El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.

 



Domingo XXI del Tiempo Ordinario


Hasta en el gesto, aparentemente magnánimo, de quien distribuye a los invitados para la comida o la cena se puede esconder un sentimiento de egoísmo, a saber: cuando la elección de los invitados está sugerida sólo por motivos de obligación, de conveniencia social, de mera simpatía o de interés. Es obvio que el tema sugerido por la lectura evangélica -que encuentra también cierta resonancia en el final de la primera lectura- es el de la gratuidad, acompañado y reforzado por la "opción preferencial por los pobres", que no es un descubrimiento de los cristianos de hoy, sino la quintaesencia del Evangelio. Con todo, es menester liberar este término de un significado puramente material, como quizás estemos inclinados a hacer hoy, dada nuestra sensibilidad al valor económico de nuestras acciones y nuestros gestos: todo lo que hacemos, todo lo que producimos, no puede dejar de tener -incluso debe tener- un valor económico. Sin embargo, Jesús quiere educarnos para que procedamos a una evaluación también espiritual, es decir, integral y más completa, de nuestras acciones y de nuestras opciones.

Así, gratuidad significa e implica prestar más atención a los otros que a nosotros mismos, reconocer en los otros un valor objetivo, porque cada uno lleva en su propio ser la imagen y la semejanza de Dios, de ahí que sea, por sí mismo, digno de atención, de estima y de amor.

Comprendemos así el sentido de la bienaventuranza que proclama Jesús al final de este texto evangélico y, sobre todo, la promesa de una recompensa que, según la lógica de Dios, nos será asegurada "cuando los justos resuciten".


 Gracias a: Rezando Voy,Santa Clara de Estella y Ciudad Redonda


Martirio de san Juan Bautista.

Celebramos hoy el martirio, por degollación, de san Juan, el precursor del Señor, que le preparó el camino, lo anunció y señaló, lo bautizó, y luego fue mártir de la verdad y la justicia. Los evangelios nos dicen que Herodes Antipas encarceló a Juan en la fortaleza de Maqueronte porque lo acusaba de vivir con Herodías, mujer de su hermano Felipe. En la fiesta de su cumpleaños, le gustó tanto a Herodes el baile de Salomé, hija de Herodías, que prometió darle lo que le pidiera. La joven, instigada por su madre, pidió la cabeza del Bautista, y Herodes, aunque a disgusto, mandó que lo decapitaran en la cárcel y le entregaran la cabeza en una bandeja a la joven, la cual se la llevó a su madre. Sus discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron y fueron a contárselo a Jesús. De esta suerte, el Precursor del Señor, como lámpara encendida y resplandeciente, tanto en la muerte como en la vida dio testimonio de la verdad. La fecha de hoy recuerda tal vez la dedicación de la antigua basílica erigida en Sebaste (Samaría) en honor del precursor del Mesías.Oración: Señor, Dios nuestro, tú has querido que san Juan Bautista fuese el precursor del nacimiento y de la muerte de tu Hijo; concédenos, por su intercesión, que, así como él murió mártir de la verdad y la justicia, luchemos nosotros valerosamente por la confesión de nuestra fe. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

1 Tesalonicenses 4,1-8 1 Por lo demás, hermanos, os rogamos y os exhortamos en el nombre de Jesús, el Señor, a que pongáis en práctica lo que aprendisteis de nosotros en lo que al comportaros y agradar al Señor se refiere, para que progreséis más y más cada día.
2 Sabéis qué normas os dimos de parte de Jesús, el Señor.
3 Porque ésta es la voluntad de Dios: que viváis como consagrados a él y huyáis de la impureza.
4 Que cada uno de vosotros viva santa y decorosamente con su mujer,
5 sin dejarse arrastrar por la pasión, como se dejan arrastrar los paganos, que no conocen a Dios.
6 Y que en este punto nadie haga injuria o agravio a su hermano, porque el Señor toma venganza de todo esto, como ya os lo dejamos dicho y recalcado.
7 Pues no nos llamó Dios a vivir impuramente, sino como consagrados a él. 8 Por tanto, el que desprecia esta norma de conducta no desprecia a un hombre, sino a Dios, que es quien os da su Espíritu Santo.
Tras haber recordado el pasado, agradeciendo a Dios todo lo que ha tenido a bien obrar en la comunidad, Pablo mira ahora hacia el futuro. Para ello recurre sobre todo al lenguaje de la exhortación.
La "santificación" (haghiasmós) de la que se habla en este fragmento de la carta consiste precisamente en el proceso que tiene como resultado final la haghiosyne, o sea, la "santificación" auténtica. Nos encontramos en la definición de una actividad que todavía está en pleno desarrollo, en la que concurren, por un lado, el compromiso y la libre adhesión del creyente y, por otro, la obra del Espíritu Santo, que interviene configurando a la criatura a imagen de Dios. Todo esto tiene lugar en el "cuerpo" del hombre, está inscrito en su carne y habla el lenguaje que le corresponde desde la creación.
El santo, por consiguiente, no es alguien que viva fuera de la realidad terrena, en una dimensión inmaterial. Es más bien alguien que toma sobre sí, día a día, la voluntad de Dios, haciendo que toda su vida se adhiera a ella. El tema de la pornéia se refiere a todo lo que tiene que ver con las pasiones carnales en el ámbito sexual; se trata, por tanto, de algo muy concreto en lo que el cristiano está llamado a practicar una opción que va a contracorriente, según la mentalidad del tiempo, y a custodiar su cuerpo como un don recibido de Dios, preparándolo ya desde ahora para recibir en plenitud el Espíritu Santo en la vida eterna.
 Marcos 6,17-29 En aquel tiempo, 17 Herodes había mandado prender a Juan y lo había condenado metiéndolo en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien él se había casado.
18 Pues Juan le decía a Herodes: -No te es lícito tener la mujer de tu hermano.
19 Herodías detestaba a Juan y quería matarlo, pero no podía,
20 porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre recto y santo, y lo protegía. Cuando le oía, quedaba muy perplejo, pero lo escuchaba con gusto.
21 La oportunidad se presentó cuando Herodes, en su cumpleaños, ofrecía un banquete a sus magnates, a los tribunos y a la nobleza de Galilea.
22 Entró la hija de Herodías y danzó, gustando mucho a Herodes y a los comensales. El rey dijo entonces a la joven: -Pídeme lo que quieras y te lo daré.
23 Y le juró una y otra vez: -Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.
24 Ella salió y preguntó a su madre: -Qué le pido? Su madre le contestó: -La cabeza de Juan el Bautista.
25 Ella entró enseguida y a toda prisa donde estaba el rey y le hizo esta petición: -Quiero que me des ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.
26 El rey se entristeció mucho, pero a causa del juramento y de los comensales no quiso desairarla.
27 Sin más dilación envió a un guardia con la orden de traer la cabeza de Juan. Éste fue, le cortó la cabeza en la cárcel,
28 la trajo en una bandeja y se la entregó a la joven, y la joven se la dio a su madre.
29 Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.
          El relato evangélico del martirio de Juan el Bautista está situado en el camino de Jesús hacia Jerusalén como una etapa fundamental. Con él no sólo se concluye el ciclo de la vida del Bautista, sino que también es preludio del martirio de Jesús.
         No debemos dejarnos impresionar sólo por los detalles narrativos, muy sugestivos por otra parte, que nos presenta esta página de Marcos. Al evangelista no le interesa poner de manifiesto ni el vicio de Herodes ni la malicia de Herodías, ni siquiera la ligereza de su hija.
         Su intención es proporcionar el debido relieve a la figura de Juan el Bautista, el "mentor" -podríamos decir del Nazareno, y mostrar cómo este gran profeta pone término a su vida del mismo modo y por los mismos motivos que morirá Jesús.
         Éste es el pequeño "misterio pascual" de Juan el Bautista, el cual, tras haber conocido la adversidad de los enemigos del Evangelio, conoce ahora el silencio del sepulcro en espera de la resurrección.

MEDITATIO: Los recuerdos bíblicos relativos a Juan el Bautista nos invitan a meditar sobre el don de la profecía, en particular sobre la figura del profeta. Cuál es exactamente su función en el pueblo de Dios? Cuáles son las opciones que le califican claramente como profeta? De qué modo se sitúa ante sus contemporáneos como signo de una presencia superior, como portavoz de una Palabra divina?

         El profeta se manifiesta como tal por su modo de hablar, por el estilo que caracteriza su predicación. La palabra no lo es todo, pero ya es capaz de manifestar el sentido de una presencia, incómoda pero ineludible, con la que todos deben contar. El profeta se manifiesta como tal, también y sobre todo, con las opciones de vida que lleva a cabo. De este modo demuestra que ha percibido que el tiempo en el que vive es precisamente aquel en el que Dios le llama a ser-para-los-otros. No se puede sustraer a esta llamada (deberíamos leer, a este respecto, el c. 17 de Jeremías), so pena de ser infiel a su misión. Por último, el profeta manifiesta la autenticidad de su misión con el valer de dar la vida por aquel que le ha llamado y por aquellos a quienes ha sido enviado. O se es profeta con la vida, con la vida entregada por amor, o no se es profeta en absoluto.
 ORATIO: "Levántate y les dirás todo lo que te ordene".
"No tengas miedo: he aquí que te pongo como ciudad fortificada".
"Yo estoy contigo para salvarte".
"Éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo".
"No te es lícito tener la mujer de tu hermano".
"!Raza de víboras! Quién os ha enseñado a escapar del juicio inminente?".
"Dad frutos que prueben vuestra conversión".
"El amigo del esposo exulta de alegría a la voz del esposo".
"Ahora mi alegría es completa".
"Él debe crecer; yo, en cambio, disminuir".
 CONTEMPLATIO: Todo lo que [Juan] dijo dio testimonio de la verdad o sirvió de reproche a los que se le oponían; sus obras de justicia las respetaban incluso los que no le amaban.
         Acaso el respeto del modo de vida de los hombres le hizo desviarse, ni siquiera un poco, a él, que llevó una vida solitaria desde niño, de la vía de la virtud? Y, sin embargo, ese hombre acabó su vida derramando su sangre, tras pasar un largo tormento de cárcel.
         Predicaba la libertad de la patria celestial y fue encarcelado por los impíos; había venido a dar testimonio de la luz, había merecido que le llamaran lámpara ardiente y resplandeciente precisamente de la luz que es Cristo, y fue encerrado en la oscuridad de la cárcel; nadie entre los nacidos de mujer había sido más grande que él, y fue decapitado a petición de unas mujeres sumamente perversas, y fue bautizado con su propia sangre aquel a quien se le había dado bautizar al Redentor del mundo, escuchar la voz del Padre sobre él, ver la gracia del Espíritu Santo que descendía sobre él (Beda el Venerable, Omelie sulvangelo).
LECTURA: "Vos estáis obligado -añadió el arzobispo de Canterbury- a deponer la duda de vuestra insegura conciencia que recusa el juramento, y a tomar el partido seguro de obedecer a vuestro príncipe, y jurar".
         Entonces, aunque yo era de la opinión de que este argumento no podía adaptarse a mi caso, se me presentó, no obstante, de improviso tan sutil y, sobre todo, sostenido por tanta autoridad, al venir de la boca de un tan noble prelado, que no pude replicar nada, a no ser que estaba íntimamente seguro de que así no habría obrado bien, porque en mi conciencia era éste uno de esos casos en que mi deber era no obedecer a mi príncipe, sea cual fuere la opinión de los otros (cuya conciencia y doctrina no habría condenado ni habría aceptado juzgar) a este respecto: en mi conciencia la verdad se me presentaba diferente.
         Entonces el abad de Westminster me dijo que de cualquier modo que la cuestión apareciera en mi mente, tenía motivos para temer que precisamente mi mente estuviera en el error, con sólo que considerara que el Parlamento del reino se pronunciaba en sentido opuesto, y que, por consiguiente, debía cambiar la posición de mi conciencia. A esto respondí que si sólo fuera yo el que sostenía mi tesis y todo el Parlamento sostuviera la otra, verdaderamente tendría miedo de apoyarme en mi parecer, yo solo contra tantos. Mas, por otra parte, sucede que para algunos de los motivos por los que me niego a jurar tengo yo de mi parte -como confío tener- un consejo igualmente grande, e incluso más, y entonces no estoy ya obligado a cambiar mi conciencia y conformarla al consejo de un reino, contra el consejo general de la cristiandad (Tomás Moro). Gracias a Santa Clara de Estella.

Suicidio y el descenso de Jesús al infierno. Artículo.

En un libro titulado Peculiar Treasures (Tesoros peculiares), el reconocido novelista y escritor espiritual Frederick Buechner reflexiona sobre la figura de Judas, el hombre que traicionó a Jesús con un beso y luego murió por suicidio.

Buechner, quien había perdido a su propio padre por suicidio, especula sobre las razones por las que Judas muere por suicidio. Recurriendo a una antigua tradición de la Iglesia, sugiere que quizás Judas eligió el suicidio por esperanza y no por desesperación; es decir, que se sintió condenado y confió en la misericordia de Jesús después de la muerte, pensando que tal vez “el infierno podría ser su última oportunidad de llegar al cielo”.

Luego, imaginando el descenso de Jesús al infierno, Buechner escribe:
“Es una escena para evocar. Una vez más se encontraron en las sombras, los dos viejos amigos, ambos un poco maltrechos después de todo lo ocurrido, solo que esta vez fue Jesús quien dio el beso, y esta vez no fue el beso de la muerte el que se dio.”
(Jeffrey Munroe, Reading Buechner, InterVarsity Press)

Como cristianos, como parte misma de nuestra fe profesada en los Credos, creemos que después de su muerte Jesús “descendió a los infiernos”. ¿Qué significa esto?

La concepción popular de esto —reflejada en el lenguaje de nuestra catequesis, en nuestra iconografía y en la piedad cristiana— podría resumirse así:
Después del pecado de Adán y Eva, el llamado “pecado original”, las puertas del cielo quedaron cerradas, de modo que desde el tiempo de Adán y Eva hasta la muerte de Jesús, nadie podía entrar en el cielo. Sin embargo, con su muerte, Jesús expió nuestros pecados y, durante el tiempo entre su muerte el Viernes Santo y su resurrección el Domingo de Pascua, fue a ese lugar en el inframundo, el Sheol, donde estaban esperando todas las personas buenas que habían muerto a lo largo de la historia, y las condujo al cielo. Ese fue su “descenso a los infiernos”.

Pero, más allá de la literalidad de esa concepción popular, hay una poderosa verdad teológica que sustenta esta doctrina. En esencia, es la siguiente:
El amor y la compasión que Jesús manifestó en su muerte tienen el poder de llegar hasta el mismo infierno; es decir, no hay ningún “infierno” (físico, psicológico o espiritual) que podamos crear del que el amor de Cristo no pueda penetrar para ofrecer sanación a la herida misma que causó ese infierno.

El amor, la sanación y el perdón de Dios pueden penetrar cualquier infierno que podamos crear y sanar la herida que lo provocó.

Quizás esta sea la doctrina más consoladora, no solo del cristianismo, sino de todas las religiones. Cuando estamos impotentes para ayudar a otros o a nosotros mismos, Dios aún puede ayudarnos.

Por esta razón, los cristianos no creemos en la reencarnación. No es necesaria. No necesitamos estar completamente en orden para ir al cielo. Cuando estamos impotentes, Dios puede hacer por nosotros lo que no podemos hacer por nosotros mismos.

Eso es un profundo consuelo, porque no todos mueren una muerte feliz. Muchos de nosotros morimos con enojo, con amargura, sin reconciliarnos del todo con los demás, con asuntos pendientes del alma. Y algunos mueren por suicidio, encerrados en un infierno privado en el que, debido a una enfermedad o herida más que a una culpa moral, creen que su muerte es su única vía hacia la vida.

La doctrina del descenso de Jesús a los infiernos es particularmente útil para comprender cómo Dios acoge a quienes mueren por suicidio. Durante demasiado tiempo hemos vivido con una angustia falsa al respecto, temiendo que el suicidio sea una grave falla humana y moral, un acto de desesperación, imperdonable (al menos en esta vida). Sin embargo, en la mayoría de los casos, se trata de una enfermedad, no de una elección libre. Al igual que el cáncer, un infarto o un accidente, el suicidio saca a una persona de la vida en contra de su voluntad consciente. Por esta razón, se nos invita a no usar más la expresión “se suicidó”. Nadie “comete” cáncer o “comete” un infarto. Uno “sucumbe” ante ellos. Lo mismo sucede con la mayoría de los suicidios.

Con esto en mente, podemos apreciar mejor la imagen que Frederick Buechner utiliza al reflexionar sobre el suicidio de Judas y su encuentro con Jesús en el infierno.

En esencia, esta es la imagen de Buechner: Después de traicionar a Jesús, Judas desciende a un infierno privado en el que siente que lo que ha hecho no puede ser perdonado y que está condenado para siempre a vivir en esa oscuridad. Esa falsedad, esa enfermedad, esa lógica fatalmente equivocada le dice que ir al infierno es su última oportunidad de ir al cielo. Entonces, se quita la vida. Después de su muerte, Jesús lo encuentra en las sombras de ese infierno mal entendido y lo besa, no con condena ni con juicio, sino con amor incondicional, comprensión y perdón.

Esta imagen, creo, puede ayudarnos a comprender lo que ocurre en el suicidio: la lógica equivocada de quienes se quitan la vida, y el amor compasivo y perdonador de Dios que desciende a su infierno privado, donde creen erróneamente que su muerte es un favor para sus seres queridos y que “el infierno podría ser su última oportunidad de ir al cielo.” Ron Rolheiser OMI / Tradujo al Español para CiudadRedonda Bejamín Elcano, cmf Artículo original en inglés.

San Agustín de Hipona. 28 de agosto.

 
¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva,
tarde te amé!
   Tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y por fuera te buscaba, y deforme como era me lanzaba sobre las cosas hermosas por Ti creadas.
   Tú estabas conmigo, y yo no estaba contigo.
Me retenían lejos de Ti todas las cosas, aunque, si no estuviesen en Ti, nada serían.

Frases de San Agustín:

"Una lágrima se evapora, una flor sobre mi tumba se marchita, mas una oración por mi alma la recoge Dios. No lloréis, amados míos, Voy a unirme con Dios y os espero en el cielo. Yo muero, pero mi amor no muere, yo os amaré en el cielo como los he amado en la tierra. A todos los que me habéis querido os pido que roguéis por mí, que es la mayor prueba de cariño.

Cuando descubres tus faltas, Dios las cubre. Cuando las escondes, Dios las descubre. Cuando las reconoces, Dios las olvida.

Agustín nació en Tagaste el 13 de noviembre del año 354. Fue educado siguiendo los hábitos cristianos de su madre, Mónica, y, como se reveló enseguida como un joven de prometedoras cualidades, fue encaminado a la carrera de retórica. Ya desde los tiempos de estudio en Cartago estuvo marcado por una incomodidad interior que le llevaría lejos. La primera respuesta a esta sed de totalidad fue una vida mundana tejida por varios vínculos, más o menos límpidos. Ahora bien, la inquietud es también sed y búsqueda de la verdad: se apasiona con la lectura del Ortensio de Cicerón, lee la Sagrada Escritura, pero no se entusiasma con ella y acaba por adherirse al racionalismo y al materialismo de la secta de los maniqueos. Tras haber enseñado en Tagaste y en Cartago, se traslada primero a Roma (383) y después a Milán (384). Aquí su viaje espiritual da un viraje decisivo: conoce y escucha al obispo Ambrosio, revisa sus posiciones sobre la Iglesia católica, vuelve a leer la Sagrada Escritura y, en medio de la lucha entre sus antiguos hábitos de vida y los nuevos impulsos interiores, al final se abre a la luz y a la riqueza de Cristo.

Fue bautizado el año 387 por Ambrosio. Decidido a volver a África, se establece en Tagaste y funda allí su primera comunidad monástica, siguiendo el modelo de la comunidad cristiana de Jerusalén. En el año 391 fue ordenado sacerdote por el obispo Valerio, a quien en el 395 le sucede en la guía de la diócesis de Hipona. Desde entonces se dedicó por completo a la vida de la Iglesia -ministerio de la Palabra, defensa de la fe-, aunque prosigue con la experiencia de vida común con un grupo de hermanos monjes, a los que traslada al episcopio. Escribió más de doscientos libros y casi un millar de documentos, entre sermones y cartas. Murió el 28 de agosto del año 430. Hasta tal punto fue hijo de la Iglesia que se convirtió en padre... y doctor.- Oración: Renueva, Señor, en tu Iglesia el espíritu que infundiste en tu obispo san Agustín, para que, penetrados de ese mismo espíritu, tengamos sed de ti, fuente de la sabiduría, y te busquemos como el único amor verdadero. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Agustín, la Película

MEDITATIOLas palabras de Agustín son palabras de un amor apasionado. Una inquietud del corazón, una nostalgia y un deseo que se traducen en una búsqueda incansable, posible y fecunda sólo en el interior de una oración interminable, que es su misma existencia.

De la nostalgia del corazón asoman los rasgos de la belleza interior: un deseo de verdad y de amor que Agustín comprende como "suspiro de identidad"; es la divina semejanza. Y Agustín abre a Dios todo su ser: el pasado, el presente, el futuro, consciente de que sólo Dios puede vencer sus resistencias, sus miedos, todas sus debilidades de hombre, y satisfacer su sed. "Nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti" (Agustín de Hipona, Confesiones I, 1). A la luz de la verdad encontrada, Agustín ve con mayor claridad su pecado y la necesidad de la gracia, de la intervención divina, y comprende toda la orgullosa pretensión de su yo. Pero eso es lo que tiene lugar ahora en el corazón de su ininterrumpido diálogo con Dios, el Padre de su despertar. El Padre le ama, y nada puede apartar a Agustín de la confiada certeza de que la gracia de Cristo vencerá sobre el pecado; se restaurará en él "el orden del amor" y, con él, la bienaventuranza de la paz y de la libertad.

ORATIOA ti te invoco, Dios Verdad, en quien, de quien y por quien son verdaderas todas las cosas verdaderas. Dios, Sabiduría, en ti, de ti y por ti saben todos los que saben.

Dios, verdadera y suma vida, en quien, de quien y por quien viven las cosas que suma y verdaderamente viven. Dios bienaventuranza, en quien, de quien y por quien son bienaventurados cuantos hay bienaventurados.

Dios, Bondad y Hermosura, principio, causa y fuente de todo lo bueno y hermoso. Dios, Luz inteligible, en ti, de ti y por ti luce inteligiblemente todo cuanto inteligiblemente luce. Dios, cuyo Reino es todo el mundo, que no alcanzan los sentidos. Dios, la ley de cuyo Reino también en estos reinos se describe. Dios, de quien separarse es caer, a quien volver es levantarse, permanecer en ti es hallarse firme. Dios, darte a ti la espalda es morir, volver a ti es revivir, morar en ti es vivir. Dios, a quien nadie pierde sino engañado, a quien nadie busca sino avisado, a quien nadie halla sino purificado. Dios, dejarte a ti es perderse, seguirte a ti es amar, verte es poseerte.

Dios, a quien nos despierta la fe, levanta la esperanza, une la caridad. Te invoco a ti, Dios, por quien vencemos al enemigo. Dios, por cuyo favor no hemos perecido nosotros totalmente. Dios que nos exhortas para que vigilemos.

Dios, por quien discernimos los bienes de los males. Dios, por quien evitamos el mal y seguimos el bien. Dios, por quien no sucumbimos a las adversidades.

Dios, a quien se debe nuestra buena obediencia y buen gobierno. Dios, por quien aprendemos que es ajeno lo que alguna vez creímos nuestro y nuestro lo que creímos ajeno. Dios, gracias a ti superamos los estímulos y halagos de los malos. Dios, por quien las cosas pequeñas no nos empequeñecen. Dios, por quien lo mejor de nosotros no está sujeto a lo peor. Dios, por quien la muerte será absorbida con la victoria. Dios, que nos conviertes.

Dios, que nos desnudas de lo que no es y vistes de lo que es. Dios, que nos haces dignos de ser oídos. Dios, que nos defiendes. Dios, que nos guías a toda verdad.

Dios, que nos muestras todo bien, dándonos la cordura y librándonos de la estulticia ajena. Dios, que nos vuelves al camino. Dios, que nos llevas hasta la puerta. Dios, que haces que sea abierta a los que llaman. Dios, que nos das el Pan de la vida. Dios, que nos das la sed de la bebida que nos sacia. Dios, que arguyes al mundo de pecado, de justicia y juicio. Dios, por quien no nos arrastran los que no creen. Dios, por quien reprobamos el error de los que piensan que las almas no tienen ningún mérito delante de ti. Dios, por quien no somos esclavos de los serviles y pobres elementos. Dios, que nos purificas y preparas para el divino premio, acude propicio en mi ayuda (Agustín de Hipona, Soliloquios I, 3). 

CONTEMPLATIONo con conciencia dudosa, sino cierta, Señor, te amo yo. Heriste mi corazón con tu palabra y te amé. Mas también el cielo y la tierra y todo cuanto en ellos se contiene he aquí que me dicen de todas partes que te ame; ni cesan de decírselo a todos, a fin de que sean inexcusables.

Sin embargo, tú te compadecerás más altamente de quien te compadecieres y prestarás más tu misericordia con quien fueses misericordioso: de otro modo, el cielo y la tierra cantarían tus alabanzas a sordos.

Y qué es lo que amo cuando yo te amo? No belleza de cuerpo ni hermosura de tiempo, no blancura de luz, tan amable a estos ojos terrenos; no dulces melodías de toda clase de cantilenas, no fragancia de flores, de ungüentos y de aromas; no manas ni mieles, no miembros gratos a los amplexos de la carne: nada de esto amo cuando amo a mi Dios. Y, sin embargo, amo cierta luz, y cierta voz, y cierta fragancia, y cierto alimento, y cierto amplexo, cuando amo a mi Dios, luz, voz, fragancia, alimento y amplexo del hombre mío interior, donde resplandece a mi alma lo que no se consume comiendo, y se adhiere lo que la saciedad no separa. Esto es lo que amo cuando amo a mi Dios (Confesiones X, 6,8).

En Agustín no vivió un solo hombre: vivió en él la criatura de carne y hueso, de nervios y sangre, con su desarrollo misterioso, múltiple; vivió el escritor, conjuntamente sumo escritor, sumo filósofo, sumo teólogo, y sobre cualquier otra cosa poeta sumo de los afectos y de las verdades; vivió el cristiano y el monje, el sacerdote y el obispo, el santo. Recibió de Dios toaos los clones más altos: una juventud tempestuosa, la palabra creadora, el silencio inenarrable de la oración, la fuerza necesaria para gobernar su ánimo en la navegación ultraterrena y en el aura de lo divino. Experiencia de hijo y de padre, de pecador desbandado y de obispo muy rígido, de escolar y profesor y, por tanto, de maestro de su pueblo y de todo el Occidente; de mundano y de monje, de escritor y de filósofo, de polemista y de amigo, de pensador y de contradictor y orador.

En todos esos pasajes no perdáis nada de su riquísima y potentísima humanidad: todo lo llevó consigo y lo fundió en el ardor y en la luz única de su santidad doloroso y extática. Amó, y de su experiencia de amor surgirá un amor a Dios, tal vez el más elevado que jamás haya salido de corazón humano [...].

Cuando moría Agustín en su ciudad asediada, no moría nada: nacía, para él, en los cielos amados sin paz y deseados sin tregua; nacía, para nosotros, en nuestra historia y en nuestra alma. Desde aquel día hay algo de agustiniano tanto en la historia de todos los hombres como en la historia de cada uno de ellos (G. de Luca, Sant'Agostino. Scrítti d'occasioneGracias a: Santa Clara de Estella

Santa Mónica, madre de San Agustín. 27 de agosto.

Mónica nació en Tagaste, la actual Souk Aliarás (Argelia), el año 331 o 332, en el seno de una familia cristiana y de buena condición social. Siendo aún adolescente, fue entregada como esposa a Patricio, que todavía no era cristiano. Tenía éste un modesto patrimonio y era miembro del consejo municipal de Tagaste. Mónica era una mujer africana del bajo imperio romano, madre de uno de los más grandes padres de la Iglesia, san Agustín. Era, podríamos decir, una mujer paleocristiana, muy alejada de nosotros en el tiempo y, sin embargo, enormemente actual. "Con traje de mujer, fe de varón, seguridad de anciana, caridad de madre y piedad cristiana[Confesiones IX, 4,8), se ganó a su marido para Cristo y obtuvo también la conversión del "hijo de tantas lágrimas". Estuvo presente en el bautismo de Agustín en Milán y participó de una manera activa en su primera experiencia monástica en Cassiciaco. Mientras regresaba a África con su hijo y los amigos de éste, murió en Ostia Tiberina, cerca de Roma, antes del 13 de noviembre de 387. Dos semanas antes de que esto se produjera, madre e hijo tuvieron el dulce éxtasis de Ostia": "Y mientras hablábamos y suspirábamos por ella [la Sabiduría], llegamos a tocarla un poco con todo el ímpetu de nuestro corazón; y suspirando y dejando allí prisioneras las primicias de nuestro espíritu". Oración : Oh Dios, consuelo de los que lloran, que acogiste piadosamente las lágrimas de santa Mónica impetrando la conversión de su hijo Agustín, concédenos, por intercesión de madre e hijo, la gracia de llorar nuestros pecados y alcanzar tu misericordia y tu perdón. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 

MEDITATIO: Mónica es una "santa"; por tanto, una "mujer" verdadera. En ella convergen y se encarnan la belleza virginal de la "mujer virtuosa" del libro del Eclesiástico y la materna compasión de la "viuda" del Nuevo Testamento, que convierte su vida en una intercesión por la vida de su hijo. La santidad de Mónica nos lleva al corazón de la vocación y de la misión de la mujer. Esta misión de "guardián del hombre" la realizó Mónica a fondo. Hizo frente con una gran dignidad e inteligencia, con esa "genialidad absolutamente femenina", a las dificultades de una convivencia matrimonial con un hombre "pagano" dotado de un carácter muy difícil, "al que -dice de manera cruda Agustín- "fue entregada(Confesiones IX, 9,19). Sin perder nunca el gusto por el bien, incluso en las adversidades (un arte más que difícil), "se esforzó por ganarle para ti, hablándole de ti con sus costumbres, con las que la hacías hermosa y reverentemente amable y admirable ante sus ojos".

Desplegando "las grandes energías del espíritu femenino", sostuvo, con las lágrimas y la oración de una vida totalmente consagrada a Dios, una verdadera y propia lucha por la fe de su hijo Agustín. La lucha que es "la lucha a favor del hombre, de su verdadero bien, de su salvación [...], la lucha por su fundamental "sí" o "no" a Dios y a su designio eterno sobre el hombre{Mulieris dignitatem VIII, 30).

El mismo Agustín, que también fue su mayor biógrafo, dirá más tarde de ella: "Creo sin la menor incertidumbre que por tus oraciones, madre, Dios me concedió no querer, no pensar, no amar otra cosa que la consecución de la verdad". Mónica es la madre, por tanto, de una "doble maternidad": "Me engendró en la carne, para que naciera a la luz temporal, y en su corazón, para que naciera a la luz eterna{Confesiones VIII, 17).

Si, en la relación hombre-mujer, la mujer representa el punto de encuentro de la humanidad con Dios, precisamente por la humanidad de que es portadora, en Mónica, en su ser madre en plenitud, la paternidad de Dios ha podido actuar con una maravillosa alianza.

 ORATIO: Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abráseme en tu paz.

!Oh casa luminosa y bella!, amado de tu hermosura y el lugar donde mora la gloria de mi Señor, tu hacedor y tu poseedor. Por ti suspire mi peregrinación, y dígale al que te hizo a ti que también me posea a mí en ti, porque también me ha creado en ti. [...] Acordándome de Jerusalén, alargando hacia ella, que está arriba, mi corazón, de Jerusalén la patria mía, de Jerusalén la de mi madre, y de ti, su Rey sobre ella, su iluminador, su padre, su tutor, su marido, sus castas y grandes delicias, su sólida alegría y todos los bienes inefables, a un tiempo todos; porque tú eres el único, el sumo y verdadero bien. Que no me aparte más de ti hasta que, recogiéndome, cuanto soy, de esta dispersión y deformidad, me conformes, y confirmes eternamente, !oh Dios mío, misericordia mía{Confesiones X, 27,38; XII, 16, 21.23).

 CONTEMPLATIO: Estando ya inminente el día en que había de salir de esta vida -que tú, Señor, conocías y nosotros ignorábamos-, sucedió a lo que yo creo, disponiéndolo tú por tus modos ocultos, que nos hallásemos solos yo y ella apoyados sobre una ventana, desde donde se contemplaba un huerto o jardín que había dentro de la casa, allí en Ostia Tiberina, donde, apartados de las turbas, después de las fatigas de un largo viaje, cogíamos fuerzas para la navegación.

Allí solos conversábamos dulcísimamente, y olvidando las cosas pasadas, ocupados en lo por venir, nos preguntábamos los dos, delante de la verdad presente, que eres tú, cuál sería la vida eterna de los santos, que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre concibió.

Abríamos anhelosos la boca de nuestro corazón hacia aquellos raudales soberanos de tu fuente -de la fuente de vida que está en ti- para que, rociados según nuestra capacidad, nos formásemos de algún modo una idea de algo tan grande. Y como llegara nuestro discurso a la conclusión de que cualquier deleite de los sentidos carnales, aunque sea el más grande, revestido del mayor esplendor corpóreo, ante el gozo de aquella vida no sólo no es digno de comparación, sino ni siquiera de ser mencionado, levantándonos con un afecto más ardiente hacia el que es siempre el mismo, recorrimos gradualmente todos los seres corpóreos, hasta el mismo cielo, desde donde el sol y la luna envían sus rayos a la tierra.

Y subimos todavía más arriba, pensando, hablando y admirando tus obras; y llegamos hasta nuestras almas y las sobrepasamos también, a fin de llegar a la región de la abundancia  que no se agota, en donde tú apacientas a Israel eternamente con el pasto de la verdad, y la vida es la Sabiduría, por quien todas las cosas existen, tanto las ya creadas como las que han de ser, sin que ella lo sea por nadie; siendo ahora como fue antes y como será siempre, o más bien, sin que haya en ella fue ni será, sino sólo es, por ser eterna, porque lo que ha sido o será no es eterno. Y mientras hablábamos y suspirábamos por ella, llegamos a tocarla un poco con todo el ímpetu de nuestro corazón; y suspirando y dejando allí prisioneras las primicias de nuestro espíritu, regresamos al estrépito de nuestra boca, donde el verbo humano tiene principio y fin, en nada semejante a tu Verbo, Señor nuestro, que permanece en sí sin envejecer, y renueva todas las cosas (Confesiones IX, 10,23-24,passim).

LECTURA ESPIRITUAL: Entre finales de octubre y primeros de noviembre del año 386 se retiró Agustín con su madre, Mónica, su hermano Navigio, su hijo Adeodato, su amigo Alipio [...] a la villa de su amigo Verecundo en Cassiciaco. En la paz campestre de Brianza, entre el susurrar de las hojas y de los arroyos, con los Alpes como paisaje, se preparó Agustín para el bautismo. La comitiva africana vivía en un clima de intensa espiritualidad, ocupando gran parte de su tiempo en disputas de filosofía, de una filosofía sometida ahora a la fe y deseosa de conocer su contenido.

En esta comitiva, Mónica hacía un poco de madre de todos, hacía unas veces de solícita y enérgica ama de casa, otras de maestra sabía y experta. Cuando los que discutían se olvidaban de comer, Mónica les invitaba a hacerlo y, si era necesario, les impulsaba con tanta fogosidad que les obligaba a interrumpir la discusión. Cuando la invitaban a tomar parte en la misma discusión, daba respuestas tan discretas que suscitaba la admiración de todos. Como cuando declaró que la verdad es el alimento del alma; o, sin saberlo, definió la felicidad con las mismas palabras de Cicerón; o sostuvo que sin sabiduría nadie puede ser feliz; o recordó, por último, que sólo la fe, la esperanza y la caridad pueden conducirnos a la vida bienaventurada.

Agustín, que estaba alegremente sorprendido de tanta sabiduría, afirma que su madre ha "alcanzado la cumbre de la filosofía" y se declara discípulo suyo. La "filosofía" de Mónica es la sabiduría del Evangelio, una sabiduría que no ha conquistado con el estudio, sino con la virtud, la oración, la docilidad al Espíritu. La posee ahora en un grado eminente. Es intrépida. No teme ni la desventura ni la muerte. A saber: ha llegado a una disposición interior dificilísima, aunque importantísima, que constituye -por consenso unánime- la cima de la sabiduría. Rica de amor a Dios y al prójimo, que es el fundamento de la sabiduría evangélica, puede prescindir de la ciencia de los filósofos y recoger sus frutos. Por eso Agustín se declara discípulo suyo y confía a las oraciones de ella la consecución del ideal de sabiduría al que aspira (A. Trape, S. Agostino. Mia madre). Gracias a Santa Clara de Estella.org 

Vendrán de oriente y occidente, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.

 



Domingo XXI del Tiempo Ordinario

La página evangélica de hoy nos presenta dos grandes imágenes que sólo esperan ser interpretadas a la luz del contexto que las envuelve. Por una parte, está la imagen de la puerta estrecha, por la que hemos de esforzarnos en pasar, si queremos entrar; por otra, está la imagen del gran cortejo que se forma desde todas las partes de la tierra hacia aquella ciudad bendita en la que tiene lugar el banquete del Reino de Dios.

Con la primera imagen, Jesús no intenta ofrecernos una respuesta directa a los que le han preguntado si "son pocos los que se salvan"; se limita a invitarnos a la lucha, al compromiso, a la resistencia. Y es bastante significativo que, en este contexto, Lucas no pase, como Mateo, de la "puerta estrecha" a la "puerta ancha", sino de la "puerta estrecha" a la "puerta cerrada", con lo que acentúa el carácter dramático de un desenlace que podría revelarse absolutamente negativo. Jesús afirma una vez más con claridad que seguirle por el camino del Evangelio es una cosa muy seria, algo que requiere una opción fundamental y, sobre todo, un esfuerzo continuado. El verbo griego correspondiente a "esforzaos", en modo imperativo además, expresa la idea de lucha, de prontitud y de urgencia. No sólo es menester hacer acopio de todas las energías posibles, sino que no podemos perder ni un segundo de tiempo.

La segunda imagen le sirve al evangelista para desarrollar un segundo pensamiento, el que contrapone las pretensiones de unos pocos a la sorpresa de muchos. También aquí detectamos un tono polémico en las palabras de Jesús: ya tuvo que reaccionar otras veces contra la jactancia de los judíos, que se enorgullecían de sus tradiciones y, sobre todo, de su identidad nacional. Y es que para Jesús ya no existe ahora ninguna situación de vida que pueda poner a alguien por encima de otro. Dios mismo no hace acepción de personas (cf. Hch 10,34; véase también Le 20,21). Ni siquiera tiene importancia el conocimiento personal del Jesús terreno; lo único que vale es seguirle con todo el esfuerzo, con plena libertad y con una disponibilidad total. La escena final, tan bien dibujada por esta página evangélica, nos pone ante una gran peregrinación en la que pueden participar todos los que, aunque no tengan vínculos de sangre con Abrahán, han heredado el don de la fe.



 Gracias a: Rezando Voy,Santa Clara de Estella y Ciudad Redonda



El purgatorio como purificación a través del amor. Artículo.

Imagina haber nacido ciego y vivir hasta la adultez sin haber visto nunca la luz ni los colores. Luego, gracias a una operación milagrosa, los médicos logran devolverte la vista. ¿Qué sentirías al abrir los ojos por primera vez? ¿Asombro? ¿Desconcierto? ¿Éxtasis? ¿Dolor? ¿Alguna combinación de todo ello?

Hoy en día conocemos la respuesta a esa pregunta. Este tipo de operaciones para devolver la vista ya se han realizado, y sabemos algo sobre cómo reacciona una persona al ver la luz y el color por primera vez. Lo que sucede puede sorprendernos. Así lo describe J.Z. Young, experto en el funcionamiento del cerebro:

“El paciente, al abrir los ojos, experimenta poco o ningún disfrute; de hecho, encuentra la experiencia dolorosa. Informa solo de una masa giratoria de luz y colores. Resulta ser completamente incapaz de tomar objetos con la vista, reconocerlos o nombrarlos. No tiene una noción del espacio con objetos en él, aunque por el tacto conoce perfectamente los objetos y sus nombres. ‘Por supuesto’, dirás, ‘debe tomarse un tiempo para aprender a reconocerlos con la vista’. No un poco de tiempo, sino mucho tiempo, de hecho, años. Su cerebro no ha sido entrenado en las reglas de la visión. No somos conscientes de que existen tales reglas; pensamos que vemos, como solemos decir, de forma natural. Pero en realidad hemos aprendido todo un conjunto de reglas durante la infancia.” (Ver: Emilie Griffin, Souls in Full Flight, pp. 143-144)

¿Podría ser esta una analogía útil para entender lo que nos ocurre en lo que los católicos romanos llaman purgatorio? ¿Podría comprenderse la purificación que experimentamos después de la muerte de forma análoga, es decir, como una apertura de nuestra visión y nuestro corazón hacia una luz y un amor tan plenos, que nos obligan a un dolorosa reaprendizaje y a una nueva conceptualización, como en el caso descrito? ¿Podría entenderse el purgatorio precisamente como el ser abrazados por Dios de una manera tal que la calidez y la luz perfectas empequeñecen por completo nuestros conceptos terrenales de amor y conocimiento, de modo que, como una persona nacida ciega que recibe la vista, necesitamos luchar, incluso dentro del éxtasis de esa luz, para adaptarnos a una forma radicalmente más profunda de pensar y amar? ¿Y si el purgatorio no fuera ausencia de Dios ni castigo o retribución por el pecado, sino lo que nos ocurre cuando finalmente somos plenamente abrazados —en éxtasis— por Dios, amor perfecto y verdad perfecta?

De hecho, ¿no es esto hacia lo que ya nos orientan en esta vida la fe, la esperanza y la caridad, las tres virtudes teologales? ¿No es la fe un saber más allá de lo que podemos conceptualizar? ¿No es la esperanza un anclarnos en algo que está más allá de lo que podemos controlar y garantizar por nosotros mismos? ¿Y no es la caridad un salir más allá de lo que afectivamente nos resulta natural?

San Pablo, al describir nuestra condición en la tierra, nos dice que en esta vida solo vemos “como en un espejo, oscuramente”, pero que después de la muerte veremos “cara a cara”. Claramente, al describir nuestra situación presente, está destacando una cierta ceguera, una oscuridad congénita, una incapacidad de ver realmente las cosas como son. Es significativo notar también que lo dice en un contexto en el que afirma que ya ahora, en esta vida, la fe, la esperanza y la caridad ayudan a disipar esa ceguera.

Claro que todo esto son solo preguntas, quizás inquietantes tanto para protestantes como para católicos. Muchos protestantes y evangélicos rechazan el mismo concepto de purgatorio alegando que, bíblicamente, solo existen dos destinos eternos: cielo e infierno. Muchos católicos, por otro lado, se sienten incómodos cuando el purgatorio parece alejarse de la concepción popular como un lugar o estado separado del cielo. Pero el purgatorio entendido de esta manera —como una apertura total de nuestros ojos y corazones que causa una dolorosa nueva comprensión de la realidad— podría hacer el concepto más aceptable para protestantes y evangélicos, y ayudar a eliminar algunas connotaciones populares erróneas dentro de la piedad católica.

La verdadera purificación solo puede suceder a través del amor, porque solo cuando experimentamos el auténtico abrazo del amor podemos ver claramente nuestro pecado por lo que es, y recibir la gracia para superarlo.
Solo la luz disipa la oscuridad, y solo el amor expulsa el pecado.

Teresa de Lisieux solía orar a Dios diciendo: “¡Castígame con un beso!”
El abrazo del amor pleno es la única purificación posible del pecado, porque solo cuando somos abrazados por el amor comprendemos realmente qué es el pecado y, solo entonces, se nos da el deseo, la visión y la fuerza para vivir en el amor y en la verdad.

Pero esa irrupción del amor y de la luz puede ser, todo al mismo tiempo, deliciosa y desconcertante, extática e inquietante, maravillosa y desgarradora, eufórica y dolorosa — nada menos que el purgatorio. Ron Rolheiser OMI / Tradujo al Español para CiudadRedonda Bejamín Elcano, cmf / Artículo original en inglés / Imágen Depostitphotos