Al conocer la muerte de Zorba, esta fue la reacción de Kazantzakis: “Cerré los ojos y sentí que las lágrimas resbalaban lenta y cálidamente mejillas abajo. Se ha muerto, muerto, muerto. Zorba se ha ido, ido para siempre. La risa se ha muerto, la canción ha sido silenciada, el santir se ha roto, la danza sobre los guijarros del mar se ha detenido, la insaciable boca que interrogaba con tan incurable sed está ahora llena de arcilla. … Unas almas como esa no deberían morir. ¿Serán capaces la tierra, el agua, el fuego y el azar de recrear alguna vez a Zorba?... Era como si yo creyera que él era inmortal”.
A veces es duro creer que cierta persona pueda morir, por la vida y energía que encarnó. Nosotros, simplemente, no podemos imaginar que ese pulso de vida esté muerto, inmóvil, ausente para siempre de este planeta. Cierta gente parece estar exenta de la muerte porque no podemos imaginarnos muriendo tal energía, color, generosidad y bondad. ¿Cómo puede morir tan maravillosa energía?
Yo he sentido eso muchas veces en mi vida; muy recientemente, esta semana pasada, cuando fallecieron dos antiguos compañeros, ambos hombres especialmente animosos, vitalistas, avispados y generosos. Me vinieron a la mente Kazantzakis y su lucha por aceptar la muerte de Zorba, junto con la manera como intentó tratar con esa muerte. Decidió tratar de “resucitar” a Zorba, volverlo a la vida trayendo su historia al mundo, de modo que transformara su vida en un mito, una danza y una religión.
Kazantzakis creía que esto es lo que hizo María Magdalena justo después de la muerte de Jesús, cuando abandonó la tumba de Jesús y volvió al mundo. Ella resucitó a Jesús al contar su historia, creando un mito, una danza y una religión. Así, inmediatamente después de la muerte de Zorba, Kazantzakis se dijo: “Démosle nuestra sangre para que él pueda ser devuelto a la vida, hagamos lo que podamos para lograr que este extraordinario comilón, bebedor, caballo de carga, cazador de mujeres y vagabundo prolongue su vida: este danzante y guerrero, el alma más grosera, el cuerpo más firme, el grito más libre que he conocido en mi vida”.
¡Bendecid su esfuerzo! Eso contribuyó a una gran historia, un impresionante mito, pero nunca contribuyó a una religión ni a una eterna danza, porque no fue lo que María Magdalena hizo con Jesús. Sin embargo, aún hay algo que aprender aquí sobre cómo tratar con una muerte que aparentemente quita algo de oxígeno al planeta. No debemos permitir que esa maravillosa energía desaparezca, porque estamos obligados a mantenerla viva. Con todo, como cristianos, hacemos esto de diferente manera.
Nosotros leemos la historia de María Magdalena muy diferentemente. María fue a la tumba de Jesús, la encontró vacía y se marchó llorando; pero… pero, antes de que lograra contar a alguien una historia, se encontró con un Jesús resucitado que le contó de qué modo su energía, color, amor, persona serían encontrados ahora, a saber, en una modalidad radicalmente nueva, en su espíritu. Eso contiene el secreto de cómo debemos dar vida a nuestros seres queridos después de que hayan muerto.
¿Cómo guardamos vivos a nuestros seres queridos y la maravillosa energía que trajeron al planeta, después de que han muerto? Primero, reconociendo que su energía no muere con sus cuerpos, que eso no se va del planeta. Su energía se queda, viva, aún con nosotros; pero ahora dentro de nosotros, por medio del espíritu que legan en pos de sí (justamente como Jesús legó su espíritu). Además, su energía nos pone en comunicación siempre que entramos en su “Galilea”, a saber, en esos lugares en los que sus espíritus medraron y exhalaron oxígeno generativo.
¿Qué se quiere decir con eso? ¿Qué es la “Galilea” de alguien? La “Galilea” de una persona es esa especial energía, ese especial oxígeno que exhala. Para Zorba, fue su audacia y gusto por la vida; para mi papá, fue su porfía moral; para mi mamá, fue su generosidad. En esa energía, exhalaron algo de Dios. Siempre que vamos a esos lugares donde sus espíritus exhalaron la vida de Dios, volvemos a respirar su oxígeno, su danza, su vida.
Como todos vosotros, a veces yo he estado aturdido, entristecido e incrédulo en la muerte de cierta persona. ¿Cómo podía ser que muriera esa energía especial? A veces esa energía especial se manifestaba en la belleza física, la gracia humana, la audacia, el atractivo, el color, la entereza moral, la compasión, la dulzura, la cordialidad, el ingenio o el humor. Puede ser duro aceptar que la belleza y el oxígeno vivificante puedan al parecer abandonar el planeta.
A la postre, nada se pierde. Algún día, en el tiempo de Dios, en el momento oportuno, la piedra volverá a rodar y, como María Magdalena marchándose de la tumba, sabremos que podemos respirar de nuevo esa maravillosa energía en “Galilea”. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) -