Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona.

 





Domingo  3º de Pascua



Por este camino por el que andamos siempre peregrinos -con el peso de la soledad en el corazón- vienes tú, el Viviente entre los muertos, a nuestro encuentro y partes el pan del amor. En este largo camino, donde, a la puesta del sol, se extienden nuestras sombras, enciende, oh Viajero envuelto de misterio, el vivido vivaque de tu Palabra y sabremos, por su fuego ardiente, que nuestra esperanza ha resucitado más viva, más fuerte.

Sí, abre nuestra mente para comprender la Palabra, porque sólo ella puede disipar las dudas que aún surgen en nuestro corazón. !Cuántas veces, incapaces de reconocerte, hemos renegado de ti también nosotros! Pero tú, el Justo, con manso padecer te has hecho víctima de expiación por nuestros pecados. No nos dejes ahora vacilantes y turbados: que tu presencia infunda en nosotros la paz, que tu espíritu despeje nuestra mirada y nos haga alegres testigos de tu amor.