XI, siguiendo los consejos de Santa Catalina de Siena, volvió a Roma. Haciéndose eco del sentir de los cristianos de Roma —y del mundo—, Petrarca escribía al papa Clemente VI en 1350: Padre misericordioso, ¿con qué tranquilidad puedes dormir blandamente en las riberas del Ródano, bajo el artesonado de tus doradas habitaciones, mientras que Letrán se está desmoronando, y la madre de todas las iglesias, carente de techumbre, está a merced de lluvias y vendavales?

Los visitantes y peregrinos que llegan a Letrán, pueden leer en el frontispicio de la gran basílica: Por derecho papal e imperial, se ordenó que yo fuera la madre de todas las iglesias. Cuando se terminó mi construcción, determinaron dedicarme al Divino Salvador, dador del reino celestial. Por nuestra parte, oh Cristo, a ti nos dirigimos con humilde súplica para pedirte que de este templo ilustre hagas tu residencia gloriosa.

Con ser importantes los tesoros cíe arte e historia de la basílica de Letrán, la celebración de su dedicación no intenta quedarse embelesada ante el templo de piedra y oro. Celebrar la dedicación de la iglesia madre de todas las iglesias es una invitación a los cristianos de la Iglesia universal a vivir la unidad de fe y de amor, para ser piedras vivas en la construcción de la Jerusalén celeste, la Iglesia sin mancha ni arruga, cuyo templo, altar y víctima es Jesucristo, el Cordero inmaculado. José A. Martínez Puche, O.P.

También celebramos el 9 de noviembre a Nuestra Señora de la Almudena, patrona de Madrid.

Se dice que en el año 712 d.C., ante la inminente toma de Madrid por las tropas árabes, los cristianos tapiaron una imagen de la Virgen en un hueco de la muralla de la ciudad (junto al antiguo almudín, o depósito de grano) para protegerla.

Hallazgo Milagroso: Tras la reconquista de Madrid por el rey Alfonso VI en 1085 d.C., y después de días de rogativas, un trozo de la muralla se derrumbó milagrosamente el 9 de noviembre ante una procesión, revelando la imagen intacta e iluminada por dos velas que permanecieron encendidas durante 373 años.

Oficialización: Fue proclamada Patrona de Madrid por el Papa Pío X en 1908. Web de la Catedral de Santa María la Real de la Almudena.

Libro digital "Patrimonio religioso de la ciudad de Oviedo."

El salón de actos del Real Monasterio de San Pelayo, de Oviedo, acogía este jueves la presentación del libro digital Patrimonio religioso de la ciudad de Oviedo, una iniciativa promovida por la Asociación AsturiasActual.

El acto, moderado por el Presidente de la asociación, Jesús Bordás Vargas, contó con la presencia del Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz, el Presidente del Principado, D. Adrián Barbón, el alcalde de Oviedo, D. Alfredo Canteli y la Abadesa del Monasterio, Sor Rosario del Camino Fernández-Miranda.

La presentación reunió, además, a algunos de los cuarenta autores que han participado en la obra —33 responsables de los textos y 7 fotógrafos— quienes compartieron brevemente su experiencia en el proyecto y la importancia de poner en valor el patrimonio religioso ovetense. Este documento, de gran complejidad y extensión, se presenta como un claro testimonio de la historia viva de la ciudad de Oviedo, en la que los valores culturales y cultuales de este patrimonio han sido reconocidos por la comunidad, permitiendo que dichos bienes perduren. En palabras de Mª Pilar García Cuetos, Vicerrectora de la Universidad de Oviedo, “si el patrimonio religioso nos ha llegado más que el civil, es porque se ha conservado su uso”.

Durante su intervención, el Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz, trató de dar contexto a la publicación recordando que “la vida es un museo en donde se exhiben verdaderas obras de arte”, no solo en las personas, sino también en todo lo que el ser humano expresa a través de la literatura, la pintura, la escultura o la música. Estas manifestaciones, afirmó, dan forma a “la partitura de la vida”, donde se plasman los gozos, temores y aspiraciones de cada época. Mons. Sanz destacó que este diálogo entre arte y existencia alcanza su máxima expresión en los edificios religiosos —iglesias, basílicas y catedrales—, espacios donde “se deletrea el tiempo” y la historia se hace visible en la arquitectura y en sus obras. Por ello, celebró la publicación del libro digital Patrimonio religioso de la ciudad de Oviedo, que reúne “el patrimonio claramente creyente” que la cultura cristiana ha generado en la ciudad. Concluyó, además, subrayando la necesidad de contemplar este patrimonio “con asombro” y de conservarlo con gratitud, como expresión de una historia compartida que sigue dando sentido a la vida cultural y espiritual de Oviedo». Este patrimonio “deriva –dijo– de un acontecimiento que tiene que ver con el encuentro con Dios que nos cambia la mirada y las entrañas, poniendo bondad y belleza en nuestro sendero cotidiano”.

Enlace al libro digital (Clic: Web)

Fuentes: https://iglesiadeasturias.org/se-presenta-el-libro-digital-patrimonio-religioso-de-la-ciudad-de-oviedo/ / https://www.lahornacina.com/noticiasoviedo11.htm / https://www.cronistasoficiales.com/presentacion-del-libro-digital-gratuito-patrimonio-religioso-de-la-ciudad-de-oviedo/

Todos los Santos y Todos los Fieles Difuntos. Artículo.

En una conferencia a la que asistí, un psiquiatra contó esta historia. Una mujer fue a verle profundamente angustiada. Su sufrimiento tenía que ver con la última conversación que tuvo con su marido antes de que él muriera. Contó que habían disfrutado de un matrimonio feliz durante más de treinta años, con apenas alguna pequeña discusión. Pero una mañana discutieron por una tontería (ni siquiera recordaba exactamente por qué). La pelea terminó con enfado, y él salió de casa dando un portazo para ir al trabajo… donde murió de un infarto ese mismo día, sin que pudieran volver a hablar.

¡Qué mala suerte! Treinta años sin un incidente parecido, y justo ahora esto: haber terminado su última conversación enfadados. El psiquiatra, con un toque de humor, le aseguró que toda la culpa era de su marido, por haber elegido morirse en ese momento tan inoportuno y dejarle a ella con la culpa.

Más en serio, le preguntó: “Si tu marido estuviera aquí ahora, ¿Qué le dirías?”. Ella respondió que le diría que, después de todos los años que habían pasado juntos, aquella pequeña discusión no significaba nada, que su amor era muchísimo más grande que aquel momento tonto. Él le aseguró que su marido seguía vivo en la comunión de los santos y que, de alguna manera, estaba allí con ellos. Entonces le dijo: “¿Por qué no te sientas en esta silla y le dices lo que acabas de contarme? Dile que vuestro amor fiel borra por completo aquella última conversación. Incluso podéis reíros juntos de la ironía de la situación”. ¿Una fantasía? No.

Como cristianos, creemos en una doctrina que nos invita a pensar que seguimos en contacto vivo y consciente con quienes han muerto. Esa doctrina, la Comunión de los Santos, forma parte de nuestro Credo y se celebra de forma especial dos veces al año: en la fiesta de Todos los Santos y en la de Todos los Fieles Difuntos.

Entre otras cosas, esta doctrina nos invita a rezar por los difuntos. No es raro que algunas personas se resistan, diciendo que Dios no necesita que le recordemos que sea misericordioso o perdone. Y tienen razón. Pero ésa no es realmente la razón por la que rezamos por nuestros seres queridos fallecidos.

El verdadero sentido de orar por los muertos es mantener el contacto con ellos: seguir en comunicación consciente, conservar viva la relación de amor, cerrar asuntos pendientes, pedir perdón, perdonar, agradecer, recordar el “aire especial” que dieron al mundo mientras vivían y, de vez en cuando, brindar simbólicamente con ellos.

Nuestra fe en la comunión de los santos, entre otras cosas, nos da una segunda oportunidad. Y eso es un gran consuelo. Porque, seamos sinceros, todos somos imperfectos en nuestras relaciones. No siempre estamos tan presentes como deberíamos; a veces decimos cosas en un momento de enfado que dejan heridas profundas; traicionamos la confianza de mil maneras; y casi siempre nos falta la madurez o la seguridad para expresar el cariño y la valoración que nuestros seres queridos merecen. Ninguno de nosotros lo hace del todo bien.

Al final, todos perdemos a alguien de una forma parecida a aquella mujer: con asuntos pendientes, con mal momento. Siempre hay palabras que debimos decir y no dijimos, y cosas que nunca deberíamos haber dicho y sin embargo dijimos.

Pero ahí es donde entra la fe. No somos los primeros a los que les pasa. En el momento del arresto, juicio y muerte de Jesús, casi todos sus discípulos le abandonaron. También allí el momento fue malo. El Viernes Santo fue “malo” mucho antes de volverse “bueno”. Pero —y aquí está la clave— los cristianos no creemos que en esta vida todo vaya a tener un final feliz ni que siempre estaremos a la altura. Creemos que la plenitud y la felicidad nos llegan a través de la redención de lo que ha salido mal, incluso de lo que ha salido mal por nuestras propias debilidades.

G. K. Chesterton dijo una vez que el cristianismo es especial porque, gracias a la comunión de los santos, hasta los muertos tienen voz. En realidad, tienen más que una voz: todavía pueden escucharnos.

Así que, si has perdido a alguien con quien quedaron cosas sin resolver, si sientes que hubo tensión, o que no estuviste lo bastante presente, o que nunca expresaste como querías tu cariño y tu aprecio… no es demasiado tarde. Aún puedes hacerlo.

Y cuando tengas esa conversación “pendiente”, no tengas miedo de reírte un poco al recordar cómo la fragilidad humana suele enredar hasta nuestras mejores intenciones.  Ron Rolheiser OMI / Artículo original en inglés

Conmemoración de todos los Fieles Difuntos (2 de Noviembre)

Ayer celebrábamos a los santos. Todos los Santos de la historia de la Iglesia. Pero hoy celebramos a los difuntos, y estos son como más nuestros. La mente y el recuerdo se nos van a nuestros difuntos, los que hemos conocido, los que han sido de nuestra familia, los que han formado parte de nuestra historia personal. Con ellos hablamos, tuvimos relación. Quizá hasta nos enfadamos y discutimos. Son nuestros difuntos. Y cuando murieron, un poco de nosotros mismos, de nuestra historia, de nuestro ser, murió con ellos. 

      Es una memoria agradecida. La relación con nuestros difuntos, de los que nos acordamos, fue una relación de cariño. Hasta podríamos decir que esa relación no solo fue, sino que es. Está presente en nuestros corazones y en nuestras mentes. Nos acordamos de ellos. No se trata sólo de que tengamos su foto en la cartera. Ellos están con nosotros. Es otra forma de presencia. 

      Es una memoria dolorosa. Porque su partida nos dejó marcados. Un trozo de nuestra propia y personal historia se fue con ellos. Alguien que formaba parte de nosotros, de nuestro yo, se fue y nos dejó más solos. Desde entonces experimentamos con más fuerza esa soledad que forma parte intrínseca de la vida de toda persona. Nos sentimos huérfanos porque ellos cuidaban de nosotros, su amistad y su cariño nos mantenía firmes y nos ayudaba a vencer las dificultades de la vida. Nos hemos quedado más solos y lo sentimos. 

      Es una memoria esperanzada. Porque desde la fe creemos que esta vida no termina en  estos límites que impone la duración de nuestro cuerpo. La fe en Jesús nos invita a mirar más allá del horizonte de la muerte. No sabemos bien cómo pero creemos que hay vida más allá de la muerte. Estamos convencidos de que tanto amor, tanta amistad, tanto cariño, no puede desaparecer de golpe. Que Jesús resucitó es la afirmación más importante de nuestra fe. Desde ella todo el Evangelio cobra sentido. Amar, servir, entregarse por los demás, tiene un sentido nuevo. Nada es en vano. Nos encontraremos más allá –no sabemos de qué manera– y ese amor, esa amistad, ese cariño llegará a su plenitud. 

      Por eso, hoy recordamos a nuestros difuntos. Y, aunque nos duela su memoria y su recuerdo, sabemos que la vida de Dios es más fuerte que la muerte. Cuando escuchamos el mandato evangélico de amarnos unos a otros, sabemos que ese amor no se perderá. Porque Dios es amor y es vida. Y nosotros mantenemos alta la mirada y firme la esperanza. Aunque nos duela el recuerdo de nuestros seres queridos. Fuente: Evangelio del día. Ciudad Redonda.org

Ante la muerte se impone el silencio, ese silencio que, haciéndonos entrar en el diálogo de la eternidad y revelándonos el lenguaje del amor, nos pone en una comunicación profunda con este insondable misterio. Existe un vínculo fortísimo entre aquellos que han dejado de vivir en el espacio y en el tiempo y los que se encuentran aún inmersos en ellos. Si bien la desaparición física de las personas queridas nos hace sufrir su inalcanzable lejanía, mediante la fe y la oración experimentamos una más íntima comunión con ellos. Cuando parece que nos dejan es en realidad el momento en el que se establecen más firmemente en nuestra vida: siguen estando presentes en nosotros, forman parte de nuestra interioridad, los encontramos en esa patria que ya llevamos en el corazón, allí donde habita la Trinidad.

San Pablo nos anima a vivir de una manera positiva el misterio de la muerte, haciéndole frente día tras día, aceptándola como una ley de la naturaleza y de la gracia, para ser despojados progresivamente de lo que debe perecer hasta encontrarnos ya milagrosamente transformados en aquello en que debemos convertirnos. La "muerte cotidiana" se revela así más bien como un nacimiento: el lento declinar y el ocaso desembocan en un alba luminosa. Todos los sufrimientos, las fatigas y las tribulaciones de la vida presente forman parte de este necesario, de este cotidiano morir, a fin de pasar a la vida inmortal. Debemos vivir fijando nuestra mirada en el objeto de la bienaventurada esperanza, apoyándonos únicamente en la fidelidad del Señor, que nos ha prometido la eternidad.

Si vivimos así, cuando lleguemos al ocaso de esta vida no veremos caer las tinieblas de la noche, sino que aparecerá ante nosotros -una expectativa sorprendente, no obstante-, el alba de la eternidad y tendremos la inefable alegría de sentirnos una sola cosa con el Señor.

Después de una larga fatiga seremos plenamente suyos y esa pertenencia será plenitud de bienaventuranza en la visión cara a cara.

Señor, cada día se eleva desde la tierra una acongojada oración por aquellos que han desaparecido en el misterio: la oración que pide reposo para el que expía, luz para el que espera, paz para quien anhela tu amor infinito.

Descansen en paz: en la paz del puerto, en la paz de la meta, en tu paz, Señor. Que vivan en tu amor aquellos a los que he amado, aquellos que me han amado. No olvides, Señor, ningún pensamiento de bien que me haya sido dirigido, y el mal, oh Padre, olvídalo, cancélalo.

A los que pasaron por el dolor, a los que parecieron sacrificados por un destino adverso, revélales, contigo mismo, los secretos de tu justicia, los misterios de tu amor. Concédenos esa vida interior para que en la intimidad nos comuniquemos con el mundo invisible en el que están: con ese mundo fuera del tiempo y del espacio que no es lugar, sino estado, y no está lejos de nosotros, sino a nuestro alrededor; que no es de muertos, sino de vivos (Primo Mazzolari).

Señor, Señor Jesús, tú eres la vida eterna de la patria verdadera y eterna, puesto que tú nos la has procurado.

Tú eres la lámpara de la casa paterna que ilumina suavemente, tú eres el sol de la justicia en la tierra, tú eres el día que no llega nunca al término, tú eres el lucero del alba. Allí sólo tú eres el templo, el sacerdote y la víctima.

Tú sólo el rey y el jefe, el Señor y el maestro; tú eres el sendero de la unificación, tú eres el manantial y la paz, tú eres la dulzura infinita. Allí todos los que te pertenecen te siguen, y tú estás siempre, no te vas nunca, diriges la casta danza sobre los prados de la alegría...

Por eso, cuando se despierta en nosotros la nostalgia de la vida eterna, de la patria verdadera, de la comunión con todos los santos allá arriba en la ciudad que está sobre los montes elevados, entonces debemos convertirnos aquí abajo en humildemente pequeños en la casa del Señor, debemos cargar sobre nosotros la aflicción junto con nuestra Madre dolorosa, la Iglesia (Quodvultdeus de Cartago, cit. en K. Rahner, Mater Ecclesiae).

No se debe morir cuando se ama. La familia no debería conocer la muerte. Se unen para la eternidad, y para la eternidad dan la vida a otras personas. La muerte no es sólo el huésped que no se puede evitar. Se podría decir que es un miembro de la familia, un miembro celoso que, cuando llega, aleja a otros.

Sea quien sea la persona que veamos alejarse, la vida queda cambiada. Toda muerte lacera la carne común. La familia, precisamente porque es preparación para la vida, es también preparación para la muerte, y en esta cita común con el misterio no es posible saber quién será llamado el primero.

Por qué no se nos permite morir al mismo tiempo? Éste sería el deseo más vivo del amor, una nueva bendición nupcial a la que consentiríamos con alegría. Pero ese caso es muy raro. La Providencia tiene otros fines. Algunos de ellos son evidentes, otros se nos escapan. Por eso es difícil la fe. Nos creemos víctimas de la fatalidad, y no pensamos que, también con la muerte, sigue siendo el amor un don insigne. En una casa hay desgracias mucho más graves que la muerte. !Cuántas tragedias ocurren sin que nadie haya desaparecido, y cuánta ternura conservada en ausencia de las personas queridas!

La muerte no es siempre una enemiga. Mientras la padece, el amor es capaz de vencerla. Vivir significa con frecuencia separarse; morir significa, en cambio, reunirse. No es una paradoja: para aquellos que han llegado al amor más grande, la muerte es una consagración y no una ruptura. En el rondo, nadie muere verdaderamente, porque nadie puede salir de Dios. Ese que nos parece haberse detenido de improviso continúa su camino. Ha sido como pasar una página, mientras escribía su vida. De él hemos perdido lo que poseíamos de una manera temporal, pero se posee para la eternidad sólo lo que se ha perdido. La vida y la muerte no son más que aspectos diferentes de un único destino; cuando se entra en él con el corazón, ya no se distingue (A. G. Sertillanges). Gracias a:Santa Clara de Estella

Solemnidad de todos los santos: SANTIDAD es aprender a ser Hijos felices de Dios, acogiendo su Obra en nosotros.

Sed santos (buenos), como vuestro Padre, que hacer salir el sol sobre buenos y malos
(Mt, 5, 48;Lev 19,2). No es tanto lo que yo hago o tengo que hacer, sino lo que El hace, y de lo que yo me puedo hacer consciente. Pero, ¿cómo es esa Obra de Dios en mí?

a) Por Amor, Dios crea un ser con capacidad de ser bueno y feliz con El. El amor de Dios comienza a manifestarse en la creación. El Dios que es Amor, Comunión, y Entrega, encuentra su reflejo e imagen, en la apertura y receptividad, capacidad del ser humano. Por eso dice Santo Tomás: Por ser imagen de Dios, el hombre tiene capacidad para la gracia, o sea, para acoger el Amor de Dios, y al acogerlo, realizar el encuentro que nos transforma-

b) Por Amor Dios crea un ser que no puede estar sin Él, y sin los demás. Eso es santidad. Desde siempre, Dios ha creado al ser humano como ser de comunión y le ha llamado a responder al amor que le ha otorgado Desde siempre hay en el hombre una “capacidad de Dios” y un “deseo natural de ver a Dios. Fue Dios quien sembró en el corazón humano el anhelo del Infinito de amarlo y contemplarlo cara a cara. Por eso hay en el hombre un vacío que sólo se colma cuando se encuentra con Dios.

c) Por amor Dios va más allá de la justicia. En Dios, la bondad es lo condicionante de todo su ser y obrar. Dios manifiesta su justicia no condenando, sino salvando. Dios manifiesta su justicia, (Rm 3, 24-26) justificando, o sea, haciendo justo al pecador y teniendo misericordia de todos. Esta justicia es una buena noticia, pues no se trata de la justicia retributiva, por la que Dios premia o castiga según los merecimientos de cada uno, sino de la justicia que justifica (hace justo) al impío.

d) Por amor Dios perdona y no condena. “No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón” (Juan Pablo II). Mostrar misericordia significa vivir plenamente la verdad de nuestra vida”. “El Dios que nos redime es un Dios de misericordia y de perdón; “el perdón podría parecer una debilidad; en realidad, tanto para concederlo como para aceptarlo, hace falta una gran fuerza espiritual y una valentía moral a toda prueba. Lejos de ser menoscabo para la persona, el perdón lleva a una humanidad más plena, capaz de reflejar en sí misma un rayo del esplendor del Creador.

f) La verdadera santidad es una gracia, es la obra que Dios hace gratuitamente en mí. Una existencia vivida con mucha fe y mucha humanidad. Una vida que expresa sentimientos y actitudes de bondad y compasión, que se concreta en obras de justicia, caridad y solidaridad. Porque así es el Dios cristiano, así actúa Dios y así quiere que sean y actúen sus hijos. Así es la santidad de Dios y así se refleja en sus santos. A estas personas están dirigidas las bienaventuranzas. Para que esta acción gratuita de Dios opere la santidad en nosotros, es preciso acogerla agradecidamente y ejercitarla responsablemente. La santidad de Dios es ser bueno con todas sus criaturas y hacerlas buenas. Nuestra santidad es el resultado de la benevolencia de Dios hacia nosotros. No hallamos gracia a sus ojos por nuestros méritos, sino por su benevolencia y mirada misericordiosa. Esta mirada es lo que pone en nosotros santidad Y. lo más que nosotros podemos hacer es dejar que esa bondad de Dios se refleje y actúe en nosotros. Pero en todo caso, la santidad es gratuita, como don de Dios, y obra del Espíritu Santo en las personas.

¡SANTOS, SÍ!, y por ello, “Buenos” y  “Felices”

Podemos decir, pues, que la santidad es Un camino de Bondad, Felicidad y Comunión que Dios realiza en nosotros.  En realidad, un santo no es otra cosa que una buena persona. Porque ser santo no es más que ser lo que tenemos que ser, pero siempre con la ayuda de la gracia.

El Papa Francisco, en su exhortación sobre la Santidad en el momento actual, “Alegraos y regocijaos”, pone la santidad en el horizonte de la bondad (Mt 25) y la Felicidad (Mt 5, 5-15)

Las Bienaventuranzas son como el carnet de identidad del cristiano. ¿Cómo se hace para llegar a ser buen cristiano?'. Es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en las Bienaventuranzas. En ellas se dibuja el rostro del Maestro que estamos llamados a transparentar en la vida cotidiana. (.G.E. 63). ¡Feliz o bienaventurado es sinónimo de santo! 

Por eso, la Santidad es un proyecto de felicidad y a la vez un programa de cómo ser lo que debemos ser. Con deficiencias y pecados, muchos han buscado la felicidad en la santidad. Estas confesiones de hombres buenos y felices pueden acercarnos a la santidad de Jesús, y hacer más humana la nuestra.

“En la vida existe una sola tristeza, la de no ser santos”. (Leon Bloy)

«Ser bueno es hacerse divino, porque sólo Dios es bueno.»(Unamuno)

“En todo hombre bueno habita Dios.» (L A. Séneca)

«No denomino héroes a aquellos que han triunfado por sus ideas o por la fuerza. Sólo considero héroes a aquellos que fueron grandes por su bondad (Tolstoi)

«Sólo los que son verdaderamente buenos y santos son felices(Pablo VI).

“La bondad es el único Evangelio que muchos leerán.» (Helder Cámara)

“Mi única misión en la vida era ser bueno.(C. Foucauld)

Conclusión

Ahora puedo aportar yo mi propia experiencia de Santidad por la Bondad, Felicidad y Comunión, preguntándome: ¿Cómo es la obra que Dios viene realizando en mi según su propia Santidad Bondadosa?

José Antonio Fray José Antonio Segovia O.P.
Real Convento de Santo Domingo de Scala Coeli

Lea también el comentario bíblico a las lecturas.  Fuente: Dominicos.org