La ley de la gravedad y el Espíritu Santo. Artículo


Dios está cargado eróticamente y el mundo está dolorosamente apasionado; de ahí que se abracen uno a otro en mutua atracción y filiación.

El filósofo judío Martin Buber hizo esa afirmación, y aunque parece repetir perfectamente una frase del párrafo inicial de la autobiografía de san Agustín (“Nos has hecho para ti, Señor, y nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en ti”) insinúa algo más. San Agustín trataba de un dolor insaciable dentro del corazón humano que nos mantiene inquietos y eternamente conscientes de que todo lo que experimentamos no es suficiente, porque lo finito anhela incesantemente lo infinito, y lo infinito atrae incesantemente a lo finito. Pero san Agustín hablaba del corazón humano, de la inquietud y atracción hacia Dios que se siente ahí.

Martin Buber está tratando de eso también, pero está tratando igualmente de la inquietud, una atracción incurable hacia Dios, que está dentro de toda la naturaleza, dentro del universo mismo. No son sólo las personas quienes están dolorosamente apasionadas; es el mundo entero, toda la naturaleza, el universo mismo.

¿Qué se está diciendo aquí? En esencia, Buber está diciendo que lo que se siente en el corazón humano está también presente en cada elemento de la naturaleza misma: en átomos, moléculas, piedras, plantas, insectos y animales. Se da el mismo anhelo por Dios en todo lo que existe, desde un planeta muerto hasta un agujero negro, una secuoya, nuestros mimados perros y gatos, el corazón de un santo. Y en eso no hay distinción entre lo espiritual y lo físico. El único Dios que hizo a ambos está atrayendo a ambos de la misma manera.

Pierre Teilhard de Chardin, que era un científico y un místico, creía que esta interacción entre la energía que procede de un Dios cargado eróticamente y la que procede de un mundo apasionado, es la energía que apuntala la estructura misma del universo, física y espiritual. Para Teilhard, la ley de la gravedad, la actividad atómica, la fotosíntesis, los ecosistemas, los campos electromagnéticos, el instinto animal, la sexualidad, la amistad humana, la reactividad y el altruismo, todos generan y manifiestan una única y misma energía, una energía que siempre está atrayendo a todas las cosas una hacia otra. Si eso es cierto, y lo es, entonces al fin la ley de la gravedad y el Espíritu Santo son parte de una única y misma energía, una única y misma ley, una única y misma interacción de eros y réplica.

A primera vista, tal vez pueda parecer teológicamente heterodoxo poner a las personas y la naturaleza física en el mismo plano. Quizás también, algunos podrían encontrar ofensivo hablar de Dios como “cargado eróticamente”. Por tanto, permitidme dar razón de estas cuestiones.

En términos de Dios en relación con la naturaleza física, la teología cristiana ortodoxa y nuestras escrituras afirman que la venida de Dios a nosotros en Cristo por la encarnación es un acontecimiento no sólo para las personas sino también para la creación física misma. Cuando Jesús dice que ha venido a salvar al mundo, de hecho, está hablando del mundo, no sólo de las personas que están en el mundo. La creación física, no menos que la humanidad, es hija de Dios, y Dios proyecta redimir a todos sus hijos. La teología cristiana nunca ha enseñado que el mundo será destruido al final de los tiempos, sino más bien (como dice san Pablo) que la creación física será transformada  y entrará en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. ¿Cómo irá el mundo físico al cielo? No lo sabemos; aunque tampoco podemos conceptualizar cómo iremos nosotros allí. Pero sabemos esto: el Cristo que tomó nuestra carne en la encarnación es también el Cristo Cósmico, esto es, el Cristo por el que todas cosas fueron hechas y el que junta a toda la creación. De ahí que los teólogos hablen de “encarnación profunda”, a saber, del acontecimiento de Cristo como profundizando más que el simple salvar a los seres humanos, como salvando la creación física misma.

Puedo apreciar también que habrá algo de incomodidad en mi afirmación de Dios como “erótico”, dado que hoy día generalmente identificamos esa palabra con el sexo. Pero ese no es el significado de la palabra. Para los filósofos griegos, de los que tomamos esta palabra, eros se identificaba con amor, y con amor en todos sus aspectos. Eros significaba atracción sexual y obsesión emocional, pero también significaba amistad, alegría, creatividad, sentido común y altruismo. Eros, propiamente entendido, incluye todos esos elementos, de modo que aun cuando identifiquemos eros con sexualidad, ni siquiera habrá malestar en aplicar esto a Dios. Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, y así nuestra sexualidad refleja algo que hay en la naturaleza de Dios. Un Dios que es suficientemente generativo para crear billones de galaxias y está creando continuamente billones de personas, claramente es sexual y fértil de maneras más allá de nuestra concepción. Además, el inexorable dolor que hay dentro de cada elemento y persona en el universo para la unidad con algo que está más allá de sí mismo, tiene una única y misma cosa en mente: la consumación en el amor con Dios, que es Amor.

Así, en realidad, la ley de la gravedad y los dones del Espíritu Santo tienen una única y misma finalidad. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -