Karl Jung la definió así: “Una vocación es un factor irracional que
destina a un hombre a emanciparse del grupo y de sus caminos bien
usados”. Frederick Buechner, un afamado predicador, dice: “Una vocación
es donde tu profunda alegría se bate contra el hambre del mundo”.
David Brooks, un renombrado periodista, reflexionando sobre la vocación en su reciente libro, La segunda montaña, nos da estas citas de Jung y Buechner y después escribe: Una vocación no es algo que tú escoges. Ella te escoge a ti. Cuando la percibes como una posibilidad en tu vida, sientes también que no tienes una elección sino que sólo puedes preguntarte: ¿Cuál es mi responsabilidad aquí? No es cuestión de lo que tú esperas de la vida sino más bien lo que la vida espera de ti. Además, para Brooks, una vez que tienes una sensación de tu vocación, se hace impensable desecharla y te das cuenta de que serías moralmente culpable si lo hicieras. Él cita a William Wordsworth en apoyo de esto:
Mi corazón estaba lleno; no hice votos, sino que los votos
entonces se hicieron para mí; vínculo desconocido para mí
se dio; eso debería ser yo; si no, sería pecar gravemente.
Brooks sugiere que cualquier cantidad de cosas puede ayudar a despertar vuestra alma a su vocación: música, drama, arte, amistad, estar rodeado de niños, estar rodeado de belleza y, paradójicamente, estar rodeado de injusticia. A esto, él añade dos observaciones más: Primera, que normalmente sólo vemos y entendemos todo esto de manera clara cuando somos mayores y recordamos la vida y nuestras opciones; y segundo, que mientras la llamada a una vocación es una cosa sagrada, algo mística, la manera en que de hecho terminamos viviéndola es con frecuencia desordenada, confusa y obligada, y generalmente no se siente muy santa que digamos.
Bueno, yo soy mayor y estoy recordando cosas. ¿Se ajusta mi historia vocacional a estas descripciones? En su mayor parte, sí.
Como niño que creció en la subcultura católica romana de los 1950 y el comienzo de los 1960, fui parte de esa generación de católicos en la que a todos chicos y chicas católicos se les pedía que reflexionasen, con considerable gravedad, sobre la pregunta: “¿Tengo vocación? Pero en aquel entonces, en su mayor parte significaba: “¿Soy llamado a ser sacerdote, hermano religioso o hermana religiosa?” El matrimonio y la vida de soltero eran, de hecho, considerados también vocaciones, pero en un segundo plano a lo que era considerado vocación mayor, el compromiso de religioso consagrado.
Así, mientras un niño estaba creciendo en ese ambiente, me hice, con toda gravedad, esta pregunta: “¿Tengo vocación para ser sacerdote?” Y la respuesta me vino, no en una visión relampagueante, ni en ningún generoso movimiento del corazón, ni en ningún atractivo hacia cierta forma de vida. Nada de esto. La respuesta me vino como anzuelo en mi conciencia, como algo que se me estaba pidiendo, como algo de lo que no podía desviarme moral ni religiosamente. Me vino como una obligación, una responsabilidad. Y al inicio luché en contra y rechacé esa respuesta. Esto no era lo que yo quería.
Pero era a lo que yo me sentía llamado. Esto era algo que se me estaba preguntando más allá de mis propios sueños para mi vida. Era una llamada. Así, a la tierna edad de 17 años decidí entrar en una orden religiosa, los Misioneros Oblatos de María Inmaculada y tratar de llegar a ser sacerdote. Sospecho que pocos consejeros o psicólogos pondrían hoy mucha confianza en tal decisión, dada mi edad en ese momento; pero recordándolo ahora, más de cincuenta años después, en retrospectiva, creo que esta es la más pura y más generosa decisión que he hecho nunca en mi vida.
Y nunca he mirado atrás. Nunca he considerado seriamente abandonar ese compromiso, aun cuando a veces me haya perseguido y atormentado toda clase de emoción inestable, obsesión, cansancio, depresión y auto-compasión. Nunca me he arrepentido de la decisión. Sé que esto es a lo que he sido llamado y estoy suficientemente feliz con la manera en que se hizo. Esto me ha traído la vida y ayudado a servir a otros. Y, dadas mis idiosincrasias personales, heridas y debilidades, dudo que hubiera encontrado un camino tan profundo en la vida y comunidad como esta vocación me proporcionó, aunque admito que eso puede ser egoísta.
Comparto mi historia personal aquí sólo porque podría ser útil al ilustrar el concepto de vocación. Pero la vida religiosa y el sacerdocio son meramente una sola vocación. Hay otras incontables, igualmente tan santas e importantes. La vocación de uno puede consistir en ser artista, agricultor, escritor, médico, padre, esposa, maestro, dependiente u otras innumerables cosas. La vocación te elige y hace los votos por ti; y esos votos te ponen en ese lugar del mundo donde tú estás mejor situado para servir a otros y encontrar la felicidad. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -
David Brooks, un renombrado periodista, reflexionando sobre la vocación en su reciente libro, La segunda montaña, nos da estas citas de Jung y Buechner y después escribe: Una vocación no es algo que tú escoges. Ella te escoge a ti. Cuando la percibes como una posibilidad en tu vida, sientes también que no tienes una elección sino que sólo puedes preguntarte: ¿Cuál es mi responsabilidad aquí? No es cuestión de lo que tú esperas de la vida sino más bien lo que la vida espera de ti. Además, para Brooks, una vez que tienes una sensación de tu vocación, se hace impensable desecharla y te das cuenta de que serías moralmente culpable si lo hicieras. Él cita a William Wordsworth en apoyo de esto:
Mi corazón estaba lleno; no hice votos, sino que los votos
entonces se hicieron para mí; vínculo desconocido para mí
se dio; eso debería ser yo; si no, sería pecar gravemente.
Brooks sugiere que cualquier cantidad de cosas puede ayudar a despertar vuestra alma a su vocación: música, drama, arte, amistad, estar rodeado de niños, estar rodeado de belleza y, paradójicamente, estar rodeado de injusticia. A esto, él añade dos observaciones más: Primera, que normalmente sólo vemos y entendemos todo esto de manera clara cuando somos mayores y recordamos la vida y nuestras opciones; y segundo, que mientras la llamada a una vocación es una cosa sagrada, algo mística, la manera en que de hecho terminamos viviéndola es con frecuencia desordenada, confusa y obligada, y generalmente no se siente muy santa que digamos.
Bueno, yo soy mayor y estoy recordando cosas. ¿Se ajusta mi historia vocacional a estas descripciones? En su mayor parte, sí.
Como niño que creció en la subcultura católica romana de los 1950 y el comienzo de los 1960, fui parte de esa generación de católicos en la que a todos chicos y chicas católicos se les pedía que reflexionasen, con considerable gravedad, sobre la pregunta: “¿Tengo vocación? Pero en aquel entonces, en su mayor parte significaba: “¿Soy llamado a ser sacerdote, hermano religioso o hermana religiosa?” El matrimonio y la vida de soltero eran, de hecho, considerados también vocaciones, pero en un segundo plano a lo que era considerado vocación mayor, el compromiso de religioso consagrado.
Así, mientras un niño estaba creciendo en ese ambiente, me hice, con toda gravedad, esta pregunta: “¿Tengo vocación para ser sacerdote?” Y la respuesta me vino, no en una visión relampagueante, ni en ningún generoso movimiento del corazón, ni en ningún atractivo hacia cierta forma de vida. Nada de esto. La respuesta me vino como anzuelo en mi conciencia, como algo que se me estaba pidiendo, como algo de lo que no podía desviarme moral ni religiosamente. Me vino como una obligación, una responsabilidad. Y al inicio luché en contra y rechacé esa respuesta. Esto no era lo que yo quería.
Pero era a lo que yo me sentía llamado. Esto era algo que se me estaba preguntando más allá de mis propios sueños para mi vida. Era una llamada. Así, a la tierna edad de 17 años decidí entrar en una orden religiosa, los Misioneros Oblatos de María Inmaculada y tratar de llegar a ser sacerdote. Sospecho que pocos consejeros o psicólogos pondrían hoy mucha confianza en tal decisión, dada mi edad en ese momento; pero recordándolo ahora, más de cincuenta años después, en retrospectiva, creo que esta es la más pura y más generosa decisión que he hecho nunca en mi vida.
Y nunca he mirado atrás. Nunca he considerado seriamente abandonar ese compromiso, aun cuando a veces me haya perseguido y atormentado toda clase de emoción inestable, obsesión, cansancio, depresión y auto-compasión. Nunca me he arrepentido de la decisión. Sé que esto es a lo que he sido llamado y estoy suficientemente feliz con la manera en que se hizo. Esto me ha traído la vida y ayudado a servir a otros. Y, dadas mis idiosincrasias personales, heridas y debilidades, dudo que hubiera encontrado un camino tan profundo en la vida y comunidad como esta vocación me proporcionó, aunque admito que eso puede ser egoísta.
Comparto mi historia personal aquí sólo porque podría ser útil al ilustrar el concepto de vocación. Pero la vida religiosa y el sacerdocio son meramente una sola vocación. Hay otras incontables, igualmente tan santas e importantes. La vocación de uno puede consistir en ser artista, agricultor, escritor, médico, padre, esposa, maestro, dependiente u otras innumerables cosas. La vocación te elige y hace los votos por ti; y esos votos te ponen en ese lugar del mundo donde tú estás mejor situado para servir a otros y encontrar la felicidad. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -