Ven, Espíritu Santo, por tu don Sabiduría, concédenos la gracia de apreciar y estimar los bienes del cielo y muéstranos los medios para alcanzarlos.

 

Es el don por el que “saboreamos” internamente a Dios. Nos dice el Papa Francisco en su audiencia del 9 de abril del 2014, no se trata sencillamente de la sabiduría humana, que es fruto del conocimiento y de la experiencia. En la Biblia se cuenta que a Salomón, en el momento de su coronación como rey de Israel, había pedido el don de la sabiduría (cf. 1 Re 3, 9). Y la sabiduría es precisamente esto: es la gracia de poder ver cada cosa con los ojos de Dios. 

Es sencillamente esto: es ver el mundo, ver las situaciones, las ocasiones, los problemas, todo, con los ojos de Dios. Y obviamente esto deriva de la intimidad con Dios, de la relación íntima que nosotros tenemos con Dios, de la relación de hijos con el Padre. Y el Espíritu Santo, cuando tenemos esta relación, nos da el don de la sabiduría. 

Cuando estamos en comunión con el Señor, el Espíritu Santo es como si transfigurara nuestro corazón y le hiciera percibir todo su calor y su predilección.

Qué bonito que en familia descubramos la belleza, el sabor de las cosas de Dios, enseñar a percibirlas, a disfrutarlas, a agradecerlas,…la familia “escuela de sabiduría” como lo fue Nazaret para Jesús, que nos dice el evangelista “crecía en sabiduría, en estatura y en gracia”. Fuente.

Eclesiástico 51,12-20

12 Por eso te daré gracias, te alabaré y bendeciré el nombre del Señor.

13 Desde joven, antes de dedicarme a viajar, busqué francamente la sabiduría en la oración;

14 delante del templo la pedí, y hasta el último día la busqué.

15 Cuando floreció, como un racimo que madura, mi corazón se recreaba en ella. Mi pie se adentró por el camino recto, desde mi juventud seguí sus huellas.

16 Apenas presté oído y ya la alcancé; me encontré lleno de doctrina

17 y, gracias a ella, he progresado mucho: al que me ha dado la sabiduría glorificaré.

18 Pues me he propuesto practicarla, he buscado con ardor el bien y no quedaré defraudado.

19 He luchado para alcanzarla, he sido puntual en practicar la ley; he tendido mis manos hacia el cielo, deplorando lo que ignoraba de ella.

20 Hacia ella he encaminado mi vida, y la encontré en toda su pureza; desde el principio me he aplicado a ella, por eso nunca quedaré abandonado.