Hay en este mundo unas cincuenta y seis guerras en curso, con diverso calibre y entidad: desde escaramuzas tribales hasta el riesgo de entrar en una nueva guerra mundial. En no pocas de ellas de entre las menores contiendas, sabemos que poderes ocultos del nuevo orden que quiere regir el mundo con su influencia ideológica, comercial, política y cultural, la razón para declarar el conflicto no es otro que una triste venta de material bélico que se estaba quedando obsoleto y al que había que dar salida.
Luego están las utilizaciones de las guerras desde otros intereses partidistas marcados por la ideología dialéctica de quien subvenciona y apoya, o de quien censura y excluye. No interesa la bandera de la paz, sino la enseña de su causa privada. Hay quienes apoyan dictaduras crueles donde la hambruna, la falta total de libertad, el enrocamiento aislante y absurdo, nutren esa resulta de quienes consienten todo a los “suyos”, mientras niegan todo a los “otros”. Vale cualquier pretexto para organizar por tierra, mar y aire la polémica que distrae y engatusa, la barricada que jalea violentamente, a fin de desviar la atención a otras cuestiones que son las que se quieren propiamente poner a un lado para que la opinión pública y la publicada no hable de otra cosa. Conocemos la estrategia, las cortinas de humo y los ardides de algunas siglas políticas y sus terminales mediáticos preferidos y bien untados con prebendas varias.
Como David frente a Goliat, nos encontramos los cristianos junto a tanta gente de bien que tampoco sabe cómo evolucionará este dislate macabro que se lleva vidas por delante y arrasa el pasado y el presente de los pueblos. Y ante este panorama de dolor y honda preocupación, surge como faro la oración atribuida a San Francisco de Asís, que fue encontrada en el bolsillo de su guerrera en un soldado caído en la Primera Guerra Mundial: “Hazme, Señor, instrumento de tu paz. Que allá donde hay odio, yo ponga el amor. Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón. Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión. Que allá donde hay error, yo ponga la verdad. Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe. Que allá donde hay desesperación, yo ponga la esperanza. Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz. Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría. Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar, ser comprendido, cuanto comprender, ser amado, cuanto amar”. Un canto a la fraternidad.
Rafael Narbona, en su ensayo “Elogio del amor”, trae a colación un texto precioso de Antoine de St.Exupery: “La fraternidad es la casa común de todos los que anhelan calentarse con el calor de otro corazón humano. En esa hoguera, los hombres intercambian ideas y sentimientos sin renunciar a sus convicciones. El que piensa de otro modo es como un viajero que nos relata sus aventuras enriqueciendo nuestras vidas con aspectos desconocidos”. Precioso apunte que contrasta con las guerras declaradas en este momento crucial de la historia. El Papa León nos invita a rezar por la paz pensando especialmente en los escenarios de Gaza, Ucrania y Sudán: “la guerra no resuelve los problemas, sino que los amplifica y produce heridas profundas en la historia de los pueblos que tardan generaciones en cicatrizar. Ninguna victoria armada podrá compensar el dolor de las madres, el miedo de los niños, el futuro robado”. Es la paz de Dios que nutre la esperanza cristiana, la que deseamos para toda la humanidad. + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm Arzobispo de Oviedo. Cartas semanales.