«Hoy sabréis que viene el Señor, y mañana contemplaréis su gloria». Escuchemos, hermanos, la calenda o pregón de Navidad, que nos trae la buena noticia, la gran alegría para todo el mundo: «Transcurridos innumerables siglos desde la creación del mundo, cuando en el principio creó Dios el cielo y la tierra y formó al hombre a su imagen. Transcurridos veintiún siglos desde la emigración de Abrahán, nuestro padre en la fe, de la ciudad de Ur en la Caldea. Trece siglos después de la partida de Israel de la tierra de Egipto, bajo la guía de Moisés. Transcurridos alrededor de mil años desde que David fuera ungido como rey. En la semana sesenta y cinco de la profecía de Daniel. En la Olimpíada ciento noventa y cuatro. En el año 752 de la fundación de Roma. En el año 42 del imperio del César Octavio Augusto, estando todo el orbe en paz, Jesucristo, Dios eterno e Hijo del eterno Padre, queriendo consagrar al mundo con su venida, concebido del Espíritu Santo y transcurridos nueve meses desde su concepción, nace en Belén de Judá, hecho hombre, de la Virgen María. Es la Natividad de nuestro Señor Jesucristo según la carne».- Oración Apresúrate, Señor Jesús, y no tardes, para que tu venida consuele y fortalezca a los que esperan todo de tu amor. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
LECTIO Primera lectura: 2 Samuel 7,1-5.8b-12.14a.l6
1 Cuando David se estableció en su palacio y el Señor le dio paz con todos sus enemigos de alrededor,
2 dijo al profeta Natán: -Yo vivo en una casa de cedro, mientras que el arca del Señor está en una tienda.
3 Natán le dijo: -Haz lo que te propones, porque el Señor está contigo.
4 Pero aquella misma noche el Señor dirigió esta palabra a Natán:
5 -Ve a decir a mi siervo David: Esto dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que viva en ella?
8b Yo te tomé de la majada, de detrás de las ovejas, para que fueras caudillo de mi pueblo, Israel.
9 He estado contigo en todas tus empresas, he exterminado delante de ti a todos tus enemigos; y yo haré que tu nombre sea como el de los grandes de la tierra.
10 Asignaré un lugar a mi pueblo Israel y en él lo plantaré, para que lo habite y no vuelva a ser perturbado, ni los malvados lo opriman como antes,
11 como en el tiempo en que yo establecí jueces sobre mi pueblo Israel; te daré paz con todos tus enemigos. Además, el Señor te anuncia que te dará una dinastía.
12 Cuando hayas llegado al final de tu vida y descanses con tus antepasados, mantendré después de ti el linaje salido de tus entrañas, y consolidaré su reino.
14a Seré para él un padre y él será para mí un hijo.
16 Tu casa y tu reino subsistirán para siempre ante mí, y tu trono se afirmará para siempre.
*• La profecía de Natán a David es esclarecedora y abre un nuevo horizonte en la historia de salvación. El reino de Judá goza de un período de tranquilidad y el mismo rey mora en un magnífico palacio. Pero sus planes son construir también una «casa» al Señor donde poder acoger el arca de Dios. El profeta le impide realizarlo porque Dios tiene otro proyecto mayor para David y su descendencia. El Señor tomará la iniciativa para dar una casa no de piedra, sino estable y duradera: la estirpe real de David: «El Señor te anuncia que te dará una dinastía. Tu casa y tu reino subsistirán para siempre ante mí» (w. 11.16).
El Señor, de hecho, recuerda a David su historia, lo que ha hecho por él, y promete a su dinastía una duración perenne: lo eligió como pastor del pueblo sacándolo de los campos (cf. 1 Sm 16,11-13); le concedió la victoria sobre todos sus enemigos y en el futuro continuará estando con él; su gloria y la de su descendencia será grande porque gozará de una filiación divina; el rey y su pueblo serán benditos del Señor y poseerán una «casa» estable y tranquila, es decir, una dinastía que durará por los siglos.
El mensaje de la Palabra de Dios está claro: la salvación no viene de un templo de piedra obra de manos humanas, sino de la alianza con Dios, al que pertenece todo, el hombre y la historia.
Evangelio: Lucas 1,67-79
67 Zacarías, su padre, se llenó del Espíritu Santo y profetizó:
68 Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo.
69 Nos ha suscitado una fuerza salvadora en la familia de David su siervo,
70 como lo había prometido desde antiguo por medio de sus santos profetas,
71 para salvarnos de nuestros enemigos y del poder de todos los que nos odian.
72 De este modo mostró el Señor su misericordia a nuestros antepasados y se acordó de su santa alianza,
73 del juramento que hizo a nuestro antepasado Abrahán, para concedernos
74 que, libres de nuestros enemigos, podamos servirle sin temor,
75 con santidad y justicia en su presencia toda nuestra vida.
76 Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos,
77 para anunciar a su pueblo la salvación, por medio del perdón de sus pecados.
78 Por la misericordia entrañable de nuestro Dios, nos visitará un sol que nace de lo alto,
79 para iluminar a los que están en tinieblas y en sombras de muerte, y para dirigir nuestros pasos hacia el camino de la paz.
*•• El cántico de Zacarías es un tejido de reminiscencias bíblicas que exalta el cumplimiento de las promesas de salvación hechas por Dios en las antiguas profecías.
Zacarías, sacerdote de la antigua ley, pero lleno del Espíritu Santo, en el presente cántico de bendición por la visita del Señor a su pueblo, inaugura la nueva alianza, cuyo precursor será su hijo Juan, en el que la larga espera de siglos llega a su cumplimiento.
El texto bíblico se divide en dos partes: la primera resume la historia de salvación, resaltando la misericordia de Dios con los padres y su inquebrantable fidelidad a la alianza, que se realizará en la figura del Mesías (w. 68-75); la segunda mira al Bautista, «profeta del Altísimo» (v. 76), destinado a preparar los caminos del Señor con la predicación de la redención y salvación universal, efectiva en la persona de Jesús, por el perdón de los pecados, fruto de su inmensa bondad.
El cántico ensalza a Cristo, el sol de la resurrección, engendrado antes de la aurora, que con sus rayos ilumina a los que viven en tinieblas y en espera, vivifica a los que carecen de vida y la imploran. Él es la paz, plenitud de los dones mesiánicos, destinada a los que alaban y dan gloria a Dios. Él, el Verbo del Padre, es luz y vida de los hombres, en el cual ven a Dios y al cual obedecen.
MEDITATIO: Estamos en la vigilia de la Navidad del Señor, y la Palabra de Dios que resuena en la Iglesia es una actualización de las profecías mesiánicas, invitación a dar gracias y a la alabanza por la inminente venida del Salvador, que ha derramado sus bendiciones sobre el pueblo, manteniendo la fe en sus promesas con el don de la reconciliación y de la salvación universal.
¿Cómo vivimos personalmente esta vigilia y qué compromiso de vida nos exige? La venida histórica del Mesías nos confirma que Dios ha elegido su «casa» entre nosotros, en el cuerpo de Jesús, su Hijo (cf. Jn 1,14). Él mora con su pueblo, no de modo pasajero, sino de modo estable (cf. Ap 7,15; 12,2; 13,6; 21,3). Si en el Antiguo Testamento el lugar ideal de la presencia de Dios era el templo o la tienda (cf. Ex 25,8; 40,35; Ez 37,27; Jn 4,17), ahora su presencia está en la misma vida del hombre y en la carne visible de Jesús, que tocó y contempló en la fe la primera comunidad de los discípulos (cf. 1 Jn 1,1-4).
Cristo es la revelación y la luz del Padre, pero de modo oculto y humilde; algo interior que sólo los hombres de fe, como los profetas, los santos y María pueden comprender. Su gloria se manifestará en toda su potencia después, cuando desde la cruz a atraiga todos a sí (cf. Jn 12,32). Puede parecer una paradoja que la cruz sea glorificación, pero todo se hace luminoso si pensamos que «Dios es amor» (1 Jn 4,10) y se manifiesta donde aparece el amor.
¿Es también para nosotros Jesús el centro de la historia, nuestra morada y la plenitud de todas nuestras aspiraciones humanas?
ORATIO: Señor Jesús, Verbo del Padre y luz de los hombres, te adoramos en esta vigilia de Navidad y esperamos gozosos tu venida, que una vez más lleva a cumplimiento las promesas de Dios. Iluminados por tu luz, creemos que eres Aquel que ama al hombre y que la única finalidad de tu vida es la salvación de todo hombre. La fe nos introduce en este misterio de vida, la experiencia nos lo enseña y tu Palabra de verdad nos guía en este camino de luz.
Verbo eterno del Padre, queremos ser tus primeros adoradores, adictos a la bondad y al bien, testigos de tu misericordia. Tú que no te ocultas a nadie, sino que a todos concedes tu divina luz, seas por siempre nuestra verdadera luz que alumbre a toda la humanidad. Apresuramos nuestro camino hacia la salvación, hacia el nuevo nacimiento, porque deseamos, a pesar de ser multiplicidad, reunimos en un solo amor siguiendo el modelo de unidad del misterio trinitario en el que nos sumerges y renovar de este modo la alianza contigo.
Como la virgen María, lugar de la encarnación, concédenos saber interiorizar tu Palabra para descubrir cada vez más la hondura de este misterio dentro de nosotros mismos, misterio en el que «vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28), y llegar a ser contemplativos como María para no confundir esta Palabra con nuestro mismo ser, sino identificarnos con la que lleva al Verbo en sus entrañas y lo engendra como hijo suyo.
CONTEMPLATIO: Feliz día, feliz hora, feliz tiempo: es el que con inefable anhelo todos los santos desde el origen del mundo esperaron (...). Dios está con nosotros. Hasta ahora Dios estaba sobre nosotros, pero hoy es el Emmanuel, hoy Dios está con nosotros en nuestra naturaleza, con nosotros con su gracia. Con nosotros en nuestra pobreza, con nosotros en su benignidad. Con nosotros en nuestra miseria, con nosotros en su misericordia. Con nosotros en la caridad, con nosotros en la piedad, con nosotros en la compasión. ¡Oh Emmanuel! ¡Oh Dios con nosotros!
¿Qué hacéis, hijos de Adán? Dios está con nosotros. Con nosotros. No pudisteis, hijos de Adán, subir al cielo para estar con Dios, y ahora Dios ha bajado del cielo para ser el Emmanuel, el "Dios con nosotros" (...). Dichoso el que te abre la puerta del corazón, oh buen Jesús: pues entrarás. Tu adviento, Señor, lleva al corazón puro el mediodía de la luz celeste (Elredo de Rieval, Sermones inéditos, cit. en Cristo desiderio del moñaco, Milán 1988, 157-158).
ACTIO: Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Bendito sea el Señor que ha visitado y redimido a su pueblo» (Lc 1,68).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL: Cerremos la puerta detrás de nosotros. Escuchemos con oído atento la inefable melodía que resuena en el silencio de esta noche. El alma silenciosa y solitaria canta al Dios del corazón su canto más suave y afectuoso. Y puede confiar que él le escucha. De hecho, este canto no debe ya buscar al Dios amado más allá de las estrellas, en una luz inaccesible, donde habita y ninguno puede verle.
Como es Navidad, como la Palabra se ha hecho carne, Dios está cerca, y la dulcísima palabra, la palabra del amor, encuentra su oído y su corazón en la sala más silenciosa del corazón. Y quien se ha detenido cerca de sí, aunque es de noche, en esta paz nocturna, en las honduras del corazón de Dios, percibe la dulce palabra del amor. Es preciso estar tranquilos, no temer la noche, hay que callar. De otro modo no se escucha nada.
De hecho, la última cosa se dice solamente en el silencio de la noche, cuando, por la llegada llena de gracia de la Palabra en la noche de nuestra vida, se ha hecho Navidad, noche santa, noche de silencio (K. Rahner, Dio se é fatto uomo, Brescia 31990, 72-73). Fuente: http://santaclaradeestella.es/