Tristemente, para desgracia nuestra, no empiezan demasiadas biografías
así, o sea, reconociendo desde el principio mismo la desconcertante
complejidad patológica de nuestra propia naturaleza. No somos sencillos
de corazón, de mente y de alma, ni siquiera de cuerpo. Todos tenemos en
nosotros suficiente complejidad para escribir nuestro propio tratado
sobre psicología anormal.
Y esa complejidad no sólo debe ser reconocida; necesita ser respetada y tratada santamente porque no deriva de lo que es peor en nosotros sino de lo que es mejor. Somos complejos porque lo que nos seduce dentro y nos tienta en todas direcciones no es, primeramente, la astucia del demonio sino más bien la imagen y semejanza de Dios. Dentro de nosotros hay un fuego divino, una grandeza, que nos da profundidad infinita, deseos insaciables y suficiente luminosidad para desconcertar a todo psicólogo. La imagen y semejanza de Dios en nosotros -como escribe Juan de la Cruz- hace las “cavernas” de nuestros corazones, mentes y almas demasiado profundas para ser en todo caso reemplazadas o totalmente entendidas.
Creo que la espiritualidad cristiana, al menos en su predicación popular y catequesis, no ha tomado demasiado frecuentemente esto con suficiente seriedad. En resumen, se ha dado demasiado la impresión de que el discipulado cristiano no debería ser complicado: ¡Por qué se da toda esta resistencia en ti! ¡Qué te pasa! Pero, como sabemos por nuestra propia experiencia, nuestra innata complejidad está por siempre lanzando complicaciones y resistencias para llegar a ser santo, para “desear la única cosa”. Además, porque nuestra complejidad no ha sido reconocida ni honrada espiritualmente, nos sentimos con frecuencia culpables de ello: ¿Por qué soy tan complicado? ¿Por qué tengo todas estas preguntas? ¿Por qué soy confundido con tanta frecuencia? ¿Por qué es el sexo un impulso tan poderoso? ¿Por qué tengo tantas tentaciones?
La simple respuesta: Porque nacemos con un fuego divino en el interior. Así la fuente de tantas de nuestras confusiones, tentaciones y resistencias proviene tanto de lo mejor que tenemos dentro como de las artimañas de Satanás y del mundo.
¿Qué deberíamos hacer ante nuestra desconcertante complejidad?
Algunos consejos para el largo recorrido:
. Honra y trata santamente tu complejidad: Acepta que dentro de ti tienes un don dado por Dios; y, al final del día, es lo mejor que hay en ti. Es lo que te distingue de las plantas y los animales. Su naturaleza es simple, pero tener un alma inmortal e infinita tiende a muchas complicaciones mientras luchas por vivir toda tu vida en la finitud que te cerca.
. Nunca subestimes tu complejidad, aun cuando te resistas a darle masaje: Reconoce y respeta los “demonios y ángeles” que vagan libremente en tu corazón y tu mente. Pero tampoco des masaje a tu complejidad, imaginándote a ti mismo como el artista atormentado o como el existencialista que está heroicamente fuera de sintonía con la vida.
. Protege tu sombra: Es la luminosidad que has separado. Despacio, con la precaución y protección idóneas, empieza a afrontar las cosas internas que te espantan.
. Trata santamente el poder y el lugar de tu sexualidad en ti: Eres irremediablemente sexual, y por una razón divina. Nunca niegues ni denigres el poder de la sexualidad, aun cuando la lleves con una castidad adecuada.
. Da nombre a tus heridas, duélete de ellas, lamenta su incomunicación: Cualesquiera heridas de las que no te duelas, al fin te darán un mordisco. Acepta y lamenta el hecho de que aquí, en esta vida, no hay ninguna sinfonía acabada.
. Nunca permitas que el “impulso trascendental” que hay dentro de ti venga a ser narcotizado ni aprisionado . Tu complejidad continuamente te deja saber que estás hecho para más que esta vida. Nunca amortigües este impulso que hay dentro de ti. Aprende a reconocer, por medio de tus frustraciones y fantasías, las maneras como a menudo lo aprisionas.
. Trata de encontrar un “amor superior” por el que trascender el más inmediato poder de tus instintos naturales. Todos milagros empiezan con el enamoramiento. Trata santamente tus espontáneos impulsos y tentaciones buscando ese amor superior y valor más alto hacia los que están señalando. Ofrecer a otros tu altruismo y la mirada de admiración será tan bueno y justo que traerá a cumplimiento lo que de hecho estás anhelando.
. Permite que tu propia complejidad te enseñe comprensión y empatía. Estando en contacto con tu propia complejidad, al fin aprenderás que nada te es extraño y que lo que ves cada día en los noticiarios refleja lo que hay dentro de ti.
. Perdónate a ti mismo con frecuencia. Tu complejidad te causará algún traspié con frecuencia y así necesitarás perdonarte a ti mismo muchas veces. Vive, sabiendo que la misericordia de Dios es un pozo que nunca se agota.
. Vive bajo la paciencia y comprensión de Dios. Dios es tu constructor, el arquitecto que te construyó y el que es responsable de tu complejidad. Confía en que Dios comprende. Confía en que Dios está más ansioso por ti de lo ansioso que tú estás por ti mismo. El Dios que conoce todas las cosas sabe y aprecia también por qué luchas tú. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -
Y esa complejidad no sólo debe ser reconocida; necesita ser respetada y tratada santamente porque no deriva de lo que es peor en nosotros sino de lo que es mejor. Somos complejos porque lo que nos seduce dentro y nos tienta en todas direcciones no es, primeramente, la astucia del demonio sino más bien la imagen y semejanza de Dios. Dentro de nosotros hay un fuego divino, una grandeza, que nos da profundidad infinita, deseos insaciables y suficiente luminosidad para desconcertar a todo psicólogo. La imagen y semejanza de Dios en nosotros -como escribe Juan de la Cruz- hace las “cavernas” de nuestros corazones, mentes y almas demasiado profundas para ser en todo caso reemplazadas o totalmente entendidas.
Creo que la espiritualidad cristiana, al menos en su predicación popular y catequesis, no ha tomado demasiado frecuentemente esto con suficiente seriedad. En resumen, se ha dado demasiado la impresión de que el discipulado cristiano no debería ser complicado: ¡Por qué se da toda esta resistencia en ti! ¡Qué te pasa! Pero, como sabemos por nuestra propia experiencia, nuestra innata complejidad está por siempre lanzando complicaciones y resistencias para llegar a ser santo, para “desear la única cosa”. Además, porque nuestra complejidad no ha sido reconocida ni honrada espiritualmente, nos sentimos con frecuencia culpables de ello: ¿Por qué soy tan complicado? ¿Por qué tengo todas estas preguntas? ¿Por qué soy confundido con tanta frecuencia? ¿Por qué es el sexo un impulso tan poderoso? ¿Por qué tengo tantas tentaciones?
La simple respuesta: Porque nacemos con un fuego divino en el interior. Así la fuente de tantas de nuestras confusiones, tentaciones y resistencias proviene tanto de lo mejor que tenemos dentro como de las artimañas de Satanás y del mundo.
¿Qué deberíamos hacer ante nuestra desconcertante complejidad?
Algunos consejos para el largo recorrido:
. Honra y trata santamente tu complejidad: Acepta que dentro de ti tienes un don dado por Dios; y, al final del día, es lo mejor que hay en ti. Es lo que te distingue de las plantas y los animales. Su naturaleza es simple, pero tener un alma inmortal e infinita tiende a muchas complicaciones mientras luchas por vivir toda tu vida en la finitud que te cerca.
. Nunca subestimes tu complejidad, aun cuando te resistas a darle masaje: Reconoce y respeta los “demonios y ángeles” que vagan libremente en tu corazón y tu mente. Pero tampoco des masaje a tu complejidad, imaginándote a ti mismo como el artista atormentado o como el existencialista que está heroicamente fuera de sintonía con la vida.
. Protege tu sombra: Es la luminosidad que has separado. Despacio, con la precaución y protección idóneas, empieza a afrontar las cosas internas que te espantan.
. Trata santamente el poder y el lugar de tu sexualidad en ti: Eres irremediablemente sexual, y por una razón divina. Nunca niegues ni denigres el poder de la sexualidad, aun cuando la lleves con una castidad adecuada.
. Da nombre a tus heridas, duélete de ellas, lamenta su incomunicación: Cualesquiera heridas de las que no te duelas, al fin te darán un mordisco. Acepta y lamenta el hecho de que aquí, en esta vida, no hay ninguna sinfonía acabada.
. Nunca permitas que el “impulso trascendental” que hay dentro de ti venga a ser narcotizado ni aprisionado . Tu complejidad continuamente te deja saber que estás hecho para más que esta vida. Nunca amortigües este impulso que hay dentro de ti. Aprende a reconocer, por medio de tus frustraciones y fantasías, las maneras como a menudo lo aprisionas.
. Trata de encontrar un “amor superior” por el que trascender el más inmediato poder de tus instintos naturales. Todos milagros empiezan con el enamoramiento. Trata santamente tus espontáneos impulsos y tentaciones buscando ese amor superior y valor más alto hacia los que están señalando. Ofrecer a otros tu altruismo y la mirada de admiración será tan bueno y justo que traerá a cumplimiento lo que de hecho estás anhelando.
. Permite que tu propia complejidad te enseñe comprensión y empatía. Estando en contacto con tu propia complejidad, al fin aprenderás que nada te es extraño y que lo que ves cada día en los noticiarios refleja lo que hay dentro de ti.
. Perdónate a ti mismo con frecuencia. Tu complejidad te causará algún traspié con frecuencia y así necesitarás perdonarte a ti mismo muchas veces. Vive, sabiendo que la misericordia de Dios es un pozo que nunca se agota.
. Vive bajo la paciencia y comprensión de Dios. Dios es tu constructor, el arquitecto que te construyó y el que es responsable de tu complejidad. Confía en que Dios comprende. Confía en que Dios está más ansioso por ti de lo ansioso que tú estás por ti mismo. El Dios que conoce todas las cosas sabe y aprecia también por qué luchas tú. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -