Quién es mi prójimo?

 





Domingo XV del Tiempo Ordinario


 El maestro de la Ley plantea una pregunta de suma importancia; se refiere a la vida eterna y al camino para llegar a ella, aunque le mueve una intención poco limpia {"para tenderle una trampa": v. 25). Jesús le responde con otra pregunta que, didácticamente, implica también al interlocutor, como si le dijera: "Tú eres un maestro de la Ley y, a buen seguro, conoces la respuesta a tu pregunta". Cogido por sorpresa, el maestro debe seguir el juego. En realidad, responde de una manera excelente, fundiendo en uno los dos mandamientos del amor a Dios y al prójimo (Dt 6,5; Lv 19,18), lo que le merece la aprobación de Jesús: "Has respondido correctamente. Haz eso y vivirás" (v. 28).

El maestro, "queriendo justificarse" (v. 29), es decir, deseando evitar la mala imagen de haberse presentado aparentemente sin motivo, puesto que ha mostrado conocer la respuesta a la pregunta que había planteado, se ve obligado a interrogar a Jesús sobre otro punto: Cómo puedo saber quién es "miprójimo"! La cuestión a la que parece aludir es si por "prójimo" se entiende sólo "los hijos de tu pueblo", como se lee en el texto citado más arriba (Lv 19,18), o si el concepto se extiende también a los extranjeros que habitan en Israel: "Si un emigrante se instala en vuestra tierra, no le molestaréis; será para vosotros como un nativo más y lo amarás como a ti mismo" (Lv 19,33-34; cf. Dt 10,19). Y, por otra parte, si entre esos extranjeros debe amarse sólo a los prosélitos, es decir, a los que habían aceptado vivir plenamente a la manera de los judíos.

Jesús le responde con la parábola del buen samaritano, en la que enseña tres cosas: que el prójimo es cualquier miembro de la humanidad, simplemente "un hombre" (v. 30); que esto lo comprende hasta un samaritano, alguien mucho menos cualificado que un maestro, un sacerdote o un levita: un "excomulgado", al que los judíos no consideraban ni siquiera como prójimo, es propuesto por Jesús como modelo de hacerse prójimo; y, sobre todo, muestra que la pregunta ha de hacerse en la dirección opuesta, no hacia nosotros mismos, sino hacia el otro: no quién me es prójimo, sino quién se hace prójimo. Amor significa aquí "tener compasión" de cualquiera que sufra, tomar la iniciativa y hacer al otro lo que si yo estuviera en necesidad quisiera que me hicieran a mí. La respuesta de Jesús a la pregunta del principio sonaría en sustancia así: "Tiene la vida eterna todo el que cuida de la vida de cualquier necesitado". Paradójicamente, para tener la vida es preciso darla.