Hace poco me parecía impensable que una persona inteligente, menor de cincuenta, nacida en un país occidental, formada y psíquicamente equilibrada pudiera remotamente creer. “Pensamiento Mágico”, lo llamaba, puesto que para mí era como el horóscopo o el tarot. Imagino que caía muy gorda a las personas más próximas a la fe a mi alrededor puesto que intelectualmente las despreciaba. Me irritaban mucho, lo reconozco, quizá fuera porque pocos años después caería de rodillas (nunca mejor dicho) ante Él. Voy a contarles cómo pasé del ateísmo (la posición más cómoda y común actualmente en el mundo civilizado) a la fe, a los cuarenta años.
Efectivamente, lo más punk, lo más anti-sistema que he hecho en toda mi vida es creer en Dios porque creí desde la subversión, primero ante el caos moral y actitudinal que veía a mi alrededor (y del que yo misma soy notablemente capaz), pero sobre todo ante el sinsentido intelectual.
Desde muy joven he devorado las grandes obras de los filósofos que no han hecho sino apuntalar la existencia de Dios, al no encontrar ni una sola de las respuestas a las grandes preguntas del ser humano a lo largo de la historia: quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos…
Provengo de generaciones de científicos (laicos) cuyas respuestas tampoco satisfacen en absoluto las múltiples cuestiones que una persona espiritualmente inquieta puede llegar a plantearse. Basta hojear un libro de anatomía o fijarse en el funcionamiento de una célula (no hablemos del sistema respiratorio, del pabellón auditivo)... para darnos cuenta de que el cuerpo humano es una creación tan brillante e inimitable que deslumbraría al mejor ingeniero de todos los tiempos. ¿Cuál es la planta, el animal, el elemento o el astro que no lleve grabado el sello de quien Platón llamaba el “eterno geómetra”?.
Las ciencias físicas nos dicen que la materia es inerte, pero si lo es y el mundo material se mueve continuamente, debe haber un Principio fuera de la materia que produzca el movimiento. Cuando Newton dio con las leyes de atracción dijo que Dios explicaba la existencia del movimiento y que ese movimiento, a su vez, suponía una prueba más de la realidad de Dios.
El universo no siempre existió. Tuvo un comienzo…. ¿qué lo causo? Los científicos no tienen una explicación para la repentina explosión de luz y materia. El catedrático astrofísico estadounidense Robert Jastrow dijo: “La semilla de todo lo que ha sucedido en el Universo fue plantando en el primer instante; cada estrella, cada planeta y cada criatura viviente en el Universo vino a la existencia como resultado de eventos que fueron puestos en movimiento en el momento de la explosión cósmica… El Universo comenzó a existir en un destello, y no podemos encontrar la causa”.
De hecho, el evolucionismo (que se da absolutamente por sentado en cualquier escuela infantil y que yo tenía asumido_ sin datos_ como cualquier individuo normal) es un acto de fe similar a la resurrección: éramos primates y de pronto sufrimos una mutación que elongó el cerebro, desarrolló la corteza prefrontal y empezamos a componer la Tocata y Fuga y a pintar Meninas.
Verán, si algo he aprendido del contacto con científicos es a no dar absolutamente por sentada nunca, ninguna información que provenga de otros seres humanos con idénticas taras y limitaciones que yo o más.
Observando el comportamiento de los cuerpos celestes, la dirección del sistema circulatorio, creer en el azar, ¿la obra del azar?, me pareció más loco que creer en la multiplicación de los panes y los peces, o al menos igual de chiflado.
Richard Feynman, Premio Nobel de Física, dijo: “El universo se rige por reglas matemáticas y esto es un misterio, una especie de milagro”.
El sinsentido de la existencia, del mundo, de la creación, dejó de ser una tesis aceptable para mí. ¿Quién controla la dirección del viento, quién orienta las olas del mar, quién sostiene las bridas que guían impecablemente a la naturaleza? ¿Quién, amigos?
El ateísmo se convirtió en algo demasiado simple, que paulatinamente asocié con flaqueza, docilidad y falsa modestia, y busqué a Dios con la mayor humildad de la que fui capaz en la Biblia.
“Rechaza las obras de nuestros filósofos con toda su pompa de lenguaje; cuán despreciables son comparadas con la Escritura” dijo Rousseau. Comencé a leer las Escrituras buscando las respuestas que definitivamente la ciencia y la filosofía no pueden ofrecernos (“La fe no contradice el conocimiento, va más allá del conocimiento”. Kierkegaard) y descubrí que para llegar a Dios, no desde la costumbre, la tradición y la obediencia, sino desde la madurez, hay que estar libre de prejuicios y complejos intelectuales... ¡Hay que desaprender! Sacudirse premisas y asertos asumidos sin rigor alguno con los que convivimos los hombres “civilizados” … “De cierto os digo, que si no os volviereis, y fuereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. Mateo, 18:3
En una sociedad egoísta y psicopática como la nuestra, que se mueve exclusivamente por el principio del placer (los más ingenuos lo llaman ética), creer en Dios ha sido mi mayor acto de insubordinación. Y el mejor.
Al fin y al cabo ¿qué podía perder? “Si el cristianismo es falso, no es importante. Si es cierto, es infinitamente importante. Lo único que no puede ser es medianamente importante”. C. S. Lewis
Llevo unos cinco años leyendo la Biblia a diario, aunque me bastaron los primeros para disipar todas mis dudas y bautizarme por inmersión (protestante) ante el desconcierto máximo de mi hermano (médico psiquiatra), mi marido (abogado) y mi mejor amiga (astrofísica), las únicas tres personas a las que invité a mi bautismo: tres ateos convencidos que gustosos y perplejos me acompañaron. Allí les regalaron tres biblias que olvidaron (y yo recogí) en memoria del día en que volví a nacer, al fin libre y en paz.
A todos los nuevos creyentes o curiosos se les aconseja empezar por el Nuevo Testamento con el poderosísimo atractivo de la figura de Cristo (“El Nuevo Testamento es el mejor libro que nunca haya sido o será conocido en el mundo”. Charles Dickens.) El Antiguo Testamento es más difícil y su lectura requiere de una vasta cultura y capacidad de abstracción, de una gran creatividad y apertura mental.
Desde la Fe, la Biblia es la carta donde Dios nos revela a los hombres lo que hay y qué hacer con ello. Desde el laicismo, una joya literaria y filosófica sin parangón que es necesario leer con método, la guía de un experto en hermenéutica y documentos complementarios, mapas, tratados… etc.
Sin embargo, y aunque vayan bien las ayudas al leerla, la Biblia se basta para defenderse a sí misma. “No es solamente un libro, sino una criatura viviente, con un poder que conquista todo lo que se le opone” Napoleón.
Cuando a un famoso predicador le preguntaron cuál era la mejor manera de defender la Biblia, este contestó con una pregunta: ¿Cómo defenderías tú a un león? El que preguntaba dijo: abriría su jaula y lo soltaría.
Pues eso. Carla De La Lá