¿Quién puede entender de verdad el corazón humano, dadas algunas de las
curiosas y crueles maneras que a veces tenemos de expresar el amor? Por
ejemplo, Nadia Bolz-Weber nos cuenta algo a lo que todos nosotros
tenemos cierta propensión: “Inevitablemente, cuando no puedo hacer daño a
gente que me lo hizo a mí, entonces acabo haciendo daño a los que amo”.
¡Qué cierto! Cuando nos han hecho daño, casi todos los instintos que
hay en nosotros exigen venganza; pero, la mayoría de las veces, no es
posible, ni seguro, vengarse de las personas que nos hicieron daño. O,
quizá, ni siquiera estamos seguros de quién nos dañó. Así, teniendo
necesidad de tomarla contra alguno, lo hacemos donde resulta más seguro,
a saber, en aquellos en los que confiamos que lo acogerán, en aquellos
con los que nos sentimos suficientemente seguros de hacer esto. La
tomamos contra ellos porque sabemos que no se vengarán. Dicho
simplemente, a veces necesitamos estar enfadados de verdad contra
alguno; y, como somos incapaces de desahogar esa ira en la persona o
personas responsables de ello, nos desahogamos con alguno en quien
confiamos inconscientemente que lo aceptará de buen grado.
Si eres un padre cariñoso, un esposo fiel, un amigo de confianza, un consejero leal, un ministro digno, o bien alguien íntegro que representa oficialmente a una agencia moral o una iglesia, puede ser bueno conocer esto. De lo contrario, es demasiado fácil interpretar mal algo de la ira o recriminación que te caerá en suerte y lo tomarás demasiado personalmente, y no por lo que en realidad es. Cuando alguien a quien has amado está airado contigo, es duro reconocer y aceptar que tú eres probablemente el objeto de esa ira incluso aunque no seas la causa de ello, sino más bien seas el único lugar seguro donde esta persona puede acometer sin temor de venganza y tener su amargura asumida. Si no acoges las dinámicas peculiares de amor que están en juego aquí, tomarás inevitablemente esto demasiado personalmente, estarás destrozado por dentro, lamentarás su injusticia y lucharás por llevarlo con el amor que está pidiendo inconscientemente.
Pero esto puede ser muy duro de aceptar, aun cuando entendamos por qué está sucediendo. Este estilo de amor demanda una fortaleza casi inhumana. Por ejemplo, como cristianos tenemos una admiración especial por la madre de Jesús cuando nos imaginamos lo que debió haber sentido mientras se mantuvo al pie de la cruz, viendo a su hijo, la bondad e inocencia misma, sufrir una injusticia brutal y violenta. Para no atenuar de ningún modo el dolor que ella habría estado sufriendo entonces, manteniéndose sin ningún auxilio como ella hizo en esa terrible injusticia, tuvo el consuelo de saber que su hijo la amaba profundamente. Su dolor habría sido penosísimo, como sería el dolor de cualquier madre en esa situación, pero su dolor tenía (me atrevo a usar la frase) una cierta “limpieza” de ello. Ella era libre de empatizar completa y abiertamente con su hijo, sabiendo que su amor estaba permitiéndole sentir lo que ella sentía.
Pero mucha gente es la madre cariñosa, el padre amoroso, el esposo fiel o el amigo de confianza cuyo corazón se parte por la ira y acusación al ser dirigidas a ellos por alguien a quien han amado y al que han sido fieles. ¿Cómo pueden ellos no sentirse acusados, culpables y responsables de la amarga crucifixión que están experimentando? Su dolor no lo sentirán “limpio”. En efecto, lo que están sintiendo es más lo que Jesús sintió cuando estaba siendo crucificado, más bien que lo sentido por su madre cuando fue testigo de ello. Están experimentando aquello a lo que san Pablo se refiere en su segunda carta a los corintios, cuando escribe que Jesús, a pesar de ser inocente, Dios lo hizo pecado en favor nuestro. Esa sola expresión, si no se lee con propiedad, puede ser una de las más horribles frases de la escritura. Aun así, entendida en la dinámica del amor, destaca poderosamente lo que el amor significa en realidad más allá de los cuentos de hadas. El verdadero amor es la capacidad de asimilar la injusticia con comprensión, empatía y con solo lo bueno del otro en la mente.
Desde luego, a veces la ira dirigida a nosotros de parte de personas a quienes amamos está justificada y habla de nuestra traición, nuestro pecado y nuestra ruptura de confianza. A veces las airadas acusaciones dirigidas a nosotros nos acusan válidamente de nuestro propio pecado. En ese caso, lo que se nos pide que asimilemos tiene un significado muy distinto. Igualmente, necesitamos reconocer que nosotros hacemos también esto a otros. Cuando estamos heridos y somos incapaces de dirigir nuestra ira y acusaciones contra los que nos hacen daño, entonces, como Nadia Bolz-Weber nos cuenta tan honradamente, nosotros acabamos con frecuencia haciendo daño a las personas que más nos aman.
El amor tiene muchas modalidades: a veces cálido, amable y afectuoso; a veces acusador, amargo y airado. Sí, a veces tenemos maneras extrañas y anómalas de expresar nuestro amor y confianza. ¿Quién es capaz de entender nuestros tortuosos corazones? Gracias a Ciudad Redonda.org
Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -
Si eres un padre cariñoso, un esposo fiel, un amigo de confianza, un consejero leal, un ministro digno, o bien alguien íntegro que representa oficialmente a una agencia moral o una iglesia, puede ser bueno conocer esto. De lo contrario, es demasiado fácil interpretar mal algo de la ira o recriminación que te caerá en suerte y lo tomarás demasiado personalmente, y no por lo que en realidad es. Cuando alguien a quien has amado está airado contigo, es duro reconocer y aceptar que tú eres probablemente el objeto de esa ira incluso aunque no seas la causa de ello, sino más bien seas el único lugar seguro donde esta persona puede acometer sin temor de venganza y tener su amargura asumida. Si no acoges las dinámicas peculiares de amor que están en juego aquí, tomarás inevitablemente esto demasiado personalmente, estarás destrozado por dentro, lamentarás su injusticia y lucharás por llevarlo con el amor que está pidiendo inconscientemente.
Pero esto puede ser muy duro de aceptar, aun cuando entendamos por qué está sucediendo. Este estilo de amor demanda una fortaleza casi inhumana. Por ejemplo, como cristianos tenemos una admiración especial por la madre de Jesús cuando nos imaginamos lo que debió haber sentido mientras se mantuvo al pie de la cruz, viendo a su hijo, la bondad e inocencia misma, sufrir una injusticia brutal y violenta. Para no atenuar de ningún modo el dolor que ella habría estado sufriendo entonces, manteniéndose sin ningún auxilio como ella hizo en esa terrible injusticia, tuvo el consuelo de saber que su hijo la amaba profundamente. Su dolor habría sido penosísimo, como sería el dolor de cualquier madre en esa situación, pero su dolor tenía (me atrevo a usar la frase) una cierta “limpieza” de ello. Ella era libre de empatizar completa y abiertamente con su hijo, sabiendo que su amor estaba permitiéndole sentir lo que ella sentía.
Pero mucha gente es la madre cariñosa, el padre amoroso, el esposo fiel o el amigo de confianza cuyo corazón se parte por la ira y acusación al ser dirigidas a ellos por alguien a quien han amado y al que han sido fieles. ¿Cómo pueden ellos no sentirse acusados, culpables y responsables de la amarga crucifixión que están experimentando? Su dolor no lo sentirán “limpio”. En efecto, lo que están sintiendo es más lo que Jesús sintió cuando estaba siendo crucificado, más bien que lo sentido por su madre cuando fue testigo de ello. Están experimentando aquello a lo que san Pablo se refiere en su segunda carta a los corintios, cuando escribe que Jesús, a pesar de ser inocente, Dios lo hizo pecado en favor nuestro. Esa sola expresión, si no se lee con propiedad, puede ser una de las más horribles frases de la escritura. Aun así, entendida en la dinámica del amor, destaca poderosamente lo que el amor significa en realidad más allá de los cuentos de hadas. El verdadero amor es la capacidad de asimilar la injusticia con comprensión, empatía y con solo lo bueno del otro en la mente.
Desde luego, a veces la ira dirigida a nosotros de parte de personas a quienes amamos está justificada y habla de nuestra traición, nuestro pecado y nuestra ruptura de confianza. A veces las airadas acusaciones dirigidas a nosotros nos acusan válidamente de nuestro propio pecado. En ese caso, lo que se nos pide que asimilemos tiene un significado muy distinto. Igualmente, necesitamos reconocer que nosotros hacemos también esto a otros. Cuando estamos heridos y somos incapaces de dirigir nuestra ira y acusaciones contra los que nos hacen daño, entonces, como Nadia Bolz-Weber nos cuenta tan honradamente, nosotros acabamos con frecuencia haciendo daño a las personas que más nos aman.
El amor tiene muchas modalidades: a veces cálido, amable y afectuoso; a veces acusador, amargo y airado. Sí, a veces tenemos maneras extrañas y anómalas de expresar nuestro amor y confianza. ¿Quién es capaz de entender nuestros tortuosos corazones? Gracias a Ciudad Redonda.org
Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -